Reporteando con Elena Poniatowska

May 21 • Conexiones, destacamos, principales • 1649 Views • No hay comentarios en Reporteando con Elena Poniatowska

 

La escritora visita el Archivo Histórico de la UNAM para conocer un hallazgo familiar. Aprovechó la invitación de Confabulario para comenzar a investigar historias de otras escritoras, revolucionarios y cristeros, además de dialogar con su pasado desde el ejercicio periodístico

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ 
Desde la calle San Sebastián, la casa donde vive Elena Poniatowska es un hogar común de un pueblo mexicano: con zaguán blanco y bugambilias moradas, esas flores que en algunas localidades usan como infusión contra las molestias de la tos. Enfrente está la capilla del mismo nombre y la pequeña explanada con una cruz de cantera como testigo de las audiencias en las que decenas de damnificados del sismo de 1985 esperaban para hablar con la reportera Poniatowska, platicarle sus tragedias con la intención de que las expusiera y conseguir un poco de justicia. Ella sigue siendo la misma: Elena la reportera.

 

Estoy en Chimalistac, uno de los barrios más apacibles de Álvaro Obregón. Son minutos antes de las 11 de la mañana del martes 3 de mayo, a dos semanas de su cumpleaños número 90. Hoy acompañaré a Elena Poniatowska al Archivo Histórico de la UNAM, en donde hace unos días apareció una serie de fotografías inéditas que, 50 años atrás, le tomó el fotógrafo Ricardo Salazar. Estos retratos de un momento familiar, íntimo, tierno, tomadas por quien quizás es el fotógrafo más valorado del circuito literario en México, nunca han sido publicadas.

 

Poniatowska es una observadora profesional, aunque confiesa que ya tiene problemas con el ojo izquierdo. Le anuncian nuestra llegada. A los pocos minutos ella sale. Nos ve con desconfianza. Al no existir un código de vestimenta para identificar a un reportero, nos queda la amabilidad. Ella se disculpa:

 

—¿Adónde dijo que vamos?

 

Achaca su distracción a los años, la infinidad de fechas, rostros, nombres, historias que ha escuchado y narrado como periodista, primero desde el Novedades —donde se inició en el periodismo hace siete décadas en la sección de sociales— y en los sucesivos diarios y revistas que han arropado su trabajo. En su espalda carga las historias de ese ejército de ángeles, como llama en Fuerte es el silencio a las costureras, campesinos, comerciantes ambulantes, colonos, amas de casa, prostitutas y toda la variedad de personajes que habitan sus crónicas, a quienes ha dado la voz.

 

Conrado, uno de sus asistentes, nos la encarga mucho. No todos los días se tiene una cita con una princesa. Nos vamos a trabajar. Ya en el auto, Elena se descubre también como una chilanga sureña. Nos indica la mejor ruta para llegar al Centro Cultural Universitario de la UNAM. En ese tránsito, en el entronque de Insurgente sur con el Circuito Mario de la Cueva, nos revela una de sus facetas poco conocidas: la de ciclista.

 

—Este es el mejor lugar para pedalear. Hace muchos años que ya no ando en bici, pero en esta zona de Ciudad Universitaria mis hijos y yo nos veníamos con el grupo que organizaba un amigo de apellido Calderón que trabajaba en La Jornada. No me refiero a ese Calderón que nos dejó tantos muertos.

 

Afuera de la Hemeroteca Nacional, que aloja el Archivo Histórico, ya nos esperan empleados y funcionarios que se han enterado de la visita. Elena Poniatowska siempre convoca a conocedores y curiosos, muchos curiosos, pero al menos durante una hora será el centro de atención de los empleados de este archivo que resguarda uno de los acervos más valiosos de fotografía en México, y le tienen preparada una sorpresa. Elena viene a reportear.

 

—¿Ustedes traen a la escritora? —pregunta el vigilante del estacionamiento, a quien anticiparon nuestra llegada. El reportero Édgar Eslava, por hoy chofer de una princesa, hace piruetas para dejarla en la entrada de la Hemeroteca, donde la recibe el director del IISUE, Hugo Casanova. Las palabras toman el lugar del confeti y las serpentinas.
En una de las salas de trabajo la reciben Clara Inés Ramírez —su directora—, Juan Monroy —el jefe de reprografía— y una veintena de colaboradores. Leticia Medina, la archivista encargada de la catalogación y custodia de este acervo de Ricardo Salazar, hizo traer algunas cajas que resguardan parte de la historia visual de la literatura mexicana, con estas joyas de la vida de Poniatowska. Primero le exhiben fotos en las que ella aparece entrevistando a distintos personajes.

 

—Ella es la actriz María Teresa Montoya —recuerda la reportera, quien puntualiza que esa foto es de sus pininos como reportera. Así comienza una sesión de trabajo con Elena Poniatowska, que frente a cada imagen evocará breves anécdotas en un rico anecdotario del periodismo cultural en México.

 

Las fotografías se suceden en esta presentación que le han preparado. Entonces aparece una serie de doce momentos que Salazar capturó en dos periodos de su vida. Las primeras tres muestran a una jovencísima Elena Poniatowska. Son fotos conocidas y ya publicadas en distintos sitios. Una de ellas la muestra muy atenta frente a su máquina de escribir, concentrada en la redacción de algún artículo, cuenta ella, para el Novedades. En una más ella observa a la cámara de Salazar, hay un poco de sorpresa, pero también naturalidad y coquetería de saberse el centro de atención. Ya confiada, con mayor control del momento, la joven reportera regala al fotógrafo un perfil entre reflexivo y escrutador de su entorno, o quizás entrañando las ideas que aterrizará en el papel.

 

Las otras nueve fotos corresponden a una década después, quizás hacia mediados de los 60. Son fotos nuevas para ella, sólo conocidas de oídas durante la entrevista que tuvimos hace unos días. Para nosotros también fueron una sorpresa días atrás. Ahí está Elena Poniatowska en la sala de la casa de su marido, el astrónomo Guillermo Haro. No está sola, la acompaña un niño de menos de un año de edad, a quien ella observa con todo el encanto de una madre. El niño, arropado en una chambra blanca, ve a la cámara. En algunas fotos, el niño presume un par de ferocidades, diminutas, que se asoman de la encía superior.

 

—Estos somos Felipe y yo. Felipe es mi hijo mayor. Él está muy atento para ser tan bebé.

 

Recuerda entonces cómo Ricardo Salazar —en esas fechas ya toda una referencia fotográfica en las revistas y suplementos culturales de la Ciudad de México— le insistió para que accediera a recibirlo para tomarle esas fotos. Ella nunca las había visto hasta este momento, más de 50 años después.

 

El equipo del Archivo Histórico se preparó para este momento y le obsequian a Elena una copia de esta serie fotográfica, impresa por el reportero a toda carrera un día antes en la calle de Donceles, apenas ella confirmo su visita.

 

—Ese vestido era de embarazo. Estaba esperando a mi segunda hija, Paula. Bueno, mi única hija. Ya me inventé otra —bromea Elena frente a ese público cautivo de historiadores, archivistas, encuadernadores y restauradores fotográficos. Las risas toman el lugar de las palabras y la timidez se va desvaneciendo entre los anfitriones.

 

¿Qué más puede hacer una reportera con más de siete décadas de trayectoria? Se vale evocar pero nunca olvidarse de la nota, la historia que le garantizará un espacio en su próxima colaboración en La Jornada. Porque ella sabe muy bien que el mejor trabajo de un periodista es su trabajo más reciente, el de la semana pasada, y hoy busca algo nuevo. Sabe que no puede regresar con las manos vacías porque este es su oficio. Se sabe cazadora de historias pero no desde la sevicia o el alarmismo, sino desde la solidaridad y la caminata al lado del otro, de la otra; puede ser Josefina Bórquez —en quien se basó para escribir su novela Hasta no verte Jesús mío— o la mismísima Rosario Castellanos, autora de Balún Canán y Oficio de tinieblas, quien aparece frente a ella entre la marejada de imágenes que sus nuevos amigos del archivo han traído para ella.

 

Pero antes se encuentra en las fotos a otra de sus colegas escritoras. No la reconoce al principio:

 

—¿Quién es? Parece que siempre estaba enojada. ¿Quién sería?

 

Le responden que es Luisa Josefina Hernández, lo que la sorprende al descubrir en estas cajas a autoras de un pasado tan remoto, pero que aún viven, como es el caso de esta dramaturga, quien vive en Cuernavaca.

 

Dice Elena:

 

—Ella aún vive, pero es mayor que yo. ¿Cómo es posible?

 

Una a una, van apareciendo Elena Garro, la poeta Pita Amor —su tía—, de quien dice recibía constante menosprecio por haber decidido dedicarse al periodismo, y Margarita Paz Paredes:

 

—Está bien furiosa. Aquí está Elena Garro. En esta foto ella no es tan bonita, porque era más guapa. Pero todas ellas estaban medio chifladas.

 

Elena hojea los acetatos que resguardan las impresiones de las distintas fotos tomadas por Ricardo Salazar. Dos escritoras que provocan en Elena comentarios contrastantes son Rosario Castellanos y la también periodista Beatriz Reyes Nevares.

 

La primera, dice, era muy insegura; la segunda la sorprende su belleza:

 

—Está guapísima. ¿Será ella? Era hija de una escritora de novelas policíacas, María Elvira Bermúdez.

 

Pero no todo el acervo de Ricardo Salazar está compuesto por fotos de mujeres. También están allí algunos de los maestros de esa generación de escritores que le tocó retratar a mediados de siglo XX. Un maestro indiscutible es Alfonso Reyes, quien posa en cada una de estas fotos en distintos puntos de la biblioteca de su casa, hoy convertida en la Capilla Alfonsina.

 

—El rector Ignacio Chávez lo visitaba muchísimo. Recuerdo que tenía una casa inmensa llena de libros.

 

Un archivo es un armario sin fondo, en el que abundan las sorpresas y a veces se pueden invocar a los muertos. Como autora de La noche de Tlatelolco, Elena reconoce varias de las imágenes que le muestran del acervo de Manuel Gutiérrez “El Mariachito”, fotógrafo de la Secretaría de Gobernación, en el que aparecen detalles de la represión al movimiento estudiantil de 1968. Su palabra nos enseña que la historia está llena de pliegues, paradojas y contradicciones, pues es gracias al ojo de un fotógrafo oficial que hoy se pueden conocer los abusos del pasado. Nos recuerda una anécdota de la colaboración de los fotorreporteros en la selección fotográfica de este libro que expuso ante el mundo la violencia política del gobierno de Díaz Ordaz en contra de los disidentes:

 

—Recuerdo que unos fotógrafos de El Universal lograron esconder algunas fotos cuando los agentes de Gobernación llegaron a confiscarles los rollos. Varias de esas las publicamos en la primera edición de La noche de Tlatelolco.

 

Todo este tiempo, Elena Poniatowska ha estado reporteando. Después de las fotografías para el recuerdo que le pide el personal del archivo, la directora de este tesoro documental la invita a conocer una sala en la que se conserva el archivo personal del general revolucionario Heriberto Jara. La reportera escucha con atención. Tiene una habilidad aguda para escuchar. En este archivo hay también un fondo sobre el movimiento cristero. A Elena se le iluminan los ojos y avienta un lazo para lo que promete ser un trabajo periodístico de su autoría:

 

—¿Puedo venir a hacer un reportaje? —pregunta a Clara Inés.

 

Es la Elena Poniatowska de siempre, la misma que aprendió el oficio hace casi 70 años y que esta tarde de mayo, a unos días de cumplir los 90, da una lección de reporteo con tres de los ingredientes que han caracterizado su obra: la paciencia, la palabra justa y oportuna, y la imaginación.

 

FOTO: Elena Poniatowska observa los negativos de las fotos familiares que conoció por invitación de El Universal. La acompañan la directora del Archivo Histórico de la UNAM, Clara Inés Ramírez (atrás), y el jefe de reprografía, Juan Monroy/ Germán Espinosa/ El Universal

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