Reivindicar para estremecer: un panorama de las escritoras colombianas
Las actuales escritoras colombianas perfilan la literatura como un espacio de libertad que excede los temas encasillados como típicamente femeninos
POR JUAN CAMILO RINCÓN
Desde diversas orillas, el horizonte de las letras colombianas creadas por mujeres se va revelando hoy en una generación que extiende y amplía el trabajo literario de quienes las precedieron, a través de un diálogo permanente con ellas. Aunque los titulares y el mercado hablan con orgullo de un boom de escritoras que están colmando las librerías, Pilar Quintana, autora de La perra y Los abismos nos recuerda que “Las mujeres siempre han escrito; en todas las épocas ha habido escritoras y su oficio siempre ha sido un acto de rebeldía”. Para Adelaida Fernández, acceder a la literatura escrita por mujeres le significó romper paradigmas, descreer de lo visible y mirar hacia las autoras, pues “ellas siempre estuvieron ahí, pero me faltaba buscarlas”. Lo sorprendente “es que muchos nunca las han leído, o han leído a muy pocas, y vienen con un montón de ideas sin fundamento sobre lo que es la literatura escrita por mujeres”, señala Andrea Salgado, creadora de El sueño del árbol.
Esas concepciones crean la expectativa de una literatura que debería destilar “susceptibilidad de corazón, delicadez de sentimiento y refinamiento de gusto” como lo expuso Mary Wollstonecraft en A Vindication of the Rights of Woman (1792). Esto en maniquea oposición a las historias “realistas”, “prudentes” y “serias” (“Ya no todo lo que se dice tiene que ser importante”, asevera María del Mar Ramón) y ancladas en el principio de realidad que suelen llenar los estantes de la literatura colombiana hecha por hombres, como lo afirma Salgado.
Wollstonecraft se opuso a pulir su estilo: “No perderé el tiempo modelando elegantemente mis oraciones o fabricando la grandilocuente ampulosidad de los sentimientos artificiales (…) pues quiero persuadir por la fuerza de mis argumentos, más que deslumbrar con la elegancia de mi lenguaje”.
Con la misma fuerza de los argumentos, Andrea Mejía, autora de Antes de que el mar cierre los caminos, subraya: “No creo que haya un lenguaje de las mujeres o una mirada femenina. Cada mujer como ser humano y como artista es libre de encontrarse con su mirada y con su lenguaje, sin tener que ajustarse a una perspectiva supuestamente femenina. Verlo dentro de esa categoría termina por crear una especie de límites y se convierte en una jaula de oro. El compromiso de cada una y de cada uno es con esa voz que ni siquiera sabemos qué es, dónde está o quién es”.
Gloria Susana Esquivel coincide con la autora de La carretera será un final terrible sobre ese artificio del mercado: “No creo que las mujeres tengan un lenguaje especial; siempre han escrito desde sus realidades. Soy enemiga de pensar que hay temas o visiones específicas de las mujeres, porque esa también es una trampa de la industria editorial (…) No hay temas o lenguajes particulares. Cuando nos acercamos a la literatura escrita por mujeres entendemos que la otra mitad de la humanidad ha participado de la cultura y de la literatura y ha querido contar sus historias, pero los sistemas políticos, económicos y culturales han impedido que esas historias sean valoradas o tenidas en cuenta. No es que haya algo nuevo o especial en la literatura de mujeres; se trata más bien de entender que siempre hemos estado ahí y que ahora podemos resistir a esas fuerzas que nos han jugado en contra”. Para Esquivel, hoy las historias que narran las mujeres pueden ser contadas, escuchadas y valoradas sin sesgos. Caminos que se multiplican, perspectivas que se diversifican, voces que son visibles.
De acuerdo con Catalina Navas, autora de El movimiento en la crisálida, vivimos tiempos en los que las mujeres lo narran todo, como debe ser: “Personalmente, no me interesa tanto leer la experiencia femenina en lo literario, me interesa la experiencia de la naturaleza de Mary Oliver, lo salvaje de Nastassja Martin, cómo narra la enfermedad Terry Tempest Williams. No son experiencias femeninas; es la condición humana narrada por algunas de mis escritoras favoritas”.
Para María del Mar Ramón, autora de La manada, no estamos frente a un estallido. La literatura hecha por mujeres tiene una historia que no es nueva y, por el contrario, se sigue construyendo, ahora entre más países y géneros literarios, y permeada por el feminismo pero sin quedarse sólo en éste: “Nosotras hemos llegado quizás con un cierto desparpajo y una frescura de haber habitado menos tiempo estos espacios”, dice Ramón, tal vez porque “muchas mujeres quizás han pensado la libertad como un asunto que no está dado, y por eso la han conquistado”, complementa Mejía.
¿Existe entonces un ejercicio escritural propio de las mujeres? ¿Hay temas distintivos o particulares? Para Fernández “una escritura que se asume desde el ser femenino necesariamente es distinta, pero la han caracterizado como intimista, fragmentada y ‘desordenada’. ¡Imagínate el sesgo de un criterio como éste!”. Diana López Zuleta, periodista y autora de Lo que no borró el desierto, cree que las mujeres “tienen otros sentires, otra sensibilidad, virtudes que exploran con las palabras, (y) abordan de formas distintas la intimidad”. Para Quintana, además, “escribimos de lo mismo que los hombres: de todo. Del afuera y del adentro, de las experiencias íntimas y las experiencias políticas y sociales. Aun las mujeres muy privilegiadas estaban marginadas de la actividad pública y del trabajo intelectual, entonces escribimos desde una posición marginal y en contra de las expectativas que se tienen sobre nosotras”.
Ramón enfatiza en que la literatura que están haciendo las escritoras colombianas está mucho más atravesada por el contexto, lo que le da una serie de variaciones interesantes: “Siento que ninguna de las autoras de mi generación ha dejado de lado la variable país, con una frescura de los conflictos, de los puntos de vista y de las voces. Las historias, en su trama y en su tono, no se desligan del conflicto colombiano pero tampoco lo hacen protagonista, y esos matices permiten contar historias de una manera menos solemne o grandilocuente”.
Esos modos de describir la realidad, afirma Mejía con cautela, puede derivarse de “una manera distinta de acercarnos a ella, de pronto más compasiva o también más fuerte en otro sentido; tal vez una mirada más libre”. Considera que seguramente hay literatura de ideas, combativa, feminista, pero “en principio no es un asunto temático ni ideológico sino de absoluta libertad. Y en ese sentido la literatura sí es un espacio de justicia porque ahí se puede ejercer la libertad y no hay que comprometerse con ninguna causa de antemano, ni siquiera con las más nobles, como el feminismo. También entiendo y me parece completamente válido que haya escritoras que se entregan a esa causa y usen la literatura para ella. Pero considero que no es un espacio abierto de antemano para que se den las batallas”.
En una mirada de la alteridad en las formas literarias creadas por las mujeres, Fernández, autora de Que me busquen en el río, manifiesta que los relatos de estas, “además de relacionarse con todo lo que nos atañe como humanos, reflejan el espíritu de personas que miran desde
la posición de una Otredad en desventaja. En todos los campos las mujeres tratamos de abrirnos los espacios, muy a pesar de los criterios del mismo, el unidimensional, que es de filiación patriarcal, sea hombre o mujer, y en cualquier parte del mundo”.
El valor de la obra escrita de las mujeres colombianas de todos los siglos y todos los tiempos es hoy revisitada, vuelta a mirar, y “hay un sentido de justicia en eso. ¿Cómo se nos engañó para que no viéramos el daño que nos hacía su falta? Me horroriza pensar que tuve una formación temprana moldeada casi exclusivamente por la escritura de hombres. Siento que desde varias décadas estoy saldando una deuda de visión”, recalca Navas.
El sentir común desemboca en lo fundamental que resulta para muchas de las escritoras colombianas conocer su tradición, entender sobre qué escribieron aquellas que vinieron antes y, a la vez, conversar con sus contemporáneas: “Encontrarme con autoras como Margarita García Robayo o Laura Ortiz, que tratan además temas similares y tienen formas muy particulares de trabajar el lenguaje, ha sido una gran revelación para mi práctica como escritora. Es muy importante que estas mujeres existan y que haya cada vez más autoras colombianas, pues entre más seamos, será más difícil que este entramado social, económico, cultural y político nos invisibilice. Ya no es tan fácil que ocurran estas injusticias editoriales históricas”, advierte Esquivel.
Es que “una tradición literaria no está completa sin las obras de las mujeres, que somos un poco más de la mitad de la humanidad. Si no las leemos nuestro panorama no está completo”, asevera Quintana, coordinadora editorial del proyecto Biblioteca de Escritoras Colombianas, que con la asistencia editorial de Camila Charry Noriega, María Antonia León y Natalia Mejía, recupera a 18 autoras sobresalientes desde la Colonia hasta la primera mitad del siglo XX en géneros como poesía, teatro, cuento y autobiografías.
Entre muchas autoras cuya producción escrita valora y reivindica, Mejía menciona a Vanessa Londoño, “muy comprometida con la libertad y con la justicia y, por eso mismo, con el feminismo, pero su literatura es resultado de una búsqueda propia, muy literaria. En poesía, Tania Ganitsky, Carolina Dávila, María Tabares y otras escritoras que coordinan una revista llamada La Trenza; María Gómez Lara; y Pilar Paramero, una poeta campesina en Boyacá”.
Salgado, por su parte, pone de relieve a Laura Ortiz con su libro Sofoco; Eliana Hernández con su poema “La mata”; Ganitsky con Desastre lento y “Rara”; Fátima Vélez y su libro de poemas Del porno y las babosas, y otras tantas mujeres que circulan en el territorio de la edición independiente.
Esquivel trae a la memoria el trabajo de Soledad Acosta de Samper, Alba Lucía Ángel, Elisa Mújica y Meira Delmar, quienes le permitieron imaginar que ella también podía ser escritora “y cuestionar por qué esas mujeres no eran tan reconocidas ni habían tenido el mismo éxito editorial. No es que no se las conociera, pero sus libros desaparecían pronto, se descatalogaban, luego ya no se conseguían”.
A estos nombres se suman los de la premio Alfaguara Laura Restrepo, Carolina Sanín, la eterna Piedad Bonnett, María Paz Guerrero, Fanny Buitrago, Johanna Barraza Tafur, Laura Acero, Gabriela Arciniegas, Juliana Javierre, Velia Vidal, Cristina Bendek y Estefanía Carvajal, entre un mar de escritoras que siguen edificando las letras colombianas desde todas las orillas.
En El encuentro con lo imaginario, explica Salgado: “Maurice Blanchot dice que no hay nada de heroico en lo que hizo Ulises para no sucumbir al canto de las sirenas (amarrarse al mástil, decirles a los marineros que se pusieran cera en los oídos), y que lo heroico hubiera sido que se dejara arrastrar por ese canto, ‘el canto del abismo que una vez oído, abre en cada palabra otro abismo por donde se aspira desaparecer’ (…) Contrario a Ulises (a todos los Ulises prudentes de este país) las escritoras colombianas sí se están adentrando en el abismo. No están viendo las cosas como son sino como deberían verlas, como ellas quieren verlas; están cruzando el umbral de la ‘realidad’, sacudiendo esa forma llamada literatura (…) Creo que hay que leer a las mujeres que libran una lucha contra la narrativa, la poesía y el ensayo sin la prudencia de Ulises; mujeres que al librar esa lucha les devuelven la vida a las imágenes. Mujeres que a su vez son ninfas, sirenas, que te arrastran con ellas hacia el abismo”.
FOTOS: La escritora Diana López Zuleta/ Cortesía Jimena Cortés
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