Por una justicia en libertad y movimiento

Jul 12 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 2984 Views • No hay comentarios en Por una justicia en libertad y movimiento

 

POR LUCÍA MELGAR

 

En su introducción a este libro, Arte, justicia, género, Lucía Raphael y María Teresa Priego nos recuerdan que el ensayo es el género más libre que existe y afirman que “por eso es la vía más adecuada para hablar de la justicia” (ix). Esta afirmación puede sorprender a quienes consideren que la mejor vía para “hablar de la justicia” es el discurso jurídico que, lejos de la libertad del ensayo, suele encorsetarse en la rigidez, la solemnidad y una jerga oscura para el lego. O por lo menos esa es la imagen del lenguaje jurídico que tenemos en este país.

 

La palabra y la reflexión acerca de la justicia, sin embargo, no corresponden sólo al discurso especializado, ni sólo al ámbito de quienes hacen las leyes, las interpretan y las aplican. Tampoco es sólo tema filosófico aunque la filosofía ha aportado luces al respecto, ni tiene que ver nada más con ciudadanía y democracia. La justicia es un tema, un problema más bien, que nos involucra a todos y acerca del cual cabe ensayar desde ángulos y perspectivas múltiples. Sobre la justicia hablan teóricas feministas, han hablado ideólogos marxistas y liberales; incluso las religiones definen lo que es por ejemplo “un hombre justo”. Pero también representan y buscan la justicia y, a la vez, denuncian la injusticia, escritores y artistas como Camus y Sartre, el propio Montaigne citado en la introducción; Rulfo, Revueltas, Paz, Castellanos, Garro, Orozco, Varo, o, desde el performance, Lorena Wolfer. Hombres y mujeres artistas imaginan, aspiran a cierta forma, manifestación, ideal de justicia y denuncian su ausencia, perversión o distorsión en la injusticia; exponen la manipulación de las leyes y la negación de la libertad sin la cual no hay justicia o pensamiento que valga, como también plantean las editoras.

 

“Justicia legal y justeza poética”, título de la introducción, nos sugiere un cruce conceptual en la definición y valoración de lo justo. Lo acertado, lo preciso y también lo que corresponde a una distribución acertada, conforme al bien pensar divino o, en términos laicos, el bienestar de la equidad. Lo justo, como metonimia de la virtud cardinal de la justicia, como metonimia de la medición exacta, adecuada, imparcial y bien fundada de la justeza. Desde esta relación de justeza y justicia podemos deslizarnos al buen sentido del pensamiento justo, jurídico, y a la armónica proporción de las artes, como la pintura o la escultura o, también, a la perfección estética de ciertas estructuras literarias. Podríamos, en contraparte, remitirnos al cuestionamiento de las proporciones justas de los modelos de belleza, a la (in) justa (des)proporción de las relaciones entre hombres y mujeres en el mundo. Esto es en parte (sólo en parte) lo que hacen algunos autores y autoras de este conjunto de ensayos. Y es sólo una parte porque, desde el inicio, las editoras nos llevan más allá de las academias (artísticas, jurídicas o políticas o políticamente correctas) en cuanto rechazan un concepto cuadrado, cuadriculado del arte, y, en cambio, introducen en las combinaciones de su rejuego de triángulos un elemento dinámico: la libertad.

 

Sin libertad no hay justicia, sin libertad no hay arte, sin libertad el cuerpo es una carga o una jaula; sin libertad, el género es un modelo dicotómico que per secula nos condena a la soledad y la oposición: lo masculino y lo femenino como modelos obsoletos de vivir en el cuerpo y en el mundo.

 

En este sentido, un subtítulo para este libro podría ser: “por una justicia en libertad y movimiento” o “ por una justicia creativa y móvil”. La movilidad, en efecto, es lo que le da, según escriben las editoras, a la justicia la posibilidad de adaptarse (¿y servir o transformar?) a un mundo cambiante; lo que le da al pensamiento la posibilidad de volar, de sobrevolar el paisaje y el universo entero, lo que le da a la pluma de Montaigne, de Virginia Woolf, o al pincel de Remedios Varo, la capacidad de transformar el pasado y abrir el presente hacia el futuro. La libertad y la movilidad romperían asimismo la parálisis traumática del Ángel de la historia imaginado por Benjamin (a través de una pintura de Klee) atrapado entre las ruinas del pasado y la tormenta del futuro. Gracias a esta ojeada hacia la libertad, se actualiza y amplía el concepto mismo de justicia.

 

Gracias a este cuarto y quinto elementos (la libertad y el movimiento), el triángulo arte, justicia y género va girando a través del libro, en los ensayos reunidos, y al final, nos invita a darle nosotras también la vuelta para reimaginar el mundo, pensar otros “arreglos” imparciales y armoniosos, acordes con una justicia en libertad, imaginativa y ética.

 

El libro se ha organizado en tres partes también interrelacionadas pero que conviene visitar por separado para nuestros fines: “Sujeto femenino, ley y resistencia”, “Representaciones de la Ley” y “Voces de resistencia”. Cabe empezar por la última sección, la más vinculada a problemas actuales inmediatos, sección que se ocupa de la injusticia de la violencia, en particular la violencia contra las mujeres manifiesta en la violación y el feminicidio, y por ende la necesidad de resistir, de responder, ya sea mediante la denuncia, la nueva argumentación jurídica, el arte.

 

Lourdes Enríquez, Aída Hernández y Sergio González Rodríguez nos dejan oír voces de resistencia de quienes han vivido en carne y cuerpo propios la violencia de la injusticia de género, la des-igualdad y la desproporción impuestas por el llamado sistema patriarcal, en todo caso autoritario, militarista, a veces semejante a sus antecesores teocráticos en cuanto a la palabra de la Ley, y hoy con frecuencia mentiroso y censor. A través de estos tres ensayos de estilo y contexto distinto pero unidos en sus referentes al caso mexicano, a la violencia que aquí se vive, las autoras y el autor despojan de sus ropajes brillosos a la Ley como solución de todos los problemas, como herramienta de fácil recurso y plantean distintas vías para leer la justicia desde otro lugar, si no siempre desde otra disciplina.

 

Lourdes Enríquez plantea la necesidad de una argumentación jurídica alternativa, des-obediente de los cánones, que no repita los criterios estrechos de justicia que a fin de cuentas se resumen en una gran in-justicia y una negación de la igualdad y la libertad de muchas mujeres, ya sea presas por no contar con traductor o abogado defensor, por no ser reconocidas como sujetos de verdad o por caer bajo la arbitraria definición de la criminalidad en una sociedad que condena y castiga el aborto pero no el feminicidio. Al proponer la necesidad de imaginar y multiplicar prácticas verbales y artísticas con eficacia performativa, a favor de la justicia entendida como compromiso ético y ámbito de libertad, la autora explica: “Para visibilizar y denunciar que un sistema legal en su conjunto entraña una ideología de género, es necesaria la expresión de estrategias que conmocionen las subjetividades y que busquen una nueva sensibilidad ética en el conjunto de la sociedad” (142). Nótese que aquí no sólo se habla de razón sino de afectividad, y de subjetividad, de una ética vivida.

 

A esto se refiere también, aunque no lo expliciten así, Aída Hernández al relatar el caso de Inés Fernández y Valentina Rosendo, mujeres meph’a, indígenas, violadas por militares, cuyo caso llegó, por la ausencia de justicia y ética en México, a la Corte IDH y en la que la autora fue perito cultural. A través de este lúcido ensayo, Hernández expone los límites y las posibilidades que enfrentan las mujeres ofendidas en casos criminales que llegan al litigio internacional. Inés y Valentina demostraron ser mujeres y voces valientes, dispuestas a resistir toda clase de contradicciones, negaciones y censura, en aras de la justicia. En este tránsito van ampliando el sentido de su demanda, al obligar a la Corte a reconocer las particularidades de su mundo, el sentido específico de la ética indígena que, por ejemplo, establecía la colectividad de la reparación del daño, obligaba a reconocer la interdependencia de personas y comunidad, la porosidad de las fronteras entre lo público y lo privado.

 

A su vez, Sergio González Rodríguez trae a nuestros oídos el “grito abismal de las víctimas de la violencia”, “grito abismal del abuso, la violencia, la explotación y el crimen” (169), en el contexto de la ya demasiado larga y extendida barbarie mexicana, cuyos objetos de ensañamiento no son sólo supuestos “delincuentes” sino población civil, mujeres y niñas atormentadas y asesinadas, niños y jóvenes explotados y destrozados. La voz de la resistencia no es aquí la voz de la Ley ni la voz de las víctimas, es el conjunto de trazos y líneas que, a través del arte, narran la historia, dan cara, nombre y cuerpo a quienes no deben quedar en el anonimato de las fosas masivas o de los archivos periodísticos y policiales. A través de este ensayo, el también autor de The Femicide Machine va y viene de Ciudad Juárez al exterior, del testimonio a la crónica a la ficción y el documental, para mostrar las dimensiones de lo que con Bolaño podemos caracterizar como el mal, ausencia de bien, ausencia de vida, de libertad, de ética, ausencia de justicia. El biopoder que transforma la vida humana, la cultura en vida desnuda, precaria, sujeta a la omnipotencia, a la indiferenciación, se presenta y denuncia aquí en la arquitectura abyecta, en el descampado de olvido o de simulación oficial en que se ha transformado el campo algodonero, en la representación de paisajes desolados donde la barbarie ha rebasado nuestra capacidad de entendimiento, sobre todo a la luz de veinte años de impunidad.

 

Si bien en esta sección predomina la denuncia del horror, el tono final del libro es alentador: si con la palabra se simula, con la palabra se revela; si con el derecho nacional se revictimiza, con otras formas alternativas es posible buscar la justicia. La resistencia en efecto está también en el hecho mismo de no negar la realidad, de ver el horror de frente y nombrarlo.

 

La luz entre las tinieblas que surge de estos ensayos nos permite leer las otras dos secciones del libro con una mayor sensibilidad al sentido ético de la palabra libre y de la reflexión en libertad. Siguiendo el movimiento de retorno, nos detenemos en “Representaciones de la Ley”, sección compuesta por los ensayos de Silvia Navarrete y Adriana Ortega Ortiz acerca del arte de Carlos Arias, Lorena Wolfer y Remedios Varo; las reflexiones de Karine Tinat acerca de la subjetividad femenina ante la pasarela del modelaje, y el sonado caso de las hermanas Papin tratado por María Teresa Priego. El cuerpo pintado, moldeado, estragado o destrozado es central en estos textos. Cuerpos femeninos maltratados por la violencia, la moda, las exigencias de un comercio carente de ética; cuerpo femeninos rescatados desde la fantasía, desde la acción reveladora del performance que denuncia la transformación de los objetos cotidianos en instrumentos de tortura. ¿Qué puede la Ley ante el odio al cuerpo propio?, pregunta Tinat ante la foto de una modelo anoréxica. ¿Qué ha podido la Ley ante la misoginia y la homofobia?, podemos preguntar a partir de la obra de Wolfer. ¿Qué pudo la Ley ante dos hermanas enloquecidas en una mismo drama familiar, ante las hermanas Papin?

 

La Ley, si se aplica, puede condenar, castigar, encarcelar.

 

¿Puede la Ley —por ejemplo la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia— transformar? No, parecen responder las ensayistas a través de sus reflexiones. La Ley, si acaso, puede prevenir: prohibir el asesinato, explicitar que la violación en el matrimonio es un delito, prohibir la talla cero, normar la publicidad.

 

El problema entonces no es sólo que las leyes no se apliquen (aunque ayudaría que se aplicaran) sino que la voz de la Ley no puede moldear las subjetividades ni los imaginarios, ni las aspiraciones. Para parar la furia asesina de las Papin, la desesperación letal de las anoréxicas, la misoginia cotidiana, lo que se requiere es una revolución social que libere al cuerpo y a las mujeres de expectativas asfixiantes y exigencias de contención y obediencia.

 

Ante los cuerpos abyectados por la violencia estructural, social y personal en el capitalismo globalizado, que exponen Tinat, Navarrete y Priego, el pincel de Remedios Varo se nos aparece como un instrumento de salvación: a través del cual las mujeres pueden escapar a otros mundos, refugiarse en la fantasía, volverse etéreas o mimetizarse con el entorno… para protegerse de miradas objetivantes. A través del texto de Adriana Ortega y Luisa Fernández, en efecto, Varo aparece como un espíritu libre que nos permite buscar la justicia con otro cuerpo, en otros ámbitos.

 

En la primera sección, finalmente, donde se exploran aproximaciones teóricas a la subjetividad femenina y a las subjetividades otras, donde se da cabida a la voz de los cuerpos marginales o marginados, ab-yectados en su diferencia, y se apela a la solidaridad, al reconocimiento de las diferencias y sus límites, Ana María Martínez de la Escalera, Lucía Raphael y Rodrigo Parrini nos sitúan en el cruce del pensamiento filosófico, la crítica de género y la construcción de subjetividades y de voces propias.

 

A través de las reflexiones de Woolf y Montaigne, Raphael nos acerca a una redefinición de lo femenino que, si bien coincide en parte con los estudios de género hegemónicos (la desigualdad, la diferencia, las normas, la construcción social, etcétera), rompe con el pensamiento anclado en la dualidad y la polarización. Junto con Woolf, apuesta por la androginia, por la trans-formación, por lo que llama “los vuelos del pensamiento”. Si lo femenino es más que cuerpo, más que norma, más que expectativa y más que una diferencia; si lo femenino es lo ajeno, lo otro, puede ser lo abyecto y es lo violentado, pero es también lo liberado, lo resistente.

 

Lo femenino es a fin de cuentas lo “otro” y se asemeja en su diferencia a esos cuerpos y subjetividades objeto de abyección —si puede decirse— analizados por Rodrigo Parrini en su lúcida reflexión acerca de la justicia y la abyección en los colectivos minoritarios. Contra las políticas de normalización, el autor busca vías alternas a la norma y a la sujeción, interroga el valor de las normas y recupera la importancia de los afectos, y del deseo, en la constitución del sujeto, de la comunidad, y también (necesariamente) en las consideraciones de las políticas que tienen que ver con la igualdad y la justicia para los grupos y personas llamados “minoritarios” y que idealmente las buscan.

 

A su vez, Ana María Martínez de la Escalera pone a dialogar saberes académicos, políticas públicas y voces del común, y en sus reflexiones recupera el valor de la micropolítica versus la dimensión macro, globalizadora y homogeneizadora. La micropolítica, escribe, es “la acción pública del discurso en el ámbito del activismo de género que escapa al poder seductor del aparato de Estado y sus usos reglamentados de la enunciación” (3); definición que podríamos adaptar a este libro que, como espero haber sugerido, contrasta en sus reflexiones acerca de la justicia con la Voz del Estado, del Legislativo o de los monopolizadores de la Violencia y de la Ley. Como otros autores, Martínez de la Escalera cuestiona la dicotomía del género y la percibe como instrumento o derivado de la biopolítica que moldea y torsiona (¿podríamos decir ya que extorsiona?) los cuerpos. Enuncia también la doble violencia que se ejerce contra las mujeres (y podríamos añadir contra las supuestas “minorías”) y nos remite a la resistencia, al discurso alternativo y, en particular, a la solidaridad de mujeres (y hombres) en un estar-juntos que se hace posible cuando se ha dejado de “soportar la dominación donde ésta existe”. La solidaridad así no es un “aguantar juntas” sino “…un ejercicio político en la medida en que incentiva el debate público donde se discute y se toman decisiones con el fin de abrir la experimentación social, haciendo de ella un ejemplo de justicia social y de igualdad histórico-política” (14).

 

Con este libro Priego y Raphael invitan a especialistas en derecho, a juristas y filósofos, a asomarse afuera de los marcos jurídicos y a redefinir lo que es y puede ser la justicia. Al lector (y lectora) común, tan preciado para Woolf y Montaigne, este libro le invita también a cruzar límites, a dejar volar la imaginación y a mirar la justicia en el arte, el género en la fluidez del tiempo, el espacio y la cultura, el arte en las voces de las resistencias.

 

*Lucía Raphael y María Teresa Priego (coordinadoras), Arte, justicia, género, SCJN-Fontamara, México, 2014, Colección Género, Derecho y Justicia.

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