Roberto Díaz y Shari Mason: energía vibrante
/
Los instrumentos de cuerda fueron los protagonistas de la oferta musical de junio
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Hace un año, también en junio, la violinista Shari Mason –concertino de las orquestas Sinfónica Nacional y Sinfónica de Minería– y el violista Roberto Díaz –ex principal de la orquesta de Filadelfia– se reunieron en la Ciudad de México para ofrecer una de las actuaciones más memorables del 2018, cuando juntos, en el marco del festival Mozart-Haydn, tocaron la Sinfonía Concertante para violín y viola de Mozart. Este junio también han protagonizado la cartelera, pero lo han hecho por separado brindando actuaciones tanto como solistas como en música de cámara.
La especie de maratón que me tuvo escuchándolos durante quince días lo comencé el sábado primero, cuando asistí al segundo de los conciertos (Sala Carlos Chávez) de un nuevo cuarteto cuya conformación es, por lo menos, sui generis; un ensamble all stars de nuestra escena musical: junto a Mason, el maestro Manuel Ramos, concertino de la OFUNAM, compartiendo ambos los trabajos de primer y segundo violines, el violista David Ramos –responsable de la idea de reunirlos– y el violonchelista César Martínez-Bourguet. Una alineación así podía significar una lucha de egos devenida en tragedia musical, como aquella desastrosa gira que trajo a México a Mutter, Bashmet y Harrel en 2010; toda proporción guardada, las luminarias mexicanas sí brillaron dejándole brillar al otro en una demostración del más noble significado de la música de cámara. Cierto que Manuel y David son padre e hijo y eso les otorga un poder de comunicación más natural, la química con Martínez-Burguet y sobre todo con Mason, una violinista poco acostumbrada a hacer “cuarteto”, ha sido una revelación para todos (cuestión de respeto mutuo y de compromiso con la música por igual entre los cuatro).
El programa incluyó primero el Cuarteto de Ravel, en donde quizá yo hubiera preferido articulaciones más suaves y tempos más vivos en los primer y tercer movimientos, una energía más vibrante en general, incluso en el muy lento, pero me sorprendió la unidad de estilo y concepto en la que estas cuatro estrellas lograron alinearse para llevarlo a cabo. Siguió el tercero de los op. 9 de Beethoven, los conocidos como Razumovsky, también con una construcción bien redonda en términos sonoros y formales, resultando un tanto cercano a lo espectacular, sobre todo en el bordado con que ejecutaron la transición del tercer al cuarto movimiento y toda la ejecución de esa fuga final.
A Mason volví a escucharla el miércoles 5 al frente de la orquesta de Minería dentro del Mozart-Haydn (Cenart) y el domingo 16 con la Sinfónica Nacional (Bellas Artes), la primera y la última de cinco sesiones en las que ejecutó, al lado de la batuta de Carlos Miguel Prieto en diversas ciudades, el Concierto para violín de Beethoven.
Más allá de la transparencia o el temple, de la belleza de su canto, o de cuestiones específicas técnicas de su ejecución (incluso de alguna imperfección o de alguna diferencia estética), creo que hay que destacar de estas actuaciones de Mason el momento y la decisión –inconsciente o no– de hacer este Beethoven el Beethoven que marca algo como un “corte de caja”, desnudarse como artista con el concierto más transparente para un violinista y presentar un tipo de manifiesto artístico de quién es ella en este momento de su carrera; en otras palabras: ya no es el Beethoven que aprendió a tocar, sino con el que ahora nos muestra quién es. Esa manera resolutiva de abordarlo y comenzar una etapa de madurez artística, es lo que más me ha conmovido.
La sesión camerística con Roberto Díaz el viernes 14 (Sala Nezahualcóyotl) también me dejó la sensación de estar ante un artista que antepone la música y la nobleza del compañerismo ante el grupo a pesar del probable ego. Díaz, un nombre ya legendario, vino junto a dos muy jóvenes alumnos del Curtis Institute, donde es profesor y Presidente: la clarinetista española Tania Villasuso y el pianista chino-estadounidense George Xiaoyuan Fu, para ejecutar con ellos lo más tradicional del repertorio para esta formación (Mozart, Schumann y Bruch) y una pieza reciente (Book of days, de Daron Hagen).
Claramente definido el concepto con que se abordaron cada uno de los compositores, me pareció escuchar el de Mozart, K. 498, con cierta dejadez e incluso desapego; mientras la obra de Hagen corre naturalmente con la simpatía de su neoclasicismo, fueron Schumann y Bruch, más apasionados en estilo y riqueza de sonoridades de los tres intérpretes, lo más sobresaliente de la noche.
Díaz apareció luego como solista el domingo 16 al frente de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, quienes con la batuta de su director Gustavo Rivero Weber, le acompañaron el Concierto para viola de Roberto Sierra, que el compositor le dedicó.
Quizá no la obra más fina en el catálogo de conciertos de Roberto Sierra, el violista le hace suficiente justicia, con un canto elocuente, una búsqueda bastante alegre de colores y una sonoridad fluida y presente a pesar de haber sido acompañado por las cuerdas completas de la OJUEM.
Rincón melómano
Mason toca Brahms
En este disco, la violinista se une al pianista Manuel González para presentar la Segunda Sonata de Brahms y la Sonata de Szymanowski. Uno de los pocos registros de artistas mexicanos grabando repertorio universal.
Díaz toca Higdon
De los conciertos escritos para Roberto Díaz, el de Jennifer Higdon me sigue pareciendo el más interesante. Hace un año lo tocó junto a la Sinfónica Nacional y este disco le hizo merecedor de un premio Grammy.
Beethoven con el Tokyo
De las grabaciones más completas en sentido de sonoridad y contenido discursivo de la integral de cuartetos de Beethoven, la del legendario Tokyo String Quartet sigue siendo una de mis favoritas entre las de su época.
FOTO: Bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto, Shari Mason interpretó el Concierto para violín de Beethoven./ Bernardo Arcos Mijailidis
« La esencia de Latinoamérica La religión en el discurso obradorista »