Quiatora: el ritual del autoelogio
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El mayor reto de la compañía sonorense está en consolidar su discurso con independencia de los cuestionables beneficios que ha recibido de algunas instituciones
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POR JUAN HERNÁNDEZ
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La temporada de danza en el Palacio de Bellas Artes ofreció una función con la compañía Quiatora Monorriel, de Sonora, dirigida por la actual titular de la Dirección de Danza UNAM, Evoé Sotelo, y el coreógrafo Benito González. Extrañó en principio el obvio conflicto de interés que implica programar a la agrupación de una funcionaria universitaria, quien tiene en este momento la alta responsabilidad de instrumentar un proyecto para el desarrollo dancístico en el seno de la máxima casa de estudios.
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Pero más adelante hablaremos de lo inapropiado, por decir lo menos, que resultó la programación de la compañía de la funcionaria, en la temporada organizada por la Coordinación Nacional de Danza. Entraremos al análisis del concepto mismo de la función ofrecida a un público integrado, básicamente, por miembros de la comunidad dancística. Algunos seguramente asistieron con genuino interés y gusto por el trabajo de la agrupación sonorense y, otros, por quedar bien con quien ahora se encuentra al frente de una de las instancias que produce, programa y, en pocas palabras, da trabajo a los creadores del arte coreográfico mexicano.
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Evoé Sotelo y Benito González se sirvieron con la cuchara grande. El escenario del máximo recinto cultural del país se utilizó para hacer una demostración del poder que actualmente tiene la directora de la agrupación, quien decidió utilizar el valioso tiempo del público y el costo de alzar el Telón de Tiffany del Palacio de Bellas Artes para hacer la apología de la compañía, en lugar de ofrecer una obra coreográfica total, para entablar un diálogo creativo con los espectadores.
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Cierto es que Quiatora Monorriel, en sus 25 años de actividad creadora, ha demostrado ser una compañía propositiva, con un estilo único: versátil, lúdico e irreverente en términos de la estética convencional de la danza mexicana; sin embargo, la mayor parte de la función se reservó para la presentación de una serie de videos en el que varios miembros de la comunidad dancística alababan el quehacer de la compañía y, en el mejor de los casos, ofrecían una explicación del lenguaje estético de la agrupación sonorense, antes que permitir al público hacer sus propias conjeturas a partir de la presentación de una obra que diera cuenta de la propuesta de Benito y Evoé.
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Las opiniones, encaminadas a hacer la apología de la compañía de la actual directora de Danza UNAM, fueron acompañadas de fragmentos de obras producidas por Quiatora Monorriel en 25 años de trabajo, así como algunas piezas cortas. Retazo de un trabajo creativo de esta compañía que si bien permitió el asomo de la propuesta divertida, tenaz y, en algunos casos, tendiente a la recuperación de la danza conceptual —interrumpida en la década de los 80 por el movimiento de un quehacer coreográfico ideologizado y militante, en el que se defendían causas concretas, que se manifestaba a través del hacer escénico—, a partir de la década de los años 90 del siglo XX, no dio lugar al diálogo crítico entre artistas y espectadores.
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La antología resultó innecesaria, pues la compañía se encuentra frente a un reto mayor: el de remontar los logros estéticos obtenidos hasta ahora y solidificar una propuesta actual y firme, acorde con los tiempos que corren, para continuar con el diálogo que implica la actividad escénica, en su relación con el mundo.
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No cabe la menor duda que Benito y Evoé son creadores de grandes capacidades creativas. Lo han demostrado con su trabajo, pero en la función de este lunes extrañó el formato que utilizaron, tendiente al auto-homenaje, el cual dejó de lado la manera actual de los coreógrafos para aproximarse al hecho escénico, a partir de una obra coreográfica que pudiera ser apreciada por un público sensible y capaz de entender —sin explicaciones de por medio— lo que el dueto de coreógrafos realiza.
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Extrañó también el formato de “homenaje”, en una temporada de danza, en la que el boleto tuvo un costo. Es decir: el público pagó la autoalabanza y aplaudió el elogio que se preparó Sotelo quien, en todo caso, debió ofrecer la función de manera gratuita, para los cómplices de la ya madura, pero aún joven, compañía dancística.
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Entre los fragmentos de obra estuvieron Viva (1992), “Verde” del Avispón Verde No. 2 (1993), Dorita mala (1994), así como algunas piezas cortas, como Aleación andrógina (1995), Dagobah (2001), Paisaje para Evoé (2009) y Metabolisma (2014). Habría resultado interesante ver una obra que nos hablara de la búsqueda creativa actual de la dupla de creadores, quienes tienen un lugar de privilegio en el medio dancístico mexicano.
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Dejamos para el final algunas preguntas: ¿Cómo le hace Sotelo para continuar al frente de Quiatora Monorriel, con sede en Sonora y, al mismo tiempo, estar al frente de la Dirección de Danza de la UNAM? ¿El personal de la Dirección de Danza UNAM asistió a la función voluntariamente, o estaba trabajando para la compañía sonorense —lo que sería una total irregularidad—? ¿Pensó Evoé que, en su posición actual, el auto homenaje podría representar un conflicto de interés y que la comunidad reunida este lunes en el máximo recinto marmóreo podría haber ido a aplaudir a la funcionaria universitaria y no a la coreógrafa —inquietud válida—? No olvidemos una premisa fundamental (Jesús Reyes Heroles dixit): forma es fondo.
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FOTO Quiatora Monorriel, dirigida por Evoé Sotelo y Benito González, de Sonora, se presentó en el contexto de la Temporada de Danza en el Palacio de Bellas Artes, organizada por la Coordinación Nacional de Danza del INBA, el 24 de julio. /Crédito de foto: Ricardo Ramírez Arriola/Cortesía Coordinación Nacional de Danza del INBA.
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