Quinteto de Alientos de Bellas Artes: balance perfecto
POR IVÁN MARTÍNEZ
No pocos compositores me han confiado lo difícil que resulta la tarea de escribir para quinteto de alientos. No hay una tradición de la cual aprender, a diferencia del cuarteto de cuerdas; ni siquiera como el octeto de alientos cuya escritura, por preferencias del público, sí floreció durante el clasicismo. No hay un estándar de repertorio, y tampoco de grupos, a pesar de ser la formación camerística más natural después del cuarteto.
Por un lado, están las implicaciones acústicas: no hay cinco instrumentos más cercanos con posibilidades sonoras más heterogéneas. Y están las prácticas: los ensambles que hay y ha habido, han sido también heterogéneos en cuanto a las posibilidades técnicas y artísticas de sus instrumentistas. Los compositores escriben para un grupo específico y eso ha hecho que por las posibilidades que tenía cierto grupo para el que se escribió cierta pieza, no pueda hacerla otro ensamble; ésa es una buena razón por la que, por ejemplo, el Soli II de Carlos Chávez –una de sus obras monumentales más perfectas– casi nunca se escuche: no hay fagotistas. Lograr un balance acústico, expresivo, conjuntando estos cinco timbres tan peculiares, no es cosa menor.
México tiene una breve tradición y el Quinteto de Alientos de Bellas Artes, homónimo del legendario grupo aquel que propició tanto repertorio en los años sesenta y setenta, conformado por la oboísta Carmen Thierry, el clarinetista Manuel Hernández, el fagotista Gerardo Ledezma y el cornista Jon Gustely, acompañados por una flautista invitada, Alethia Lozano, ofreció el pasado sábado 4 de junio, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, un breve menú de lo que diferentes generaciones han logrado para la música mexicana.
El recital comenzó con el Momo de Eugenio Toussaint, quien falleció hace cinco años. No es la mejor pieza de su compositor; provoca simpatía, pero no tiene el sabor de sus dos siguientes quintetos (éste es de 1998 y luego escribió el Mambo en 2001 –el más logrado– y el Estudio Bop 9 –más elaborado intelectualmente– en 2011). Parece que Toussaint quiso desprenderse del origen popular de su música y practicaba diversos lenguajes. Su mejor cualidad es precisamente, y pienso en su experiencia como jazzista, el balance; la sensación orgánica que provoca el saber que los cinco músicos están comunicados, escuchándose entre sí.
Se escuchó luego la Pentamúsica de Manuel Enríquez, quien este 2016 cumpliría 90 años de edad. Es una de sus piezas, en el apartado serialista de su obra, mejor acabadas; suele decirse de la belleza que resulta su exploración tímbrica, pero hay en ella mucho de contenido melódico y una arquitectura clarísima no sólo de cada uno de los cinco movimientos sino de la pieza total. El ensamble ofreció una ejecución limpia y clara, virtuosa incluso, pero muy sobrada de seriedad, aflicción a la que quintetos actuales suelen caer al pensar en la personalidad falsamente adusta de las músicas de este compositor, olvidando elementos pueblerinos que hay que descubrir entre sus notas.
Federico Ibarra, a quien este año se le celebra su aniversario 70, escribió para esta formación una de sus piezas de cámara de mayor contenido armónico y dramático, Juegos Nocturnos: tres movimientos clásicos con diferentes dejos de teatralidad y/o cinefilia escritos en 1995, que siguieron en el programa y que son el mejor ejemplo para destacar la cohesión que aporta a este grupo la flautista Alethia Lozano; ojalá se quede a tocar con ellos de planta.
Aunque se trata de un grupo con varios años de antigüedad con sus integrantes actuales, más los que había tenido antes en su formación como Trio, también cobijado por la Coordinación Nacional de Música y Ópera del INBA, ha llegado a un nivel de madurez que se manifiesta en el balance perfecto de las sonoridades, del volumen, y de las conexiones y vínculos entre las personalidades escuchadas en este recital; cada pasaje a dúo, a trio, en cada una de las piezas, cada tutti, cada nuevo timbre aporta.
El principal atractivo para escuchar este programa era una pieza muy reciente inspirada en un popular punto geográfico de la vida nocturna de esta ciudad: el irónico tríptico Tacubaya Pop, de Mario García Magos (1977). A las cualidades acústicas logradas en su escritura para los cinco instrumentos, insisto en el balance, hay que sumar el contenido de cada uno de sus retratos, sin ser ninguno programático –o eso creo–: “El Borrego viudo” es un juego picante, como la salsa de esos famosos tacos, sincopado, de mucho regocijo y movimiento; “Santuario de la fe o La transustanciación del Cine Jalisco” es el más irónico de los tres movimientos, una especie de nocturno, obscuro en intenciones, con una línea vasta para clarinete sólo a manera de predicación; y “Hotel Revolución”, una pieza pícara, colorida, de estructura poco clara que juega con “posiciones” y “experimentos” un poco más allá del nivel kinky que hubiera esperado este reseñista pero que seguramente se queda corto con lo que el sitio de la dedicatoria inspira a todos los demás.
*FOTO: Durante su presentación del 4 de junio en el Palacio de Bellas Artes, el conjunto tuvo como invitada a la flautista Alethia Lozano (izquierda). El resto de los integrantes son Carmen Thierry (oboe), Jon Gustely (corno), Gerardo Ledezma (fagot) y Manuel Hernández (clarinete)/ Cortesía INBA.