Primera caída; un relato sobre Blue Demon

May 20 • destacamos, Ficciones, principales • 2187 Views • No hay comentarios en Primera caída; un relato sobre Blue Demon

 

En esta ficción se reescribe el origen del nombre de Blue Demon, un evento fortuito que marcaría su legendario destino. El fragmento pertenece a Sin límite, libro que noveliza la biografía de Blue Demon Jr.

 

ABRAHAM PADILLA

Yo únicamente soy un ser humano que amo con todas mis fuerzas lo que hago; respeto profundamente mi deporte, mi carrera, disciplina, mis principios, y si eso sirve para que la gente tenga un modelo a seguir, y pueda seguir como un ícono, yo lo que digo es gracias; y a seguir echándole más pasión, más amor. Porque eso de “echarle ganas” no existe; aquí hay que echarle pasión, amor, y fe, con todo el corazón.
Blue Demon Sr.

 

Laredo, Texas, Estados Unidos de América, 1948

—¡Espera! —El anunciador detuvo del hombro a la persona que le extendió el papel, y le gritó al oído para hacerse escuchar por encima de la multitud— ¿Cómo se pronuncia? —Preguntó mientras señalaba la segunda palabra del nombre que debía anunciar al público. Con la primera palabra no tenía problema alguno, los nombres de los colores son de las primeras cosas que se aprenden en inglés (y en cualquier idioma extranjero), incluso fuera de la escuela.

 

Daimon —era la forma en que se pronunciaba la palabra inglesa diamond, “diamante”. —La “d” del final no se pronuncia —le explicó el hombre que le había dado el papel— y la “a” y la “i” se dicen como combinándose, debe sonar más la “i”.

 

El anunciador movió su cabeza de arriba a abajo, con seguridad, para hacer notar que lo había comprendido a la perfección; sin embargo, quien lo hubiese visto, habría notado un extravío de duda en sus ojos. Miró a quien le pasó el papel salir del ring por entre la primera y la segunda cuerda alzada al máximo, prácticamente hasta la altura de la tercera. Entornó la mirada. “Daimon, daimon, daimon. Diamante azul”, repitió mentalmente, para no olvidarlo. Miró en derredor suyo. El lugar estaba repleto. Abrió los ojos desmesuradamente, como sorprendiéndose por la incalculable multitud que lo rodeaba, y una especie de aturdimiento se apoderó de él. La noche iba a ser larga, y todavía no iban ni a la mitad. Se aferró al micrófono que colgaba de un largo cable desde la techumbre del lugar, y miró hacia arriba. Las potentes luces eléctricas lo aplastaron allí, en medio del cuadrilátero. Apretó los párpados y sacudió la cabeza. Un pesado soplo de viento, espeso de hedor a comida frita, a sudor, a cerveza, subió hasta su rostro. Miró subir, cruzando por entre la primera y la segunda cuerda, a los siguientes luchadores. Uno llevaba puesta una máscara de piel en color azul. Al verlo volvió a ensayar su anuncio mentalmente “Daimon, daimon, daimon”. Metió su dedo índice derecho entre su piel y el cuello de su camisa, tratando inútilmente de liberar la presión que su corbata de moño ejercía sobre su garganta, pero en lugar de ello se lastimó todavía más. Hacía calor. Se enfureció consigo mismo, torció la boca, pero de inmediato buscó reponerse porque era momento de sacar toda la profesionalidad de su oficio, y, como si se sintiese pleno y fresco, se dispuso a anunciar a los gladiadores que harían emocionarse al público conformado mayoritariamente por mexicanos que durante la guerra habían ido a trabajar las tierras estadounidenses, y que en este espectáculo sanaban un poco de la nostalgia de su patria. Uno a uno fue gritando profundamente los nombres de los colosos, alargando impactantemente las sílabas para contagiar al público de la emoción de la voz, y el público le respondía extasiado, con palmas, con aullidos. Todo el malestar sentido previamente desapareció en el anunciador, con cada nombre que soltaba, y, completamente dominado por sí mismo, olvidó todo lo que instantes antes lo había incomodado, lo olvidó todo, y entonces, al presentar al último luchador, el que ocultaba su verdadera identidad tras una máscara azul de piel, gritó:

 

—¡Bluuuuuuuuu Dimooooooooooooon!

Sí, Dimon en lugar de Daimon. Dimon: la forma en que se pronuncia “Demon”, “Demonio” en español. “Demonio” en vez de diamante. El anunciador ni siquiera se dio cuenta de cómo lo pronunció. Soltó el micrófono y se divirtió mirándolo subir hacia la techumbre jalado por el cable del que colgaba. Sonrió confiadamente, en su rostro se dibujó la suave y plácida expresión de quien sabe que ha cumplido honradamente con su trabajo, de quien sabe que ha realizado un trabajo bien hecho. Nadie le dijo que se había equivocado, y, si alguien se lo hubiese dicho, seguramente no le habría dado importancia, era solo el nombre de un debutante, de alguien que seguramente no volvería a subir a ese escenario, y quizás jamás volvería a pisar un encordado; así desfilaban muchos hombres anónimos por entre las cuatro esquinas de un ring para tener unos minutos de gloria y luego volverse a sumir en la oscuridad del fracaso. Además, nadie en el público sabía lo que tenía que haber dicho, y, entre tanta emoción y ruido, seguramente nadie lo había notado. Y era verdad: nadie lo notó. Nadie, excepto Rolando, el que le había extendido el papel al anunciador. Era el destino.

 

Rolando Vera fue el único que se dio cuenta del error, y, al escucharlo, una suave sonrisa, como de alguien quien queda agradecido porque se le recordó algo que había olvidado, se dibujó en su rostro. En la sutil diferencia de una vocal, una piedra preciosa pasaba a ser un demonio: Rolando veía en esa mala pronunciación no un equívoco, sino un fraternal golpecito que ordenaba su plan y le daba una forma mejor definida que la que él había pensado. Si bien era cierto que su muchacho, noble de carácter (representado por el color azul de la nobleza) tenía un futuro que había que pulirse para brillar (como un diamante), no sería siempre una promesa a futuro, el trabajo y la dedicación que le caracterizaban le llevarían más temprano que tarde a convertirse en una realidad. El nuevo orden de las cosas, establecido por los golpes misteriosos del destino, elevaba con esta aparente equivocación, a los ojos del maestro, la poesía con la que siempre (aunque a veces inconscientemente) se confecciona todo nombre de batalla de un superhéroe: su debutante, pensado para ser Diamante, demostró sobre la lona que en realidad era un Demonio, devastador, implacable, colosal a pesar de su corta talla, que se veía compensada con creces por sus enormes y poderosas manos como palas, de las que esa noche, el primer contrincante en su carrera, al identificar su peligro, tratando inútilmente de huir, terminó siendo brutal víctima. Era el destino. Su fuerza, su combatividad, su rudeza, y la peligrosidad de su actuar sobre el cuadrilátero no mermaba ni un poco la nobleza de su personalidad. Era una poética contradicción, casi filosófica, no planeada, sino producida por un invisible poder en el propio altar de la Lucha Libre, en el momento mismo del sacrificio a la afición, y valiosa porque es en las contradicciones, en la oposición de fuerzas contrarias, en el intercambio de argumentos opuestos, como el entendimiento, el universo en sí mismo, se construye. Allí, un metro por encima de la tierra, y rodeado de veinticuatro metros de cuerdas triples repartidas en cuatro costados, estaba naciendo en el centro mismo de la acción, y cobijado por los alaridos de su feligresía, un nuevo héroe, un demonio noble, un demonio azul, Blue Demon. Era el destino.

 

—A partir de hoy te vas a llamar Blue Demon —le dijo Rolando a su pupilo, apenas recibirlo en los vestidores, habiendo dejado sobre el encordado toda la vorágine de fuerza desatada, y volviendo a ser el joven callado, un tanto tímido, atento, y deseoso de aprendizaje que se dejaba guiar por su maestro.

 

Por supuesto, era solo el inicio. En el ser humano su nombre es solo un punto de partida, apenas un indicativo que va adquiriendo su significado más que con el paso del tiempo, con el peso de sus actos, y con el soplo inminente de sus circunstancias, de su gente, de su época; y al que cada día, cada hazaña le va añadiendo significados de los que a veces se despoja o en los que a veces se anida. El nombre es el golpe primero que toda persona da para tallar en la piedra de la historia su identidad.

 

 

FOTO: Blue Demon, ídolo de la Lucha Libre mexicana. Crédito de imagen: Archivo Jesús Magaña

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