Porfirio Barba Jacob: Una visita a la casa del poeta
Entre montañas cercanas a Medellín está la modesta Casa Museo de uno de los poetas mayores de Colombia, quien vivió en México uno de sus mejores momentos creativos
POR SONIA SIERRA
Angostura, Antioquia, Colombia.— No le hacen falta leyendas al poeta Porfirio Barba Jacob, pero en Angostura, el pueblo donde vivió su infancia y parte de su juventud, se han encargado de relatar otras historias. Julián Atehortúa, director y único empleado de la Casa Museo Porfirio Barba Jacob, conduce a los visitantes hasta una especie de sótano, detrás de la amplia casa de tres plantas, con la promesa de enseñar el mayor tesoro del museo: consiste en unos textos, escritos en letra manuscrita, y las barras que indican el paso de los días, trazados en el muro de tapia, que se atribuyen al poeta; se cuenta que los habría hecho a inicios del siglo pasado, cuando en medio de la Guerra de los Mil Días se refugiaba ante la persecución política. El estudio de ese tesoro y la restauración del inmueble se quedaron a la espera de recursos del Ministerio de Cultura del gobierno saliente de Iván Duque.
Pero no son las únicas leyendas y, lo que es más notable, un tesoro sí existe y está con llave en los cajones de la casa: cartas, recados, poemas —manuscritos y a máquina—, el diseño original a mano de la portada de uno de sus primeros periódicos, algunos ejemplares con su firma primera —Miguel Ángel Osorio, nombre con el que fue bautizado—. Son guardados en vitrinas, en tanto que el público puede leer copias de sus contenidos dispuestas en aparadores. En los documentos, regalo de familiares, amigos, vecinos e impulsores de la Casa Museo, hay referencias a los viajes del poeta; por ejemplo, figuran detalles de su vida en México cuando ya era conocido como Porfirio Barba Jacob, uno de los más grandes poetas de Colombia. La casa y los documentos están en muy frágiles condiciones.
El inmueble se ve de inmediato al llegar a la plaza principal de Angostura. Aunque ahí creció, Barba Jacob era originario del vecino municipio de Santa Rosa de Osos, en donde nació el 29 de julio de 1883, sólo que a días de nacido fue llevado por sus padres a vivir con sus abuelos. Fue en Angostura donde aprendió a leer y a escribir, donde creó sus primeros poemas, su única novela, las primeras revistas, donde además abrió una escuela —fue maestro a finales del siglo XIX— y usó su primer seudónimo, Maín Ximénez —de acuerdo con el escritor Efer Arocha.
Angostura es hoy un pueblo de 12 mil habitantes que se encuentra a 120 kilómetros de Medellín, pero son más de tres horas de viaje, pues no es de fácil acceso por la cadena de montañas que hay que superar para llegar. Sin embargo, no es Barba Jacob el personaje a quien más se identifica con Angostura; el pueblo —tierra de tradición conservadora como casi todo Antioquia— se conoce por un sacerdote, el Padre Marianito. La foto con el rostro del beato —fue declarado así por el papa Juan Pablo II, en el 2000— es una especie de escudo que “protege” el frente de todas las casas campesinas que se extienden desde el río Dolores hasta llegar a Angostura. El turismo religioso es su sello de identidad por encima del café, la ganadería, la panela —piloncillo—, el turismo ecológico y el cultural. En vida, el “Padre Marianito” y el poeta Barba Jacob no fueron cercanos, al contrario: el escritor y periodista descreía de los “tiranos de camándula” (rosarios), expresión que se lee en uno los escritos que guarda la casa.
En ninguna fachada del pueblo está la foto del poeta. A cambio, en la plaza principal tiene su casa, al frente de la iglesia exactamente. Fue desde este pueblo de donde Miguel Ángel Osorio partió en 1906, hizo escala en Barranquilla —en la que, como relata Fernando Vallejo, tomó el nombre de Ricardo Arenales, que con el de Barba Jacob usaría para firmar sus poemas— y comenzó un periplo que lo llevó a fundar periódicos o a escribir desde Honduras, El Salvador, Guatemala, Cuba, Perú, Estados Unidos. Este 2022 se cumplen 80 años de la muerte del poeta colombiano en la Ciudad de México, en enero de 1942; fue en ese mismo año cuando nació en Medellín Fernando Vallejo, quien ha relatado como nadie los pasos de Barba Jacob, “el hombre que se suicidó tres veces”.
La casa es una vivienda con más de dos siglos de existencia. Las salas del frente están dedicadas al poeta; a la derecha se exponen pinturas de artistas locales que retrataron o reinventaron el característico rostro del escritor, conocido también como “El hombre que parecía un caballo”, apelativo que viene del cuento del guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, quien se inspiró en el poeta para escribirlo.
Al frente de esa sala, están dispuestos tres salones que conservan recuerdos suyos, copias de caricaturas de autores como Ricardo Rendón, y otros anónimos; se exponen antiguas páginas de periódicos y revistas sobre su obra o el homenaje en el centenario de su nacimiento, que se cumplió en enero de 1983; una vitrina guarda con llave sus escritos, otra alberga objetos de culto: el abrecartas que dejó en su casa antes de partir hacia el mundo, en 1906, la pequeña lápida y el crucifijo con que fue sepultado en el Panteón Español de México; en la pared está colgado un cuadro con fotografías modernas de la casa de la calle López —en el Centro Histórico de la Ciudad de México—, donde vivió y murió el 14 de enero de 1942. Al centro está dispuesto un busto.
En la siguiente sala se pueden ver numerosos retratos familiares, copias de las fotos de sus abuelos, de los primos, de los dueños de la hacienda La Culebra, ahí en Angostura, escenario de su poema “La parábola del retorno”. Todos los cuartos contienen copias de fotos o caricaturas más o menos conocidas del poeta, pero no hay una sola de él de cuando era niño o joven.
A falta de libros que le permitan al público conocer sus obras, en muros de los corredores, que rodean un jardín de flores, están puestos poemas como “Canción de la vida profunda” y “Elegía de un azul imposible” —fechado en Guadalajara en 1921—, y al fondo se ha dispuesto un espacio con las fotos de los amigos que Barba Jacob tuvo en su pueblo.
El inmueble histórico, que alguna vez fue casa de panela (producción de piloncillo), archivo municipal, sede de la Acción Comunal, tiene una amplia biblioteca con literatura universal y colombiana, pero carece de obras de Barba Jacob; tampoco están libros acerca de él como la biografía El mensajero, de Fernando Vallejo, o los Escritos mexicanos, compilado por Eduardo García Aguilar. Esa es una deuda con esta antigua Casa Museo.
Los poemas, cartas y escritos inéditos no son muy numerosos, pero sí son un patrimonio que deberá —con urgencia— ser restaurado e investigado. Julián Atehortúa los toma y va mostrando, por ejemplo, la portada de uno de los primeros periódicos del poeta, La Luz, de marzo de 1903 —en su pueblo también fundó los periódicos El Trabajo y El Estudio—. Muestra además una carta dirigida a uno de sus amigos; cuenta que, en cambio, nada queda de su única novela, Virginia, que fue quemada por órdenes del alcalde, apoyado por el famoso padre Marianito, como ha relatado Efer Arocha.
Durante la visita a la casa, el director del recinto lee partes de una carta de siete páginas que el poeta mandó a su tía María del Rosario Osorio de Cadavid; es una misiva escrita desde Nueva York —en 1916— en la que reclama que no ha recibido noticias ni de sus familiares ni de sus amigos: “Ya me hubiera desesperado con este horrible silencio si no fuera porque después de todo me queda un consuelo, el de creer que las circunstancias de México, determinadas por la larga revolución de aquel país han hecho que se pierdan mis cartas o bien que se pierdan las tuyas”.
Escrita a máquina, la extensa carta permite a los lectores conocer algo de lo que fue su experiencia en México: “Las peripecias de mi existencia son incontables, en general puedo decir que no debo quejarme de la suerte por lo que se refiere a la salud, pero sí por lo que se refiere a la fortuna. Durante siete años estuve trabajando en México con todas las energías que Dios me dio y logré crearme una buena posición, abrirme crédito y hacer muy buenas amistades. Pero vino después la guerra y yo, metido en el torbellino de la política, tuve que correr la suerte del país. Al triunfar la revolución de Carranza y Villa, y después de año y medio de agitación y peligros, tuve que salir corriendo para Guatemala; no necesito decirte que en la fuga perdí todo lo que tenía, es decir mis libros que eran más de cinco mil, que me habían costado tantísimo dinero, y que representaban mi tesoro”.
Más adelante, se lee cómo debió viajar a La Habana y desde ahí a Nueva York donde —narra en su carta— trabaja y tiene buena salud, pero se aburre muchísimo: “Me hacen mucha falta afectos, pues he permanecido soltero y creo que permaneceré solterón. Paso días de una soledad horrible y por las noches me asaltan pensamientos desolados. Comprendo que me voy envejeciendo ya no tengo aquella inquietud, aquella travesura y aquella movilidad que tenía y que me duraron hasta hace tres o cuatro años. Se va uno apagando”.
Es una carta llena de nostalgia, donde reconoce cómo extraña a su abuela Benedicta Parra, que había muerto en 1905, y cómo planea volver, para vivir en Medellín. Los sueños que le cuenta confirman cuanto añora: “Otra noche soñé que estaba en una tienda de Angostura con Francisco y Benjamín Mora, Gregorito Cardona, mi tío Abel y no sé quiénes más, y dizque me reí mucho porque estaban haciendo cuenta de las cosas notables que conocíamos los angostureños: La Culebra de mi mamá, los floreros de Chochos de Filomenita, las camisas blancas de don Alejandro Vélez, el bayetón de don Merejo y no recuerdo qué más… en eso dizque pasaba el padre Marianito con una procesión, nos hizo unos ojos tan bravos que por poco nos come…”
La Casa Museo de Porfirio Barba Jacob, constituida por la iniciativa de un grupo de ciudadanos de Angostura, como Adonaís Jaramillo, se inauguró como casa museo en 1983, y forma parte de la Red Nacional de Museos. Tiene prometidas dos partidas del propio municipio y del departamento para su restauración, pero ninguna por ahora del Ministerio de Cultura.
FOTO: Caricaturas que retrataban al poeta, hechas por artistas locales/ Sonia Sierra
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