La Gran Guerra: historia, virus y cine
La cinta 1917 significó el regreso del cine a la Primera Guerra Mundial, una fuente recurrente de historias en las que sus directores han plasmado sus visiones antibélicas con fuertes críticas al totalitarismo y al racismo
POR ARIEL GONZÁLEZ
La película 1917 llegó tarde para la conmemoración del inicio y final de lo que se dio en llamar la Gran Guerra. Por su parte, el Covid-19, que impone cuarentenas y medidas extremas en todo el mundo, llega después del centenario de una de las más graves pandemias de la historia, una que cobró según los cálculos más conservadores más de 50 millones de vidas: la fiebre española, que no era una fiebre cualquiera y mucho menos española.
Fue una mortífera epidemia que persiguió a los combatientes de todos los bandos y la población mundial durante 1918, precisamente en el último año de la guerra. Atacaba sobre todo a los jóvenes, se propagaba a una velocidad impresionante y provocaba la muerte en pocas horas. Nadie sabe exactamente de dónde vino, pero la pesadilla comenzó oficialmente en un cuartel de Kansas y de ahí pasó (junto con las tropas de Estados Unidos que fueron desplegadas a Europa) al resto del mundo. En México, para que veamos el tamaño de la tragedia, murieron ese año unas 300 mil personas (El Universal, 1/09/2018).
La guerra y la enfermedad se cruzaron en una pavorosa comunión: las trincheras, los hospitales saturados, mal acondicionados y sucios, la inexistencia de medicamentos apropiados, en fin, el escenario perfecto para un desastre de proporciones apocalípticas.
Utilizando como pretexto el estreno de 1917, me propuse mirar hacia el ámbito al que ha ingresado, es decir, ese selecto grupo de películas que la preceden en el abordaje de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la llegada del Covid-19 hace que me pregunte por qué aquella otra gripe que terminó matando cinco veces más personas que las balas, cañones y armas químicas no figura como protagonista de este subgénero. Diríase que directores y guionistas se inmunizaron ante los horrores de la enfermedad, o que simplemente les pareció poco cinematográfica, pero es un hecho que, vista a la distancia, la impronta que dejó en la humanidad es por lo menos tan profunda como la de la Primera Guerra Mundial.
Ahora bien, en tiempos de recogimiento sanitario y búsqueda frenética de “qué ver”, espero que las siguientes notas –que se remiten a los filmes que considero esenciales– puedan acercar nuevos cinéfilos al tema de la Gran Guerra con la que se inauguró formalmente el catastrófico siglo XX.
La guerra en la pantalla grande
Hay un acervo inmenso sobre el tema y uno puede comenzar un buen listado de muchas formas. No obstante, quizás la primera vez que la guerra no fue presentada como lo mejor que le podía suceder a un joven fue en The Big Parade (El gran desfile, 1925) dirigida por King Vidor.
Luego tenemos, por supuesto, las historias de amor con trasfondo bélico. Gary Cooper protagonizó en 1932 una de las más famosas: Farewell to Arms (Adiós a las armas, dirigida por Frank Borzage), donde un conductor de ambulancia en el frente italiano se enamora de una enfermera. La exitosa novela de Ernest Hemingway, del mismo título, conoció otra adaptación cinematográfica en 1957 a manos de Charles Vidor y John Huston.
Situada igualmente en Italia, La gran guerra (1959), dirigida por Mario Monicelli, ya ingresa en el conflicto que para algunos jóvenes lúcidos significaba descreer de los discursos nacionalistas y patrioteros que los conducían a la guerra. Además, esta cinta es quizás la primera que se ocupa de la figura del mensajero, un modesto y a la vez protagónico papel que reaparecerá en otras grandes películas como Gallipoli y justamente 1917.
Por su parte, La grande illusion (1937), de Jean Renoir, es un filme que ha pasado magistralmente la prueba del tiempo y que nos transporta a la rutina de un grupo de soldados franceses que han sido hechos prisioneros por los alemanes. Un inolvidable Erich Von Stroheim nos recuerda las viejas y aristocráticas “formas” de una guerra que, aunque cruenta, todavía es peleada, como diría el propio Renoir en una introducción que hizo al filme, “casi por caballeros”, soldados que por lo menos todavía no habían sido inoculados por el veneno del totalitarismo y el racismo.
Tocó a Stanley Kubrick dirigir el que es, acaso, el alegato antibélico más impactante de la filmografía del siglo XX: Paths of Glory (1957), que en español conocimos como La patrulla infernal o Senderos de Gloria, y que tiene como base la novela del escritor canadiense Humphrey Cobb, que toma el título de un verso de Thomas Gray: “Los senderos de la guerra sólo conducen a la tumba”.
El cuadro que presenta no puede ser más dramático e injusto: los generales, esos enloquecidos y furibundos personajes que tomaron de la forma más irracional el control de la guerra, están ávidos de una victoria en medio del estancamiento que vive el conflicto en 1916. Para ello ordenan un ataque suicida (de los muchos que hubo en toda la guerra): salir de la trinchera e intentar cruzar la tierra de nadie para sólo morir acribillado por el enemigo. La “cobardía”, cómo no, será castigada con la pena capital por la exquisita élite militar que dirige el combate desde castillos, durmiendo cómodamente, haciendo todas las comidas con los mejores vinos y licores. Un mando intermedio (personificado por el insuperable Kirk Douglas) habrá de dar la razón a los hombres que se niegan a morir como reses en el matadero.
El regreso de Johnny y otros horrores
Si Paths of Glory fue impactante por su declarado antibelicismo, Johnny Got his Gun (Johnny tomó su fusil,1971) es la abierta y descarnada denuncia de las atrocidades de la guerra. La historia podría quedar resumida en su mismo título, que proviene de una pegajosa y patriotera canción interpretada por Bill Murray y escrita por George M. Cohan (“Over there”), que llamaba a los jóvenes a tomar las armas y que comenzaba justamente así: “Johnny, get your gun, get your gun, get your gun. Take it on the run, on the run, on the run…” (la pueden escuchar en youtube: https://youtu.be/D–Tr6SDiIQ).
Pues bien, Johnny tomó su fusil, marchó a la guerra y lo único que volvió de él fue el tronco sin extremidades, sordo, ciego, sin poder hablar ni percibir olor alguno, pero –y eso es lo más trágico– consciente. Una pesadilla que sólo la guerra, con sus millones de mutilados, pudo hacer realidad. La cinta estuvo dirigida por el propio autor de la novela en que se basa, Dalton Trumbo.
Del clásico literario sobre el tema, Sin novedad en el frente, de Rainer Maria Remarque, hay dos versiones cinematográficas: la primera, de 1930, dirigida por Lewis Milestone, y la segunda de 1979, un telefilme de Delbert Mann. Pero sin duda es la cinta de Milestone, ganadora de dos premios Óscar, la que vale la pena recuperar. Siguiendo el retrato de Remarque de la “juventud de hierro” que el nacionalismo alemán exaltaba, Milestone presenta magistralmente la travesía del soldado Paul Bäumer que ve cómo su generación va siendo aniquilada en nombre de los más altos ideales patrios. De la escuela pasaron al cuartel y de este a la fosa común.
La Vie et rien d’autre (La vida y nada más, 1989) representa la dura posguerra y su terrible memoria. La cinta de Bertrand Tavernier obtuvo diversos galardones por explorar ese limbo que vienen a constituir los desaparecidos: la enorme masa de combatientes que un día, en la batalla, simplemente se esfumó, gente de la que no se supo más nada. Angustia y dolor que las buenas conciencias gubernamentales decidieron, en todas partes, homenajear con un monumento al soldado desconocido.
De la Navidad a la tragedia
Otro director francés, Christian Carion, consiguió con Joyeux Noël (Noche de paz, 2005) recrear un episodio real que para los generales resultó inverosímil y vergonzoso, pero que para los soldados que participaron supuso la recuperación momentánea de su condición humana: olvidar la guerra en la Nochebuena de 1914, intercambiando tabaco, comida, vino y cerveza. El hallazgo de estos hombres es que enfrente están los que deberían aniquilar pero que, curiosamente, son como ellos: creen en la Navidad, en los regalos, lloran y ríen como ellos.
Michael Morpurgo escribió en 1982 Caballo de guerra, que se convertiría en un best-seller y más tarde en una exitosa obra de teatro. Apostando literalmente al caballo ganador, Steven Spielberg dirigió War Horse (2011), exaltando el poderoso apego entre un joven inglés y su caballo en medio de la guerra.
Cuando el joven Winston Churchill era primer lord del Almirantazgo británico en 1915, participó de una campaña que vendría, según él, a sacar al frente occidental del estancamiento en que ya desde entonces se encontraba. El ambicioso plan se desplegó a lo largo de unos meses en la península de Gallipoli y fue uno de los más estrepitosos desastres de los aliados, que sacrificaron a miles de jóvenes de Australia y Nueva Zelanda.
Llevar esta tragedia a la pantalla fue el propósito de Peter Weir en Gallipoli (1981), con la actuación de Mel Gibson y otros jóvenes que representan a todas esas tropas inexpertas que la ambición, la arrogancia y la estolidez de los mandos británicos condenaron a una muerte segura e inútil.
Imposible no encontrar un punto de contacto con 1917: ya para llegar al final, el soldado Frank Dunne (Mel Gibson) tiene que correr a toda velocidad para llevar un mensaje que podría salvar la vida de su mejor amigo y de su batallón. No lo consigue. Las órdenes del ataque han sido dadas. La historia es la misma en toda la guerra: un mando cuya cerrazón funciona como guadaña. Y ahí quedan en el campo los sueños y esperanzas de una juventud que no pudo cruzar la larga y terrible noche de la guerra.
Documentales aparte
Es en el género documental donde la historia –la de los historiadores profesionales– tiene mayor oportunidad. Empiezo con The First World War, realizado en el año 2003 y dirigido por Marcus Kiggel, Simon Rockell, Ben Steele, Corinna Stürmer y Emma Wallace, basado en la obra del mismo título del historiador Hew Strachan. El mayor mérito de esta serie de 10 capítulos es que, al igual que el libro de Strachan (escrito básicamente para este documental), es que lo presenta realmente en forma global, dejando atrás el predominante paisaje europeo de otros trabajos, sin temor a “fatigar” a su audiencia con las más diversas referencia y fuentes. Extraordinario en verdad y un regalo poderlo ver en youtube.
Apocalipsis: La Primera Guerra Mundial (2014), dirigida por Isabelle Clarke y Daniel Costelle, se adentra en la historia usando un sinnúmero de materiales fílmicos poco conocidos, todos coloreados, lo que da un realce impresionante a toda la narración, que por lo demás también es rica en información como diarios, cartas y otras fuentes que nos aproximan mucho más a la perspectiva de los combatientes.
Entre los documentales de gran calado estos dos me parecen los más representativos y actualizados. Hay muchos más, desde luego, pero he querido referirme tan sólo a los que desde mi punto de vista cuentan mejor y con más rigor la tragedia bélica.
Finalmente, en otra escala y alejado del relato histórico convencional, Peter Jackson realizó grandes proezas para el cine documental moderno con They Shall not Grow Old (Nunca llegarán a viejos, 2018). Además de que explota magistralmente el color y cuenta con un soberbio montaje utilizando distintos archivos fílmicos, muchos nunca antes vistos, lo central de la película es el audio original con los más variopintos testimonios de combatientes veteranos que relatan desde las cosas más chuscas hasta las más siniestras. También los sonidos de la artillería y los fusiles son reales porque pudieron grabar esas armas siendo disparadas ex profeso para esta película documental genial e imperdible.
Hasta aquí mi muy personal repaso de cómo se ha visto en el cine la Gran Guerra. No he reseñado a propósito 1917, el eslabón más reciente de una cadena de representaciones cinematográficas muy diversas y memorables de este conflicto armado. Vendrán otras películas y espero nos sigan mostrando con nuevos enfoques técnicos, visuales y artísticos todos los horrores, inutilidad y miseria de la guerra.
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