Rodrigo Garibay: Conciertos para saxofón

Mar 14 • destacamos, Miradas, Música, principales • 3564 Views • No hay comentarios en Rodrigo Garibay: Conciertos para saxofón

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POR IVÁN MARTÍNEZ 

 

Uno de los recuerdos que tengo de las tantas veces que vi el musical Wicked en esta ciudad, además de invariablemente llorar en el dúo final de las protagonistas o de la forma tan excepcional con que Majo Pérez cantaba el inicio del segundo acto, es el nivel de su orquesta, dirigida por Isaac Saúl, que nunca veía pues en teatro musical el foso de orquesta suele estar cubierto -para no entorpecer la vista de la escenografía que en el gran formato suele ser también protagonista, supongo.

 

 

Sin saberlo de antemano, sabía yo quién estaba en el clarinete y lo confirmaba en un solo de cuatro o cinco notas en la mitad del primer acto. Ni siquiera era un solo, sino un breve comentario que le hacía el instrumento a quien cantaba la canción: – ése es Rodrigo. – ¿Cómo puedes saberlo, te avisó que tocaría hoy?, me preguntaba mi acompañante en turno. No, pero él toca esas notas diferente. Aun en teatro musical, donde por todo lo que implica la coordinación técnica de tantos artistas hay poca libertad expresiva para los músicos de orquesta, había algo distintivo en el clarinete de Rodrigo Garibay: no su sonido, no algo siquiera consciente, sino un algo indescriptible con que le daba vida a esas cuatro o cinco notas. Con que las cantaba.

 

 

Esa cualidad suya la conocía yo desde quince años atrás cuando coincidía con él en la clase de clarinete de Luis Humberto Ramos, por quien comparto con Rodrigo ciertos genes musicales. Me gustaba saltarme otras clases para entrar a la suya de oyente: aprendía lo que le corregían técnicamente, pero, con esa libertad de desarrollo personal artístico que nos daba el maestro, aprendía y disfrutaba el doble. Son varias las obras que, por escucharlas primero con él, quise integrar yo mismo a mi repertorio de estudiante, como los Estudios sobre temas de Gershwin de Paul Harvey, obra nada clásica en la que quizá no me hubiera interesado por su espíritu jazzístico. Ése era la inspiración que provocaba y que sigue provocando como intérprete. Ése no-sé-qué con que toca y que lo diferencia de sus colegas: una musicalidad natural, honesta.

 

 

Desde entonces dobleteaba con el saxofón. Lo que por esos días me parecía una locura, hasta que ahora él como profesional y yo como público, me he deleitado no sé cuántas veces oyéndole lo mismo los solos de saxo en algún Boléro de Ravel o en algunos Cuadros de Mussorgsky cuando lo requieren en las orquestas, que haciendo música de cámara, que en teatro musical.

 

 

Por ello me dio gusto enorme saber que cristalizaba hace unas semanas un ambicioso proyecto personal: el disco Conciertos para saxofón y orquesta, donde incluyó las icónicas obras concertantes de Glazunov y Villa-Lobos y tres obras de compositores mexicanos vivos: Jorge Sosa, Tomás Barreiro y Leoncio Lara Bon, estos dos últimos con aportaciones hechas ex profeso para el proyecto.

 

 

Mención aquí es obligatoria que el disco lo grabó con una orquesta de cuerdas dirigida por Raúl Delgado y que el proyecto -de distribución independiente, pero disponible en plataformas online y en la librería-biblioteca Herder- es financiado por el FONCA, institución a la que se le regatean sus resultados y que ha estado en constante golpeteo en lo que va del actual sexenio.

 

 

En cuanto al repertorio, se trata, pienso, en un círculo que se cierra. Histórico, si me pongo formal. Porque hablamos de dos obras obligatorias en el repertorio de cualquier saxofonista que fueron creadas por la inspiración que Marcel Mule provocó en Glazunov, quien no conocía el instrumento y -según se lee en sus cartas- se enamoró inmediatamente de ese sonido tan particular “entre corno francés y clarinete”, y en Villa-Lobos, siendo él mismo un ejecutante probado del instrumento. Y también de dos obras, las de Barreiro y Lara, inspiradas ahora por su saxofonismo.

 

 

Uno solo puede pensar en la belleza del sonido que debieron tener Stadler o Muhlfeld cuando Mozart y Brahms les escribieron, uno puede imaginar cómo sonaba Mule según las descripciones de esos compositores, pero dentro de cincuenta o cien años, uno ya no deberá sólo imaginar, sino constatar a qué sonaba el saxofón de Rodrigo; y admitir que Barreiro y Lara Bon no sólo escribieron obras muy correctas, descriptivas y amables, sino que transmitieron a sus páginas esa personalidad artística por la que fueron inspirados.

 

 

En las notas que acompañan el disco, se cuenta que, a pesar de ser presentado con entusiasmo por Berlioz (el compositor en su papel de crítico de la revista Journal des Débats), el saxofón tardó poco menos de cien años en ser comenzado a tomar en serio por la música clásica. Y todavía hoy sigue siendo visto con recelo clasista, pero obras como las de Glazunov, Villa-Lobos, Sosa, Barreiro y Lara, de la mano de intérpretes serios como Garibay, demuestran su poder y su alcance. Nos demuestran equivocados.

 

 

Vuelvo a recordar el tiempo de estudiantes y recuerdo que, entre clarinetistas, mientras veíamos a Rodrigo Garibay acercarse cada vez más al saxofón, pensábamos que era una lástima. El tiempo nos ha mostrado que no solo no perdimos a un clarinetista, sino que ganamos a un saxofonista en quien seguimos escuchando el mismo espíritu. Un ejecutante que en ambos instrumentos ha mantenido su misma esencia.

 

FOTO: Conciertos para saxofón y orquesta; Rodrigo Garibay/ Orquesta Internacional de las Artes. Director: Raúl Delgado. Grabación independiente con apoyo del Fonca/ Especial

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