Profeta, Juglar, predicador, truhan
POR DIEGO A. MANRIQUE
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En su agudo libro Visiones del pecado, Christopher Ricks interroga a Bob Dylan sobre la naturaleza de su arte. En realidad, el profesor de la Universidad de Boston extrae posibles explicaciones de varias entrevistas al cantautor:
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1) “La letra es tan importante como la música.” (1965) 2) “Sólo importa la música que sostiene la letra.” (1968) 3) “Ante todo me considero un poeta” (1978).
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Ricks podría continuar ad in nitum, pero no es necesario: cualquiera que siga a Dylan sabe que (pese a haber compuesto melodías extraordinarias, grabado discos deslumbrantes y realizado conciertos memorables) en su obra mandan los textos. Al ser de su exclusiva responsabilidad, allí nos dirigimos cuando queremos averiguar quién es Dylan. Quién o quiénes. Él mismo podría responder con palabras de Walt Whitman: “Soy inmenso, contengo multitudes”.
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Muchas de sus canciones siguen vivas cuando se leen sin música por un mecanismo similar, hay temas suyos que mantienen su poderío cuando se convierten en instrumentales. En ambos casos, la música y la interpretación de Dylan resuenan en nuestra mente. Así que se trata de un arte indivisible: letra, música y grabación.
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Pero recurrimos a la lectura atenta de sus letras para apreciar mejor sus recursos retóricos: asonancias, clichés, repeticiones, aliteraciones, arcaísmos, jergas, citas, parodias, humor… comprobamos entonces que se trata de un creador estadounidense hasta la médula, aunque imbricado en la cultura europea y deudor de ese legado universal que es la Biblia. Por cierto: en 1977 contestó a una encuesta del londinense Times Literary Supplement donde se preguntaba por dos libros, el más infravalorado y el más sobrevalorado. Dio la misma respuesta a ambas preguntas: “La Biblia”.
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Urge asumir la voluntad de evasión: lo que Dylan canta, escribe o declara frente a un micrófono no es necesariamente la última palabra. Su reticencia con los medios es ya mítica. Ha convertido en un arte la vocación de invisibilidad: comparece ante el público unas cien veces al año, pero muy poco se sabe de su vida diaria. La anécdota de su breve arresto por una joven policía de Nueva Jersey en 2009 dice mucho sobre Estados Unidos y el bajo perfil de uno de los grandes americanos del presente.
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Al inicio lo empujaba la necesidad de huir. Primero de Robert Zimmerman, luego del folk, el rock o la camisa de fuerza que lo obligaba a ser el “portavoz de una generación”, y eso que lo fue, voluntariamente o no, al destapar con lucidez el zeitgeist de los sesenta. Conectó con la lucha por los derechos civiles de la minoría negra, un aliento que luego se trasladaría al movimiento antibélico y propiciaría el nacimiento de la contracultura.
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Han pasado cincuenta años desde aquellos tiempos frenéticos y Dylan sigue rodando, cambiando de forma, reinventándose. Lo que una vez fue táctica de supervivencia ahora es hábito, un hábito que, sin duda, a veces le causa un placer malévolo. Le divierte que se escriban tesis, libros enteros sobre una canción suya o un disco determinado.
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Es, con toda probabilidad, el cantante más analizado del mundo. Ha generado una bibliografía a que se agradece: con su longevidad y su productividad, la obra dylaniana alcanza dimensiones oceánicas. Estamos ante el tópico iceberg: quizá nueve décimas partes de su producción quedan sumergidas bajo el agua. Y aquí tenemos lo más parecido a unas obras completas: los cientos de canciones que reconoce como propias en su versión oficial.
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Un tomo como éste resulta más que necesario en el mundo hispano, cuando Dylan llegó a nuestros países (en pequeñas dosis y de mala manera), una revista musical española llegó a proclamar que su obra era intraducible. No es verdad, pero sí lo es que esa traducción es extraordinariamente ardua y que Dylan no siempre ha sido bien servido por sus trujamanes. Para darle contexto a la lectura se han añadido extensas (e intensas) notas que proporcionan información sobre cada disco y detallan los posibles préstamos musicales o textuales. Unas aportaciones hechas para facilitar la plena comprensión de un artista esencial.
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FOTO: Portadas de las letras completas de Bob Dylan/ESPECIAL.
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