“¿Quién dice que la poesía es inútil?”

Ene 18 • Conexiones, destacamos, principales • 4911 Views • No hay comentarios en “¿Quién dice que la poesía es inútil?”

POR RODOLFO BRACELI

La Nación/GDA

 

Buenos Aires.— Esta entrevista ocurre en 2010. Gelman llega a Las Violetas diez minutos después de lo acordado. Viene de almorzar con un nieto. “Un espresso con espuma de leche”, pide este hombre que supo encontrar a su nieta robada. Su dolor de padre y de abuelo pudo haber estrangulado a su poesía metiéndola en el callejón del puro desgarramiento y del furioso reclamo. Pero Gelman no abdicó. Vadeó las preguntas eternas y afrontó las de un tiempo inclemente.

—¿Cómo te llevás, Juan, con eso que llamamos “el tiempo”?

—El único consuelo es que envejece con uno.

—Cuando se rondan los 80, ¿se siente la presencia de los padres?

—Sí, es curioso, porque más bien lo que he sentido es la presencia de mi madre y últimamente estoy sintiendo la de mi padre. Lo veo por los poemas que escribo. Gestos cariñosos de él recuerdo uno o dos, a lo mejor hubo más. Una vez que estuve enfermo a los 12 años, se sentó al lado de mi cama y me leía cuentos de Scholem Aleijem en ídish. Me acuerdo de eso, pero era un hombre silencio; para mí, distante. Y sin embargo cuando muere, en 1964, me costó mucho admitirlo, mucho. Yo llegué a casa, ya le habían puesto la tapa al cajón y exigí que la levantaran porque no podía creer que se hubiera muerto. Yo tenía 34 y él 74. Y bueno, después la vida y las cosas… Sí, en los últimos años aparece mi padre. No sé por qué se produce porque ya… mis hijos, bueno, a uno lo mató la dictadura, la otra vive aquí, ya tiene más de 50; hace años que no convivo con hijos. A lo mejor ésa es la razón, no sé.

—¿Alguna otra imagen de tu papá?

—Pocas palabras… después fui entendiendo su pasado. En las familias se hablaba poco de ciertas cosas importantes. Lo que pasó durante la inmigración quedaba atrás; cortina y a otra cosa. Recién a los 70 descubrí que había tenido otro hermano, que murió en Rusia. Y era hermano de mi hermano mayor; ni siquiera él me habló de eso. No hijo de mi mamá, sino del primer matrimonio de mi papá. Mirá, nunca supe el nombre. Quien me habló de él y me mostró una foto fue la viuda de mi hermano Boris. Así que recuperé un hermano, muerto, mil años después de que se fuera. Historias que pasan en la mayoría de las familias, zonas que no se tocan… No sé, el secreto familiar siempre anda por ahí. Que si una tía fue borracha, que si otra se escapó con un tipo…

—Con tu padre no se hablaba de mujeres.

—No. Por Dios. Cómo ibas a hacer eso.

—La palabra sexo…

—… nunca la escuché en mi casa. Sí en la calle, en el colegio, ja, pero en la casa…

—¿Y tu mamá?

—Ella apoyó la pequeña empresa de mi padre. Él padeció lo que supongo que era un cáncer, porque lo tuvieron que operar, y ella sostuvo la casa. Por otra parte, era una mujer culta, leía mucho. Cuando las cosas mejoraron, nos puso a estudiar piano y demás… me llevaba al cine…

—Siempre hay una película iniciática.

—Sí, me acuerdo que me llevó a ver… esa película del panadero que quiere suicidarse porque lo engaña la mujer… Mi madre también me llevaba al teatro. En su juventud estudiaba medicina; se produce la revolución rusa y cambia todo. Y mi papá también era un hombre culto, participó en la revolución rusa de 1905. Cosa que nunca me dijeron en casa pero que yo averigüé con la familia en Moscú, cuando fui. Él era uno de esos obreros activistas del centro de Europa y del Este, que sabían de todo: política, economía, historia, literatura, lingüística… Dirigentes obreros así raro que haya.

—En tu casa libros no faltaban.

—Siempre había libros. Boris era un lector voraz, yo le saqueaba la biblioteca; se hacía el que no se daba cuenta él. Tuvimos una relación muy buena. Me enseñó a jugar al ajedrez, me recitaba poemas de Pushkin en ruso… Todavía me acuerdo de algún verso aunque sigo sin saber qué significa. Yo creo que eso influyó en mi relación con la poesía, que el que me despertó algo fue mi hermano. Me recitaba esos poemas a los 5 o 6 años míos, y yo no entendía un pito. Alguna vez me tradujo qué era, pero nunca los retuve, lo que me encantaba era el ritmo y el sonido del ruso. Yo lo acosaba, le pedía que me los volviera a decir. Y eso me creaba una sensación como de estar en otra parte, en el sentido de sentir algo no habitual.

—¿Te recordás aprendiendo a leer?

—Me enseñó Teodora, mi hermana, que falleció cerca de Jerusalén. El tema de la dispersión de la familia es una constante, porque mi hermano falleció en Brasil y tengo cuatro nietos en cuatro países.

—No te queda otra que ser ciudadano del mundo.

—Vos sabés que eso no existe, porque, mirá, yo no creo que exista tampoco el amor a la humanidad.

—¿Y aquello del amor universal?

—Uno no puede querer a la humanidad entera, no existe el amor universal; no puedo querer a los militares que mataron a mi hijo. Entonces mi amor es bastante selectivo.

—¿Cuál fue el libro que primero te sacudió?

—Mirá, leía las cosas escolares, pero a los 8 o 9 años empecé con los clásicos españoles, no Quevedo sino los poetas del siglo XIX. El primer libro que me produjo una emoción muy grande fue Humillados y ofendidos, de Dostoievski, que tenía mi hermano… Él tenía una habitación arriba, con una escalera de hierro. Un domingo se fue y subí y le saqué ese libro. Me senté en la escalera y me lo leí de arriba a abajo. Después estuve en cama dos días con fiebre. Tenía 14 años. Y no era que estuviera resfriado ni nada por el estilo. Eso fue una conmoción tremenda. Seguramente tuve lecturas superiores, pero ésa fue la que… no sé, me impresionó de un modo muy particular.

—¿Y la vocación de la poesía?

—En la universidad elegí doctorado en química. Abandoné el primer año, intenté al siguiente y volví a abandonar. Me puse a trabajar en distintas cosas para ganarme la vida. Seguía viviendo en casa de mis padres, pero, claro, ya tenía 19 años…

—Se te cruzó algo…

—Sí, ahora recuerdo que a los 15 años tuve un sueño maravilloso, ¡eso sí que fue extraordinario! Mis hermanos se habían casado, yo había heredado la pieza de arriba con algunos libros, pero ya tenía los míos… De ese sueño todavía me acuerdo, ¡pero mirá vos!

—¿Cuál era ese sueño?

—Entonces yo soñé, día tras día y no me acuerdo por cuánto tiempo, que yo era un paje en una corte y que me enamoraba de no sé quién, y le escribía un poema extraordinario. Yo me dormía con un papel en blanco y un lápiz al lado de la cama porque, me decía, cuando lo escuche me despierto y lo escribo. Bueno, nunca ocurrió.

—Aparte de la empresa familiar, ¿por dónde se te dio?

—Mirá, cuando tenía 19, trabajé para una revista de las aseguradoras. Iba adonde pasaba algo, a ver si tenían seguro o no. En general tenían. Pero una vez me tocó ir al puerto porque se había incendiado una lancha que era de dos hermanos; llego y estaban de lo más alicaídos. Ahí les digo: “Ustedes tenían seguro, ¿no?” “Se venció ayer”, me dicen. Volví con esa historia, agobiado, y el director se restregó las manos y “¡Fantástico, escribila ya!”. La escribí y me fui. Terrible. Y trabajé en una fábrica de muebles también y después en una casa de repuestos de automóviles, hasta que entré en el periodismo. Al mismo tiempo publicaba mi primer libro. Yo tenía 26… Cuando se lo llevé a mi mamá, me dijo: “¡De esto nunca vas a poder vivir!”. Y tuvo razón, pero lo recibió con una ancha sonrisa.

—¿Cuándo te das cuenta de que lo tuyo es la poesía?

—Con mi amigo Marcelo Ravoni, a los 17, merodeaba por revistas literarias. Había un grupo de poetas que andaban por los 23, incluso habían publicado; se reunían en un café, les presentábamos poemas ¡y siempre desaprobaban los míos! Entonces un día dije: Esto no puede ser, tan malo no soy. Escribí uno y se lo atribuí a un poeta hebreo del siglo XII. Llegué al café y les dije: “Miiiren, traje este poema; no sé si lo quieren leer…” “Sí, sí, cómo no”. Se deshicieron en elogios. Ahí me di cuenta de varias cosas y de la más importante: lo único que vale es la escritura. Nada más. Me di cuenta de la vanidad que rodea a toda esta historia.

—Hablando de la utilidad de la poesía se dice que sirve para “levantar mujeres”. ¿Vos le diste ese uso alguna vez?

—Cuando tenía 9 años. Quería enganchar a una vecinita de 11 y yo le mandaba poemas de Almafuerte como si fueran míos.

—¿Y?

—No pasaba nada, entonces dije: Bueno, voy a escribir yo.

—¿Y?

—Nada, pero yo seguí. Me consta que hay gente que ha usado mi poesía. Yo escribí un poema que se llama “Ofelia” y que empieza diciendo “Esta Ofelia no es la prisionera de su propia voluntad…”. Un día me invita un cubano, en México, a una fiesta, y voy con mi mujer. Se acercan dos mujeres a saludarla y me dice una: “Le quiero presentar a mi esposo, porque después va a contarle algo”. Y viene el tipo y me cuenta: que él primero había conocido a la amiga de su mujer, la que estaba ahí con ella, y le había enchufado el poema con su nombre, suponete, Patricia: “Esta Patricia no es la prisionera…”. La cosa no caminó. Después conoció a la que fue su mujer, no sabía que eran amigas, y le enchufa el poema: “Esta Carolina no es la prisionera…”. Ja, otra que me pasó fue una vez que justo salió un libro de Benedetti y uno mío, entonces nos hicieron una entrevista radial, pero en un café. Nos piden que cada uno lea un poema. Él leyó el suyo; yo, el mío, de amor. Termina la entrevista. Se me acerca una chica y me dice: “¿Ese poema es suyo?”. Digo sí. “¡Hijo de puta!” “Mire, disculpe, el poema no será muy bueno pero yo soy un hombre decente”. “No”, me dice, “hijo de puta el novio que tuve, que me lo mandó como que era de él”.

—A veces uno no puede usar ni su propio poema.

—Pero a mí eso me alegra, porque, ¿quién dice que la poesía no sirve, que la poesía es inútil? Además, en el siglo II un filósofo chino (no me acuerdo el nombre) decía que todo el mundo habla de la utilidad de lo útil, pero nadie repara en la utilidad de lo inútil.

—Volvamos al eterno “para qué sirve la poesía”.

—Mirá, los poemas son botellas al mar que por ahí llegan a la playa de un alma.

—Quiero preguntarte algo pero no sé cómo… Tu hijo y tu nuera y tu nieta desaparecidos… ¿Cómo se hace para soportar tanto dolor?

—Hay gente que no lo aguantó, por supuesto; yo creo que eso se resuelve de una manera muy individual. En mi caso yo ya me había convertido en exiliado y pedía a las fuerzas políticas de Europa Occidental solidaridad con el pueblo argentino. Primero fue contra Isabel Perón, cuando empezó el pregolpe. Porque la verdad es que el golpe tuvo dos etapas: una fue la Triple A y después vino la directamente militar. Una de las cosas que me sostuvo fue la poesía, pero no el hecho de escribirla sino el hecho de leerla.

—¿Cuáles fueron esas lecturas?

—San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, la Cábala, los profetas, los Rollos del Mar Muerto, en fin, todas esas cuestiones que tienen que ver con el misticismo. Encontré una especie de coincidencia con lo que yo mismo sentía que era, o es, lo que llamé la presencia ausente de lo amado. Para ellos, Dios; para mí, el país, el hijo, los amigos y compañeros desaparecidos. Eso me ayudó mucho. También el Quijote me ayudó, en la medida que podés leer pasajes que te hacen morir de risa… Un consuelo. Además tiene una característica muy importante: Cervantes no sólo inventa palabras sino que también aconseja inventarlas. Esto es interesante porque hace unos años había varios poetas, españoles sobre todo, que decían que no había que lastimar el lenguaje; y es al revés… Porque desde que la gente empezó a hablar lo lastima cada día. Eso es así. Entre comillas lo lastima. Si no, el lenguaje está muerto. Aunque yo ya venía inventando palabras por necesidad expresiva. Aparte de las lecturas, me ayudaron en esos tiempos amigos, amores, desamores y todo eso.

—En la búsqueda de tu nieta no estuviste solo.

—Quien hizo realmente la investigación para encontrarla fue Mara La Madrid, mi segunda mujer, que no es la madre de mis hijos. Ella… se interesó mucho y con rigor. No sabíamos si era niña o niño. Entonces una noche decidimos que lo que teníamos que buscar era el destino de mi nuera, María Claudia García Iruretagoyena.

—¿El desenlace cómo fue?

—Ubicamos a mi posible nieta. Yo le pedí a un obispo uruguayo que intermediara con la supuesta madre de la chica; el supuesto padre ya había fallecido. En realidad era la única madre que había conocido en su vida. Porque a los dos meses de nacer la separaron de María Claudia, a quien raptaron en Uruguay. A Macarena la pusieron en una canastita y la dejaron en el umbral de la casa de esta familia; él era jefe de policía en un departamento de Uruguay y muy amigo del presidente Sanguinetti. Le di todos los datos al obispo; le digo: “Mire, nosotros tenemos noventa y tanto por ciento de seguridad de que esta persona es mi nieta”. Porque la habían anotado como propia, sabés, y a una edad en la que en aquel entonces no era posible que ese matrimonio pudiera concebir un hijo. Bueno, el obispo habló. Mientras tanto, la campaña internacional estaba a pleno. Ahí Sanguinetti cometió una serie de faltas imperdonables. Por ejemplo, Günter Grass escribió una carta y él prácticamente lo calificó de idiota útil y de ignorante. La carta por mi nieta fue firmada por más de cien mil personas de cien países… A mí siempre me pareció una cosa extraordinaria, porque ¿cómo hacés después de 23 años para recuperar a alguien cuya madre fue secuestrada, su padre secuestrado y asesinado y ella… vaya a saber en manos de quién?

—¿Qué resultados obtuvo la gestión del obispo?

—Unos quince días después de que él hablara con esta señora, ella le dijo a Macarena que no era la madre y que probablemente fuera mi nieta. Macarena quiso saber. Vos sabés que hay hijos de desaparecidos que no quieren saber; yo no los critico, no quieren saber y punto. Mi nieta quiso. El obispo sirvió de nexo hasta que mi mujer y yo fuimos a Montevideo. Concertó una reunión y apareció mi nieta en la habitación. Fue una impresión muy fuerte. Ella decía que no tenía abuelo. Después me contó que al entrar me vio y dijo: “Sí, éste es mi abuelo”… Mi mujer la encontró parecida a mi hijo y yo la encontré parecida a mi nuera. En realidad se parece a mi hijo.

—La pregunta es : ¿el promedio de nuestra sociedad aprendió algo?

—Decímelo vos. Yo no estoy seguro. Buena parte de la sociedad se enteró de los horrores de la represión desatada por la Junta Militar. De ahí a desear firmemente que no vuelva algo parecido… Hay diferentes terrenos donde puede haber un aprendizaje. Parece que hay sectores que no tienen el menor deseo de aprender. De un lado y de otro, eh. A lo mejor tiene que pasar más tiempo. No tengo idea. No tengo idea. Pero también depende de los casos individuales; vos podés hacer una apreciación general como la que acabo de hacer, pero tampoco ese patrón se aplica a todo el mundo… Además de indiferencia activa, hubo apoyo activo. En la Argentina nunca un golpe militar tuvo éxito sin apoyo civil. En ese sentido, pareciera que la historia argentina está congelada. En ese sentido.

—Según pasan los años, ¿tus obsesiones se han ido modificando?

—Mirá, no se han modificado. Todos los artistas pueden cambiar la expresión de sus obsesiones, pero por lo menos en mi caso, las obsesiones no cambian. Siempre tengo la imagen de sor Juana Inés de la Cruz de la espiral como definición de la belleza. Es decir, como si desde el punto donde esa espiral se inicia, también una obsesión se inicia en ese punto y da lugar a la espiral. Después, como si se mirara desde sus distintos puntos, cada vez más alto, cada vez más lejos, a la derecha, a la izquierda y todo lo demás… Mis obsesiones siguen siendo la niñez, el otoño, la muerte, el amor, la justicia social, la revolución. Pero además los hechos hacen que la calidad de la obsesión, su intensidad, se modifique; una cosa era cuando yo creía que estaba haciendo la revolución y otra cosa es lo que veo que pasó y está pasando. Entonces, en mi libro más reciente hay un poema que dice: “la revolución se paró en algún lado”. Yo ya sé que yo no la voy a vivir ni la voy a hacer.

—Pero sentís que alguna vez va a suceder.

—Después de tantos fracasos y errores, lo único que puedo decir es que es imposible mutilar en los seres humanos la capacidad de sueños, el deseo de cambio… Hay épocas muy grises, como la actual, que vivimos desde hace años y que viviremos unos años más todavía. Pero la historia enseña que al final algo cambia. Yo creo que en cada caso se cambia de una manera diferente y eso no lo puedo predecir. A pesar de todo el esfuerzo que este mundo globalizado, entre comillas, hace para manufacturar nuestra subjetividad a nivel mundial, para amansarnos, para convertirnos en tierra fértil para los autoritarismos, hay momentos en los que la gente dice basta. La historia muestra eso. ¿Cuándo, cómo, dónde va a ocurrir? No lo sé.

—¿Te das cuenta cuando te sucede el poema?

—Cuando estás en el poema, no sabés bien qué estás diciendo… simplemente me doy cuenta de que lo escribo, pero no de lo que escribo. Y después, cuando uno lo lee, dice bueno, esto está más o menos, esto suena mal, o este poema no se logró y va a la basura.

—¿El trabajo de corrección sobre el texto puede llegar a ser otra etapa de la inspiración?

—En mí no. Corrijo poco; es decir, tiro aquello que me parece que no salió. El poema está o no está. Y después soy consciente de que tiene imperfecciones pero no me pongo a componerlo.

—Entrarías así en la fabricación del poema.

—Claro, pero, te hablo de mí, hay otros poetas que no, y no es que sean malos poetas, todo lo contrario, son muy buenos y es probable que si yo me dedicara a corregir, mis cosas saldrían mejor. Pero a mí lo que me interesa es el acto de la poesía, y siento que lo traiciono si me pongo a corregir mucho… Como el que escribe es otro, cuando yo corrijo siento que estoy corrigiendo a otro. Y eso no se hace.

—Graham Greene insistía en que la naturaleza humana no es blanca y negra, sino negra y gris. Para Gelman, ¿cómo es?

—Negra, gris y de todos los colores, hasta los que no existen en la naturaleza.

—Hay preguntas que son tercas, Juan. ¿Qué es poesía? Hay muchas respuestas…

—Tiene algo de todo lo que se ha respondido, y para resumir: es un árbol sin hojas que da sombra.

—¿Cómo es tu relación con la muerte?

—Me molesta.

—¿Por qué?

—Porque no me va a permitir que siga queriendo a los que quiero.

 

*Foto: Gelman con sus nietos Jorge y Macarena el 21 de abril de 2008

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