Raúl Rodríguez Cetina, casi un desconocido
Pionera del homoerotismo en México, la novela El desconocido narra la historia de un adolescente que debe prostituirse para sobrevivir en medio de la conservadora sociedad de Mérida
POR CARLOS MARTÍN BRICEÑO
Poca gente sabe que el yucateco Raúl Rodríguez Cetina (1953-2009) fue uno de los primeros escritores mexicanos en explorar abiertamente el homoerotismo en la novela. Su ópera prima, El desconocido (1977), se adelantó incluso a El vampiro de la colonia Roma (1978), la icónica novela gay del capitalino Luis Zapata, considerada por la crítica especializada como un parteaguas en la literatura LGBT+ escrita en español. 45 años después, la editorial madrileña Amistades Particulares ha decidido reeditarla.
Narrada en primera persona, voz que el autor privilegia en el conjunto de su obra —nueve novelas (El desconocido, 1977; Flash back, 1982; Primer plano, 1984; Alejamiento, 1987; Fallaste corazón, 1990; Lupe la canalla, 1996; Ya viví, ahora qué hago, 1991; Corazón de acero, un relato, 2002; El pasado me condena, 2009) y un libro de cuentos (Bella en su abandono, 1994)—, El desconocido es la historia de Narveli, un adolescente provinciano que con apenas quince años ha sufrido suficientes decepciones como para relatar con desparpajo su breve paso por el mundo.
Abandonado por sus padres, Narveli tiene que acostarse con extranjeros para pagar sus estudios de inglés y contabilidad. Tantas son sus desventuras que es imposible no sentir dolor e impotencia por este joven y preguntarnos hacia dónde se dirige esta sociedad contemporánea, cuyo único eje es el poder de compra, tal como anticipó el filósofo francés Jean-Francois Lyotard en su célebre libro La condición postmoderna (1979).
Con un estilo directo, diáfano, casi confesional, construido con frases cortas y diálogos vivaces, Raúl Rodríguez Cetina despliega valientemente la anécdota y por momentos remite a las voces de André Gide y Yukio Mishima. De esta forma irrumpe en las letras mexicanas llevándolas por senderos que hoy podrían parecer comunes, pero que entonces eran poco transitados. Su intimista trabajo literario mantiene siempre despierto el interés del lector, sin importar que desde las primeras páginas se advierta nula esperanza en el destino de Narveli.
El desconocido es el anticipo de una vasta obra literaria impregnada de un pesimismo al modo del filósofo alemán Schopenhauer, enmarcada por la sombría visión de un autor que escribe con una actitud de permanente desencanto ante la sociedad mexicana contemporánea. Una sociedad que, a pesar de contar entre sus filas a varios de los hombres más ricos del mundo, no ha sido capaz de proporcionar a la mitad de sus 130 millones de habitantes las condiciones de trabajo indispensables para acabar con el flagelo de la pobreza.
Ambientada en los años 60 en la conservadora ciudad sureña de Mérida, la novela constituye también un interesante retrato de las costumbres provincianas de una clase media que se mira lejana, pero que en pleno siglo XXI, a pesar de los derechos conquistados por la comunidad LGBT+, continúa luchando por superar sus complejos sexistas neo burgueses, tal como se ejemplifica en el diálogo siguiente:
—Narveli, escucho tu risa forzada, ¿te pasa algo?
—Es posible que sea la preocupación por no tener trabajo, un ingreso seguro, tú entiendes, necesito pagar las colegiaturas y cubrir otros gastos. En nuestro país se habla de democracia y justa distribución de la riqueza y ya ves, la riqueza se la lleva la Coca Cola y otras empresas transnacionales.
—¿Te das cuenta de lo atrasados que estamos? Damos lástima en el terreno sexual. Unos amigos me han hablado sobre la libertad sexual en algunos países europeos. Seremos un pueblo culto y politizado cuando dejen de discriminarme y llamarme maricón. Me gustaría estudiar en Europa. ¿Entiendes por qué?
El desconocido es, asimismo, un relato que explora la depresión. Narveli está constantemente sujeto a los embates de la desesperación, de la soledad, del recuerdo del padre y de la manipulación de la tía sádica; “el peor de los mundos posibles”, como aseveraba Schopenhauer. A excepción de Anlino, el amigo burgués a quien no le importa ventilar públicamente sus preferencias sexuales, los demás personajes son fantasmas que deambulan atormentado la conciencia del protagonista.
Al finalizar la lectura, uno se pregunta bajo qué preceptos se rige la humanidad en la época actual. Acaso la respuesta se encuentre en la esperanza que habita la escena de la despedida en el último capítulo, en el momento en que Anlino ve a su amigo Narveli subir al autobús que lo llevará al aeropuerto, rumbo a un futuro distinto:
Los amigos se enfrentaron durante segundos de silencio. Las miradas recorrieron los detalles de cada cuerpo, redescubrieron su amor mutuo, sumidos en un rito que trataba de grabarse lo mejor de cada quien. Todo un instante de meses desnudó a esos cuerpos. Las miradas, en el azar de movimientos se reencontraron, húmedas, aquel mediodía de laureles. Quizá ambos recordaron un domingo de espaguetis y vino blanco.
—Las gafas que me compró Mike, tómalas, son tuyas —alcancé a decirle.
—Te voy a extrañar en la clase de inglés cabroncito —me dijo.
—Chao
“No creo que mis personajes sorprendan a nadie en este tiempo, siento que hay una inocencia en ellos cuando transitan por la soledad urbana, deciden el suicidio o viven la bisexualidad, la prostitución, el alcohol, las violaciones físicas y los atentados terroristas políticos. La desolación que sufren algunos de mis personajes tiene que ver con mi biografía”, dijo Raúl Rodríguez en una entrevista que le hicieron en 2009, poco antes de morir a los 56 años.
Pero sí, algunos de sus personajes, particularmente Narveli, lograron escandalizar hace algunos años a muchos de sus lectores. Sobre todo en Mérida, ciudad natal del escritor, donde aún siguen vigentes algunos de los viejos prejuicios sexistas.
La obra de Raúl Rodríguez Cetina merece ser reivindicada en México y en el resto del mundo. Ojalá que la reimpresión de su primera novela, bajo el sello de Amistades Particulares, represente el primer acto para dar a conocer universalmente las letras de este yucateco que tuvo el valor de anteponer su literatura por encima de todo, incluso de su propia vida.
FOTO: Raúl Rodríguez Cetina fue también colaborador en EL UNIVERSAL/ Anónimo/Cortesía INBAL
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