¿Quién de nosotros morirá primero?
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
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Sobre los gemelos abundan mitos y es mejor aclararlos desde el principio: sus masajes no curan la inflamación del nervio ciático; su saliva no es bálsamo contra la amigdalitis; no hay gemelo malo ni gemelo bueno y tampoco existe una liga telepática con la que compartan jaquecas en tiempo real. Lo cierto es que, salvo que un destino digno de tragedia griega los separe desde la primera infancia, los gemelos conocen sus propios vicios y virtudes, mañas y talentos, y esto los provee de ventajas para anticipar mutuamente sus reacciones. Vamos, se conocen desde el vientre de su madre.
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Algunos escritores los han tomado como fuente de historias y personajes de toda naturaleza. En Cien años de soledad Aureliano Segundo y José Arcado Segundo desentonaron con sus personalidades a las dinastías que los precedieron; en La eternidad por fin comienza un lunes, Eliseo Alberto creó una hermosa orgía entre dos parejas de gemelos, una suerte de espejo-erótico-circense, y en el libro de “Génesis”, los redactores de La Biblia nos legaron la historia de Esaú, quien perdió la primogenitura ante su gemelo Jacob a cambio de un plato de lentejas.
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En Huesos de San Lorenzo Vicente Alfonso (Torreón, 1977) asume la novela como una exploración en la memoria de un binomio fraterno (Remo y Rómulo Ayala) y en la memoria de Coahuila, un regreso al territorio materno.
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A partir de un trato que ha hecho con su padre, Remo comienza a tomar sesiones de terapia con el psicólogo Alberto Albores. En esta esgrima verbal de las primeras citas, Albores descubre los complejos que arrastra el aún adolescente: “Siento como si más que mi hermano fuera mi sombra. Como si nadie pudiera verme sin pensar en él”, confiesa Remo. Su terapeuta revira: “¿No te has puesto a pensar que mencionas mucho a Rómulo, que hablas más de sus problemas que de los tuyos?”. “Es que mi problema es precisamente Rómulo”, remata Remo, estudiante de restauración y apasionado del arte sacro.
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A lo largo de las siguientes visitas, Albores entiende cómo los traumas que arrastra su paciente lo llevaron a participar a lado de su hermano en un crimen en el circo del mago El Gran Padilla, quien emplea a los gemelos como comparsas en un acto de escapismo. Así, como si esto no fuera suficiente para el historial de la familia Ayala, uno de los hermanos comienza a rascar en el pasado de su madre (Rosa Nava), quien según su padre, desapareció apenas dio a luz en un hospital de Torreón al par de gemelos a finales de los años 70.
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El punto donde el terapeuta decide adentrarse en la historia de la pareja de hermanos es el asesinato de un hombre identificado como Farid Sabag en los baños del bar El Último Trago mientras los asistentes presencian la final de futbol entre Santos Torreón y los Tuzos de Pachuca. A la vista de algunos testigos, el asesino fue Remo, mientras que la mesera y otros parroquianos aseguran que fue Rómulo. ¡Qué mañas estas de los gemelos de intercambiar identidad! Albores comienza a conducir la narración a partir del rastreo que en un futuro hará por la muerte de ambos gemelos, destino que conocemos desde el inicio de la novela.
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En Huesos de San Lorenzo Vicente Alfonso rinde homenaje a sus héroes literarios y al oficio periodístico: al García Márquez de Crónica de una muerte anunciada, al Vargas Llosa de La ciudad y los perros y La tía Julia y el escribidor, al Federico Campbell de Pretexta y al Ignacio Padilla de Amphitryon, por citar algunos. En cada uno de sus capítulos hay una variedad de tonos y voces: desde la confesión en el diván, el testimonio capturado en cinta magnetofónica, la epístola y la declaración ministerial hasta la crónica, el artículo de opinión, el reportaje y la nota dura.
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Pero además, toma el pulso al desierto, a sus historias y a sus habitantes. Así como en Minas del retorno Carlos Montemayor nos dio una nueva lectura de las minas chihuahuenses, abandonadas y con maquinarias herrumbrosas sólo valoradas por los nostálgicos gambusinos, la segunda novela de Vicente Alfonso es una historia de amor a un territorio (La Laguna), con sus supersticiones y su mística. Pero sobre todo es una historia de amor fraterno, la historia de dos gemelos como una ciudad dividida.
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No es gratuito que el personaje que rastrea la historia de los gemelos sea un psicólogo que sabe ahondar en la individualidad y los traumas de su paciente. En los gemelos Remo y Rómulo Ayala encuentra un socavón de enigmas que ellos mismos van resolviendo a medida que descubren las capas de su pasado. Recordemos esa frase de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, cuando Tom Joad manifiesta que un hombre pertenece al sitio donde tiene enterrados a sus muertos. La muerte nos da pertenencia y en Huesos de San Lorenzo descubrimos que esta idea se aplica donde sea: en una tumba falsa, con una cruz de madera de la más corriente o debajo de una higuera.
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A partir de la referencia al cuadro La Virgen con el Niño, conocido también como La Madonna, de Jean Fouquet, suponemos que la personalidad de los gemelos tuvo un origen unívoco que se bifurcó durante los primeros años de la infancia. Nadie lo sabe. Pocos gemelos recuerdan el momento en que apareció su “otro yo”. Un día, simplemente se los presentaron como el socio con el que debían compartir el pan y la sal. Las dos tonalidades cromáticas de los ángeles en ese cuadro renacentista no deben leerse sólo como una coordenada mística o religiosa. Desde su propia condición de escritor educado por jesuitas, Vicente Alfonso entiende perfectamente que ante la inocencia primigenia del niño en brazos de la madre, en el caso de los gemelos deviene en dos personalidades y que cada uno tendrá su propia lectura de la realidad “porque no vemos al mundo como es, sino como somos”.
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La tradición se empeña en vernos en una especie de matrimonio inseparable cuando en realidad somos dos individuos distintos, a veces opuestos pero nunca ajenos. La conciencia de pertenecer a este binomio fraterno nos lleva a una constante asistencia de la otredad y a una defensa de la individualidad. Cuando conozca a un par de gemelos no pregunte “qué se siente ser gemelo” o “quién es el bueno y quién el malo”, mejor pregunte si se han interrogado quién de los dos morirá primero. Porque ahí, en el último trago, empiezan nuestras diferencias.
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FOTO: Huesos de San Lorenzo, Vicente Alfonso, México, Tusquets, 2015, 240 pp. / Especial
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