Jorge Joseph, el verdadero autor de ¡El Móndrigo!

Jul 11 • Conexiones, destacamos, principales • 12740 Views • No hay comentarios en Jorge Joseph, el verdadero autor de ¡El Móndrigo!

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El uso de textos anónimos para difamar a la oposición no es nuevo. El caso más reciente lo presentó la Presidencia de la República con el plan de acción de un supuesto Bloque Opositor Amplio (BOA), que tenía como fin derrocar al gobierno en turno, en sí un dudoso documento que recuerda la existencia de ¡El Móndrigo!, un libelo elaborado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en contra del Movimiento estudiantil de 1968; que hoy, con el uso de inteligencia artificial, el Grupo de Ingeniería Lingüística de la UNAM identificó a su verdadero autor, un personaje clave en la historia de la propaganda política en México del siglo pasado

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

En la primavera de 1969 comenzó a circular en escuelas de educación superior y media superior de la Ciudad de México un libro que satisfacía los temores de amplios sectores de la población sobre el Movimiento estudiantil que un año atrás había sacudido la vida pública del país. Con un estilo alarmista y abundantes pormenores de actividades “subversivas”, ¡El Móndrigo! resultó un libro contundente y efectivo en la creación de una imagen negativa de los estudiantes. La autoría de este libelo fue un misterio que alimentó leyendas negras en contra de personajes cercanos al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Por años se especuló que había sido el periodista Jorge Joseph; también se habló del filósofo Emilio Uranga, aunque hubo otros escritores que pudieron haber prestado su pluma, como Roberto Blanco Moheno y Gregorio Ortega, director de la Revista de América y amigo cercano del jefe de la policía política: Fernando Gutiérrez Barrios.

 

A lo largo de 184 páginas, este diario personal de un apócrifo dirigente estudiantil “desnudaba” la organización interna del Consejo Nacional de Huelga (CNH): las grillas entre sus principales líderes, la “manipulación” de intelectuales y profesores universitarios, además de las ambiciones y vicios con que el protagonista relató sus alianzas con políticos excluidos del gobierno y con potencias extranjeras: la CIA, la élite financiera de Wall Street, el Vaticano y Fidel Castro. Todos cabían en ese surtido rico que era el CNH, según relató “el Móndrigo”, como le llamaban sus amigos al supuesto autor de la bitácora. Teorías de la conspiración a la medida de las intenciones del oficialismo: difamar a sus opositores. Su publicación era un enigma. Fue el primer y único título de Alba Roja, una editorial que no consignaba en su página legal ni la dirección postal ni el tiraje de cada una de las reediciones. El manuscrito, según cuenta el exordio, lo habían rescatado los editores de entre las pertenencias de un estudiante asesinado el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. ¡El Móndrigo! estaba envuelto así por una historia de misterio que lo convertía en un potente artefacto narrativo con fines propagandísticos.

 

Hoy, cincuenta años después de la publicación de este libro, que significó uno de los mayores golpes mediáticos al Movimiento estudiantil, el uso de herramientas de ingeniería lingüística indica que el periodista Jorge Joseph (1911-2003) fue el autor de ¡El Móndrigo!, caso ejemplar de la propaganda negra en México.

El Móndrigo

 

 

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En el basamento del Instituto de Ingeniería de la UNAM están las oficinas del Grupo de Ingeniería Lingüística (GIL), donde trabaja un equipo de lingüistas, programadores, hispanistas e ingenieros en sistemas, dirigidos por el doctor Gerardo Sierra Martínez. Al igual que los periodistas y escritores, estos cazadores del lenguaje trabajan con las palabras; pero a diferencia de los primeros, sus herramientas se complementan con algoritmos, vectores digitales y motores de inteligencia artificial capaces de proyectar los textos en una infinidad de dimensiones que permiten clasificar los rasgos lingüísticos de cualquier texto y así detectar similitudes estilísticas entre dos autores y, lo que nos interesa, detectar a quién pertenece un texto de dudosa autoría.

 

El doctor Gerardo Sierra asigna para el análisis del libelo a Tonatiuh Hernández, recién egresado de la carrera de Letras Hispánicas en la FES Acatlán. Lector entusiasta de Mario Benedetti, su paso por el Grupo de Ingeniería Lingüística como prestador de servicio social ha ampliado sus expectativas laborales y hoy Tonatiuh está decidido a buscar oportunidades laborales en el área de la lingüística aplicada a las tecnologías digitales.

 

Sí, los geeks descubrieron al verdadero autor de ¡El Móndrigo!

 

Fundado en 1999 con el objetivo de formar a personal calificado en inteligencia artificial, una de las creaciones más reconocidas del GIL es el Sistema Automático de Estudios Estilométricos (SAUTEE), un motor de análisis lingüístico que trabaja con 25 marcadores estilométricos. “A partir de estos datos –explica la presentación de SAUTEE en su página web–, se crean vectores y se mide la distancia entre estos vectores para encontrar la similitud entre cada par de documentos”.

 

El grupo de vectores que permite una explicación asequible al lector no familiarizado son los n-gramas. Como recordamos de nuestras clases de matemáticas, la “n” puede sustituirse por un número, cualquiera. Por ejemplo, si el lector elige el 2 para sustituir esta “n”, SAUTEE dará una lectura de los bigramas; si elige el número 3, lo hará conforme a los trigramas, y así hasta generar combinaciones más complejas a partir de combinaciones de caracteres y funciones gramaticales, así como longitudes de oración y párrafos. Es una lógica similar a la que sigue el buscador de palabras en un archivo Word, pero con muchas variables que permiten mayor precisión en los resultados.
Tomemos uno de los fragmentos más incendiarios de ¡El Móndrigo! para entender los bigramas y trigramas de caracteres:

 

 

Hemos tenido una plenaria del Consejo, y votamos de acuerdo con la línea dura lanzarnos de plano a la rebelión. Las Olimpiadas hay que impedirlas al precio que sea. Un acto espectacular derrumbará los planes del gobierno; y los olímpicos se irán con su música a otra parte. Digamos, a Detroit, donde los esperan preparados.

 

 

Para un lector común este fragmento de los últimos capítulos del famoso libelo es una confesión ambiciosa e ingenua de un dirigente estudiantil. Para SAUTEE es más que eso. Si tomamos, por ejemplo, la frecuencia con que el autor anónimo escribió “pl” veremos que en sólo unas líneas aparece tres veces: en las palabras “plenaria”, “plano” y “planes”. Lo mismo con “pr”, que aparece dos veces: en las palabras “precio” y “preparados”. Este es un bigrama de caracteres. Si estos dos bigramas se buscan en las 184 páginas de ¡El Móndrigo!, el lingüista encontrará 260 coincidencias para el bigrama “pl” y 802 para el bigrama “pr”. Las combinaciones dependen de la extensión del texto; pueden ser cientos o miles. Con ellas se puede trazar también el perfil estilométrico de un autor, ya sea del Siglo de Oro español o de autores contemporáneos; determinar la existencia de un plagio y un peritaje para la investigación de delitos donde los rastros lingüísticos son potenciales pruebas de delitos. Sí, el Grupo de Ingeniería Lingüística también ha participado en peritajes de criminalística.

 

“Sobre los trabajos policiales no te voy a hablar porque son confidenciales”, dice el doctor Gerardo Sierra, el verdadero cerebro detrás de los futuros hallazgos y a quien entregamos la captura de las 184 páginas de este libelo, además de fragmentos de textos firmados por Jorge Joseph Piedra, Emilio Uranga, Roberto Blanco Moheno, Gregorio Ortega y su hijo Gregorio Ortega Molina. Son textos escritos y publicados en fechas cercanas a la aparición de ¡El Móndrigo! Los dos primeros autores han sido señalados por testigos de la represión gubernamental en contra del Movimiento estudiantil de 1968 como autores del libelo. Blanco Moheno y Gregorio Ortega tenían un franco desprecio por el Movimiento estudiantil, como manifestaron en sus artículos de la época, por lo que su inclinación ideológica y marcada cercanía con las versiones oficiales nos llevó a incluirlos en este estudio. Ortega Molina fue amanuense de Fernando Gutiérrez Barrios, a quien varios autores señalan como el funcionario que ordenó la redacción, publicación y distribución de este libelo. Los artículos y fragmentos de libros de todos estos autores sirvieron para crear sus perfiles estilométricos, y éstos fueron cotejados después con ¡El Móndrigo!

 

Los resultados de este método nos dejan una lección: todo texto tiene una huella lingüística, una firma del verdadero autor, capaz de ser detectado con herramientas de inteligencia artificial. El rostro del verdadero autor de este libelo comenzaba a tomar forma. SAUTEE no miente, no calumnia, no difama. Procesa datos y da resultados: el autor de ¡El Móndrigo! se llama Jorge Joseph Piedra.

 

Lee aquí el informe para la atribución de autoría de ¡El Móndrigo!, estudio técnico elaborado por el Grupo de Ingeniería Lingüística del Instituto de Ingeniería de la UNAM.

 

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En 1976, se publicó la novela Pretexta, de Federico Campbell, historia de Bruno Medina, un redactor a quien se encarga elaborar la biografía apócrifa del profesor Álvaro Ocaranza, al que su pluma mercenaria achaca actividades y supuestos episodios “vergonzosos” de su vida privada. La intención de este personaje era construir una gran calumnia para destruir la imagen pública del asesor del movimiento estudiantil en Tijuana. A medida que este “cronista enmascarado” –como lo llama Campbell– avanza en su encargo, la obsesión por ser descubierto por los rasgos lingüísticos de su texto convierte a Pretexta en un gran laberinto en donde la calumnia, la verdad, los hechos, la autoría y el anonimato se entrecruzan para crear una novela que reinventa la idea misma de escritura.
Pero esta historia escrita por Campbell no fue exclusiva del mundo de la ficción. Uno de los autores que hizo esta tarea sin ocultar su identidad a su audiencia fue Roberto Blanco Moheno, de quien tomaremos un fragmento de Tlatelolco. Historia de una infamia (Diana, 1969) para explicar el segundo método utilizado por el Grupo de Ingeniería Lingüística.

 

A diferencia de la “clasificación multiclase” con la que trabaja SAUTEE, el método conocido como “Clústers de características léxicas vía K-means” funciona con base en dos vectores creados a partir de la diversidad léxica de un autor. El primero se crea de un algoritmo obtenido por la división de las palabras únicas que el autor usó en una sola ocasión a lo largo de todos los textos que funcionaron como muestras entre el total de palabras de esos mismos textos. Veamos el siguiente fragmento de Tlatelolco. Historia de una infamia:

 

 

Podría contar cómo Moscú se interesó tanto por México que mandó como embajadora nada menos que a la señora Kollontay; podría, finalmente, probar a los lectores que el único sector de México que se opuso a la Expropiación Petrolera fue el Partido Comunista. Pero el libro no debe pasar de determinadas dimensiones y yo me he alargado demasiado y todavía necesito penetrar, hasta el fondo, en la infamia de Tlatelolco. Por eso empiezo con el asesinato de Trotski.

 

 

Tomemos la palabra “infamia”. Si ésta es mencionada en una sola ocasión por el autor, se tendrá que dividir entre las 79 palabras de este fragmento. Esto se repite con todas las palabras que Blanco Moheno haya escrito en una sola ocasión en toda la muestra analizada. Este vector garantiza una huella léxica única del autor que será contrastada con ¡El Móndrigo!

 

El segundo vector, llamado BOW (Bag of Words) es una versión similar, pero que resulta de la división de las diez palabras más recurrentes en los fragmentos muestra de cada autor con el total de palabras de ¡El Móndrigo! Si la muestra de Blanco Moheno sólo fuera el párrafo anterior, el vector BOW tomaría las palabras “Podría”, “México”, “infamia”, “agente”, entre otras, para contrastarlas con el texto íntegro de ¡El Móndrigo!

 

Por supuesto, la muestra es más robusta, pues incluye fragmentos más extensos de sus libros La noticia detrás de la noticia (Edición de autor, 1966) y Tlatelolco. Historia de una infamia (Diana, 1969). Sin embargo, este método nuevamente indica que el autor de este famoso libelo no es Roberto Blanco Moheno, sino Jorge Joseph Piedra.

Jorge Joseph Piedra hacia 1961. / Tomada del libro “El ciudadano Jorge Joseph”

 

 

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La historia de Joseph Piedra es la de un reportero seducido por el poder y que decidió probar suerte en la política. Hay muchos casos como el suyo.

 

Jorge Joseph nació en Acapulco el 27 de enero de 1911. Decía ser descendiente de uno de los soldados del famoso Batallón de San Patricio, ese legendario grupo de irlandeses que desertaron del ejército estadounidense en la guerra de intervención de 1847, para unirse a la causa mexicana. El ciudadano Jorge Joseph, de Emilio Vázquez Garzón, publicado en 1962, es una crónica excedida de elogios en la que relata la aventura política de este personaje como alcalde de Acapulco. En el prólogo Vázquez Garzón lo describe así:

 

 

De chico vendió periódicos en el puerto [Acapulco], porque sus papás murieron cuando él tenía meses de nacido (…) Fue secretario particular del alcalde Manuel L. López, quien lo becó para que fuera a estudiar a la Escuela Normal de Tixtla, que acababa de fundar el ilustre maestro Rodolfo A. Bonilla; y que años después, bajo la dirección del profesor Raúl Isidro Burgos, se trasladó a la hacienda de Ayotzinapa.

 

 

La construcción de un pasado personal en el que las adversidades son vencidas por la astucia y el esfuerzo propio es también la fabricación de una legitimidad como dirigente político. Esto es más común de lo que creemos.

 

Jorge Joseph Piedra era hijo de la Normal de Ayotzinapa. Su comparsa Vázquez Garzón no ahorra ningún elogio cuando se trata de exaltar la vida pública de Joseph. Cuenta que a los 18 años de edad fue nombrado orador de la campaña por la gubernatura de Guerrero del ex general zapatista Adrián Castrejón para después convertirse en secretario juvenil de tres partidos socialistas (del Sur, Fronterizo de Tamaulipas y del Sureste de Yucatán), además de delegado en la Convención Nacional Constitutiva del Partido Nacional de Revolucionario (PNR) en 1929. En la página 61 relata cómo surgió su cercanía con Adolfo López Mateos en 1934 cuando el después presidente de la República y el acapulqueño compartían oficina en un edificio ubicado en Reforma 137, en la Ciudad de México. El primero era un funcionario de mediano rango en el PNR y el segundo un dirigente más de la Confederación General de Trabajadores (CGT).

 

En los trajines de la prensa, Joseph fue coetáneo de Luis Spota, Carlos Denegri –a quien cita al menos en una ocasión en ¡El Móndrigo!–, Alfredo Kawage Ramia, Roberto Blanco Moheno, Julio Scherer y el veterano Regino Hernández Llergo, con quien comenzó su carrera periodística como redactor de la revista Hoy, según refiere el prólogo del libro que Joseph le dedicó al presidente Gustavo Díaz Ordaz: México, cuna de la civilización universal (1965).

 

De 1946 a 1952 cubrió la fuente del Senado para La Prensa Gráfica, donde se convirtió en uno de los reporteros más cercanos a la bancada del PRI. Fue ahí donde coincidió con quienes serían sus protectores en los próximos dos sexenios: los senadores Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Donato Miranda Fonseca, este último también guerrerense y quien después de 1960 se convertiría en destinatario de sus más venenosos dardos propagandísticos. Cuenta Vázquez Garzón:

 

 

Cuando López Mateos entró al gabinete en calidad de Ministro del Trabajo, Jorge Joseph manejó su propaganda los cinco años de su ejercicio. Él fue el autor de esa publicidad en todos los diarios y revistas en que presentó sutilmente al de Atizapán de Zaragoza como el mejor hombre del sexenio con calificación de sobresaliente y sin un punto malo.

 

 

Pero como en la política y en los negocios no existen las amistades, sino intereses, Joseph perdió el favor de López Mateos para ocupar un puesto en su gobierno, por lo que se postuló como candidato del PRI a la alcaldía de Acapulco en 1960. Su enfrentamiento con parte de la clase política local y con el gobernador Raúl Caballero Aburto provocó una crisis que concluyó meses después con la desaparición de poderes en todo el estado y la sensación de deslealtad que Joseph Piedra crió en contra de su ex amigo Miranda Fonseca –entonces secretario de la Presidencia de López Mateos– y a quien destinó su primer libelo en 1961: El ministro del odio. A diferencia de ¡El Móndrigo!, este libelo sí está firmado por Joseph.

 

El único ejemplar que pude consultar está en la biblioteca Raúl Baillères Jr., del ITAM. Es una especie de “Yo acuso” en contra de este funcionario con quien tenía una guerra declarada. El prefacio indica que todo el tiraje de su primera edición fue confiscado por agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en 1961, quienes además le dieron una paliza a Joseph afuera de sus oficinas en el centro de la Ciudad de México.

 

Tres años después, Gustavo Díaz Ordaz –quien fuera secretario de Gobernación con López Mateos y a quien respondía esta agencia de espionaje– llegaría a la Presidencia de México y se convertiría en uno de sus protectores. En 1965, México: cuna de la cultura universal, significó la reaparición de Joseph en el escenario público, ahora como autor de un libro en el que no sólo renunciaba a sus aspiraciones políticas, sino que destinaba a defender la existencia de la Atlántida con base en señales esotéricas halladas en códices prehispánicos. Su dedicatoria dice: “al Sr. Lic. Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de México, por su ayuda para la terminación de esta obra”. De ser un apestado del sistema, Jorge Joseph era reclutado nuevamente por los mismos que habían ordenado golpearlo y confiscarle sus libros. Había demostrado una capacidad poco vista para la calumnia. Díaz Ordaz prefería tenerlo como uno de sus soldados y durante su sexenio lo convirtió en uno de sus analistas recurrentes en materia de comunicación gubernamental y, como demuestran los estudios del Grupo de Ingeniería Lingüística, en uno de sus propagandistas.

 

Reportes de la Dirección Federal de Seguridad dan cuenta del trabajo que hizo Joseph con los insumos informativos de esta misma agencia. No puede desdeñarse la capacidad de síntesis con la que Joseph reunió y editó los cientos de reportes que recibió de la DFS, por lo que se puede asegurar que era un buen reportero; sus capacidades narrativas también lo muestran como un redactor profesional que tenía las metas claras sobre sus capacidades: no aspiraba a obtener el reconocimiento como escritor sino a manipular las emociones de sus lectores: ira, indignación, sorpresa, repugnancia, aversión a todo lo que oliera al Movimiento estudiantil. Y lo logró.

 

Al igual que Bruno Medina, personaje de Pretexta, Jorge Joseph Piedra fue un cronista enmascarado.

 

 

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A más de 50 años de distancia es difícil reconstruir las relaciones que existían entre los distintos personajes políticos, empresariales y parte de la intelectualidad cercana al gobierno. En 2007, el escritor Jacinto Rodríguez Munguía publicó La otra guerra secreta (Ediciones B), una investigación en los expedientes del Archivo General de la Nación (AGN) que muestra la codependencia entre el poder político y los principales medios nacionales durante la segunda mitad del siglo XX. Este libro documenta cómo varios escritores y periodistas prestaron su pluma, de manera abierta o anónima, para difamar al movimiento estudiantil.

 

Además de los ya mencionados Blanco Moheno, Joseph Piedra y Uranga, algunas revistas prestaban su línea editorial, incluso calumnias que hacían pasar como publicidad, para dinamitar la legitimidad del Movimiento estudiantil. Una de ellas fue Revista de América, dirigida por Gregorio Ortega, en la que participaba activamente su hijo Gregorio Ortega Molina, quien reunió en 1995 sus entrevistas con Fernando Gutiérrez Barrios (1927-2000) bajo el título Fernando Gutiérrez Barrios: diálogos con el hombre, el poder y la política.

 

Las actividades difamatorias no fueron exclusivas de la Secretaría de Gobernación. El testimonio de Mario Guerra Leal –francotirador de varios presidentes– ofrece detalles de cómo se le encargó la publicación de La Gaceta Juvenil, un pasquín financiado por Emilio Martínez Manatou, secretario de la Presidencia de Díaz Ordaz, con el objetivo alentar las divisiones en la dirigencia del Consejo Nacional de Huelga.

 

En agosto de 1969, Carlos Fuentes se quejó en una carta dirigida a Octavio Paz sobre el comportamiento de Emilio Uranga, filósofo cercano a Gustavo Díaz Ordaz y ghost writer de la columna “Granero político”, de La Prensa, desde la cual lanzaba dardos envenenados en contra del Movimiento estudiantil, como demostró Jacinto Rodríguez Munguía en La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder (Debate, 2018).

 

Escribía el autor de La región más transparente: “Se promueven y se publican ascos como El móndrigo, un folleto obra de la cucaracha llamada [Emilio] Uranga (que dedica sus domingos en la prensa a injuriarnos en tándem), fabricación supuestamente escrita por un estudiante que murió en Tlatelolco y cuyo único propósito es injuriar a [Luis] Villoro, a Ricardo Guerra, a [Ramón] Xirau, etcétera”.

 

Si bien, la participación de Uranga como autor de esta columna que publicaba en La Prensa con el pseudónimo de “Sembrador” está comprobada, los resultados de los métodos de análisis estilográfico lo descartan como autor de ¡El Móndrigo! Esto coincide con la percepción de José Manuel Cuéllar Moreno, autor de La revolución inconclusa (Ariel, 2018), uno de los trabajos más completos sobre el trabajo de Uranga como ideólogo del PRI. En todo caso, Uranga pudo ser asesor o haber contribuido en fragmentos de este libelo. Sin duda, el redactor final y quien le dio un estilo personal marcado por la ponzoña, el rencor y el discurso anticomunista fue Jorge Joseph Piedra.

 

Un pendiente en el estudio de este género de literatura difamatoria es determinar la autoría de otros panfletos que circularon poco después. Los más célebres fueron El guerrillero, Jueves de Corpus sangriento (firmado por un inexistente Antonio Solís Mimendi) y Danny el Travieso, destinado a hacer escarnio de Daniel Cossío Villegas, firme crítico del gobierno de Echeverría.

 

 

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Sólo cuatro años después del 2 de octubre de 1968, Gerardo Medina Valdés –director del periódico panista La Nación– publicó en su libro Operación 10 de junio (Ediciones Universo, 1972) que Jorge Joseph Piedra era autor de ¡El Móndrigo! Este es el primer registro que aparece de él como autor del libelo, una versión que fue retomada por otros autores que abordaron el tema de la represión contra el Movimiento estudiantil, como Juan Miguel de Mora en Tlatelolco 68 (Edamex, 1978) y el ya mencionado Mario Guerra Leal en su libro La grilla (Diana, 1978), a lo que se sumaron las declaraciones que un ex dirigente de porros en los años 60 y 70, apodado “El Fish”, hizo a Álvaro Delgado para la revista Proceso en 2003.

 

Pero, ¿cómo funciona la Delta de Burrows, otro de los métodos aplicados por el Grupo de Ingeniería Lingüística sobre la autoría de ¡El Móndrigo!? Esta herramienta estadística determina la variedad léxica a través de la medición de la recurrencia de palabras que pueden definir un perfil estilográfico y su posterior contraste con una obra de dudosa autoría.

 

Pongámonos analíticos, pero ahora con un poco de música. Salgamos de la espesura de los panfletos y usemos la Delta de Burrows con una selección de canciones. Para fines expositivos usaremos tres éxitos musicales que se escuchaban en las calles de la Ciudad de México hacia 1968: “Amor de estudiante”, “No se ha dado cuenta” y “1, 2 y 3, detente”, de Roberto Jordán, un popular cantante de la época. A este grupo de canciones le llamaremos corpus, un universo de palabras, la materia prima para un lingüista. Una muestra es esta estrofa de la canción “Amor de estudiante”:

 

 

Vendrán otros veranos;
vendrán otros amores,
pero siempre en mi ser vivirá
mi amor de verano,
mi primer amor.

 

 

La palabra más recurrente es “mi” (tres veces); le siguen “vendrán”, “otros” y “amor” (dos veces); el resto de las palabras aparecen sólo una vez. Si este mismo ejercicio lo aplicamos a todo el corpus, es decir a estas tres canciones, encontraremos que “mi” aparece en 15 ocasiones; le sigue “amor” con 13 registros. “Vendrán”, “otros” y “mí” aparecen tres veces.

 

Muy bien. Hasta aquí tenemos un conteo que se puede aplicar a un corpus más amplio, por ejemplo a los tres capítulos de El ministro del odio y dos de México, cuna de la civilización universal, ambos firmados por el acapulqueño.

 

El resultado será un perfil estilográfico que luego de ser cotejado con ¡El Móndrigo! arroja el mismo resultado que los dos métodos anteriores: Bruno Medina y Jorge Joseph Piedra son dos cronistas enmascarados.
El primero nacido de la imaginación de Federico Campbell; el segundo, un redactor de carne y hueso al servicio de la Dirección Federal de Seguridad.

 

 

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A más de 50 años de su publicación, ¡El Móndrigo! sigue siendo uno de los libros más significativos de la propaganda negra, financiada, coordinada y distribuida por el gobierno para difamar a la oposición y personajes incómodos.

 

Durante décadas, este libelo circuló en escuelas preparatorias y vocacionales de la Ciudad de México, en lecturas fomentadas por profesores que buscaban mantener a sus alumnos alejados de las “excentricidades comunistas”.

 

En un momento en el que nos replanteamos el impacto de los medios en la población, es un hecho que la propaganda política ha colonizado otras plataformas, como las redes sociales. Aun así, ¡El Mondrigo! se mantiene como un caso ejemplar de lo bien logrado y efectivo que puede ser un libelo. Con lo cuestionable que pueden ser los objetivos de quienes estuvieron detrás de él (sembrar el terror, la calumnia, el miedo, la desinformación) hay que reconocer su efectividad.

 

Pero su tiempo ha pasado y hoy tenemos miles de “móndrigos” en las redes sociales, de todos los colores, militancias y cantidad de seguidores. Hoy no hacen ruido desde volantes de dudosa procedencia, ni desde textos impresos en oficinas gubernamentales. Hoy trinan en las redes sociales, retwitean mensajes afines, denigran y acosan a quienes piensan distinto. Pero hoy también contamos con la inteligencia artificial, una valiosa herramienta para descubrir a los cronistas enmascarados. Son los mismos de siempre.

 

FOTO: Portada de ¡El Móndrigo! Bitácora del Consejo Naciona de Huegla./ Especial

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