Ricardo Flores Magón en el panteón revolucionario
A 100 años de su fallecimiento, este artículo revisa los ideales magonistas, forjados en el anarquismo para implementar la fraternidad entre los trabajadores
POR CARLOS ILLADES
El magonismo y su líder son difíciles de atrapar en una caracterización sencilla. La historiografía académica los sitúa como precursores de la gesta de 1910 o bien como parte de una historia transfronteriza que acabó teniendo un impacto marginal en el proceso revolucionario. Seguramente desconcertaría a sus contemporáneos, incluidos los moderados de su propio partido, la reticencia magonista a aliarse con otros movimientos o siquiera a tejer acuerdos tácticos contra el enemigo común. Sólo los artilugios ideológicos de la historia patria permitieron simplificar la complejidad y armonizar las contradicciones en un relato unívoco, aunque el cadáver de Ricardo Flores Magón todavía libró una batalla póstuma para evitar que el gobierno obregonista le realizara un funeral de Estado.
Ricardo tuvo la oportunidad de estudiar en la capital federal, tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en la Escuela de Jurisprudencia, donde cursó tres años de la carrera de abogado. La socialización política de los tres hermanos Flores Magón inició en las manifestaciones estudiantiles de 1892 con motivo de la cuarta elección de Porfirio Díaz. El exilio en los Estados Unidos a partir de 1904 permitió el contacto de Ricardo con el socialismo y el anarquismo europeo y estadounidense, facilitado por el aprendizaje del inglés, francés, italiano y portugués. En San Luis, Missouri, Flores Magón y su grupo más cercano se relacionaron con Emma Goldman, Alexander Berkman y Florencio Basora, amigos de Errico Malatesta, y pronto acusaron el influjo anarquista.
Contento porque veía próxima la revolución en México, Ricardo se quejó con su hermano Enrique del inexistente respaldo brindado por el sindicalismo estadounidense: “Si tú estás ansioso porque se señale la fecha del levantamiento, Librado (Rivera) y yo estamos desesperados, porque tememos que de un momento a otro desbarate los grupos el despotismo”. Lamentablemente para su causa, “el pueblo americano y aun los trabajadores organizados de este infumable país no son susceptibles de agitarse. Los americanos son incapaces de sentir entusiasmos ni indignaciones.
Es éste un verdadero pueblo de marranos”. Tres años después, Ricardo apelaría a la autoridad de Emma la Roja para intentar que los estadounidenses se despojaran de sus anteojeras y miraran la cruda realidad mexicana, “porque está(n) engañado(s) por la voluntaria deformación que hacen aquellos que tienen en juego intereses económicos gigantescos, y que no evitan ningún esfuerzo para engañarlo”.
Los magonistas fueron los primeros en levantarse en armas contra el régimen porfiriano y también los primeros en señalar que el maderismo carecía de un carácter revolucionario. Para Ricardo Flores Magón, Madero representaba los intereses de una fracción burguesa no incluida suficientemente en el sistema capitalista. El revolucionario oaxaqueño jamás quiso coordinar las acciones militares con aquéllos y menos todavía aceptar la autoridad del hacendado coahuilense. Ello conduciría a la ruptura de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (PLM), separándose el segmento moderado. El “apóstol de la democracia” parecía al intelectual oaxaqueño un traidor a la causa de la libertad porque no pretendía emancipar a los trabajadores del salario, el pago por la explotación de su actividad diaria. De ninguna manera para él la revuelta maderista podría llamarse revolución, porque no pretendía transformar radicalmente el statu quo. Significaba un cambio menor dentro de la clase dirigente, vestir con nuevas ropas la dictadura del capital. Encaramar en el poder a esta fracción, multiplicaría el derramamiento de sangre, dado que la revolución tendría que recomenzar.
Cuando el constitucionalismo derrotó a los ejércitos populares de Zapata y Villa, Flores Magón dio por perdida la oportunidad de realizar en México la revolución social, aunque no dejaba de advertir que el país todavía era “un puñal dirigido al corazón del sistema capitalista”. Entretanto el papel que podría jugar el constitucionalismo en la guerra europea sería contrarrevolucionario, dado que Carranza necesitaba “muchos millones de pesos para él y sus favoritos y esos millones solamente pueden conseguirlos comprometiendo al pueblo mexicano en el conflicto mundial”.
Magón recurrió a la analogía histórica para fundamentar el fracaso de la revolución política. Juárez, a quien reconoció su entereza hacia el clero y la defensa de la república, porque no transformó aquella en una revolución social. El estandarte de su lucha, la Constitución de 1857, no modificó en nada la situación del trabajador, esclavizado por el salario y las carencias cotidianas. Los patrones, dueños del capital, continuaban explotándolo a su antojo al vender a un precio alto lo que habían adquirido prácticamente por nada. La propiedad privada, basada en “el crimen, el fraude, el abuso de la fuerza”, era la fuente principal de la inequidad social. No había transformación posible, si los trabajadores no tomaban por sí mismos la dirección de su destino confiscando a la burguesía las fuentes de su poder, la tierra en primer término, siendo éste “un gran paso hacia el ideal de libertad, igualdad y fraternidad”, para después trabajarla en común, “como hermanos”, y repartir sus productos fraternalmente, “según las necesidades de cada cual”. De acuerdo con el periodista oaxaqueño, la verdadera revolución era la fraguada por el PLM, cuyo objetivo fundamental era “la implantación del comunismo anarquista en México”.
Rasero similar al que Flores Magón aplicó para analizar el proceso revolucionario mexicano lo extendió a la realidad europea, de tal manera que concibió a la Primera Guerra Mundial como un enfrentamiento entre burguesías del cual el proletariado europeo únicamente sería mera carne de cañón, pues “los burgueses han tenido buen cuidado en fomentar en los pobres el sentimiento patriótico, el odio de razas, el amor a la bandera”. Lo que correspondía hacer a aquel era voltear las lanzas contra sus opresores y extender la revolución social hacia sus países. Para los más, la guerra lo único que traería sería sangre, sufrimiento y acrecentaría la miseria. No eran hombres en particular los responsables de la situación actual, sino un sistema económico-social de alcance planetario. Por tanto, la lucha contra éste tenía que asumir una escala mayor. Cada revolución nacional significaba robarle parte del terreno al capitalismo, cada victoria puntual representaba un paso más hacia su supresión como sistema de dominación, porque “es el capitalismo —el pulpo voraz que chupa la fuerza de los pueblos— el causante de todos los disturbios, de todos los crímenes; pues el capitalismo fomenta el odio de razas para que los pueblos no lleguen a entenderse y así poder reinar a sus anchas”. Pero la hora de la revolución mundial había sonado para todos los pueblos, detonando “la más grandiosa catástrofe política y social que la historia registra”.
Ricardo Flores Magón falleció la madrugada del 21 de noviembre de 1922 de angina de pecho, según la versión oficial, si bien para su camarada Librado Rivera fue ahorcado y, para el sindicalista Eugene V. Debs, líder de la American Federation of Labor (AFL), golpeado y abandonado hasta provocar su muerte. Sus restos fueron repatriados a Ciudad Juárez en enero del año siguiente, de donde iniciaron el trayecto ferroviario a la capital de la república, es decir, el recorrido inverso al del forzado exilio de 1904. Vitoreados en las estaciones, al ataúd que los alojaba lo cubría una bandera rojinegra e iba adornado con flores brillantes. Como un gesto póstumo, después de encarcelarlo tantas veces y por varios años, el gobierno estadounidense conmutó la sentencia condenatoria de 30 wobbies y la de su camarada Rivera. Flores Magón descansó inicialmente en el cementerio Evergreen de Los Ángeles, posteriormente en el Panteón Francés de la Ciudad de México, pero en 1945 depositaron sus restos en la Rotonda de Los Hombres Ilustres. En 1962 inscribieron su nombre con letras de oro en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados, institución a la que, como a los gobiernos, siempre despreció.
FOTO: Ficha policíaca de Ricardo Flores Magón. Fotografía anónima/ Imágenes tomadas del sitio del INEHRM
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