¿Qué hacer con las islas de México?

Mar 30 • Conexiones, destacamos, principales • 1331 Views • No hay comentarios en ¿Qué hacer con las islas de México?

 

Investigadores del Grupo de Ecología y Conservación de Islas demuestran cómo las islas, y la concepción biológica, científica y social, ha cambiado con el paso de los años desde las teorias de Darwin, tras sus observaciones en las Islas Galápagos. Ahora, en el contexto mexicano, qué tan valiosas son y cómo contribuir a su cuidado

 

POR ALFONSO AGUIRRE MUÑOZ Y FEDERICO MÉNDEZ SÁNCHEZ 

¡Dejarlas en paz!

 

“Se ama lo que se conoce y se defiende lo que se ama”, así en positivo, nos da la pauta para concluir que las islas de México merecen ser cuidadas como las niñas de nuestros ojos. Esta perspectiva vincula la razón —conocer—, con la emoción —amar— y la acción —defender, que es cuidar—. Cuidar de las islas es la respuesta que surge en forma natural. “Dejarlas en paz” cobra fuerza como el principio rector general.

 

Los motivos para plantear este principio son diversos. Las islas son parte indisoluble del territorio y la soberanía nacional. Contribuyen a que México tenga una Zona Económica Exclusiva (ZEE) dos veces mayor que el territorio continental. Una isla o archipiélago distante, como la Isla Guadalupe o el Archipiélago de Revillagigedo, contribuye con una extensión de ZEE equivalente a la superficie del estado de Sonora.

 

En cuanto a biodiversidad, nuestras islas son mucho más valiosas que el promedio de nuestro territorio continental. Afortunadamente, están en excelente estado de conservación. Como pocos ecosistemas del mundo, nuestras islas han dejado de padecer destrucción o fragmentación de hábitat, y mejoran notablemente gracias a acciones sistemáticas de restauración integral, como desde hace décadas. Poblaciones de especies insulares amenazadas —en especial aves marinas y especies de plantas únicas— se recuperan.

 

La trayectoria de México con sus islas

 

“Dejar a las islas en paz” es también producto del cambiante contexto histórico que acompaña el sentido de nuestra relación con la naturaleza. El descubrimiento de las islas fue resultado de la búsqueda de riquezas. En muchas ocasiones las islas fueron cotos de caza y lugares para la explotación indiscriminada de recursos marinos y terrestres. Junto con el hombre llegaron las especies exóticas invasoras. El certero resultado fue la destrucción, la fragmentación y la degradación de los hábitats insulares.
Las islas también fueron vistas como espacios convenientes para establecer prisiones. Al mismo tiempo que se castigaba a los delincuentes, se ejercían derechos de soberanía en lugares remotos. La perspectiva de soberanía llevó a su vez a reforzar la seguridad con la presencia militar en las islas del mundo. Un almirante secretario de Marina, años atrás, señaló que México tenía en la Isla Guadalupe y el Archipiélago de Revillagigedo dos portaaviones estratégicos, en la mitad del Pacífico.

 

Los valores han cambiado. La visión sobre qué hacer con las islas a nivel global se ha ajustado. Los descubrimientos de Darwin sobre la evolución, justamente con observaciones en Islas Galápagos, y la investigación científica en temas de biología y ecología, contribuyen a que el sentido que el hombre le imputa a las islas sea ahora radicalmente diferente.

 

De aquella actitud de conquista y depredatoria, y del establecimiento de las prisiones, reconocemos a las islas como territorios de riqueza extraordinaria y patrimonio natural. México, con ejemplares resultados, ha acompañado este movimiento de conocimiento, amor y defensa en sus propias islas, especialmente en los últimos 50 años. Con liderazgo internacional, el Estado mexicano salvaguarda con decretos federales de áreas naturales protegidas a todas las islas.

 

Simultáneamente, se ha reforzado la presencia militar a través de la Secretaría de Marina en las islas especialmente sensibles para la soberanía.

 

Por su parte, la sociedad civil organizada —en colaboración con el gobierno federal— ha llevado a cabo acciones prioritarias de restauración, definidas por la mejor ciencia. Asimismo, se han implementado acciones sistemáticas de bioseguridad para evitar nuevas introducciones de plantas o animales invasores.

 

Estos cambios positivos son resultado de una amplia construcción social, sostenida por varias décadas y con la participación de variados actores: gobierno federal, comunidades locales, academia y organizaciones civiles, y la colaboración entre todos ellos. Esta trayectoria es contundente y ahora nos marca con claridad el qué hacer, el derrotero para lo que sigue: reforzar la tendencia del cuidado de las islas.

 

Este principio general de “dejarlas en paz” significa reorientar actividades de alto impacto, como el turismo y la acuacultura intensiva de peces, hacia las costas, concentrándolas en lugar de dispersarlas. Esa es la mejor forma de dejar a las islas libres de las presiones de actividades de alto impacto.

 

Los asegunes o las reservas

 

“Dejarlas en paz” implica cuatro reservas: acciones indispensables, con una mirada proactiva orientada a las prioridades y los resultados tangibles. La primera reserva es completar la faena de recuperación. Asumir la responsabilidad histórica de los impactos lleva a la oportunidad de robustecer la resiliencia de las islas ante el calentamiento global. Tenemos tres prioridades contundentes: concluir las erradicaciones del gato feral en Guadalupe y Socorro, de la cabra feral en Espíritu Santo y María Magdalena y del conejo europeo en Clarión.

 

Otra reserva es que impulsemos la investigación científica. Tendremos así la capacidad de cuidar nuestros más distantes territorios con las mejores bases. Establecer un Programa Nacional Estratégico para las islas, desde el Conahcyt, será un valioso pilar. Igualmente se impone robustecer la infraestructura militar. Tanto la investigación científica como la presencia militar fortalecen la soberanía.

 

Una tercera salvedad es el generar, a partir de la investigación interdisciplinaria, modelos reales de conservación y desarrollo sustentable, armonizando la conservación, el manejo de recursos con las ejemplares comunidades locales —en especial las cooperativas pesqueras— y el desarrollo de energías alternativas, las del mar incluidas.
La cuarta reserva es el establecimiento firme de medidas de bioseguridad insular, en particular para evitar la introducción de especies invasoras, bajo un programa permanente por parte de las dependencias federales con plena autoridad.

 

Con una visión progresiva de las políticas públicas, lo aquí sugerido habría de incorporarse al refrendo de la Estrategia Nacional para la Conservación y el Desarrollo Sustentable del Territorio Insular Mexicano, primera en su tipo en el mundo, del 2012. Un nuevo tema para la revisión es experimentar en las islas una aplicación vanguardista de los derechos de la naturaleza, incluyendo encuadres legales y desde las comunidades locales y los usuarios, siguiendo de lleno el “dejarlas en paz”.

 

 

 

FOTO: Expedición de barcos pesqueros en la Isla Cedros. Crédito: © GECI / J.A. Soriano

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