ReJoyce
POR IVÁN MARTÍNEZ
Este juego de palabras, viejo e intraducible pero delicioso y vigente en su idioma, y que ha servido a la mezzosoprano estadounidense Joyce DiDonato (Kansas, 1969) para nombrar alguna recopilación discográfica con lo mejor de sí misma, la describe bien a toda ella y a la experiencia que resulta de verla, escucharla, e incluso leerla; para quien no lo sepa, es una eventual bloguera atrevida, amena y comprometida con causas que van de la educación artística en su país al escándalo diplomático por las condiciones actuales del discriminatorio Estado ruso.
Una intérprete que, allende sus cualidades técnicas y musicales, que son grandes, representa mucho de una nueva (o ya no tanto, pero sí diferente) generación de artistas que dejaron atrás el acartonamiento de la música clásica y que ha sabido forjar, ya sea ayudada por su gracia y encanto natural, sus dotes comunicativas en su idioma nativo o las nuevas tecnologías, una cercana conexión con los públicos, sus públicos —de nuevos, de jóvenes iniciados o de acostumbrados a la vieja escuela—; conexión que, aunada a una técnica vocal siempre impecable, una lectura dramática siempre consecuente con el texto cantado y un compromiso irrenunciable con la música y el público, convierte cualquiera de sus apariciones en un verdadero regocijo.
Sea en una función de ópera desde una silla de ruedas ante la incapacidad física, como en El Barbero de Sevilla de Londres registrado por el sello Virgin Classics. Sea en un masivo como el que dedicó en Londres a las víctimas de la homofobia. Sea en un recital como el que el Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México tuvo el privilegio de atestiguar la noche del pasado martes 4.
Para su debut en esta ciudad, poco acostumbrada a tener en sus escenarios a grandes nombres de la lírica en los momentos óptimos de sus trayectorias, la DiDonato eligió un repertorio igualmente delicioso y variado —y, en cierto modo, también poco “común”—; heterogéneo y bien proporcionado de sus intereses y, más inteligentemente, de lo mejor que puede proveer su voz, comenzando con el ciclo de Canciones clásicas españolas de Fernando Jaumandreu Obradors (1897-1945).
Detalladamente dibujadas y coloreadas en tiempo y estilo, las fallas de dicción de sus seis Canciones fueron bien superadas y opacadas por la españolidad y buena articulación musical con que fueron cantadas.
Curioso que fue el fraseo musical lo que diera especial relieve a su reinterpretación de las de Obradors, cuando a continuación, al cantar dos arias de Las Bodas de Fígaro (“Voi che sapete” y “Deh vieni, e non tardar”), haya sido precisamente la articulación el pero elegido por los puristas del estilo mozartiano.
Articuladas con un poco de exceso en su fraseo lineal, fue sin embargo una interpretación consistente y luminosa, que también utilizó en las dos arias barrocas elegidas para abrir la segunda parte del programa: “Morte col fiero aspetto…”, del Antonio y Cleopatra de Hasse (1699-1738) y “Piangerò la sorte mia”, del Julio César de Haendel.
Destacando la inteligencia con que cantó luego a Reynaldo Hahn y en el centro a Rossini, acepto la posibilidad de que esta articulación más extendida fuera un propósito ante la reducida acústica que otorga el acompañamiento pianístico en lugar del orquestal.
Con cierta dificultad para manejar su fiato en las condiciones geográficas de esta ciudad, hay que elogiar a la DiDonato por la responsable manera artística de afrontarlo: los mejores ejemplos de su técnica y su arte se dieron en las citas belcantistas del programa, “Assisa a’piè d’un salice…” de Otelo y “Una voce poco fa” del Barbero.
Ambos incisos rossinianos fueron cantados con una firme imposición de estilo, musicalidad, largos fraseos y virtuosismo sobre las limitadas capacidades de volumen, sin perder nunca la riqueza de matices que posee su voz y valorando siempre la naturalidad de sus respiraciones. En “Una voce…”, incluso, hizo lucir ciertos rubatos de discreto matiz dándole provecho a ambas limitantes.
El programa oficial terminó con el ciclo de canciones Venecia, de Reynaldo Hahn (1874-1947), que fue cantado con delicadeza, gracia e instinto, para luego ofrecer tres encores: una entrañable interpretación (aunque con igual indistinguible dicción que las Canciones de Obradors del inicio) de la Canción del árbol del olvido, de Alberto Ginastera, un Happy Birthday para el correcto pianista acompañante de la noche, David Zobel, y una “Non più mesta” de la Cenicienta rossiniana que, a pesar las dificultades con su fiato y, ya en ese momento, un evidente cansancio, resultó jubilosa y festiva.
*Fotografía: CONACULTA. La mezzosoprano estadounidense Joyce DiDonato ofreció un recital en el Palacio de Bellas Artes el 4 de febrero