Qué aburrido ser gay
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El autor indica que la comunidad LGBT no ha sido ajena a las lógicas del consumo, por lo que un sector de esta comunidad ha generado una cultura de la frivolidad que, a su parecer, es poco solidaria con la situación y condición de otras minorías sexuales
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POR SERGIO TÉLLEZ-PON
Hace unas semanas que circula por las redes sociales una ilustración del artista Moss Bastille: en dicha imagen se ve un iceberg, en cuya punta se aprecia un grupo de gays ensimismados en su estilo de vida (en traje de baño, arnés, lentes de sol, toman fotos de sus cuerpos de gimnasio, seguramente para subirlas a sus redes sociales y ganar más likes y seguidores); en la parte sumergida del iceberg que, como todos sabemos, es la más grande, se pueden ver a las demás minorías sexuales: una lesbiana butch, un o una trans, gays morenos sin esos cuerpos, también quizás un bisexual e intersexual… todos escalan para intentar hacerse de un lugar en el espacio más estrecho. La imagen refleja muy bien una realidad que se vive en la llamada comunidad LGBT+: los gays han acaparado el espectro público, le dan constantemente a la sociedad una imagen de consumo y, a su vez, la sociedad demanda más de ese estilo de vida, por eso las otras minorías sexuales han quedado invisibilizadas.
Un par de décadas atrás apenas, ser homosexual, y luego gay, fue verdaderamente radical, contestatario, un acto transgresor que cobraba mayor impacto si se hacía público: justamente una de las estrategias del movimiento gay de los años 70 fue la visibilidad, es decir, que personas reconocidas hicieran pública su sexualidad, unos pocos se sumaron a la iniciativa pero otros se negaron en redondo, como fue el caso de Susan Sontag y en nuestro país siempre se recuerda el de Carlos Monsiváis. Asumirse como gay no sólo era una cuestión de heroísmo personal, sino un acto civil, político. Hoy en día, la homosexualidad está más relacionada con una identidad, lo cual ha provocado que algunos rechacemos dicha categoría tan superflua que no mira ni les abre camino a las demás. A mí, que hasta hace poco era un gay muy visible y proclamado, ahora me parece muy aburrido ser gay, ser un cliché, un estereotipo, una identidad aspiracional que nunca quedará satisfecha. Porque resulta que no me gustan Ariana Grande, ni Lana del Rey, ni Rihanna, ni RuPaul´s Drag Race (ni ningún otro reality show de drags), ni Eurovision… de la misma manera en que no encajo viendo un partido de futbol con mis amigos tomando chelas una tarde de domingo.
La larga construcción de una identidad devino en un estilo de vida vacuo, que todo lo banaliza, todo lo mercantiliza y lo vuelve un producto deslactosado: el espíritu transgresor de las drags queen queda anulado cuando se convierte en un reality show comercializado por un señor que a veces se traviste bajo el nombre de RuPaul, está casado y vive en una mansión en Malibú. Lo peor sucede cuando uno ve que a lo largo y ancho del mundo calcan el formato del programa. Muchos gays se burlan de algo cuando es “heteronormado”, pero bien se puede hablar de que algo ha sido también “jotonormado”.
Quizás en cierta medida esos gays sean empáticos, sobre todo cuando se difunde en redes sociales una injusticia, pero son poco solidarios o incluso ajenos a las luchas o demandas de las otras minorías sexuales. Actualmente, la lucha gay se limita a los matrimonios igualitarios, lo cual no quiere decir que beneficie a otras sexualidades. Los gays han hecho del matrimonio otro acto banalizado: si realmente les preocuparan los beneficios civiles que se adquieren irían directo al registro civil a firmar el famoso papelito, pero lo cierto es que pareciera que sólo les ocupa la pompa de “la boda”. Desde mi punto de vista, el matrimonio igualitario no es algo prioritario, creo que hay otras demandas a las que se les debe dar mayor prioridad, por ejemplo, una ley trans que reconozca su identidad en nuestra sociedad pero también para que eso facilite sus tratamientos hormonales y operaciones de reasignación de sexo o mastectomías. Otra prioridad es que se apruebe cuanto antes en el Senado la ley contra los Esfuerzos por Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (ECOSIG) o mal llamadas terapias de conversión: eso en verdad incidiría en todas las poblaciones LGBT+, pues a todos indistintamente en algún momento nos han querido “curar”. También es prioritaria una actuación o postura más determinante con respecto a los crímenes de odio que, como los feminicidios, siguen campeando por todo el país: México ocupa el deshonroso segundo lugar en el mundo con más personas LGBT+ asesinadas, sólo detrás de Brasil.
Es por todo lo anterior que lo gay se ha convertido en una identidad para la que tal parece que hay que llenar toda una serie de requisitos, si es que alguien quiere pertenecer a ella. En mi caso ya me siento totalmente ajeno a todo eso, así que me niego a tener que llenar dichos requisitos para tener ese “sentido de pertenencia”. Ahora me reconozco más como pansexual, o para decirlo con palabras más populares, le tiro a todo lo que se mueva. La pansexualidad se define como la atracción física, emocional y sexual por cualquier persona independientemente de su género y de su propia sexualidad: un hombre trans bien puede enamorarse de una mujer lesbiana.
Confieso que no sabía quién era Demi Lovato porque nunca vi Glee, pero ya tenía en mente las ideas de esta colaboración cuando apenas hace unas semanas ella salió del clóset como pansexual. Su salida se dio con total naturalidad en un podcast de espectáculos: ella le confesó al entrevistador que ahora era más abierta y más “fluida” luego de la autorepresión que vivió desde su infancia al crecer en Texas; entonces el interlocutor le pidió que se explicara con eso de “fluida”, “¿te gustan los chicos? ¿las chicas?”, y fue cuando ella contestó: “Sí, en realidad quien sea”. Los pansexuales no tenemos que haber sido siempre así, esa es la parte de ser “fluidos”, lo vamos descubriendo con unos o con otros desde mi género, que ese sí sigue siendo el mismo pues sigo siendo un hombre, pero ya no un hombre gay, sino uno pansexual. En mi caso, todo empezó con la atracción por los chicos trans (personas que nacieron con género femenino pero que ahora se asumen del género masculino) y a una búsqueda infructuosa por concretar una cita con ellos, pero… ¿qué tal si es mejor y más fácil concertar un encuentro con una chica trans?
Las mujeres nunca me fueron del todo indiferentes, en particular, esas mujeres inteligentes, aguerridas, luchonas; puedo decir que con las mujeres soy sapiosexual. Una mujer inteligente y empoderada me seducía y hoy en día sigo infatuado con varias de ellas. Tampoco nunca tuve problemas con mi feminidad ni con la feminidad de otros hombres, al grado de que algún amigo se burlara de mí porque me gustaran “muy jotitos”. En cambio, esa pinta de gay que reconozco fácilmente, por ejemplo, en el gimnasio (al que voy por cuestiones de salud, no porque quiera ser como aquellos gays), ahora no sólo no me llama la atención, sino que me provoca rechazo, lo cual no quiere decir que no me sigan atrayendo ciertos tipos de virilidad.
Este último año pandémico nos ha cimbrado en muchos aspectos, al grado de que, en mi caso, he querido abrazar una sexualidad más abierta, abierto a no saber qué me va a atraer porque no estoy predeterminado a encontrar a alguien en concreto, a quien antes buscaría ya determinado por su sexualidad. He excluido lo gay de mi vida pero para adentrarme en otros caminos más emocionantes, más interesantes. Veo esta nueva etapa como una oportunidad más para conocerme y reconocerme, para aventurarme por otros mundos de la sexualidad humana, tan vasta como la parte sumergida de un iceberg.
FOTO: Drag Queen participante de la Marcha por el orgullo LGBT en Guadalajara, 2021. /Crédito: Francisco Guasco/EFE
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