Retrato de la inmundicia
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La violencia y la denigración humanas son abordadas en esta obra, original de Antonio Zúñiga, en la que la suciedad material alcanza categorías estéticas y poéticas
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POR JUAN HERNÁNDEZ
Si se leyera de manera literal, La epopeya de los recicladores, de Antonio Zúñiga (Parral, Chihuahua, 1965), sería la historia de la mafia de los recolectores de la basura.
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La lectura de la puesta en escena, sin embargo, es una constante provocación simbólica y, en tanto tal, ofrece múltiples lecturas e interpretaciones. La obra trasciende la literalidad del texto. Es la creación de un universo, que se desarrolla en medio de una atmósfera que encuentra en la inmundicia el signo preponderante de la civilización.
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El acontecimiento teatral, refuerza el sentido de comunidad, en relación con hechos cuya denotación conllevan dilemas morales; cuestionamientos esenciales sobre temas como la violencia, el poder y la denigración humana. La epopeya de los recicladores eleva a la inmundicia a categoría estética y, aún más, poética. Sólo desde esa aspiración artística es posible convertir el fenómeno en reflejo de la tradición épica, popular, de una sociedad y, de manera más ambiciosa, de la civilización entera.
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Zúñiga se arriesga al jugar con personajes del teatro de Shakespeare, al invocarlo como uno de los dramaturgos y poetas que han abonado a la comprensión de la condición humana, desde la irreverencia. El autor, director y actor chihuahuense plantea una escena contemporánea y, en ella, inserta a Ofelia, Ricardo, Eduardo, Lear, Tito, personajes de La epopeya de los recicladores, que nos hacen pensar, desde luego, en Hamlet, Ricardo III, Rey Lear, Macbeth, Eduardo IV, Tito Andronicus y Julio César.
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Antonio Zúñiga baja del pedestal a Shakespeare, para hacer una figuración contemporánea de la inmundicia. A partir de ese recurso, consigue una reafirmación de nuestra historia, pasada y presente, y deja al espectador la difícil tarea de imaginar el futuro de la humanidad.
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El texto es vertiginoso, como lo es también la puesta en escena. Responde a esta manera acelerada en que se vive en la actualidad. Los sucesos ocurren en el caos, entre la suciedad material y espiritual; los personajes son los sin casa, con quienes tropezamos en nuestra vida cotidiana; los pepenadores de basura y los poderosos, poseedores de la riqueza.
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La mirada del artista erudito, maneja referentes culturales exquisitos y los lleva al ámbito de lo ordinario, en presencias tangibles y sensible, es decir, en cotidianidad: las calles por las que transitamos, el polvo que respiramos, la basura que producimos como resultado del excesivo aliento consumista, los roedores que asquean pero limpian a las ciudades de basura, que le ser humano deja a su paso; los poderosos violando la justicia, adaptándola a sus necesidades, para mantener el status quo y el pueblo como un coro de la miseria.
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La basura como signo crítico de la moral maleable, en la que se expresa de manera cruda la perversidad del tejido social, es un elemento fundamental de la puesta en escena. Ofelia, la niña blanca, por otro lado, ha sido violada por Ricardo, rey de la basura a quien se le permite todo. La víctima y su pueblo exigen una justicia que no llegará. El juicio es una crítica no tanto del sistema judicial como de la manera en que los humanos podemos maquillar, amoldar las leyes a nuestro antojo, para conseguir acuerdos, cuyo objetivo es darle nueva vida a la maquinaria social.
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La violación de Ofelia es la deshonra de la justicia. En ese piso de cartón, entre las cobijas y los andrajos que visten los personajes, se elevan las coronas, símbolo del poder. Zuñiga desvela el machismo, la misoginia, la ausencia absoluta de un concepto que en la actualidad se ha vuelto moneda de uso: sororidad. Es una mujer la que defiende al violador, y es esa misma mujer la que establece los términos del acuerdo para dar fin al conflicto.
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El tema se ha vuelto actual, tras el #metoo y las discusiones en torno a los abusos sexuales que se destapan a diario. Pero la visión de Zúñiga va más allá de la cuestión de la violencia de género, en la que los hombres son los victimarios y las mujeres las víctimas. En la puesta en escena estamos incluidos todos, como un sistema que permite el abuso de los miserables; en el uso arbitrario del poder, que no encuentra un límite moral en su ejercicio.
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Y todo sucede en el interior de esa casa, en un barrio de la Ciudad de México, la colonia Obrera, que se ha convertido en una alternativa real para pensar el mundo desde el teatro: la sede de la Compañía Carretera 45. Un patio convertido en escenario no convencional, en donde el espectador es incluido en el artefacto escénico como un actor expectante. La escenografía, la iluminación y el vestuario figuran la inmundicia del mundo y colocan en el centro de la acción el conflicto del dilema moral que enfrentamos en el día a día cuando, asqueados, echamos a rodar la maquinaria del mundo.
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Foto: La epopeya de los recicladores, escrita y dirigida por Antonio Zúñiga, coproducción México-Colombia, escenografía e iluminación de Patricia Rodríguez y Aurelio Palomino, vestuario de Giselle San Diego, y las actuaciones de Abraham Jurado, Christian Cortés, Zamira Franco, Arturo Serrano (mexicanos), así como de Daniela Ramírez, Sergio Andrés Maecha, Juan Camilo Suárez, María Fernanda Granados, Joel Sebastián Báez, Yuleicy Rozo y Andrés Serna (colombianos), se presenta de lunes a viernes a las 20:30 y sábados a las 19 horas, en el Centro Cultural Carretera 45 (Juan Lucas de Lassaga #122, col. Obrera (Metro San Antonio Abad).
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