Radiografía de un fracaso

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En Moronga, la novela más reciente de Horacio Castellanos Moya, el crimen siempre parece a punto de ocurrir. Es, quizá, la obra más compleja y desoladora del escritor salvadoreño en la que el pasado no permite a sus personajes incorporarse al presente

 

POR LEONARDO TARIFEÑO

Un ex guerrillero salvadoreño, José Zeledón, conduce un transporte escolar en Merlow City, una pequeña y gélida localidad perdida de camino a Milwaukee, en Estados Unidos. Luego, lo contratan para vigilar las conversaciones electrónicas del personal universitario del pueblo. Para completar los formularios que exigen ambas solicitudes de empleo, Zeledón debe entregar una serie de documentos que incluyen desde el seguro de su automóvil hasta los datos de la compañía de telefonía celular que utiliza. “Esta gente lo sabe de todo de uno, aunque no sepa quién es uno”, concluye el ex revolucionario. Y tiene razón. Ni su nombre ni su documentación son reales. Los archivos informáticos de seguridad nacional no dicen nada sobre él. La que cuenta mejor que nadie su historia personal es el arma que lleva escondida a todas partes.

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Como en sus dos novelas anteriores, El sueño del retorno (2013) y la excepcional La sirvienta y el luchador (2011), la nueva ficción de Horacio Castellanos Moya, Moronga (Random House, 2018), se construye a partir del contrapunto de dos personajes opuestos pero complementarios: en este caso, el ex guerrillero Zeledón y el académico Erasmo Aragón, ambos residentes en Merlow City, con intereses no del todo disímiles. A Zeledón lo persiguen los fantasmas de su madre y ex novia muertas; Aragón persigue la sombra de Roque Dalton, el mayor poeta salvadoreño, asesinado por sus propios compañeros del Ejército Revolucionario de Pueblo (ERP) cuando trascendió que la CIA lo habría reclutado. Uno y otro viven de acuerdo a las reglas impuestas por el pasado. Ninguno escapa de la decrepitud que asoma y a diario les envía múltiples mensajes. Y a los dos los une la paranoia que les produce la sensación de estar donde no deberían. Zeledón es un hijo de la violencia enfrentado al fracaso de una vida en la que todos sus sueños fueron pisoteados. El estudioso vive preso de sus miedos, nervios y angustias, seguro de que a esa altura de su existencia no hay remedio que los pueda conjurar. En el inesperado cruce de sus caminos, siempre bajo la atmósfera de una vigilancia permanente que convierte a todo mundo en sospechoso, se dibujará el destino posible de una generación sin esperanzas, manipulada y a la merced de la guerra de guerrillas personal que los dos libran contra el rencor y el desencanto.

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Atrapante a la manera de un thriller en el que el crimen siempre parece a punto de ocurrir, Moronga es quizás la novela más compleja y desoladora del autor, un mapa intimista de vidas que han perdido la brújula porque el pasado no les permite incorporarse al presente. El encierro psíquico del que ni Zeledón ni Erasmo pueden salir se explica por la propia evolución vital de ambos personajes, conocidos ya por los lectores de Castellanos Moya en algunos de sus libros anteriores. En El arma en el hombre (2001) y La sirvienta y el luchador se asiste al desarrollo militar y sentimental de Zeledón, sus ilusiones y batallas; en El sueño del retorno, Erasmo pretende curar sus males físicos con la terapia de acupuntura e hipnosis que lo guía hacia sus mayores miedos, ubicados siempre en El Salvador del que se fue y al que el destino lo orilla a volver. Los dos terminan en un remoto pueblo de Estados Unidos, lejos de quiénes fueron y más lejos aún de quiénes podrían llegar a ser. Los compañeros de pelotón del ex guerrillero se han reinventado: uno tiene esposa e hijos, otro cambió la lucha revolucionaria por el asesinato por encargo de narcos de Michoacán. Aragón pasó de periodista en El sueño del retorno a universitario en Moronga, pero sus recelos contra todo lo salvadoreño permanecen tan vivos como su adicción al vodka-tonic. No hay manera, sugiere Moronga, de perder las mañas. En la vejez, el entusiasmo sólo se recupera en el intento de ser el de antes. El problema viene cuando el pasado es justamente la cuna del fracaso que se pretende esconder.

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En Moronga, los revolucionarios que sobrevivieron juntos a emboscadas y bombazos en el medio de la selva se reencuentran, años después, y se abrazan “primero con cierta desconfianza, luego con alegría”. Por gestos semejantes, que recorren todo el libro, Moronga parece llamada a ser la novela definitiva sobre la postguerrilla, un brutal documento literario dirigido a recordar que el latinoamericano del siglo XXI está obligado a convivir con la derrota. Quizás por eso, el escenario de la novela no tiene nada que ver con el cliché del “sueño americano”: al Estados Unidos del libro lo pueblan latinos que sólo viven para emborracharse, multitudes embotadas por el exceso de pantallas y una susceptibilidad gringa al borde de la ofensa por cuestiones tan banales como “hablar de la edad, porque les recuerda que son mortales”. En Estados Unidos no se realiza ningún sueño, sólo se escapa de las pesadillas. Y la que despierta a ambos es la paranoia, entrenada en el pasado y justificada en el presente.

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Los puntos altos de Moronga no son pocos y uno de los más disfrutables quizá sea la intensidad del contrapunto entre José y Erasmo, que además de vital es, sobre todo, narrativo y técnico. Cuando el protagonista es Zeledón, la novela se carga de violencia contenida y un ritmo poderoso del que el lector no puede escapar; ya en la segunda parte, con Erasmo a cargo de la historia, el humor campea por las páginas y la crítica a Estados Unidos se vuelve aguda y mordaz. El virtuosismo estilístico del autor se profundiza y renueva en un libro mayor, quirúrgico, de un profundo acento contemporáneo porque habla de lo que no siempre se quiere escuchar. Con esa potencia a flor de piel, resulta difícil saber si Moronga es o no la mejor novela de un escritor que ya alcanzó cimas muy altas con El asco,(1997) La diabla en el espejo (2000) y La sirvienta y el luchador; más sencillo parece afirmar que sin dudas es una de las más poderosas de las suyas, pieza decisiva en el puzzle de personajes que aparecen y dejan huellas aquí y allá, como si su deriva interpelara a su época para subrayar que su fracaso personal es el de un tiempo cruel que ya no existe pero se resiste a desaparecer.

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Foto: Moronga, Horacio Castellanos Moya, México, Random House, 2018, 335 pp. / Especial

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