Reseñistas raros

Ene 2 • destacamos, principales, Reflexiones • 5463 Views • No hay comentarios en Reseñistas raros

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

 

Clásicos y comerciales

 

La reseña literaria es la tarea encomendada a los principiantes ansiosos de figurar en deportes, la nota roja o la crónica política. Huyen de ella en cuánto pueden. Actualmente hay un destino aun peor: reseñar libros, pero no en la edición impresa, sino en la digital. Ser un granito de arena en la playa de la red infinita. Sólo los verdaderos críticos literarios perseveran en la reseña pues ésta es la piedra de fundación del ensayo moderno, de la literatura sobre la literatura, a la cual acuden incluso ya viejos y consagrados un Updike o un Steiner, quienes no le hacían o le hacen el feo a la reseña modesta, sobria e implacable. Ni Virginia Woolf ni Borges habrían llegado a ser lo que fueron sin sus reseñas. Las de ella, que se explayaba en folios cuya cantidad hoy nadie le publicaría, las escribió ya grandecita, en The Guardian, a fines de los años veinte mientras salían sus primeras novelas. Borges, ya en forma de reseñas para El Hogar (1936–1939) o en esos prólogos redactados genialmente hasta su vejez, ejerció de reseñista, a su manera, filosófico.

 

En nuestra literatura es menos frecuente esa fidelidad a la reseña primordial  aunque también se presenta el caso de críticos impelidos a ser sólo reseñistas bibliográficos, como entre nosotros lo fue Francisco Zendejas (1917–1985), inventor, además del Premio Xavier Villaurrutia. En fin, todo libro de reseñas que veo en cualquier librería donde me encuentre, lo compro, pues podría yo ser el autor y es seguro que mi colega desconocido venderá poquísimos ejemplares.

 

Gracias a Matías Serra Bradford colecciono rarezas argentinas, como las Crónicas bibliográficas (autores y libros), de la prolífica porteña Pilar de Lusarreta (1903–1967), quien lo editó en Plus Ultra en 1970. Siendo de su predilección reseñar libros de viajes y episodios arquelógicos, se topó con George Orwell cuya Cataluña 1937 (así fue traducido en Buenos Aires el Homage to Catalonia) lee con severidad por anunciarse como una crónica que no podía ser, en los criterios de doña Pilar, tan neutral como debiera, dada la preferencia republicana del autor aunque advierte que Orwell tomaba nota de la otra guerra civil, entre los comunistas y sus adversarios, escenificada en la retaguardia.

 

De la misma época fue Patricio Gannon, el autor de Esqueletos divinos (Losada, 1971) que como ésta ausente en la Wikipedia me exige una biografía imaginaria. Habrá nacido antes de 1920 y fue un excéntrico anglófilo como sólo pueden serlo los bonaerenses, también, hombre de dinero quien recorría el mundo con el gazné bien puesto. No le molestaba empezar una reseña diciendo que “al entrar por la Via Flaminia a la ciudad de las siete colinas, mi primer pensamiento fue para Santayana” a quien por supuesto importunó, como Edmund Wilson y medio mundo, en su convento romano. Debió ser atorrante el muy derechoso don Patricio, obsesionado en contar la vida de un John Gray, homónimo del filósofo actual y amigo del Barón Corvo. Agasajó a sus lectores con una visita a Bertrand Russell, a quien honra como conde. El filósofo le regaló su foto autografiada, equivalente de las selfies que actualmente se toma la gente con los famosos.

 

Un español, a su vez, llamado José Luis García Martín (1950) no se anda con rodeos y titula sus reseñas como Lecturas buenas y malas (libros que conviene o no conviene perderse). Es presentado por sus editores de Renacimiento como un superhombre pues ni miente ni aburre. Esa amenaza predispone en su contra al lector. Martín censura a Fernando Savater por escribir muchos libros e incurre en los proverbiales elogios peninsulares de Baroja o Jiménez, a quien confianzudamente llaman Juan Ramón.

 

Sigo con un francés, Pierre Jourde (1955), un provocador de aquellos que en el hexágono se libran de la cárcel entrando en la Academia francesa y a quien leo con demasiada frecuencia, pues en el último reacomodo de mi biblioteca, su Littérature monstre (L’esprit des péninsules, 2008) fue el tomo que quedó más cerca de mi cabeza junto a la almohada. Jourde, crítico maldito, ridiculiza a los escritores vedettes, como Philippe Sollers y alaba, como debe hacerlo un nostálgico de Marcel Schwob, a Pierre Michon, ejemplo de lo poco de literatura real, es decir monstruosa, que le queda a Francia. Pero Jourde no pasa la prueba final a la cual someto a los críticos extranjeros cuando decido admitirlos o no en mi reino. A Jourde le enternece el último Saramago, el peor, supongo porque cree que como Portugal está más cerca del exotismo que de París, hay que ser indulgente. Eliminado.

 

También argentino, pero de París, como Cortázar y Saúl Yurkiévich, ciudad donde murió en 2015, fue Arnaldo Calveyra (1929). Poeta finísimo condescendiente con los lectores de prosa, es autor de unos párrafos, en El caballo blanco de Mozart y otros textos (La Bestia Equilátera,  2010), escalofriantes por hermosos y por ser rarísimos. Pedro Páramo, dice, es un poema cuyo jadeo lo emparenta con el teatro Noh.

 

Otra de las reseñas raras es también sobre Rulfo. El gran poeta Alí Chumacero (1918–2010) habría recibido el original de Rulfo en el FCE para dejar correr después la especie de que mediante un montaje a la manera de Dziga Vértov, él habría convertido una novela tradicional en una obra de vanguardia. El estudio de los mecanoscritos de Rulfo prueba la inexactitud de Chumacero e inclusive al reseñar Pedro Páramo, en abril de 1955, se delató al proceder al revés. Le criticaba a la novela el ser una mala combinación entre realismo y fantasía. Le perdonó la vida al joven autor y le auguró el éxito en esas siguientes novelas, las que nunca escribió. En 1987, al recopilar sus reseñas en Los momentos críticos y ya habiendo proclamado Borges a Pedro Páramo como una de las grandes novelas universales, Alí no omitió, en un gesto que lo honra, a la reseña más famosa en la historia de la literatura mexicana.

 

 

*FOTO: Entre 1936 y 1939, Jorge Luis Borges ejerció la reseña literaria en El Hogar. Hasta su vejez, el escritor argentino mantuvo este tipo de colaboraciones con las revistas literarias/EFE.

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