Refutar para conocer: el método de Karl Popper

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El filósofo señalaba que las teorías científicas sólo las podemos aceptar de manera provisional, puesto que las leyes que se consideran absolutas no tendrán una validez universal en todos los tiempos

 

POR RAÚL ROJAS 
El filósofo austriaco-británico Karl Popper (1902-1994) es uno de los autores más citados cuando de explicar el método científico se trata. Con su obra La lógica de la investigación: sobre la teoría cognitiva de las ciencias naturales modernas, de 1935, Popper introdujo una noción que hoy pertenece al arsenal científico obligado: la “refutabilidad” de las teorías científicas. La idea clave es que leyes de carácter universal no pueden ser demostradas acumulando más y más casos positivos, es decir, para los cuales la ley es válida, pero sí pueden ser rechazadas si se encuentra un solo caso negativo, en donde la ley falla.

 

Popper comienza por constatar que las ciencias naturales construyen sus edificios teóricos sobre resultados previos, pero en la filosofía sólo encontramos “un campo en ruinas” y por eso hay que comenzar por el principio: la lógica de la cognición. La primera dificultad que salta a la vista de inmediato, cuando se trata de hacer ciencia, es el “problema de la inducción”. Ésta consiste en deducir verdades generales partiendo de verdades particulares que provienen de la experiencia. Aunque en las matemáticas existe un “principio de inducción” válido, para la física y la vida diaria la cosa es diferente. Un solo cisne negro demuestra que no todos los cisnes son blancos. En el caso de afirmaciones basadas en la experiencia nunca tenemos absoluta seguridad, sólo podemos entenderlas como aseveraciones “probabilísticas” (por ejemplo, casi todos los cisnes son blancos). Ya Hume y los empiristas ingleses habían llamado la atención sobre este problema. Por eso Popper propone lo que llama el “método deductivo de la verificación”.

 

Para la verificación de una teoría, que posiblemente fue postulada siguiendo el método inductivo, hay que proceder por deducir consecuencias lógicas. Teniéndolas, hay entonces que mostrar:

 

a) que la teoría es consistente (que no se pueden deducir consecuencias contradictorias).

b) que la teoría no es simplemente una tautología (es decir, que agrega algo a nuestro conocimiento).

c) que la teoría va más allá de las teorías ya existentes.

d) que las conclusiones concuerdan con la realidad, realizando experimentos.

 

De las consecuencias de la teoría, las que nos atañe considerar son aquellas que no se pueden deducir de teorías alternativas. Si un experimento confirma una consecuencia lógica de la nueva teoría, podemos aceptarla provisionalmente. Pero si el experimento falla, la teoría ha sido “falsificada” o “refutada”, y no la podemos aceptar como universalmente válida. Un ejemplo (que no menciona Popper) sería la moderna teoría del Big Bang, una expansión primigenia del universo, que, de ser cierta, debe haber dejado una “signatura” en forma de fotones que se desplazan como señales de radio por el universo desde hace miles de millones de años. Si esos fotones no pudieran ser registrados con antenas, eso pondría en aprietos a la teoría. Pero como esos fotones han sido detectados, la teoría está a salvo, por el momento. Y, por el contrario: la teoría de un universo inmutable desde el principio (steady state) fue rechazada cuando en 1964 se descubrió la radiación cósmica del Big Bang.

 

Así que el problema de las ciencias naturales es diferenciarse de las matemáticas y de la lógica, que pueden demostrar teoremas usando el principio de inducción, pero también de la metafísica, que genera aseveraciones universales sin sustento experimental. Mientras que los positivistas sólo aceptan conceptos que provienen de la experiencia, Popper dice que lo importante no es de dónde provienen los conceptos, sino que la ciencia moderna es un sistema de leyes y teoremas, y ahí es donde hay que poner el acento. Las leyes postuladas no necesariamente van a tener validez absoluta para todos los tiempos. Sólo hay que recordar que la teoría de la gravitación de Einstein sustituyó a la de Newton en el siglo XX. Popper insiste, una y otra vez, que “las teorías nunca son verificables”, lo que quiere decir que siempre puede surgir una consecuencia que no se puede aclarar experimentalmente. Así sucedió con la órbita de Mercurio en el Sistema Solar, cuya precesión no era explicable con los métodos de Newton, pero si con los de Einstein. Las teorías nunca son verificables al cien por ciento, para siempre, pero sí pueden ser refutadas, esa es la asimetría en la que Popper pone el acento.

 

Así que lo importante para una teoría científica no es cómo se llegó a ella, si agregando bloques más pequeños que parecen consistentes, o por un momento de inspiración. Lo que caracteriza a un sistema científico-empírico es “que pueda fracasar frente a la experiencia”. Podemos concebir, por ejemplo, que existe el alma humana como algo separado del cuerpo, pero como no hay una sola conclusión lógica que nos permitiera poner a prueba esa separación experimentalmente, no hay manera de poder refutar la teoría, que entonces no tiene el carácter de ser científica. Es una creencia, como sería la astrología.

 

Todas las consideraciones anteriores conducen a Popper a afirmar que la ciencia está guiada por un método, que puede ser considerado también una ciencia. Ese método posee “reglas”, de la misma manera que las tiene el ajedrez. La investigación de las reglas del “juego de la ciencia” es lo que Popper llama la “lógica de la investigación”, con lo que queda explicado el título de su obra. Dos ejemplos de las reglas que le son propias son: “(1) El juego de la ciencia no termina. Quién algún día decide no seguir verificando las leyes científicas, sino que las considera válidas para todos los tiempos, esa persona abandona el juego. (2) Hipótesis que han sido formuladas y han sido útiles no deben ser abandonadas sin razón suficiente”. Esa es la diferencia con la lógica matemática, cuyas deducciones, si son correctas, no son refutables y son válidas para siempre.

 

Hay algo que a los científicos siempre les ha gustado y que es una especie de residuo idealista. Me refiero a la tendencia a preferir una teoría sobre otra, si la primera es elegante y la segunda no. En la sección V del capítulo sobre la teoría de la experiencia, Popper argumenta contra tal tendencia, porque considera que “elegancia” es un concepto nebuloso y que la idea de Mach, de preferir la “descripción más simple” de una relación causal no tiene consecuencias en la práctica. Popper argumenta que, en todo caso, la descripción más simple es preferible solamente si más fácilmente permite diseñar experimentos para refutar la teoría. Lo importante entonces no es la “economía” de las reglas, como en la navaja de Ockham, sino que principios más generales, que sustituyen a varios principios más particulares, tienen “un mayor contenido empírico y por eso son más fáciles de verificar”. Yo, por mi parte, diría que la naturaleza pareciera ser elegante, como creían los pitagóricos, que veían en ella relaciones numéricas por todas partes, o como afirmaba Galileo, quien decía que el gran árbol de la naturaleza “está escrito en el lenguaje de las matemáticas”. Quizá no sea cierto, pero esa confianza en que la naturaleza es un reflejo de relaciones ideales condujo a Kepler a buscar relaciones numéricas en las órbitas de los planetas que correspondieran a los sólidos platónicos. Cuando abandonó esa hipótesis pudo encontrar sus famosas tres leyes. Así que la elegancia de las leyes naturales puede representar un motor para la investigación, pero puede conducir también a espejismos teóricos, que sólo pueden ser disueltos a través de la refutabilidad de las conclusiones alcanzadas.

 

Todo lo anterior es lo que habría que saber para ubicar a Popper y su método en la historia de las ciencias. Pero su libro es más profundo y trata de describir los que llama las “categorías de la experiencia”. Las tres primeras serían el concepto de causalidad, el de explicación y el de pronósticos. Aclarar un fenómeno de manera causal significa que partimos de las leyes conocidas y de las condiciones iniciales para, de manera puramente lógica, concluir que algo que ha ocurrido corresponde a lo esperado, es decir, al pronóstico que hubiéramos hecho de antemano. Respecto al tipo de reglas que podemos establecer, hay reglas universales (“para-todo-x-vale-que”) y reglas de existencia (“existe-un-x-tal-que”). Las reglas universales las podemos refutar simplemente encontrando un contraejemplo. A las reglas de existencia no las podemos refutar, porque si alguien dice “hay cuervos blancos”, no haberlos visto hasta ahora no quiere decir que no existan. Por eso los edificios teóricos de las ciencias naturales están sujetos a constante revisión y la teoría se mantiene “abierta” para nuevos descubrimientos o explicaciones. Se podría incluso decir que la maldición de la física, para tomar a la más prominente de las ciencias naturales, es el hecho de que una teoría puede ser verdadera, pero no tenemos manera de saberlo, con absoluta seguridad, solamente con un cierto grado de probabilidad, dada la experiencia que hasta ahora hemos tenido. Eso es lo que Popper llamaba la “certeza” de una teoría, que es distinta a su verdad.

 

Y que Popper no se arredraba ante lo complicado de una teoría para proponer un experimento que la podía refutar, de eso dan cuentas sus “anotaciones sobre la mecánica cuántica” en la obra que comentamos. Propone ahí un ensayo que después fue llamado “experimento de Popper” y que podría refutar la llamada interpretación de Copenhague de la teoría. Sin embargo, Einstein encontró un error conceptual en la propuesta y Popper escribió años más tarde que se “avergonzaba” de haberla hecho.

 

A la muerte de Popper, en Inglaterra, la revista Economist lo declaró “el más conocido y leído de los filósofos vivos”. Después de su opus magnum, Popper continuó escribiendo sobre ciencia, pero también sobre cognición y problemas sociales. Uno de sus libros más conocidos es precisamente La sociedad abierta y sus enemigos, donde argumenta contra las visiones teleológicas de la historia, negando que ésta tenga un fin predeterminado.

 

Una cita de uno de sus libros, que Popper gustaba de mencionar, resume muy bien el problema de la verdad en las ciencias naturales y el camino infinito que alcanzarla representa: “en nuestra ignorancia infinita, todos somos iguales”.

 

FOTO: El círculo de Viena consideró la obra de Karl Popper como una moderada crítica al positivismo/ Especial

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