Preludio a Ramón Xirau
POR JORGE ORTEGA
Poeta y ensayista, autor de Guía de forasteros (Bonobos / Conaculta, 2014)
Escrita en catalán a diferencia de su ensayo, concebido en castellano, la poesía de Ramón Xirau (Barcelona, 1924) es indisociable de la luz, principio que de hecho infunde personalidad artística y sentido emocional al universo del filósofo catalanomexicano. Y no se trata de una luz simulada o racional, simbólica o decorativa, sino de una luz nostálgica, y por lo tanto vivencial, que alumbra los horizontes de la memoria y se filtra en los avistamientos del sueño. Es el fulgor de los veranos de una niñez idílica anterior a la Guerra Civil Española, el resplandor del litoral mediterráneo estallando en imágenes difusas que el tiempo y la distancia irán después diluyendo en el destierro. Luz empírica, más percibida que pensada o inventada, más primigenia e innata que adoptiva, más biográfica que de orden creativo. Entre las reminiscencias y las ensoñaciones, Xirau lanza las redes del poema y pesca de nuevo, día a día, la posibilidad de la presencia lisa y llana como regeneradora del ser: “Las puertas se abren en la noche unánime. / En la frente / un viejo mar, igual que el origen, madura, / sí, ciertamente, solo, en las rendijas / del cielo en el que el alba resucita”.
Esa luz constituye para Ramón Xirau la forma y el fondo de su visión poética, dado que representa la condición necesaria para conferir visibilidad a las pesquisas de una conciencia onírica, anfibia, en la que memoria y sueño, como dije, parecen de pronto fundirse y alcanzar en aras de la paradoja una sugerente aleación de ecosistemas y atmósferas. La claridad y la penumbra, la montaña y la costa, el amanecer y el poniente, el silencio y la música integran la base del sistema figurativo y cromático de Xirau. Ello y algunos componentes pertenecientes a estas categorías, tales como el musgo, la nieve, la espuma, el alga, reiterados a lo largo de su obra como amuletos léxicos. Lo forestal cohabita en lo marino y viceversa, y en la oscuridad nocturna arde la candela del amor o el cirio de alguna revelación. La poesía de Ramón Xirau relativiza así los absolutos, o más bien, invierte su lógica de aplicación, recurriendo a la cátedra de los maestros, los místicos cristianos, y en particular Juan de la Cruz, cuyo “rayo de tiniebla” —tomado de san Buenventura, quien lo toma a la vez del Areopagita— conforma quizás el más acabado troquel de su arte poética.
Y a propósito de esta compaginación de naturalezas y del talante espiritual de este hijo del exilio republicano, la disposición que mejor captura la gravitación de la poesía de Xirau es la levedad, un rasgo que apuntalan la ligereza de ánimo y un minimalismo estrictamente literario que apela a la economía de medios —estructura textual breve y aérea, frugalidad verbal—, una característica que confirmarán los años. ¿Tendrá que ver en todo ello la quietud que reivindican y destilan los poemas del autor de Poesía y conocimiento? Desde luego, y no solo porque Ramón Xirau consigue armonizar pensamiento y sensibilidad bajo el cordialísimo signo de la unidad heredado de la filosofía helénica, sino también porque a través de la mitificación del recuerdo la realidad poética de Xirau conquista la atemporalidad de un paraíso en el que los elementos fluyen siempre en cámara lenta, a la manera de un paisaje que se hace y rehace adentro de una pequeña botella de cristal. Por algo habría que añadir, en suma, que Ramón Xirau es un poeta de la transparencia, de esa diafanidad que transluce las acuarelas de la evocación y la ensoñación en trazos y colores salidos de la misma paleta.
La radiante afabilidad que rezuma la poesía de Ramón Xirau también se la halla en su prosa metafísica y filológica. Me refiero a la generosidad de su modo expositivo, traducido en una sintaxis tersa y precisa impregnada de la parsimonia del sabio y la paciencia del genuino profesor, el que enseña por vocación y concibe en el magisterio de las humanidades una misión trascendental incitada por la tonificación del alma y un ideal de concordia en que resuena el banquete platónico y el ágape neotestamentario. Entre la afectividad y el raciocinio, nuestro longevo pensador ha tendido el puente de la imaginación creadora, conciliando mediante la palabra literaria la supuesta polaridad de Eros y Psique. De ahí la preciada labor intercesora que cumple la poesía en y para él, una “teoría del conocer”, como la denominó Julio Hubard, y, a la vez, conjunción de la misteriosa gracia de este mundo con la posibilidad de lo sagrado. Y es igualmente por eso que su escritura transita de las interrogantes y certezas del filósofo a la perplejidad del poeta, inclusive a través de la intuición del ensayista que avizora en sor Juana, Lope de Vega, Juan Ramón Jiménez, Vallejo, Borges, Lezama, Paz o la poesía concreta brasileña una fuente de interlocución con la apertura del cosmos.
No deja de resultar llamativo que Xirau haya optado por su primera lengua materna, el catalán, para componer poemas, reservando el castellano para el ámbito reflexivo. Pero si se considera que nació dos veces, una en Barcelona, en el parto, y otra al llegar con sus padres ─doña Pilar Subías y don Joaquín Xirau Palau, connotado educador y hombre de ideas─ a México en 1940, pudiera decirse que el idioma español de nuestro país será para Xirau una segunda lengua materna, tan sustancial y entrañable como el catalán, tomando en cuenta, por lo demás, que tiene ya tres cuartos de siglo radicando en la que se convirtió en su patria adoptiva (¿o cuál es, luego de una vida, el verdadero suelo de los transterrados?). Como sea, Ramón Xirau no renunció nunca al catalán y, como un incesante tributo a su cultura original, lo mantuvo intacto en el lenguaje más emotivo y espontáneo de trato con el mundo: la poesía. Xirau hizo del lirismo, pues, un idioma confesional, su lengua de conversación consigo mismo, o sea, con su memoria primordial y su imaginario genético, los propios y los de los antepasados, reunidos en una muy particular forma de ser, sentir, actuar, por evocar aquí la insobornable epifanía del seny català. Después de abandonar, adolescente, Cataluña, Marsella, París y Europa, Ramón Xirau supo que la conservación del catalán se volvería su modo de resistir y subsistir en el tiempo, de permanecer fiel a sí, a la más profunda raíz de su conciencia.
*FOTO: La labor de Ramón Xirau en las aulas universitarias ha sido reconocida por generaciones de académicos e intelectuales/Archivo EL UNIVERSAL.
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