¿Qué más le puedes hacer a un muerto si ya lo mataste?

May 27 • Conexiones, destacamos, principales • 16119 Views • No hay comentarios en ¿Qué más le puedes hacer a un muerto si ya lo mataste?

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El hallazgo de cientos de fosas clandestinas en el fraccionamiento Colinas de Santa Fe, en el puerto de Veracruz, exhibió la negligencia de las autoridades locales ante los reclamos de los familiares de las víctimas, quienes han contabilizado 250 restos, sólo en ese predio. Estos testimonios son una muestra de cómo la violencia de la delincuencia organizada y las fuerzas de seguridad estatal ha convertido a Veracruz en un cementerio clandestino

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POR JUAN E. FLORES MATEOS Y FERNANDA MELCHOR

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Veracruz es el cementerio de migrantes más grande de México.

Veracruz debe ser ahorita el principal lugar en donde hay fosas (…)

Tiene que abrirse el suelo veracruzano, porque yo creo que ha de ser un hervidero de esqueletos”

Alejandro Solalinde, 16 de mayo de 2011

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Veracruz. Allá está el horror, piensa el reportero. Allá detrás de aquellos árboles, pasando la laguna, bajo las nubes grises que bloquean los rayos del sol en aquella mañana lluviosa de abril de 2017, cuando al fin las autoridades le han dado permiso de entrar al predio.

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Por eso está sentado afuera del Yepas del fraccionamiento Colinas de Santa Fe, entre agitado y nervioso, a pesar de que la vida transcurre con perfecta normalidad a su alrededor: los camiones siguen su ruta habitual; las madres llevan a sus hijos a la escuela; los empleados del Yepas, a su espalda, cuentan historias de su última francachela. Pero el reportero sólo piensa en lo que le espera, allá en el predio. Piensa en cómo será entrar por fin al lugar del que todo el mundo habla: el cementerio clandestino en donde el Colectivo Solecito, en colaboración con otras organizaciones dedicadas a la búsqueda de personas desaparecidas y técnicos forenses de la Policía Científica, han hallado más de 250 cráneos y miles de miembros y fragmentos humanos enterrados en cientos de fosas cavadas en la arena. El mismo predio que el reportero sólo conoce por fotografías, gracias a las imágenes que las madres del Colectivo capturan con sus celulares durante las exhumaciones. Y en sus sueños. Porque de tanto escuchar las historias de estas mujeres que buscan los cuerpos de sus hijos con sus propias manos, al reportero le ha dado por soñar con el cementerio, el cual se le aparece como una playa rodeada de cerros en donde alguien lo sepulta mientras él juega con un pedazo de venda; o como un terreno despoblado, árido y oscuro al que él llega a tientas. O como un camino muy largo, una de esas veredas desoladas que sólo conducen a poblados en donde no hay otra cosa más que árboles, sol, maleza.

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La primera vez que supe de este lugar fue por las noticias. Yo buscaba a mi hijo, yo sola, y oí que aquí se estaban encontrando cuerpos. ¡Y yo viviendo aquí, en Colinas de Santa Fe! ¿Cómo no me había enterado de esto? Me quedé con la boca abierta. (…) Yo tenía un negocio de comida, de antojitos, y ese día que lo cierro como a las cinco o cinco y media de la tarde, de pura angustia; del ansia grande que tenía de encontrar a mi hijo. Y ahora me digo: ¿cómo lo iba a ir a buscar, si venía toda así, como estoy ahorita, sin nada? ¿Qué estaré loca, o qué tengo, Dios mío? ¿Cómo voy a encontrar a mi hijo? ¿En dónde? ¿En el monte, o cómo? (…) Bueno, en el momento no piensas; es todo tan angustioso que no piensas cómo lo vas a buscar, y así fue como yo entré al predio, caminando sola, casi de noche. Caminé y caminé hasta que me metí, allá por donde están las vías del tren, ahí estaban los policías, estaban cuidando, y uno me dijo: ¿A dónde va? Y yo le digo: Voy acá a buscar a mi hijo. Y me dicen: Madre, así no se busca, ¿cómo cree? No puede pasar. Y es que yo no tenía ni idea de cómo estaba esto. Y entonces les dije: Ay, discúlpeme, pero miren, yo estoy muy mal, estoy loca con las ansias de saber dónde está mi hijo”.

Celia García, miembro del Colectivo Solecito y madre de Alfredo Arroyo García, desaparecido en 2011.

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Está muy delicado esto… Es un genocidio (…) Algo para espantarnos a nivel mundial. Lo que pasa es que nos hemos hecho guaje. (…) Si yo luego estaba aquí en la casa, y me estaba meciendo, y veía yo el chingo de zopilotes… Era por eso… Si me imagino que, cuando estaba abierta la fosa ésa, para haber metido 250 cabrones dentro, la fosa tuvo que haber estado abierta días enteros. Ahí nomás llegaban y, fum, fum, los aventaban. Y se hacían las hileras de zopilotes, así como están ahí, arriba, ahí se ven todavía, exactamente donde están esos zopilotes, ahí está la fosa.

Vecino del fraccionamiento Colinas de Santa Fe.

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La verdad no nos dimos cuenta por el hecho de que siempre ha habido trabajos ahí, constantemente están excavando, construyendo; por ejemplo, cuando metieron la vía, cuando construyeron la vía ferroviaria hubo mucho movimiento ahí, hace como tres años, creo… Con tanto calor llega a haber ciertos olores, pero como desde hace ocho años tenemos problemas de drenaje porque la constructora no lo hizo bien, no se nos hizo extraño”.

Adela Blanco, vecina del fraccionamiento Colinas de Santa Fe.

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Están casi todos embolsados, envueltos en bolsas de basura… No se han encontrado cuerpos normales, ahí, todos han estado embolsados y seccionados. Sólo un 5 por ciento se han encontrado completos, la gran mayoría cortados. De hecho, hay cuatro cuerpos a los que nunca se les encontró el cráneo”.

Guadalupe Contreras, buscador de cuerpos en Colinas de Santa Fe y padre de Antonio Iván Contreras, desaparecido el 13 de octubre de 2012 en Guerrero.

Altar colocado en la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de Veracruz, por compañeros de Génesis Deyanira Urrutia, una de las cinco jóvenes desparecido en enero de 2016 en Tierra Blanca, Veracruz. Ilse Huesca/Cuartoscuro

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II

Para llegar al predio, el reportero debe recorrer en auto tres kilómetros de terracería. El vehículo rebasa pequeños grupos de gente que conversan a la orilla del camino, árboles frondosos y pastizales sobre los que flotan nubes de insectos. Sobre el terreno se alcanzan a ver pisadas de caballo y grandes charcas que la lluvia ha dejado por lo menos en cuatro puntos del camino. Hay un puente ferroviario en uso, un letrero de “Propiedad privada” y una pluma de estacionamiento. Después de cruzar esta última, el campo se abre: pierde árboles y gana matorrales, detrás de los cuales se alzan algunas casas en obra negra. Hay que cruzar otra pluma y entonces se llega a una pequeña laguna. Las madres del Colectivo le han contado al reportero que, según el mapa que unos hombres desconocidos les regalaron durante la marcha del 10 de mayo del 2016 –el famoso croquis, firmado por miembros “arrepentidos” del Cártel Jalisco Nueva Generación, que indicaba cómo llegar al predio y dónde se encontraban las fosas- también hay cuerpos en el fondo de esa laguna, pero no tienen recursos para mandar a dragar el cuerpo de agua.

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El reportero baja del auto y esto es lo que ve: un terreno arenoso, del tamaño de un campo de futbol, rodeado de dunas en donde crecen nopales y matas de guanacaste, de tronadora, parotas y palos mulatos. Si bien la arena de las orillas es casi blanca, al centro es más dura y parece haber sido compactada por el paso de camiones pesados. Un funcionario de la Fiscalía le da instrucciones a los reporteros que visitan el predio: pueden moverse por donde quieran, pero no deben traspasar las líneas amarillas, tocar los cuadros delimitados de las fosas o fotografiar los rostros de los buscadores.

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Nuestro reportero se aleja del contingente. Camina varios pasos, tal vez unos cuarenta, en dirección a la línea amarilla más cercana, y se asoma para mirar la fosa. El hoyo se le figura muy pequeño: parece imposible que en ese hueco pueda caber el cuerpo de una persona. Pero entonces recuerda las palabras de don Lupe Contreras, cuando lo entrevistó en días pasados: la mayor parte de los cuerpos que sacaron de ahí estaban metidos en bolsas de basura, descuartizados.

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No son fosas, es un cementerio clandestino. En una ciudad como Veracruz, ¿cómo pueden justificar las autoridades, si todo el tiempo se estuvo diciendo lo del predio? Nosotras lo dijimos, cuantas veces tuvimos oportunidad de hablar con una autoridad, y nadie nos hizo caso. Y seguían llevando gente”.

Rosalía Castro, miembro del Colectivo Solecito y madre de Roberto Carlos Casso, desaparecido el 24 de diciembre de 2011.

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El día de las madres fue la confirmación, pero ya teníamos todo tipo de rumores, ya sabíamos de Santa Fe, ya Santa Fe tenía todas las luces de alarma, desde el 2011. Hay casos que son del 2011 que dicen que los habían llevado ahí”.

Lucía Díaz, miembro del Colectivo Solecito y madre de Luis Guillermo Lagunes, desaparecido el 28 de junio de 2013.

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Exterminios masivos y sistemáticos como los que hubo en Colinas de Santa Fe y en el Rancho El Limón solo se logran a través del estado; de un aparato organizado, con poder, donde los superiores jerárquicos tienen responsabilidad (…) ¿Cómo es posible que los responsables de esos policías [Arturo Bermudez Zurita, entonces titular de la SSP, y Marcos Conde Hernández, delegado de la misma institución] sigan sin ser señalados porque según el fiscal son meras presunciones?”

Celestino Espinosa Rivera, representante legal de los familiares de los cinco jóvenes detenidos en enero de 2016 por policías en Tierra Blanca, Veracruz, y cuyos restos fueron hallados en el rancho El Limón, junto con más de 10 mil fragmentos humanos carbonizados.

Aspecto del predio de Colinas de Santa Fe, en el puerto de Veracruz, en donde se localizaron cientos de fosas clandestinas/Ilse Huesca/Cuartoscuro

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III

El reportero cuenta las fosas marcadas que logra identificar a simple vista. Empieza por el lado superior izquierdo del terreno, donde encuentra nueve. De ahí, de ese mismo lado pero más hacia el centro, se topa con otras dieciocho. Algunas muy juntas, con menos de un metro de separación. Camina luego hacia la entrada. De un lado no hay nada, sólo un grupo de policías que bromean con un funcionario estatal; pero del otro lado hay ocho, seguiditas, y luego otras dos más algo más separadas, y por allá, entre la espesa maleza, hay una sola fosa, debajo de un tronco, que parece una madriguera. Aquella oquedad le hace preguntarse en qué chingados pensaban esos batos cuando cavaban los agujeros. ¿Con qué orden lo hacían, por ejemplo? ¿Hay alguna lógica en la disposición de las fosas? ¿Por qué casi todas están pegadas a las dunas? ¿Tal vez ahí la tierra es más blanda? ¿A quién chingados se le ocurrió cavar ahí, en medio de la espesa maleza?¿Acaso sentían que debían esconderse, en aquel terreno que de por sí ya estaba escondido? Le viene a la mente una frase del trailer del documental La libertad del diablo, de Everardo González: “¿Qué más le puedes hacer a un muerto si ya lo mataste?”. La frase de Tiresias a Caronte: “¿Qué de heroico hay en volver a matar lo que ya está muerto?”.

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El reportero sigue contando. Un perro callejero se traviesa en su camino. Del otro lado del terreno hay quince fosas más. Ha podido contar cincuenta y tres en total. Las otras, que son mayoría, piensa, deben estar ocultas ente la maleza, o en los lugares a donde él no ha podido pasar. Como aquella zanja de siete metros de largo por tres de ancho y tres de fondo, que el fiscal Jorge Winckler llamó “la alberca”, y donde don Lupe le contó que encontraron once cuerpos juntos. Y otra fosa, más abajo del otro lado, en donde había 15.

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El reportero se dirige hacia el sitio en donde están reunidas las madres buscadoras: esta mañana son dos: doña Celia Velázquez, y otra señora de nombre Rosa. Hay una reportera gringa entrevistándolas. Ellas le muestran la cruz de madera bendecida que marca el sitio en donde el pasado mes de enero desenterraron los restos del fiscal Pedro Huesca y de su secretario Gerardo Montiel, desaparecidos desde abril de 2013: los únicos cuerpos que hasta ahora han podido ser identificados plenamente. Celia cuenta que dentro de las fosas a veces encuentran basura: botellas de refresco y envolturas de galletas que los hombres comían mientras enterraban los cuerpos. No sé cómo tenían estómago para comer mientras hacían eso, murmura Celia, antes de retirar sus dedos de la cinta amarilla y caminar hacia una carpa levantada para proteger a los buscadores de la resolana, de la lluvia que de nuevo se avecina.

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El reportero camina entonces hasta el centro del predio. Mira las diez hectáreas de arena que lo rodean y de pronto se siente muy joven, muy pequeño. Diminuto, casi. Todo este horror, piensa. Tan cerca de nosotros, sin que nadie lo supiera. Es una vergüenza.

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FOTO: Aspecto de la marcha del 10 de mayo de este año en la que participaron las madres de personas desaparecidas en Veracruz./Ilse Huesca/Cuartoscuro

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