Revolcadero de cuerpos y almas solitarias
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Gioconda Belli y Margaret Atwood coinciden en sus últimas novelas en sus reflexiones sobre la evolución individual dentro de la vida de pareja
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POR ETHEL KRAUZE
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El matrimonio es el espacio moral de dos personas, donde se engendra una rutina, de cuya asfixia suele emergerse con un amante a la mano. Mejor dicho, dos amantes, a razón de uno para cada cual.
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El matrimonio es esa relación dual que teje parsimoniosamente su espejo hasta formar cuadrángulos, y aun cuadrángulos de los cuadrángulos que se entrecruzan en una historia sin fin.
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El matrimonio, que se inició para juntar dos almas en un solo cuerpo, termina siendo el itinerario de un revolcadero de cuerpos que deja más solitarias que nunca a las almas involucradas.
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¿Es esto así? ¿Fatalmente así? O se debe, más bien, a los estereotipos culturales que el siglo XXI no ha podido todavía trascender. A los sobreentendidos a la hora de establecer una relación, a las expectativas imposibles de cumplir, al desbalance, en el cual, hombre y mujer, entran en lo que sólo tiene de “pareja” el nombre.
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Tal vez no tenga mucho que ver con la pareja, el matrimonio y la rutina. Sino con la falta de evolución individual de sus miembros. Esa inmovilidad a la que confundimos con “estabilidad”. Esa pereza a la que llamamos “serenidad”. Esa apatía envuelta en “satisfacción”.
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Temas nuestros de cada día. Temas candentes sin resolver y con mucho para reflexionar. Temas que abordan dos autoras contemporáneas, la canadiense Margaret Atwood, recién galardonada con el premio Kafka, candidata varias veces al Premio Nobel de Literatura; y la nicaragüense Gioconda Belli, con varios premios en su haber, como el Sor Juana Inés de la Cruz y Biblioteca Breve.
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En la novela recién publicada por primera vez en español, Nada se acaba (Lumen), Atwood cuenta la conformación minuciosa de un cuadrángulo extendido entre una pareja, a partir de la voz interior de cada uno de los protagonistas. Con capítulos fechados entre 1976 y 1978, conoceremos las escenas y los pensamientos de los cuatro y hasta seis personajes involucrados.
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Ninguno de ellos conoce la razón por la cual hace las cosas o deja de hacerlas. En un agudo estilo libre indirecto, la autora nos permite explorar las emociones en pureza, tal como van apareciendo en el alma de sus personajes. De pronto sienten algo, recuerdan algo, ven algo… y en el momento cambian de dirección. Sus acciones se anteponen, como ocurre en la vida diaria, y todo lo demás es ir desmenuzándolas con poca esperanza de aclararlas.
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Atwood hace un estudio, diríamos, casi cruel, por la nitidez microscópica que logra, de las relaciones de pareja, justo donde nadie es pareja de nadie, porque no acaba de ser una persona para sí misma.
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Hombres y mujeres por igual. Por un sobreentendido o por el otro, incapaces de encontrar un sentido de vida más allá del instante o de un deber en el que ya no creen. Todos, al parejo, eso sí, necesitados de un abrazo primigenio, que los ayude a nacer finalmente.
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En El intenso calor de la luna (Seix Barral Biblioteca Breve), también recientemente publicada, Belli ofrece un renacimiento lleno de furor tropical, en una pareja tan dispareja que sólo logra emparejarse con sus contrarios cuando la razón del matrimonio inicial ha llegado a su fin. La mujer ha dejado de menstruar. La sangre de por medio ha sido el lazo que los ha mantenido mes con mes en un acuerdo en el cual la mujer es la mujer y el hombre, el hombre, en el entendido de lo que culturalmente ha significado esto en la tradición. Sin ese pacto cíclico no hay nada que renovar, salen a la luz las verdaderas personas, la disparidad atávica en la que este matrimonio se estableció y que ha catapultado a ambos a la osadía por un renacimiento.
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La mujer emerge como una nueva Venus dispuesta a comerse el mundo que antes sólo veía pasar de largo, sentada con las piernas juntas. Y el marido, necesitado también de una renovación, busca la versión joven, humilde y atenta, de la que ahora se le sale, literalmente, de las manos. En un juego de carambolas, los que debieron formar la pareja joven terminan absorbidos por la pareja madura.
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El cuerpo como moneda de cambio de las almas solitarias. El cuerpo como bastión de invencibilidad, como espada de Damocles con su fecha desconocida en nuestra lápida.
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En las introspecciones de los personajes hay una especie de himno que invoca a la vida, al despertar, a la exuberancia de las pasiones que deben volverse insaciables porque se han mantenido hibernando en el armario del matrimonio. Incluso la novela cierra/abre con un poema y un ritual.
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Pero nada indica que llegue el esplendor. ¿Será sólo el inicio de nuevos matrimonios con su itinerario de cuadrángulos doblándose a sí mismos hasta recobrar la tan conocida asfixia?
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La novela de Atwood tiene el tono gris y aterido de los días nublados. Con su dejo de angustia existencial, de palabras no dichas, y un remanente, muy al fondo, casi fantasmal, de una esperanza. La de Belli, es color verde y con racimos amarillos, y tiene su estela roja surcando el horizonte. Es húmeda y bulliciosa. Y no promete finales.
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Dos autoras que cargan a cabalidad sus diferentes idiomas, con sus geografías y culturas tan diversas, convergiendo en el ojo del huracán de un mismo tema. Después de todo, lo que hacemos los humanos es crear un revolcadero de cuerpos para almas solitarias. O, ¿hay más por hacer? Las obras literarias, si no dan respuestas, sí nos dejan con preguntas.
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FOTO: Gioconda Belli: El intenso calor de la luna, Barcelona, Seix Barral, 2014, 317 pp./Margaret Atwood: Nada se acaba, Madrid, Lumen, 2016, 408 pp. / Especiales
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