Resistir a la tentación de narrarlo todo: entrevista con Katya Adaui
Finalista del Premio Ribera del Duero, la autora peruana platica sobre su libro de cuentos Geografía de la oscuridad y del diálogo literario entre escritores latinoamericanos
POR JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA CONSUEGRA
Geografía de la oscuridad (Páginas de Espuma, 2023) es el territorio de los vínculos familiares no siempre firmes; a veces rotos, los cuerpos padecidos, las conversaciones llenas de gratificación o de culpa, cada quien en sus derivas. En este libro de cuentos, la escritora y periodista peruana, Katya Adaui, crea una cartografía de las familias que son tierra de todos, pero no siempre como lugar de certezas o refugio.
Los cuentos de Adaui nos muestran la hospitalidad fracturada, el linaje como el lugar del desgarro o el hogar como el destino para encallar como un crucero perdido. Familias incompletas, establecidas, deshechas o recompuestas que ofrecen “la convicción de un parentesco”, hechas “de raíz, de alteraciones y de turbulencias”. Y, como lo hace uno de sus personajes, la autora logra diseccionar a la familia en historias cuyo lenguaje se despliega y repliega magistralmente.
Una de las presencias recurrentes en Geografía de la oscuridad son los cuerpos. ¿Cómo trabaja la narración de lo físico como el correlato del mundo emocional de los personajes?
Willa Cather decía que antes escribía con exceso de amoblamiento; como que a la casa, que era el texto, novela, cuento, la llenaba de descripciones. Balzac también, y Tolstoi lo hacía muy bien porque ponía el mobiliario para refrendar la emoción de los personajes. A mí eso siempre me interesó: mobiliario-cuerpo, poner el cuerpo para que transmita la emoción. En vez de decir: está triste, está cansado, está alegre, probarlo a través de una cojera, de una forma de comer, del gesto del desplazamiento. No estoy marcando todo el tiempo que un personaje está sentado, parado, caminando, sino que marco lo que siente después de la moción… moción y emoción van de la mano. Y el cuerpo padece, siempre padece. Los personajes no están sanos todo el tiempo. Es un error para mí que la gente no se resfríe en una novela de 500 páginas… ¡También quiero ver esa parte!
¿Cómo trabaja con el lenguaje para intercalar momentos tan crudos con momentos de gran luminosidad, donde el no decir demasiado es, además, un elemento clave?
Me preocupa el trabajo sobre la piedad. Jody Williams dice que un buen cuento es aquel en que el protagonista atraviesa una instancia de piedad, aunque no la reconozca y aunque no vaya a tomarla. Yo lo venía haciendo, sólo que llego a Jody Williams y encuentro que ella lo ha dicho mejor, por supuesto; siempre alguien lo pensó antes y mejor. Y tú lo has dicho bien, la escritura es un trabajo sobre el silencio, sobre no decir todo, sobre la fantasía de acaparamiento, la fantasía de explicar, la tentación de narrar. No escribo con un freno de mano pero sí escribo pensando: calla ahora porque hay un ritmo con el que no te puedes engolosinar. Aquí termina la oración, entonces que se calle, basta, que no hable de más, que no se lama la herida, dignidad, basta. Hay una frase que tienen los gringos que odio porque es callar al otro, pero es muy precisa: put yourself together, ¡componte! En español nunca le decimos a nadie: “componte”, no le podemos dar la orden que se componga, pero a mí me da risa como suena, put yourself together, como si bastara la orden para que la persona deje de estar escindida. A mí, que en la vida me gusta más acompañar y cuidar, en los cuentos sí les digo: ¡basta, carajo, ya, recomponte! Y componer tiene que ver con hacer lenguaje; es una composición y es musical también, no es sólo de las piezas de un cuerpo, no es solo rompecabezas. Siempre estoy pensando en las otras derivas del lenguaje.
Hay un momento en “Lugar seguro” cuando usted nos cuenta que la mamá tenía un proyecto, que era hacer que su hija dependiera de ella, y en “Casas con cimientos en el río” también se habla de defender todos un proyecto. ¿Podría decirse que eso ocurre con todos los personajes, no sólo de este libro sino de toda su obra?
Eso es lindo. Lo que pasa es que un personaje es lo que desea. Siempre le pregunto: ¿qué deseas tú? Y claro, todos en mi reino de ficción desean pertenecer a algo, incluso para odiarlo, para defenestrarlo, para irse de ahí; están buscando que alguien les diga: esto es lo normal. Entonces, sí, hay un proyecto que pasa por lo individual y lo colectivo, como es la vida. A veces ganan estos hijos o estos padres que tienen relaciones como de alacranes entre unos y otros. La figura del alacrán siempre me emocionó porque el alacrán atacado se suicida y es un bicho con honor; en ese sentido, es rarísimo y además es muy resistente. En China vi a esos pobres insectos empalados en los mercados para turistas. Los empalan y siguen vivos, atravesados durante horas y horas. Ese animal que parece tan feo, tan terrible y desgraciado y peligroso, esconde en su goterío la cura del cáncer. Entonces siempre pienso en la escritura como este pharmakon, esa gota: ¿hasta dónde digo? Porque narro de más y es veneno, pero las dosis puestas con un buen gotero, la gota precisa no envenena, salva. Y eso hay que calibrarlo, es un trabajo arduo de calibrar los pesos.
Entonces, ¿cómo sabe en qué momento cerrar una historia?
En verdad, más que el cierre es el cómo seguir. El comienzo lo has masticado tanto y lo has pensado tanto que lo tienes. Y probablemente ese que tú crees que es el comienzo, no lo sea, pero tienes esta cosa que avanza. Ahora, yo nunca tengo finales; no sé los finales. Si los tengo previamente no voy a hacer las historias en estado fluido porque ya controlé un final y voy a hacer que los personajes hagan todo para llegar a ese final; se organiza para eso y me parece un error. El medio es para mí la zona de mayor tensión. Termino el cuento, lo releo y lo releo para justificar, sin que se note, por qué el personaje hace lo que hace, dice lo que dice, promete lo que promete, falla cuando falla.
¿Cuál de los personajes de Geografía de la oscuridad le resulta el más entrañable?
Hay un cuento muy sencillo, muy breve al final, que se llama “Lagartijas”, de un señor a quien los niños le tiran piedras y él ve las lagartijas y de alguna manera piensa: las lagartijas y yo somos los únicos que podemos recrecer a partir de la cicatriz o de la zona que ha sido podada, de la anatomía caudal. Y dice: yo soy tan solo un viejo y así es el mundo. Cuando puse esa frase, dije: yo soy tan solo una vieja y así es el mundo. Algo así sería para mí, como el chiquito, el entrañable, no el personaje que hace las grandes cosas, las épicas. Siempre pienso que lo heroico es vivir cada día. Este señor tiene su carpa, un cuaderno, una ollita, no necesita más. Y esa es mi fantasía, tener cada vez menos.
Entrando al estado de la literatura latinoamericana, ¿podemos hablar de una literatura exclusiva del siglo XXI o seguimos en diálogo con las literaturas de otras épocas?
El diálogo va a ser continúo. No es que haya una fractura y se empiece de cero. Escribimos con lo que se ha escrito y sabemos que existe desde que alguien puso la mano en la cueva con la ambición de dejar una huella. Pasa que a veces hacemos eco con escrituras que no sabemos que existían. Leo los ensayos de Willa Cather y pienso: ¿cómo son tan actuales? Ella piensa, por ejemplo, en Daniel Defoe y dice: ¿qué es Robinson Crusoe sino la historia de un tipo que abraza el capital y llena una isla de progreso? Y eso es Daniel Defoe en Robinson Crusoe, es él mismo preocupado por el dinero. A mí me interesa mucho que una autora como Willa Cather ya lo estaba pensando. Y viniendo a mi propia tierra, adoro que ahora a Carmen Ollé se le dé el reconocimiento en vida que merece. Pilar Dughi, una gran cuentista, psicóloga, fallece y no llega a enterarse; igual sucedió con Laura Riesco. Hay generaciones de autoras que siguieron publicando en una época en la que también tenían que trabajar, estudiar, enseñar, hacerse cargo de la vida familiar, mientras a otros escritores de su generación en paralelo les iba muy bien. Uno ve las antologías de esas escrituras y por cada 20 hombres hay una mujer, y quizá la mujer está ahí porque ayudó a antologar, entonces la pusieron. Ahora, ¿quién quiere leer a diez mujeres solas o a diez hombres solos? ¡Hágannos dialogar! En mi país aún son necesarias esas antologías de cosas escritas por mujeres, pero pienso, cuando voy a un museo no pregunto: “Y el ala de las mujeres, ¿dónde está?” No pensamos así; hágannos dialogar para dar cuenta de la época que habitamos, que es lo que como escritores podemos hacer. Noto que seguimos conversando, pero también noto que los varones se empiezan a sentir desplazados: “¡Ah, no puedo publicar porque soy hombre!”, y no, no pasa por ahí, pasa por lo que se está escribiendo, en qué problemáticas están pensando las autoras, y tú sigues creyendo que quinientas páginas de un chico que se masturba son interesantes. Ya lo leímos siempre, ya sabemos cómo es. Vuelvo al asunto: se trata de repensar la época que se habita, nunca para que tu texto encaje con una búsqueda comercial, sino con una búsqueda, quizás, epocal, que es pensarte como colectivo.
¿Cómo ve el diálogo entre nuestras literaturas en lengua española?
Las universidades públicas con carreras de pregrado y posgrado en literatura o en artes de la escritura trafican los textos y dicen: mira, no podemos enseñar literatura latinoamericana y no leer lo que hoy se escribe en Cuba, no leer lo que se escribe en Paraguay o sólo quedarnos con Roa Bastos, o Brasil, por ejemplo, que ahora se están traduciendo muchos más autores latinoamericanos allá. Hay un diálogo mucho mayor, pero también porque la gente se está enterando; entonces, ¿cómo es posible que este libro no esté publicado o traducido? Viviendo en Buenos Aires veo editoriales pequeñas haciendo ejercicios enormes de traducción de materiales que, si no, no llegarían. Las grandes editoriales a veces también, pero lo noto más en un país como Argentina que en el mío, donde se lee menos y donde no hay tanta librería. No he visto otro lugar del mundo que tenga más librerías que Starbucks o McDonald’s; la librería gentrifica más, ¡es hermoso!, convierte en un polo lector el barrio. Entonces hay una conversación, pero porque hay una exigencia. Las autoras decimos: ¿has leído a tal?, pásame el libro. En ese mercadeo y tráfico-hormiga te vas enterando que hay un interés por saber del país hermano.
FOTO: Katya Adaui (Lima, 1977) también ha publicado el libro de cuentos Aquí hay icebergs (2017). Crédito de imagen: Páginas de Espuma
« Christopher Priest: la función de la invisibilidad “Al cine mexicano le falta público”: entrevista con Elisa Miller »