Relatos de errores, percances y accidentes
POR CLAUDINA DOMINGO
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En Madres y perros, su nueva colección de cuentos, Fabio Morábito (Alejandría, 1955) explora un egoísmo que no reviste condiciones trágicas; las acciones de sus personajes no parecen repercutir de manera fatal ni siquiera en la propia vida. En estos cuentos, más dados a la brevedad que los relatos de otros volúmenes del autor, el nudo dramático se mueve entre dos personajes, uno de los cuales —el egoísta de cuyo devenir psicológico se ocupa la voz narrativa— aparenta tener ventaja a la hora de hacerse no sólo del foco de la acción sino, en el marco interno de la historia, de sus decisiones y destino. Pero con frecuencia se topa con que hay alguien que, de manera más silenciosa y elegante, va disponiendo las cosas a su favor —o al menos acota la relevancia que el otro cree tener en el universo—. Sin embargo, por dura que sea la “lección” para sus personajes, Morábito la expone con un fino sentido del humor que hace parecer casi una broma las poderosas anagnórisis morales que sus personajes reciben. Porque la moral es un asunto abordado a lo largo de los relatos; en particular, una moral paranoica y egomaniaca que lleva a sus personajes a sufrir de antemano por lo que harán o dejarán de hacer.
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Un sentido del deber y de la culpa obsesivos y egotistas desenvuelve las historias: el primo que desea saber, de una vez por todas, la repercusión de una broma jugada muchos años atrás a un niño; una hija convencida de que la única forma de sanar a su madre es hacerla sentir útil; el hermano menor comprometido a enfrentarse a una enorme perra con el fin de alimentarla mientras su madre agoniza en el hospital, son vertientes de una constitución espiritual asaltada por la duda: asumir un compromiso contraído con otro o pegar la carrera llevándose de paso aquello que se anhela. Los personajes suelen dar con una solución sintética: “lo que yo quiero es lo que tú necesitas”. La desilusión adquiere, en la prosa de Morábito, un tinte cómico que, sin embargo, no resulta sardónico o mordaz.
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En “El balcón” leemos: “Se preguntó si esa broma lo había vuelto un animal arisco, temeroso del menor golpe que pudiera herirlo. No, era absurdo que toda una vida dependiera de un percance tan banal”. Éste es uno de los ejes rectores de los relatos de Madres y perros, menos profusos en lo que se refiere a la construcción psicológica de sus personajes, como si el autor quisiera concentrarse en un rasgo esencial del devenir sicólogico general y al mismo tiempo particular del individuo en el relato: el percance, el accidente, el “error”, no necesariamente propios, pero que con frecuencia deviene en una serie de situaciones críticas que fomentan el nacimiento de un “alma”.
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Otro rasgo que vuelve a aparecer en la narrativa de Morábito es el de que los personajes no están contenidos en un lugar y una época claramente delimitados; la clase social, por ejemplo, no es subrayada, y aunque hay relatos en los que pobreza y holgura hacen su aparición, en la gran mayoría de los textos tanto el país como el tiempo tienden a ser esquivos en su identificación. Este rasgo permite una complicidad mucho más amplia entre el lector y los personajes y concentra con gran eficacia el foco literario en el drama. “En la parada del camión interestatal” probablemente defina el leit motiv narrativo del libro: un hombre espera en una carretera el camión; observa del otro lado a otro hacer lo mismo; se fija en él. Nota que el otro no se da cuenta de la llegada del camión; se siente obligado a ayudarlo pero pronto se desespera ante la torpeza del otro. Las circunstancias se ordenan de tal forma que el auxilio que brinda a su prójimo resulta en su perjuicio y pierde su propio camión. Cuando al fin logra tomar la ruta que espera, lleva un maletín que no es suyo con un contenido escabroso, todo ello producto del azar, de la equivocación y de la incapacidad de apartarse del otro, podríamos decir, “a tiempo”.
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Esta es, pues, la gramática de los relatos de Madres y perros: un universo donde los personajes se esfuerzan por configurar la lógica de los accidentes y así dotarse de un destino particular e único que sobrepase la aparente indiferencia con que los otros y las circunstancias inciden no sólo en la historia propia sino en el temperamento y en las decisiones personales. Las preguntas que parecen subyacer en los relatos son: ¿sería yo otro de no haber sucedido…?, ¿acaso soy quien soy gracias a un accidente? Un timón que se desvía cierto número de grados, un perro en medio de la niebla, un episodio de la infancia que nadie recuerda con exactitud, una mujer en una fiesta que parece haber acudido buscando una respuesta improbable; una serie, pues, de personajes y situaciones limítrofes con la nada que irrumpen en un orden dado para perturbarlo en un grado mínimo, pero con consecuencias psicológicas fundamentales.
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Hacia el final del libro, Morábito crea unos delicados relatos con el tema del lenguaje; una poética de su cuentística, diríamos. Solamente en “Panadería nocturna” —mutación de un texto incluido en También Berlín se olvida— la historia se cuenta desde dos puntos de vista que resultan complementarios y, sin embargo, paralelos para los personajes: por un lado, se encuentra el latinoamericano que visita una panadería berlinesa todos los días muy temprano y observa una y otra vez a un hombre que lee un periódico y toma café; su obsesión lo lleva a levantarse más temprano para averiguar a qué hora exactamente entra el hombre a la panadería, sin atreverse a hablarle: “El hombre era la representación del lector inalcanzable, que nunca iba a ser tocado por mis palabras…”. Por otro lado, el hombre del periódico recuerda, de su estancia en Berlín, una sola cosa con exactitud: las palabras y el acento de un hombre latinoamericano que compraba pan por la madrugada. Así, cada personaje agrieta el mundo del otro, como una falla de origen, pero sin enterarse nunca de su incidencia, de su capacidad para producir el accidente en la otra, la historia paralela y desconocida, la historia del otro lado del muro de la experiencia íntima.
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FOTO: Fabio Morábito, Madres y perros, Sexto Piso, México, 2016, 167 pp.
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