Gabe Klinger y el juguete relativista
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Porto es la historia de un triángulo erótico entre un joven albañil ocasional, una estudiante seis años mayor que él y el ex maestro de ella es narrado en tres distintas secuencias, pero con la misma ciudad de fondo: Porto, escenario de soledades amatorias
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Porto (Portugal-EU-Francia-Polonia, 2016), púdico debut inteligente del crítico-cinedocente-filmocurador brasileño de 34 años Gabe Klinger (famoso documental previo: Doble play: James Benning y Richard Linklater 13), con guión original suyo y de Larry Gross, una misma historia se enfoca desde tres distintas perspectivas trilingües: en la primera, el taciturno albañil ocasional y vagamente acabando una carrera universitaria de 26 años Jake (Anton Yelchin) se despierta en el depto de su amante de una noche seis años mayor que él Mati (Lucie Lucas), encuentra cierta invitadora nota escrita por ella, vagabundea cabizbajo por la bella Porto/Oporto portuguesa, evoca el gozoso ligue de ayer, que según parece lo ha marcado para siempre, y regresa a ordenar el lugar a media mudanza, en espera por varias horas de la guapísima mujer, quien inesperadamente llega en compañía de su barbón exmarido-exmaestro de arqueología Joao (Paulo Calatré), produciéndose una embarazosa situación durante la cena, en la que Jake recibe la peor parte, debiendo largarse con el rabo entre las piernas, cual lamentable rogón ridículo en adelante (“No quiero verte, Jake”); en el segundo enfoque, situado mucho antes del anterior, la hermosa arqueóloga francesa de 32 años Mati vive tranquila en Porto al lado de su linda hijita violinista Madeleine (Leonor Brunnel) pero debe lidiar con su soledad amatoria y tolerar la ruptura de las convenidas reglas posdivorcio por su exmarido portugués Joao, por lo que, tras vagar por la ciudad, huye a Francia a consultar en vano a su anciana madre (Françoise Lebrun), quien le asegura que esa insoportable soledad será su único posible tristísimo designio femenino, y luego, la desesperada Mati se paga el acto gratuito, pero por sorpresa muy gratificante, de levantar en el café al joven albañil hijo de diplomático estadounidense Jake, a quien había divisado en la excavación donde actualmente trabaja, sólo para descubrirlo como experto en epigramas griegos y un amante excepcional, al que sin embargo, a resultas de un embarazoso incidente casero, deberá despedir cual sirviente humillado, para ella proseguir con la indeseada compañía ya desechada por probadamente insatisfactoria: su exmarido Joao; y en un tercer segmento, Jake y Mati viven a profundidad su azaroso encuentro erótico, tan efímero como el juguete relativista que los contiene.
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El juguete relativista se integra y desintegra de una vez por todas, al tiempo que destroza tanto las peripecias melodramáticas de la comedia romántica de consumo masivo en boga, como las sentimentalistas convenciones de un cine erótico aún residual, anteponiendo la fatalidad y la inminencia de un presente vuelto casi recuerdo, un relato en rotación, desmoronado en briznas de realidad pura, vértigo y abismo abismado, con enorme influencia estética de sus coproductores crucialmente minimalistas nocturnal-deambulatorios Jim Jarmusch (Noche en la tierra 91) y Chantal Akerman (Noche y día 91), donde el futuro antecede al presente y sólo semeja determinarlo.
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El juguete relativista lleva así hasta sus últimas consecuencias un descoyuntamiento narrativo digno de la Rayuela de Cortázar y desarrollado como explícito homenaje sintético y sincrético a la célebre cinta periódica en 3 episodios de Richard Linklater sobre las consecuencias duraderas de un azaroso encuentro-separación romántico en forma de tríptico decenal (Antes del amanecer/Antes del anochecer/Antes de la medianoche 95/04/13), pero donde medra al latente acecho urbano el retórico plano fijo hiperrealista extremo a lo artista visual paisajístico/antipaisajístico James Benning (Cuatro esquinas 97, El Valley Centro 00) y donde virulentos y decisivos se manifiestan los providentes Modelos para Armar (más que rompecabezas lúdicos) del cineasta sudcoreano de culto Hong Sangsoo (En otro país 12, Justo ahora, mal entonces 15), dando como insigne resultado premeditadísimo una estructura tripartita que dramáticamente permite mostrar primero los efectos y después la causa, una estructura significante y estallada en la diseminación controlada/incontrolada (edición del director y Géraldine Mangenot), una estructura a base de criaturas multidimensionales en los que hasta el perrito flacote de Jake llamado Schmity o la dueña de su casa de huéspedes (Leonor Cordes) desempeñan funciones de mansedumbre deseante, una estructura artística muy calculada y deliberada que se funda en la música jazzeada para pianos supercachondos del dúo Emahoy Tiegué-Maryam Guébrou y en una fotografía de Wyatt Garfield muy grisácea en la ciudad melancólica y rosácea en las imágenes de inminencia sexual, una estructura intelectualizada que escamotea y descubre hechos sin cesar reinventados, una estructura emotiva llena de revelaciones aplazadas y desplazadas de la pareja, una estructura antipsicológica que admite y elogia el acto libre fuera de cualquier código o predeterminación.
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Y el juguete relativista afirma, confirma y reafirma un momento perfecto, fija ese erotizado y hondo momento perfecto formidablemente y para siempre, un instante perturbador y permanente en su gozosa intensidad improlongable e irrepetible, el momento que se rescata y se magnifica para que prevalezca por encima de todas las desviaciones y detritus de lo real, una verdad ideal porque está hecha de acercamientos y cuerpos fragorosos e interminables caricias poscópula (enfrentando sin miedo ni misericordia al proverbio latino: postcoitum animal triste) y lúcidas confidencias, un absoluto de vida plena y verdadera que deshace y torna evidentes todas las mentiras vitales presentes, pasadas y futuras, así sean las formuladas por Proust (“Todas las mentiras dichas por los amantes tarde o temprano se vuelven verdad”) y repetidas por una estoica iluminada Mati ante un Jake esperanzado fallido: y los empiernados amantes satisfechos siguieron viéndose cara a cara sobre sus almohadas por toda la eternidad todavía hoy libertaria.
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FOTO: Porto se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 16 de agosto. / Especial
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