Maternidades infinitas: un recorrido por la muestra “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”

Jun 11 • Conexiones, destacamos, principales • 1796 Views • No hay comentarios en Maternidades infinitas: un recorrido por la muestra “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”

 

La curadora Alejandra Labastida nos acompaña en un recorrido por Maternar, la exposición del MUAC en la que artistas contemporáneas de todo el mundo exploran las violencias que atraviesan la maternidad

 

POR SOFÍA MARAVILLA
¿Ser madre… o simplemente dejar de ser?, pareciera que fuera la interrogante que atraviesa la existencia de los cuerpos feminizados aún en estos tiempos, pues incluso con las “libertades” y “privilegios” ganados por una minoría, la maternidad termina por poner en jaque la vida misma de quien la experimenta, o de quien quiere experimentarla y no puede, y a partir de allí comienza una espiral de reflexiones, decisiones, presiones e incluso miedos que históricamente han sido callados y que son explorados por las curadoras y artistas de la muestra Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, que puede visitarse en el MUAC, y que recorrí en compañía de la historiadora de arte Alejandra Labastida, quien es la curadora de la muestra junto con la filósofa Helena Chávez Mac Gregor.

 

Cuenta Labastida que la investigación se dio a lo largo de varios años, y hubo incluso un seminario dirigido por Chávez Mac Gregor para ahondar en el profundo pozo de las maternidades: “Maternar surgió desde un lugar muy personal, desde la experiencia misma, cuando en 2015 y 2016 Helena y yo tuvimos a nuestros hijos. Empezamos a hablar de estas cosas que no se decían, como si hubiera una especie de pacto secreto entre las que habían pasado por esa experiencia para no decirlo a quien no la había vivido. Hablamos del lado oscuro de la maternidad, de los relatos romantizados en la cultura y en la historia del arte. Nos preguntábamos dónde estaban esas voces que sí han hablado y, claro, están ahí, lo que pasa es que si vives esa experiencia las empiezas a buscar, pero antes no. Decidimos plantearlo desde la curaduría y ver cómo lo estaban trabajando las artistas de las últimas dos décadas, aunque hay muchas referencias históricas importantes”.  La violencia  inherente a la maternidad rezuma entre las obras: la injerencia política en la decisión de maternar, la renta de vientres, la invisibilizada depresión posparto, los abortos clandestinos, la esterilización forzada, la tercerización del cuidado, el compromiso con otras especies, son algunos de  los ejes de esta muestra, y, claro, no me olvido de mencionar al común denominador de la maternidad mexicana: la posibilidad siempre abierta de ser madre de un desaparecido.

 

Nos recibe un muro tapizado de fotocopias adornadas con dibujos infantiles. Alejandra me explica que es una obra de Carmen Winant, quien tomó el archivo de la activista Silvia Federici —quien exploró la idea del trabajo no remunerado en la maternidad y la exigencia de un salario para ese trabajo—, y lo fotocopió para que sus hijos lo intervinieran en pandemia: “La idea es salir de esa falsa dicotomía entre el trabajo reproductivo y productivo, porque hay también una larga tradición de feministas que en un primer momento negaron la maternidad, y se entiende, pero de alguna forma las nuevas olas feministas dicen que no se trata de negarla, sino de repensarla, reconstruirla y resimbolizarla”, dice Labastida.

 

Al centro de la sala, unas brillantes palabras reconstruyen el título del texto Las mujeres crían el levantamiento (2021), de Claire Fontaine: “Desde este lugar de violencia, en donde te sientes secuestrada pero al mismo tiempo estás enamorada de tu secuestrador, resulta que el secuestrador no es el bebé, sino es el sistema, y la maternidad puede ser un lugar de emancipación y de gran potencial político”. Por su parte, un vinil de Marge Monko, Yo (no) quiero un bebé (2017), expone las narrativas políticas y necesidades geopolíticas que intervienen en la decisión de ser o no madre, lo que nos lleva a cuestionar la soberanía de nuestras decisiones reproductivas, pero también las accesibilidad a ciertos derechos que nos permiten ejercer esa libertad: “Monko hace referencia a ese momento durante la revolución bolchevique en que necesitaban mujeres en las fábricas y crearon esa ‘nueva mujer libre de crianza’, y eso se tradujo en que se legalizara el aborto muy temprano en el siglo XX, pero más adelante, cuando necesitaban aumentar la población, desarrollaron toda una teoría de curso piscoprofiláctico, porque ahora ya no las necesitaban en las fábricas, las necesitaban reproduciéndose”.

 

Era interesante ver cómo las artistas del mundo hablaban de sus condiciones de maternidad, pues dejaban bien en claro que ser madre y ser artista o intelectual o profesionista de otras áreas, no necesariamente implica un privilegio. A veces, maternar ya es un hecho suficiente para sentir la presión social del cuidado de la niñez por venir y, al mismo tiempo, el íntimo padecimiento de pensar en el desarrollo personal de quien materna: “Decíamos Helena y yo que si nosotras, desde este lugar hiperprivilegiado, en el sentido de que tenemos una infraestructura económica, afectiva y social para sostener esto, lo vivimos con este nivel de soledad y violencia, ¿cómo será en otros contextos? Imagínate todas estas situaciones de hiperprecariedad en las que la mayoría de las mujeres maternan”.

 

Esas perspectivas están en la exposición: la instalación de video Vientre global, del proyecto alemán Flinn Works, explora el universo de las mujeres que recurren al negocio de la maternidad subrogada, desde la legalidad de esta actividad en California, hasta el tabú que existe en la India, uno de los territorios donde más se explotan los cuerpos gestantes; Factores de riesgo (2019), de la peruana Daniela Ortiz, enuncia su propia experiencia como madre migrante en España, donde aspectos como ser madre soltera, no tener trabajo fijo, o ser migrante bastan para quitar la custodia de un niño; la argentina Ana Gallardo muestra una recolección de los instrumentos domésticos que fueron encontrados en lugares donde se habían empleado para realizar abortos clandestinos (pinzas, tijeras, abrelatas, cuñas, entre otros objetos punzocortantes); los esténciles del colectivo limeño NoSinMiPermiso en memoria de las más de 200 mil mujeres en condiciones de pobreza que fueron esterilizadas a la fuerza como política gubernamental de Fujimori; los conmovedores bordados de Paulina León, quien rescata en su instalación El punk no ha muerto, son las mamás, las consignas feministas de un país feminicida; las exploraciones de la violencia obstétrica racializada en la obra de la noruega Frida Orupabo; las formas comunitarias de maternar, como lo muestra el video Tojol Kayal de la chiapaneca Amelia Hernández, en el que se conoce a una curandera y partera tsotsil, quien ha perdido a sus hijos “al dar algo a cambio” de la bendición de ser “madre de todos”.

 

“Intentamos que no hubiera ninguna respuesta concreta a la idea de la maternidad, porque son más de 47 obras de 35 artistas que están hablando desde universos muy diferentes, pero que al momento de verlos dialogando, puedes ver que sí hay una serie de fuerzas, de estructuras y de violencias económicas, políticas, culturales y demás del patriarcado y del capitalismo que cruzan a cada una de ellas de diferente manera, entonces sí hay una forma que podemos entender como la forma en que se nos está obligando a maternar, y de ahí surgen muchas de las violencias”, señala Labastida.

 

El humor negro también aparece como instrumento de crítica: la española Raquel Friera reinterpreta 4’33 de John Cage, y muestra lo que sucede cuando una mujer que materna ve el silencio de su obra “estropeado” por el llanto de su hijo, lo que evidencia la desigualdad en el terreno de la creación y de cualquier suerte de desarrollo profesional: “Un punto esencial para la igualdad sería la repartición del cuidado, incluso más allá de las pagas o de las oportunidades, es importante abrir la noción del maternar a otros cuerpos, que no tienen que ser solamente los cuerpos feminizados, aunque históricamente y todavía mayoritariamente es así, y lo vimos en la pandemia, con las mujeres que dejaron su trabajo y se regresaron a la casa”, y a propósito de la pandemia, la mexicana Mónica Mayer rescata testimonios en un muro que permite ver lo que #UnaMaternidadEnPandemiaEs: “Es llorar de desesperación porque no puedes cumplir el rol de madre de manera cabal mientras haces al menos otras 2 cosas”, “Ser mamá primeriza sola (…) soñando con compartir mi maternidad con todos los que amo”, “Valorarse como persona y mujer”, “Tener ganas de huir cuando ni siquiera tengo tiempo para respirar”.

 

A propósito de esos testimonios pandémicos, Alejandra señala que “muchas de la discusiones de la que encontramos y en las que nos basamos, están centradas en la separación entre el trabajo productivo y reproductivo, que en realidad es lo que hace esta especie de jerarquía, en la que el trabajo reproductivo es totalmente invisibilizado, negado y por lo tanto explotado, es un espacio de extractivismo a los cuerpos, mientras que el trabajo productivo no, y esa división es además artificial, es una invención, porque ¿qué puede haber más productivo que “producir” los nuevos sujetos que van a trabajar y consumir en el sistema? ¡El sistema mismo se cae si no hubiera personas gestando, maternando y cuidando a los que hacen que se mueva el sistema! Entonces cuando te pones a pensar, esa división es completamente ridícula, pero vivimos bajo eso. Una de las cosas que experimentábamos Elena y yo muy directamente, era esa sensación de que no estábamos pudiendo ser productivas en nuestras carreras de la manera en que se nos esperaba, o recibíamos este tipo de comentarios como de ‘no te preocupes, luego regresa la cabeza’, esta situación como de que lo que estuviéramos haciendo no fuera importante porque no era productivo. Eso además genera la división entre trabajo salariado y no asalariado, y ahí está el gran problema, porque entonces no es sólo que cultural, social y afectivamente te sientas negada e invisibilizada o sin un sentido en este trabajo eterno, sino que además no es remunerado, no es reconocido como tal y entonces ahí está la explotación, por lo que termina siendo un trabajo esclavo y todo el sistema se monta en ese trabajo esclavo. Luego en en Latinoamérica está todo el tema de la tercerización del cuidado para que precisamente tú puedas seguir siendo productiva, y que las condiciones de Latinoamérica permiten que siga siendo tan accesible la tercerización,  entonces se pasa el extractivismo y la explotación a otro cuerpo, que, una vez más, son cuerpos generalmente feminizados, racializados”. 

 

No puedo decir que Maternar prometa un recorrido confortable, pero sí que es un recorrido necesario, porque si bien no todos experimentan la maternidad en carne propia y en muchos casos ni siquiera está en sus agendas, lo cierto es que absolutamente todos hemos pasado por ahí, al menos de manera pasiva, con “buenas”, “malas”, presentes o ausentes maternidades. Nos constituyen. Nos ontologizan. Entonces, ¿cómo crear maternidades conscientes? ¿Cómo volvernos una sociedad que cuente con toda la infraestructura necesaria para ser responsables y empáticos con aquellos cuerpos que maternan? Ciertamente, para Labastida no hay una fórmula, pero Maternar puede ayudar a trazar una guía que cada quién recorrerá a su debido tiempo, y acorde a sus circunstancias: “El paso número es hablar de esas cosas, luego desmantelar esa estructura, y tal vez una tercera parte, que es muy impactante, está esa cuestión de repensar la familia nuclear, porque uno de los grandes problemas de todo este trabajo y todo este maternar lo tienes que hacer ahora sola, porque incluso aunque tengas familia y cierto apoyo, esta idea de la familia encerrada en un departamento  o en una casa habitación única, es un invento muy reciente, muy moderno. No crecíamos así, crecíamos en comunidad y se maternaba en comunidad, porque vivías con otras mujeres, entonces no maternabas tú sola, sino que maternabas con tu hermana, con tu prima, con tu sobrina, con tu abuela. Es una experiencia muy diferente a maternar tu sola, aunque estés en una situación privilegiada, porque ahí no hay sólo el trabajo, sino que hay toda una cosa de aislamiento, está ese lado de salud mental que también es importante”.

 

Las palabras que vienen a mi mente resuenan como un mantra utópico con todas sus resonancias filosóficas, sus imposibilidades, pero también sus retos a efectivizar: todo se trata de retornar a la comunidad, de volver a tejernos en comunidad. “Me parece que una vez que lo pones sobre la mesa, debería estar en el centro de todas las discusiones públicas, porque es finalmente el futuro de nuestra especie, y lamentablemente no sólo es nuestra especie la que se discute en estas estructuras”, enfatiza Labastida.

 

Para cerrar la exposición, aparece la noción de la “conciencia planetaria ecologista”, como le llama Labastida: nos sumergimos en una atmósfera azulada mientras la hipnótica Gnossienne 1 de Satie flota en el acuoso video de Ai Hasegawa, Quiero dar a luz un delfín, que surge a partir de la reflexión en la sobrepoblación humana, el hacinamiento que padecemos y la posibilidad de la reproducción interespecie. Dice Labastida que es una de las obras que más cautivan a las nuevas generaciones, en especial al mirar el divertido diagrama que acompaña a la proyección, donde Hasegawa, además de dar razones viables para hacer de nuestros vientres incubadoras de delfines de Maui (en peligro crítico de extinción), pregunta: “¿Te gustaría tener un bebé? ¿Por qué no un bebé animal? ¿Por qué no gestar un animal en peligro de extinción?”. Lo curioso es que estas preguntas no sólo traen consigo implicaciones tiernas: también deja abierta la posibilidad de gestar especies que sean nuestros posibles alimentos, y así el cuerpo se convertiría, también, en una industria. Aunque me estremece esta última posibilidad, respondo el diagrama, mientras que en el video un bebé delfín sale envuelto en una veladura de sangre del cuerpo de su madre humana. Al mirarlo, considero que, en mi calidad de cuerpo biológicamente diseñado para gestar, quizás el idilio interespecie sea la única razón que me atraiga lo suficiente para decidirme a maternar.

 

FOTO: Quiero dar a luz un delfín, de la artista Ai Hasegawa/ MUAC

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