Robert Eggers y el terror puritano
POR JORGE AYALA BLANCO
En La bruja (The Witch, EU-RU-Canadá-Brasil, 2015), rompecódigos fantásticos y bello debut como autor total del estadounidense diseñador de producción de 33 años Robert Eggers (cortos Hansel y Gretel 07 y El corazón cuentacuentos 08), el archidevoto colono puritano de ultraortodoxa nariz ganchuda William (Ralph Ineson) se rebela en la pioneros 1630 contra unas supuestas desviaciones en su fe de las que lo acusa el gobernador religioso (Julian Richings) de una comunidad-iglesia, y prefiere romper con ésta antes de ser expulsado, llevándose a su amargada mujer sumisa Katherine (Kate Dickie) y a sus 5 hijos a intentar sobrevivir en las inmediaciones de un bosque umbrío, pero todo empieza a salirles mal, los cultivos no se dan, la recolección de frutos resulta exigua, las trampas para cacería permanecen intocadas y ese rezandero núcleo familiar obsedido con el pecado entra en estado de imparable descomposición cuando el padre Will, que se la pasa cortando leña y desbrozando tierras ab aeternam, empieza a mentir para ocultar una desesperada transa con el valioso cáliz de plata heredado por la esposa sufrida, su bebé Sam inexplicablemente desaparece un día, los gemelitos Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson) aseguran tener un pacto con el Diablo bajo su advocación de Negro Phillip, y el púber Caleb (Harvey Scrimshaw) se enamora de su hermana adolescente Thomasin (Anya-Taylor-Joy hipersensitiva) que comienza a despuntar como una bella mujer tentadora de inquietos ojos de gacela inasible, y por ende muy sospechosa de brujería, a quien su rendido hermanito ayuda a escapar al escuchar a escondidas que sus padres se proponen encargarla a otra familia domesticadora, pero se extravían en el bosque adonde el Mal multiforme parece esconderse y, al ser traídos de regreso por el padre, el muchachito se muestra aquejado de un extraño padecimiento que lo paraliza, lo hace delirar, contraerse en espasmos, vomitar y perecer… pero más vale obviar spoilers, que en nada ayudarían a desentrañar los misterios y sentidos secretos de este filme de terror puritano, según lo define con aguda sorna su propio realizador.
El terror puritano está armado, con gélida precisión plurivalente, como una trama sincrética y totalizadora que engloba bombásticamente un enorme haz de leyendas históricas y tradiciones populares de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, consumando el prodigio de nunca salir del ámbito de una simple familia de fanáticos religiosos, a modo de una leyenda de leyendas o un nuevo El cuento de los cuentos (Garrone 15), con mucho de elegante e intelectual horror paraliterario y envenenado, o de crudelísimo cuento de hadas tipo Hermanos Grimm, con esos niños extraviados en la turbia inmensidad del bosque, asediados por una bruja provecta y expelidos por un caballo encabritado de súbito, o con esa inordeñable cabra negra de encierro energuménico y coces finalmente fatales, o con ese cuervo comepezones, pues por algo Eggers ya había acometido sus cortos feéricos, ahora en perpetua mutación enfermiza, donde los miedos ancestrales están a punto de estallar, o más bien, de hacer implosión, en ese núcleo autodevorador que no debido esperar la cacería de las Brujas de Salem narradas por Nathaniel Hawthorne y Arthur Miller (teatralmente filmadas por Rouleau 56 y Hytner 96), expansivo a todos los ámbitos dramáticos y filosóficos posibles, al propositivo alcance de sus microanécdotas artificialmente legendarias cuyo conjunto da a ver y releer una mentalidad de época cual panóptico o paisaje interior que simula emerger de las profundidades del averno de todos tan temido e invocado, para evaluar el oscurantista tiempo pasado y lo que triste o sarcásticamente permanece de él, acumulando más aniquiladoras desgracias en torno a la familia del labriego leñador que las dictadas por el encorsetado kammerspielfilm al guardagujas de El riel (Pick 21), vueltas visiones posmedievales de un Dreyer puro.
El terror puritano adopta una antidecimonónica estructura de relato nuevo (según Robbe-Grillet): discontinua, subjetiva, ambigua y móvil, donde las crispadas voces obsedidas por la culpa y los malos pensamientos se espetan a cámara buscando su autonomía y demostrar la terrible vicariancia de la palabra sagrada (la que en Ordet de Dreyer 55 resucitaba a una difunta); donde la trágica desaparición del bebito se efectúa a base de lúdicos planos objetivos/subjetivos escamoteadores; donde la atmosférica música postserial de Mark Korven, nunca de acompañamiento o mero fondo, vehicula al terror en sí, consustancial; donde cobra enorme importancia el dominio de las tinieblas, como algo más que una ausencia o un motivo contrastante, sino como sustancia significativa y crucial que determina decisiones e impregna los miedos en la elaboradísimas imágenes del fotógrafo Jarin Blaschke, de continuo iluminadas a base exclusiva de famélicas velas omnipresentes o confinando a rincones fractales, cual ejercicio jamás expresionista ni visionario de pacotilla, un mórbido imperio de lo oscuro cuando se aspiraba al reino de Dios supuestamente luminoso, para interrogarnos si la luz no es más que una forma de las tinieblas.
Y el terror puritano navega simbólicamente hasta el inconsciente de la civilización estadounidense y de aquel Mal Absoluto que se identificaba con la naturaleza salvaje, la mentira y la pulsión erótica, originando culpas absurdas de monstruos conductuales dominados por la pulsión de muerte y conductas desviadas, como el desenfreno que acaba por dominar a Thomasin llamando al mismo maligno que invocaban los gemelitos, internándose en la lobreguez boscosa, despojándose de su pesada vestidura humana y uniéndose a una brujas, sus semejantes, sus hermanas, que danzan pecaminosa y maléficamente en torno de una fogata, cual si hubiese viajado de manera natural hacia el filme favorito de los surrealistas: La hechicería a través de los siglos (Christensen 22) desde otra cinta herética.
*FOTO: La bruja, protagonizada por Anya Taylor-Joy y Ralph Ineson, se exhibe en la cartelera comercial de la Ciudad de México/ Especial.
« Dos carpinteros contra el poder cubano Otras corporalidades en la danza »