Remedios Varo: abeja reina

Nov 22 • Conexiones, destacamos, principales • 10859 Views • No hay comentarios en Remedios Varo: abeja reina

 

POR MAGNOLIA RIVERA

 

Mañana lunes 24 de noviembre, Sotheby’s subasta la colección de arte del empresario regiomontano Lorenzo Zambrano (marzo 1944-mayo 2014), considerada por la firma como el acervo más importante de arte latinoamericano que haya aparecido en una puja. Se estima que la venta de las 40 piezas alcance un total aproximado de 40 millones de dólares. La lista incluye a casi todos los grandes creadores de la plástica mexicana del siglo XX. Entre estas obras se encuentra el óleo Hacia la torre (1960), pintado por la artista hispanomexicana Remedios Varo. El precio estimado es de tres millones de dólares.

 

Del castillo de miel salen las vírgenes a mostrar al mundo lo que han aprendido. Melisas —antes ninfas, ahora adultas— siguen a la monja y al guía de la barba bermeja. Salen del edificio dorado para contar una historia que ya no será secreta.

 

El arte de Remedios Varo (1908-1963) esconde historias aún no contadas: ideologías, influencias, derroteros que la pintora siguió permanecen ocultos en espera de ser desentrañados. Dos de estas temáticas son el sindicalismo obrero femenino y la religiosidad. Remedios Varo es obrerista y teresiana.

 

Algunos fruncirán el ceño cuestionándose:¿Remedios, religiosa?

 

Sí que lo es, con toda certeza, a partir de las más profundas raíces etimológicas del vocablo religión. La idea de re-ligare, “ligar con fuerza” al ser humano con la divinidad, está implícita en las creaciones de la artista como un hilo conductor invisible pero firme.

 

El óleo Hacia la torre (1960) es una muestra de la gran parábola político-espiritual escondida en las obras de Varo. Esta pintura forma parte de un tríptico que narra el proceso evolutivo del alma humana en pos de la perfección. Las otras dos piezas que completan la trilogía son Bordando el manto terrestre y La huida, ambas realizadas en 1961. Las tres obras conforman un tapiz apícola en donde las almas-abejas-obreras se empeñan en el progreso integral del ser. Las jóvenes representadas sobre esos paneles son alumnas de un gineceo que por sus características nos remite a las escuelas iniciáticas de la antigüedad más remota, a las “casas de castidad” fundadas por Santa Teresa de Jesús en el siglo XVI y a las organizaciones de mujeres trabajadoras que la Iglesia fomentó en la primera mitad del siglo XX.

 

En el óleo Hacia la torre, las jóvenes de rostro e indumentaria uniformes avanzan en un grupo compacto. Con sus cabezas de cabelleras claras, unidas en hilera, sugieren el cuerpo del gusano de seda, ese al que Santa Teresa, la monja de Ávila, se refería cuando explicaba en sus Moradas la metamorfosis de las ninfas en insectos que saben volar.

La escuela que Remedios retrata en su tríptico es la misma que describe Maurice Maeterlinck en La vie des abeilles (1901): “Allí iba a aprenderse, en la escuela de las abejas, las preocupaciones de la Naturaleza omnipotente, las luminosas relaciones de los tres reinos, la organización inagotable de la vida… y lo que es tan bueno como la moral del trabajo”.

 

La leyenda sobre la infancia y juventud de Remedios —que de tanto repetirse parece verdad— cuenta que la madre de la artista la inscribió en un colegio de monjas y que la futura pintora y su padre estaban inconformes. La realidad es otra. Es fácil comprender que un librepensador, anticlerical y tachado de blasfemo apruebe que su hija estudie el catecismo, si revisamos cuál era la situación del catolicismo español por entonces. La Iglesia, ante la creciente deserción de sus seguidores y para ganar nuevos adeptos, promulgó textos como la encíclica Rerum Novarum (1891) abogando por la justicia social y la equidad en el reparto de las riquezas. Con el tiempo estas medidas generaron simpatía aun entre masones, librepensadores y ateos. Fue así como el teresianismo encontró un auge inusitado en la primera mitad del siglo XX. Los ideales de Santa Teresa —la reformadora de la Orden del Carmelo—, basados en la búsqueda del bien común y en la dignidad del trabajo, se difundieron en los colegios que promovían una educación “moderna”. El catecismo que Remedios estudió es el de los obreros y los ricos, basado en la idea de que el ser humano necesita del bienestar espiritual pero también de la estabilidad material con jornadas dignas y un salario justo.

 

Las jóvenes que “bordan el manto terrestre” son en realidad las obreras que han de capacitarse para alcanzar un alto grado de desarrollo. Son las mujeres sindicalizadas bajo la tutela de la Iglesia. El primer sindicato femenino obrero de España es el de “la aguja”. Lo funda el sacerdote Manuel Pérez en 1911, siendo constituido por costureras que lucharon, a través de la capacitación y del trabajo, por dejar el precario taller familiar y abandonar el mote de “modistillas”. A partir de finales de los años cincuenta, cuando Remedios pinta su trilogía, sobreviene el arribo de las mujeres al trabajo industrial y las costureras se transforman en obreras calificadas. Estas mujeres que cosen, bordan y tejen, habitan en los cuadros de Varo y son los himenópteros que asombran al poeta Neruda: “Abejas, trabajadoras puras, ojivales, perfectas, finas, relampagueantes, proletarias…” (Tercer libro de las odas).

 

A lo largo de la historia, la abeja, ambivalente, ha sido emblema de virtudes humanas y de vicios, estandarte de ideales paganos y cristianos e insignia de la monarquía y de la revolución. Las diosas Artemisa, Deméter, Isis, Astarté, Tanit, son la Abeja Madre. “Abejas y mariposas pertenecen a la imagen de la Gran Diosa de la regeneración” (Baring y Cashford. El mito de la diosa).

 

La metáfora de la colmena tiene marcadas y añejas conexiones con ámbitos como la política, la religión, la filosofía, el hermetismo y las artes. Es un símbolo fundamental de las tradiciones orientales y occidentales y tiene una relación muy estrecha con la idea del renacimiento.

 

Para el cristianismo la abeja es Cristo, la colmena es la Iglesia y la torre es la Virgen María. Escuelas esotéricas como la de los masones y los rosacruces otorgan a la colmena y a la abeja el sentido de laboriosidad, solidaridad y espiritualidad. Muchos santos católicos se refieren a la vida apícola como ejemplo a seguir, pero es Santa Teresa de Jesús quien la convierte en modelo de perfección absoluta. Y es ella, la fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas, una de las pioneras del primer catolicismo social que tiene como ideal el bienestar colectivo. La religiosa de Ávila insta a los individuos a ser solidarios y participativos: “Cada familia, República y Comunidad es un enxambre de abejas” (Cartas). Un ejército de seguidores difunde las enseñanzas y es admirada por estamentos distintos. Es la máxima figura mística femenina del catolicismo, la doctora venerada por personajes como el conservador Francisco Franco (1892-1975), pero al mismo tiempo es también la devota acosada en su tiempo por la Inquisición, estigmatizada por ser nieta de un judío converso, sospechosa de ser una alumbrada —hereje que cura con las manos y que realiza otros actos que sugieren un pacto con el diablo según el Tribunal del Santo Oficio.

 

Santa Teresa es, a la luz de la perspectiva histórica, paradigma revolucionario que se enfrentó a la autoridad eclesiástica de su tiempo para resignificar la labor misionera y espiritual de monjas y sacerdotes en beneficio de los estratos sociales más necesitados. El catolicismo obrero que enarboló la santa es el puente que logró unir mentalidades distintas a través de los tiempos hacia una meta en común. Esto lo comprendió bien el arquitecto español Antoni Gaudí, creador de La Pedrera y buscador de la piedra, joya de los filósofos. Este alarife catalán concluyó en 1889 la construcción del Colegio Teresiano de Barcelona, hecho que sorprendió a quienes conocían su anticlericalismo. Gaudí erigió esa y otras de sus grandes obras siguiendo el diseño constructivo de la colmena. Es autor también de la colonia industrial Güell que incluyó un convento carmelita y pasó gran parte de su vida en compañía de las monjas de la orden reformada por Santa Teresa. Gaudí mantuvo costumbres casi monacales, sin casarse ni tener hijos. Gaudí reconoció: “La causa del progreso espiritual y material de las órdenes religiosas es que todos los miembros se sacrifican por el bien del conjunto” (J. Puig Boada, El pensamiento de Gaudí). El óleo Hacia la torre evoca a este personaje cuya fisonomía supo describir el escritor Juan Goytisolo: un hombre “pálido, pelirrojo, barbudo, nariz recta” (Aproximaciones a Gaudí en Capadocia) que pugnará siempre por unificar en su vida y obra el pensamiento político con la práctica esotérica.

 

Remedios Varo recrea en sus obras un universo apícola en el que se autorretrata en piezas como La abeja adolorida (dibujo, 1957) tras haber pintado la efervescencia de la cera en Le Désir (mixta, 1935) y haber dejado caer el untuoso material para construir sus Títeres vegetales (óleo y parafina, 1938). La artista vive en esa primera mitad del siglo XX que se muestra imbuida del espíritu de la Apis pluridimensional y mística. Es la época del gran desarrollo de la actividad apícola en España y del cooperativismo obrero. Es el tiempo de La Ruche, la colmena parisina atestada de artistas-abejas. Es la era del surrealismo impregnado de los conceptos, las formas y las voces que nacen en las grutas de la miel.

 

Remedios Varo pinta Hacia la torre justo cuando ha muerto el poeta Benjamin Péret, esposo a quien considerara su complemento en el Rebis alquímico. Péret fue la más incendiaria, la más insurrecta abeja de las vanguardias de entonces.

 

En su cuadro, Remedios vierte una rotunda preceptiva espiritual, moral y estética. Pero, además, crea un documento político atemporal. Representa la imagen de la nación española como una abigarrada colmena y es a la vez el retrato de otras naciones de distintas épocas agobiadas por la ponzoña de un arácnido aplastante. Remedios plasma la España del franquismo (1936-1975), desde el punto de vista de la República. En este marco ideológico, podemos comprender la intención del escudo de armas que la artista sitúa sobre la puerta del edificio-colmenar: la araña encima de la abeja. De acuerdo con la fábula narrada por Jonathan Swift, la araña representa al conservadurismo y la abeja a la clase obrera abatida por el poder dictatorial. Dice Santa Teresa que “la araña todo lo que come convierte en ponzoña” mientras que la abeja “lo convierte en miel” (Libro de las Fundaciones). En este contexto, la pintura creada por Varo sugiere que los postulados del cristianismo obrero pueden generar equidad y justicia.

 

La obra de Varo es política porque no se puede ser verdaderamente esotérico sin ser político. Remedios no vivía en una torre de marfil desconectada de lo que ocurría en el mundo. Sentía y padecía el entorno, comprendía lo que pasaba a su alrededor, lo experimentaba en carne propia. Por eso asentó discretamente en sus obras su filiación y opinión de la historia política de España y del mundo.

 

Es “el espíritu de la colmena” el que rige la vida y obra de Remedios Varo. Es la clara conciencia de que, llegada la hora —y como hacen las abejas—, hay que ceder el sitio a los que continuarán la tarea. Hay que abandonar la colmena en la hora precisa, “cuando, después del trabajo forzado de la primavera, el inmenso palacio de cera con sus ciento veinte mil celdas bien arregladas, rebosa de miel nueva… El destierro es detenidamente meditado, y la hora pacientemente aguardada” (Maeterlinck). Hay que marcharse, que no huir, para arribar al encuentro de la nueva patria.

 

* Fotografía: En el óleo “Hacia la torre” Remedios Varo expresó su sincretismo entre religiosidad y feminismo sindicalista, con presencia de rasgos simbolistas como la araña ponzoñosa y la generosidad de la abeja / Especial

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