El futuro de los podios en México
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La edición más reciente del Premio Internacional de Dirección de Orquesta OFUNAM fue un escaparate de talentos donde la falta de madurez no impide sus propios discursos con la batuta
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POR IVÁN MARTÍNEZ
El pasado 23 de septiembre se llevó a cabo, en la Sala Nezahualcóyotl, la final de la primera edición del Premio Internacional de Dirección de Orquesta OFUNAM, certamen que retoma el espíritu del extinto Premio Eduardo Mata que, con esta misma orquesta como ensamble residente, coordinó la organización Instr umenta y la UNAM en cuatro ediciones entre 2003 y 2009.
A la última ronda llegaron la china Jiajing Lai (de 27 años), el español François López-Ferrer (de 28) y el venezolano Rodolfo Barráez (de 24), quien se llevó el premio del jurado presidido por el titular de la filarmónica universitaria, el violinista Massimo Quarta.
Que ambos, el Eduardo Mata y ahora éste, asocien a más de una docena de ensambles nacionales, supondría crear una relación de las jóvenes promesas internacionales con nuestro país. Por alguna razón, no ha pasado: de los seis ganadores del Mata, únicamente Sylvain Gasançon ha mantenido estrechas relaciones con las orquestas mexicanas tras el año que como premio le tocó dirigirlas. Entre los concursantes mexicanos, grupo del que no ha resultado ningún finalista, sólo Alondra de la Parra (semifinalista en 2005) ha logrado consolidar una carrera en el terreno orquestal, y lo ha hecho fuera de México; Pablo Varela (semifinalista en 2003) se ha dedicado a la dirección coral.
Como sucede en competencias artísticas, las discusiones entre el jurado –y el público– que las atiende pueden tener variables infinitas: premiar a quien es más joven pero con mayor posibilidad de crecimiento, quien tiene mejor técnica pero no ha sido suficientemente solvente para mostrar un discurso, quien tuvo mejor desempeño el día de la final pero no en las rondas anteriores o viceversa… O lo que ve el jurado, todos directores, contra lo que vivieron los atrilistas, los más aptos para juzgar el desempeño de una batuta, en el nivel de comunicación que lograron con cada uno de los concursantes: si de por sí hablamos de temas que se miden subjetivamente, hay cuestiones profundamente particulares que pueden funcionar en una situación y en otra no.
El jurado deliberó por más de noventa minutos (más de lo que tardamos en escuchar a los finalistas) y al anunciar su decisión, su presidente fue enfático en aclarar que ésta había sido por mayoría. La orquesta quiso involucrarse y en votación secreta el día anterior, decidió otorgar un premio a quien resultó segundo lugar: Lai.
En pláticas de pasillo, quienes me confiaron que habían votado por ella, se emocionaban al contarme la naturalidad con que su mínimo gesto les comunicaba lo que quería. Yo destacaría de ella la mejor técnica: impecable, de movimientos amplios pero muy naturales, y en la lectura de la obra mexicana obligatoria, el Collage de Armando Luna, una claridad analítica total de lo que está en el papel con mucho sentido de la energía y el vigor sonoro. Su Brahms, en cambio, me pareció frío y con un discurso más de escuela que propio.
A López-Ferrer se le notó nervioso e inmaduro, sobre todo técnicamente: ineficaz en su propio manejo del movimiento, nebuloso en su lectura de Luna y sobrado de emoción juvenil en Tchaikovsky; honesto, pero no siempre correcto y sin saber cómo traducir su discurso a la batuta.
Barráez conjugaba, sin la mejor técnica y sin un Dvórak que apabullara interpretativamente aunque tuviera momentos emocionantes, lo mejor de ambos en balance. Además, aun el más joven, se notó el más experimentado, incluso en formas no musicales que evidencian un más desarrollado manejo de situaciones que seguramente le harán llegar más lejos más pronto (gestos de cortesía con la orquesta y gestos visuales con el público). Su mejor activo me parece es la lejanía con los exabruptos eufemísticamente defendidos como “latinos” de compatriotas suyos.
Los concursos son escaparates y plataformas de fogueo para jóvenes artistas y en un país como el nuestro, sin escuelas reales de dirección, resulta pertinente que exista uno de carácter internacional dedicado a quienes han escogido la batuta como su carrera. Más ahora, que el futuro de los podios en las orquestas pende del delgado hilo de la Cuarta Transformación.
Pasa cada seis años: ¿seguirá tal en la orquesta tal? “El nuevo gobernador fulano quitará a mengano para poner a sutano”: a cada cambio de gobierno, se sucede un nerviosismo entre atrilistas que en esta ocasión comienza a generar temores mayores. No es gratuito: los lectores recordarán el episodio en la Filarmónica de la Ciudad de México en el que Jorge Mester no pudo continuar porque ganaba más que el entonces jefe de gobierno, el hoy presidente electo. El cambio de régimen no sólo promete topes salariales, sino un cambio radical, según la experiencia en la Ciudad de México, en cómo desde el gobierno se concibe la cultura; específicamente en cómo se entiende o no el quehacer musical: ¿son las orquestas sinfónicas instituciones fifí?
Sin hablar de cada caso particular en los estados (la Filarmónica de Boca del Río la dirige Mester y es una organización creada por los enemigos políticos de la nueva mayoría), tan sólo en la Ciudad de México la titularidad de cuatro de las cinco orquestas profesionales dependerá de las nuevas reglas: la Filarmónica de la Ciudad (cuyos miembros votaron la semana pasada por mantener a su titular, Scott Yoo), la Sinfónica Nacional y las orquestas de Cámara de Bellas Artes y del Teatro de Bellas Artes. Si permanecen como las conocemos y lo único que cambia es el tema salarial, ¿quién querrá dirigir esas orquestas con la tercera parte del sueldo actual?, y sobre todo, ¿a qué nivel lo hará?
FOTO: Los jóvenes directores de orquesta Rodolfo Berráez, Jiajing Lai y François López-Ferrer./ Cortesía Difusión UNAM