Restos de una civilización
POR ANTONIO ESPINOZA
Se lee : “CANADÁ”. Es un políptico fotográfico de seis piezas, impresiones de inyección de tinta realizadas en 2006, en las que podemos ver las grandes letras del famoso anuncio luminoso de una marca de zapatos –hoy desaparecida– que estuvo colocado en la parte frontal del Condominio Insurgentes. Inaugurado en 1958 y retirado en 2004, el anuncio ubicado en Insurgentes Sur 300 fue un signo y referente visual de la urbe durante más de cuatro décadas. Con la idea en mente de preservar la memoria del célebre anuncio zapatero, el artista argentino Ramiro Chaves registró el proceso de retiro de las letras en una pieza memorable que luego fue acogida en el Museo de Arte Carrillo Gil. Las letras gigantes se colocaron en la azotea del recinto de San Ángel. La gente las podía ver ingresando al espacio en pequeños grupos, para evitar el exceso de peso. Hoy podemos ver otra vez aquellas letras en imágenes fotográficas, formando parte de una exposición a un tiempo ambiciosa y arriesgada.
Hablo de la exposición: Rastros y vestigios. Indagaciones sobre el presente, abierta en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (Justo Sierra 16. Centro Histórico), que incluye 121 obras de la Colección Isabel y Agustín Coppel. Bajo la curaduría de Tatiana Cuevas, la muestra se presentó antes en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara y en el Museo Amparo de Puebla, para concluir su travesía en el recinto de la UNAM. Cuevas concibió la muestra como una reflexión sobre nuestro presente en relación al futuro a partir de numerosos objetos de arte contemporáneo que funcionan como “testigos” –como “rastros” y “vestigios”– de la civilización del siglo XX y del XXI. La curadora afirma que si un “arqueólogo del futuro” se propusiera explicar nuestra civilización, para descubrir sus contradicciones y problemáticas, tendría que estudiar estos objetos artísticos. Y aún cuando la curaduría se limita a una colección específica, lo que impide que se exhiban obras significativas que no son parte de ella, la exposición cumple cabalmente con su cometido reflexivo sobre nuestro presente artístico y su entorno.
No se trata de lamentar la ausencia de autores emblemáticos del siglo XX como Marcel Duchamp y Piero Manzoni, quienes fungieron como auténticos “profetas” del arte contemporáneo. Con las obras disponibles de una colección ciertamente pródiga, Tatiana Cuevas realizó un trabajo acucioso de “arqueología curatorial” que le permitió armar un discurso creíble. La curadora pone en escena múltiples objetos artísticos contemporáneos, de autores globalizados de aquí y de allá, algunos ya fallecidos y otros en activo, como evidencia material y formal de una serie de procesos socioculturales que dieron origen a nuestra civilización. Así podemos apreciar obras que aluden al abandono, a la devastación, a la melancolía, a la nostalgia, al paso del tiempo, a la pérdida, a la ruina, a la soledad… Obras que son testimonios de las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales, que han dado forma y sustancia a nuestro tiempo; objetos que son testigos de una época, la nuestra, que se distingue por la crisis de los “grandes relatos” de liberación, la cultura de masas, el imperio de la imagen y las sociedades del espectáculo.
Si la civilización de nuestro tiempo es la civilización del espectáculo como quiere Mario Vargas Llosa. Y si los seres que habitamos este mundo somos homo videns (Sartori) y homo aestheticus (Lipovetsky y Serroy), no hay mucho qué decir. Somos insaciables devoradores de imágenes y exigentes puntuales de estética generalizada. Los numerosos objetos artísticos que se exhiben en San Ildefonso, “rastros “ y “vestigios” de una aventura arqueológica del futuro, pueden satisfacer plenamente nuestra demanda. Lo digo porque hoy apreciamos los objetos artísticos desde distintas ópticas y podemos contemplar estéticamente cualquier cosa. Un ejemplo: las fotografías de la agencia Associated Press sobre los bombardeos nucleares de los Estados Unidos en el Atolón de Bikini en 1946, que marcaron el inicio de la Guerra Fría, la confrontación ideológica y militar entre capitalismo y comunismo que dudaría más de cuatro décadas. Se trata de imágenes que documentan un ensayo nuclear real y devastador, pero que en nuestro contexto histórico bien merecen el nombre de “espectaculares”. Más aún: son imágenes que también pueden ser contempladas estéticamente.
Otro ejemplo: Adam Mcewen, autor del cuadro: Lübeck (acrílico y goma de mascar sobre tela, 2006), en el que coloca chicles masticados sobre la superficie bidimensional para imitar las bombas arrojadas por la aviación inglesa y norteamericana sobre ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Con qué nos quedamos: con un cuadro que denuncia la barbarie bélica o con una pintura plenamente contemporánea que aspira a venderse en la próxima subasta? En la aldea global del arte esta pregunta no tiene sentido. Tampoco esta otra: ¿qué tienen que ver el “electrocardiograma” de Joseph Beuys y las secadoras de pelo de Andy Warhol? En apariencia nada, pero se trata de dos autores que fueron también “profetas” del arte contemporáneo, cada uno con obras acordes a sus discursos artísticos: el primero con su concepto utópico de escultura social y el segundo como portavoz cínico de la sociedad de consumo y la reproducción masiva de productos comerciales.
Una de las obras más significativas de la exposición es la de On Kawara: I am still alive (1988), uno de los telegramas que periódicamente mandaba el enigmático artista a sus amigos para avisarles que seguía vivo a pesar de que no lo veían. La reflexión existencial del célebre maestro japonés se encuentra inmersa en una exposición marcada por un tono más bien sombrío. Las “siluetas” clásicas de Ana Mendieta, las fotos de cines abandonados en Guadalajara de Teresa Margolles, las bellas fotos que Alfredo Jaar realizó para representar la experiencia brutal del genocidio en Ruanda, los rifles-cámaras de Francis Alÿs, los collages periodísticos de Jonathan Hernández, las fotos de espacios urbanos abandonados de Aaron Siskind, el ensamblaje de Moris (Israel Meza Moreno) realizado con ropa y objetos de indigentes de la Ciudad de México, las pinturas “creadas” por un tragafuegos callejero a petición de Santiago Sierra, los cinco cuadros negros monumentales de Beatriz Zamora, los periódicos desechados con jeroglíficos mayas de Pablo Vargas Lugo… Esta última obra me obliga a concluir en tono pesimista y a recordar a Oswald Spengler, quien en su libro La decadencia de Occidente (1918) anunció el colapso de la civilización occidental. ¿Será?
*FOTO: Ramiro Chaves, “Canadá (Proyecto Canadá)”, políptico, impresiones de inyección de tinta en papel fotográfico, 2006/ Cortesía: Antiguo Colegio de San Ildefonso.
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