Principio de incertidumbre

Jul 30 • destacamos, principales, Reflexiones • 1774 Views • No hay comentarios en Principio de incertidumbre

 

Clásicos y comerciales 

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Que obras como El infinito en un junco, de Irene Vallejo o Un verdor terrible, de Benjamín Labatut, vendan miles de ejemplares es una bendición en nuestro mundo. Todo aquello que se haga con buena pluma por la difusión de la alta cultura debe ser bienvenido cuando las satrapías populistas predican el más virulento antiintelectualismo, los libros comparten su lugar en los ahora llamados con descaro “puntos de venta” con toda clase de baratijas y palabras como “menstruación” han vuelto a ser impronunciables merced al puritanismo en boga. Pero ello no quiere decir que los libros de Vallejo o Labatut sean gran literatura.

 

Son, como diría David Huerta, “narrativa ligera de tema culto”, ensayos y ficciones que enriquecen y estimulan al lector curioso porque empeñosos, eruditos y agudos han sido sus autores. Pero así como quien poco sabe de historia del libro y de la lectura se siente confortado con El infinito en un junco y aun quienes creemos acumular saberes filológicos nos enteramos de muchas cosas gracias a Vallejo, aquellos que somos neófitos o legos o del todo ignaros en el decurso de la ciencia contemporánea quedamos iluminados con Labatut ante la mirada comprensiva o impaciente de los amigos que conocen la bibliografía que respaldó, en buena hora, Un verdor terrible. Véase, por ejemplo, la reseña de Carlos Chimal (Letras Libres, febrero de 2021) donde nos advierte que el autor chileno (1980) ha abrevado, con notable poder de síntesis, en un mundo muy familiar para el divulgador de la ciencia.

 

Ordenado a la manera de un libro de relatos donde la documentación se va confundiendo osadamente con la ficción, Un verdor terrible (Anagrama, 2020) responde a la pregunta pascaliana sobre los límites del conocimiento, la forma en que “la técnica”, como llamaban Spengler y Jünger al matrimonio prometeico de la ciencia y la tecnología, ha puesto en manos del hombre no sólo las condiciones de vida en el planeta sino el final mismo del llamado Antropoceno. Esa conciencia llevó al matemático Alexander Grothendieck, leemos en Un verdor terrible, a abandonar la academia para entregarse al pacifismo y al ecologismo, sabedor de que “los átomos que despedazaron Hiroshima y Nagasaki no fueron separados por los dedos grasientos de un general, sino por un grupo de físicos armados con un puñado de ecuaciones”.

 

Un verdor terrible es una galería apenas imaginaria de retratos, donde los científicos culpables o culposos, como un Fritz Haber, padre del pesticida Zyklon, quien murió aterrado, menos que por la Gran Guerra y sus gases venenosos, porque el exceso de hidrógeno revertiría el triunfo de Cultura sobre Natura. Se cuenta también el camino místico del propio Grothendieck, junto a las conocidas disputas entre Schrödinger y Heisenberg. La prosa de Labatut es precisa e hipnótica y aunque la primera narración (“Azul de Prusia”) es tan lograda que hace desmerecer a las siguientes, su búsqueda de encontrar un nuevo lugar para la ciencia en la ficción literaria es encomiable una vez que la vieja Ciencia Ficción quedó desvalijada entre los trebejos del “modernismo”, como lo apuntó también Chimal en Letras Libres.

 

Leí abundante Ciencia Ficción hasta la adolescencia, todo Asimov y mucho Clarke (incluidas rarezas, según creía yo, como Blish y Sarban), pero la recuerdo como una forma de la “antigüedad moderna”, tan remota en el tiempo como los cálculos con papel y lápiz que se hacían en Houston para salvar al Apolo XIII en 1970, porque el futuro resultó ser otra cosa y, después de todo, lo menos nuevo de aquella Ciencia Ficción era el bíblico apocalipticismo, motivo por el cual el segundo libro de Labatut (La piedra de la locura, Anagrama, 2021), me interesó más que Un verdor terrible, aunque sólo se trate de la compilación de un par de ensayos. Labatut no renuncia (yo tampoco lo he hecho) a H. P. Lovecraft y a la escasa obsolescencia del autor de Los mitos de Cthulhu, aquel escritor fantástico asombrado por el horror del infinito y la variedad de las razas. Lo hace, el chileno, en el mismo sentido que un Houellebecq votando por Lovecraft y un Carrière por Philip K. Dick, en un doble movimiento que recuerda —lo cual es un tema diferente— al descubrimiento de Poe por Baudelaire, excentricidad que en los Estados Unidos nunca les han perdonado a los franceses.

 

Si el futuro resultó ser “otra cosa” y el presente la realización de lo inesperado (lo cual nunca es tan obvio), Labatut se pregunta, con Dick, por qué nuestro mundo ya no es esa “sólida masa de roca” que acaso fue, sino esa “pluralidad de pseudomundos” tan presente en Un verdor terrible. Creyente en que “los bordes de la realidad han comenzado a sangrar”, Labatut se remite al octubre de 2019 en Chile, cuando “los caminos y las carreteras fueron bloqueados por cientos de personas que demandaban cientos de cosas distintas” y estallaron formas simétricas de violencia, la del Estado y la de ciudadanos cuya identidad le parece materia de discusión. Si bien en La piedra de la locura Labatut acepta la narrativa de que lo ocurrido en su país fue el resultado del rompimiento inesperado del “orden neoliberal”, de lo cual yo no estaría tan seguro, su manera de presentar un caos social socavando sus propias posibilidades revolucionarias o reformistas, lo remite a los héroes y mártires de la ciencia contemporánea retratados en Un verdor terrible.

 

En este punto, gracias a La piedra de la locura, Labatut piensa en voz alta y traslada el principio de incertidumbre de la ciencia a la sociedad, de la misma manera en que, al darle seguimiento a una persona que lo acusa en las redes sociales de haberla plagiado, siembra en su propia obra la falta de certeza, repitiendo dudas añejas sobre la veracidad de cualquier tipo de autoría. Es de creerse que nociones nacidas con el posmodernismo y el giro lingüístico del tardío siglo XX reaparezcan, reconfiguradas y más amenazantes que nunca, debido a las mutaciones de un material hasta hace décadas tenido por fijo. No sólo su realidad más inmediata es, para Labatut, un pseudomundo compatible en el tiempo y el espacio con otros pseudomundos, como quería Dick, sino la literatura, potencialmente, carece de autores. Quien acusa a Labatut de plagio, nos cuenta él mismo tras recorrer sus blogs, cree que la industria editorial succiona de la red temas y contenidos para crear falsas novedades literarias y engendrar autores famosos de identidad tan dudosa como la de los pirómanos en el metro de Santiago de Chile.

 

“Hay algunas respuestas evidentes a la pregunta de por qué nuestro mundo se ha vuelto tan incomprensible: cuando los sistemas son interconectados, su complejidad crece de forma explosiva, y comienzan a manifestar fenómenos emergentes” de tipo imprevisible, dice Labatut, temeroso de que una “falla catastrófica” sea capaz de privarnos de la comprensión de nuestros pensamientos y percepciones. A una mente tan bien amueblada como la de Benjamín Labatut le tocará demostrar, en sus próximos libros, en qué medida la literatura, auxiliada por la ciencia, puede detener el vaciamiento de un mundo que, a sus ojos y a los de muchos, una vez más en la historia parece perder el sentido.

 

FOTO: La extracción de la piedra de la locura, pintada por El Bosco, es una de las figuras que Labatut emplea en su libro, además del universo lovecraftiano y la Ciencia Ficción de Philip K. Dick/ Museo del Prado

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