Primeros años de Tibol. De las letras a la crítica

Dic 14 • Conexiones • 3641 Views • No hay comentarios en Primeros años de Tibol. De las letras a la crítica

POR SONIA SIERRA

 

La crítica de arte implacable es la misma escritora que ha compuesto poemas a los colibríes que llegan a su balcón. Es una mujer con tal capacidad de retentiva que a los cuatro años se aprendió versos que todavía, a los 90, recita. Cuando habla ante un auditorio o, como en esta entrevista, a través del teléfono, Raquel Tibol cuida sus palabras como si estuviera escribiendo al frente de su antigua Olivetti.

 

Este 14 de diciembre cumplió 90 años y mantiene intacta su capacidad narrativa, su lucidez y su humor. Disciplinada, férrea, Tibol escribió muchos años crítica literaria, y también crítica de danza, de manera constante: hasta tres veces por semana se sentaba ante su máquina a hacer una columna o a continuar alguno de sus más de 40 libros. Dejó atrás los cuentos y poemas a cambio del periodismo cultural, casi al mismo tiempo que dejó su país, Argentina.

 

¿Cómo se inició en la literatura?

 

Los primeros acercamientos a la literatura fueron del todo prematuros. Primero por un amigo nuestro, Abraham Mosovich, huérfano de padre desde muy chico, quien vivía con su madre a la vuelta de la casa en el pueblo donde nacimos los seis hermanos; él era como el séptimo hermano adoptado… Mis hermanos ya estaban estudiando en Buenos Aires, porque en el pueblo donde nacimos los seis, Basavilbaso, Entre Ríos, República Argentina, había hasta cuarto de primaria; entonces terminando cuarto o se iba uno a Concepción, Uruguay, o mi mamá había decidido que a Buenos Aires. Éramos Luis, Sara, Bety, Natalio, después seguía mi hermana Rosa que es, aparte de mí, la única que vive y es nanopediatra. Mientras mis hermanos estaban en Buenos Aires, con mi mamá, Abraham Mosovich venía a la casa para enseñarme versitos, desde que yo tenía tres o cuatro años. Yo no sabía escribir, pero tenía buena memoria y me paraba en una mesa alta (yo era muy chaparrita), y a repetir los versos. Aunque parece un chiste esa fue mi iniciación literaria. Hay un verso muy conocido: “Setenta balcones hay en esta casa,/ setenta balcones y ninguna flor/ A sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa? /¿odian el perfume, odian el color?”

 

A la muerte de su madre, se refugió usted en los libros…

 

Sí, cuando regresamos de enterrarla en la ciudad de Buenos Aires, con mi papá y un hermano, Natalio, en una esquina del comedor de diario (en la casa había un comedor para actos importantes de la familia y otro para el diario), me hice yo mi escritorio de escritora. Nadie me había dicho que para escribir había que concentrarse y no estar en la mesa donde se come.

 

No sé cuándo empecé a escribir en serio. Pero el primer libro lo debo haber comenzado en 1948 porque apareció en 1950. Era un libro de cuentos, Comenzar es la esperanza; apareció en una editorial de republicanos Botella al Mar. Ellos lo mandaron a una convocatoria que había lanzado Jorge Luis Borges para primeras ediciones que iban a tener un trato especial de publicidad; yo me gané Faja de Honor. Tengo el certificado firmado por Jorge Luis Borges.

 

¿Por qué no continuó con la literatura?

 

Porque tuve problemas familiares. De los seis hermanos yo era la más chica y fui la primera en casarme, pero hubo problemas internos, no se trata ahora de contar felicidades y desgracias familiares, pero el asunto es que me separé de mi primer marido cuando mi hija tenía dos años.

 

Muchos en su familia se dedicaron a la medicina. ¿El interés por la literatura de quién le vino?

 

De mi familia nadie escribía. Por eso menciono en primer término a este hermano adoptivo. Recitar buenos poemitas me sirvió para dos cosas: primero para ejercitar la memoria y, segundo, para ponerme en contacto con rimas bien hechas porque eran de [Gustavo Adolfo] Bécquer o del primer [Federico García] Lorca. No volví a escribir cuentos porque la vida me llevó más al periodismo cultural y a la crítica de arte.

 

¿Cómo eran esos cuentos?

 

Eran muy variados. Publiqué uno hace poco en Proceso. Y publiqué dos poemitas, porque en la jardinera de mi departamento, como hay muchas sábilas y sacan estas flores rositas que les gustan mucho a los colibríes, entonces le dediqué un poemita a los colibríes que me acompañan.

 

Como lectora, ¿qué poesía, qué narrativa le ha interesado más?

 

Hoy no puedo decir que tengo un libro preferido. Cuando empecé a ser más exigente con la literatura el que era mi libro de cabecera era Poeta en Nueva York de Lorca; no era el Lorca más o menos pintoresco sino el Lorca surrealista. En un tiempo me lo sabía todo de memoria.

 

¿Escribió más poemas?

 

En Argentina se hacían concursos de literatura pero no para publicar sino para distinguir gente que no editaba todavía pero que tenía poesía; yo tuve dos menciones en estos concursos y un primer premio. Tres veces participé y las tres salí ganando.

 

Cuando terminé el bachillerato, que en Argentina lo hacían por separado mujeres y hombres, entré a la Facultad de Filosofía y Letras, pero estudiar latín y griego clásico no estaba en mis intereses; entonces me salí de la facultad y preferí compartir con mis amigos. Teníamos reuniones, si no diarias, casi diarias, para comentar nuestras lecturas, para leer lo que escribíamos como gente que se estaba iniciando; algunos era muy sobresalientes. Menciono a Tomás Maldonado, porque llegó a ser el último dirigente de la Bauhaus en Suiza.

 

¿Como recuerda el movimiento intelectual que entonces había en Argentina, con Borges, la revista Sur, Victoria Ocampo…?

 

Había un café que se llamaba Politeama, muy concurrido por el sector intelectual y artístico; el que diario concurría ahí era un escritor de los primeros expresionistas contemporáneos, Roberto Arlt; en lo que hoy es el Teatro San Martín, todos los viernes se hacían representaciones teatrales y después venía la polémica. Él nunca faltaba y siempre polemizaba con nosotros los chamacos que empezábamos a definir la vocación. Muy diferente de Borges, que tenía una tendencia de literatura aristócrata. Arlt era más pueblo.

 

¿La crítica la empezó a hacer desde que estaba en Buenos Aires o fue en México?

 

El grupo visitaba exposiciones, hacíamos debates culturales, pero no escribíamos. El periodismo cultural lo inicié en Chile. Mi hermano Natalio era gerente de una radio emisora y me dio trabajo, pero yo no vivía de él, era una especie de principio entre nosotros: ninguno vivía del otro. Busqué en las revistas de la editorial Zigzag, que ya no existe, y hacía colaboraciones en dos temas: danza y artes plásticas. Cuando vine a México, que me invitó Diego Rivera para que le ayudara a hacer el congreso nacional de cultura porque él había asistido al congreso continental de la cultura que presidía Pablo Neruda, yo ya traía una experiencia de periodismo cultural, ya tenía un libro publicado y muchos artículos.

 

En pleno macartismo fue imposible avanzar en el congreso; mientras Diego pintaba tres murales simultáneamente, Teatro de los Insurgentes, Estadio Universitario y Hospital de la Raza, en un coche Ford, el chofer, que era un pariente lejano de Frida, me llevaba, hacíamos listas de a quienes había que visitar para hacer el congreso, pero llegó un momento en que no se pudo. Y yo me salí de la tribu Frida-Diego.

 

¿En qué momento decidió quedarse en México?

 

Regresé a Argentina a buscar a mi hija. Trabajé con la actriz Amelia Bense en una gira y regresé en el 55… Empecé a trabajar primero como promotora cultural en el Deportivo Israelita, por recomendación de Fanny Rabel, pero simultáneamente empecé a colaborar en Mañana, Hoy, en México en la Cultura, en Diorama de la Cultura… La primera colaboración en México en la Cultura fue una entrevista con Luis Buñuel.

 

La escritura diaria le permitió conocer como pocos toda la historia del arte en México…

 

Ya traía un ejercicio de lectura sobre la cultura en general y sobre artes plásticas en particular; tenía amigos que se iban formando como pintores que eran discípulos de [Emilio] Pettoruti y de [Lino Enea] Spilimbergo. Cuando ya estuve en México sabía distinguir lo que era un Taller de Gráfica Popular, de lo que era una sociedad de artistas plásticos, de lo que eran las diversas corrientes; por eso pude ponerme en contacto para escribir en distintas publicaciones de exposiciones, biografías de artistas…

 

Lo que yo destaco, es que nadie quería en México escribir una monografía de David Alfaro Siqueiros para la Universidad porque era un comunista militante, y como era pleno macartismo no querían mancharse. Yo ya había hecho entrevistas sobre Siqueiros para las publicaciones donde trabajaba como free lancer. Justino Fernández, que no había querido hacer la monografía, fue el primero que sacó un artículo de alabanza sobre ese trabajo.

 

¿Hay en la actualidad un artista cuya obra le interese de manera particular?

 

Me parece una deformación intelectual tener preferencias. Hoy me gusta una exposición de un artista y, mañana, del mismo artista, me parece mala la exposición. Pongo como ejemplo lo que me ha pasado con Gabriel Orozco; lo conozco desde la cuna porque su papá era ayudante de Siqueiros. Cuando él comenzó a participar en salones, en uno, que se hacía en el Auditorio Nacional, creo que no tuvo premio, sino mención. Yo lo apoyé bastante porque me pidieron que mandara a un artista a la Unión Panamericana para un salón; no pude ir a Brasilia donde se hacía un salón de artistas jóvenes, pero pedí que lo invitaran; en las dos ocasiones llamó la atención. Pero cuando lo dirigió una galería de Nueva York poco a poco fue haciendo una vanguardia que a mí me fue disgustando cada vez más y hoy me parece un artista que ha abusado de la publicidad amiguera y que ha descuidado el nivel de su producción artística.

 

 

*FOTOGRAFÍA: Tibol llegó a México el 25 de mayo de 1953/ARCHIVO HISTÓRICO EL UNIVERSAL

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