Rodrigo Sepúlveda Urzúa y el amor impracticable

May 29 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 6434 Views • No hay comentarios en Rodrigo Sepúlveda Urzúa y el amor impracticable

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Adaptación de la novela homónima del escritor chileno Pedro Lemebel, Tengo miedo torero es un retrato fiel de la vida travesti en Chile durante la dictadura de Pinochet

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POR JORGE AYALA BLANCO

En Tengo miedo torero (Chile, 2020), heterodoxo film 4 del prolífico documentalista y TVserialista chileno santiaguino de 61 años Rodrigo Sepúlveda Urzúa (Un ladrón y su mujer 02, Padre Nuestro 05, Aurora 14), con guion suyo y de Juan Elías Tovar basado en la novela homónima única del activista LGBTTTI de culto ya finado Pedro Lemebel (sujeto-objeto-pretexto del formidable documental Lemebel de Joanna Repossi Garibaldi 19), la pintarrajeada anciana sexagenaria trans orgullosamente sin nombre aunque conocida como La Doña o La Loca del Frente (Alfredo Castro) corre a esconderse mientras una colega se desploma inerte sobre su traje de lentejuelas plateadas, y logra salvar el pellejo durante una redada policiaca en el antro homosexual que frecuenta en el Santiago de Chile del recrudecimiento de las represiones brutales de 1986, corre por las noctámbulas calles vacías en ruinas, se refugia en la casona semiderruida que ocupa a la brava tras el terremoto de hace seis meses, y se dispone a reintegrarse a su solitaria y miserable vida cotidiana, bordando manteles por encargo para las odiosas cónyuges de los milicos y sirviendo como acompañante genital en las salas de Cine para Adultos con sus amigotas la todoamparadora Mamita Rana (Sergio Hernández), la jubilosa Lupe (Ezequiel Díaz) y la gauchita pronto temeraria Myrna (León Gnecco), pero esa apremiante noche conoce al guapo terrorista mexicano encubierto Carlos (Leonardo Ortizgris barboncillo barbilindo), lo introduce en su morada, se hace su amiga, se deja usar para ocultar presuntas cajas con libros llenas de explosivos para un futuro atentado antiPinochet, conoce a la peligrosa guerrillera impasible Laura (Julieta Zylberberg), presta su hogar para reuniones clandestinas de conspiradores a quienes escucha con devoción perturbadora, entra en crisis al percatarse de que siempre se ha sometido a sus verdugos sociopolíticos, y se enamora perdida y desesperadamente de ese en el fondo inocentón virginal Carlos que trata con sigilosa aunque enérgica ternura viril al entrañable gay empoderado al que hace acompañarlo de picnic para tomar fotos desde una colina, con miras al magno atentado que, empero, va a fracasar lamentablemente, provocando la huida desencajada tanto del guerrillero como de su cómplice por amor impracticable.

 

El amor impracticable prácticamente no existiría en la práctica tautológica, ni narrativa ni estéticamente si, al lado de la mortecina fotografía en escombros de Sergio Armastrong y la generosa edición contemplativa de Ana Godoy y Rosario Suárez tan abstinente de efectismos, no terciara la decisiva y fehaciente intervención de Alfredo Castro, el genial intérprete camaleónico e indispensable actor-fetiche de Pablo Larraín en Fuga/Tony Manero/Post mortem/No/El club/Neruda, componiendo una seductora y repulsiva a la vez que fascinante y matizada Loca del Frente (“Soy vieja, pero no huevona”), que admira la cálida mexicanidad festiva de su pareja imposible (“Hubiera nacido en México y no en esta cagada de país”), convoca la ronda sarcástica de Roberto Cobo homoimprovisando al bailar “La leyenda del beso” en El lugar sin límites (Ripstein 77 con base en el novelista chileno supremo José Donoso) y la fragilidad acerada del prisionero gay cuentapelículas Molina (William Hurt) de El beso de la mujer araña (Babenco 85 basada en el argentino Manuel Puig), para representar a un sensitivo e inerme personaje tan inclasificable cuanto irreductible capaz de concederle una convicción insigne a sus declamatorios diálogos discursivos (como ese aserto definitivo e irrebatible: “Si alguna vez hay una Revolución que incluya a las Locas, avísame: ahí voy a estar yo en primera fila”), así como manifestar su conquista fugitiva del don del asco al dolerle en carne propia/ajena la prepotencia verbal de su empleadora castrense doña Clarita (Paulina Urrutia), salvar la situación en un retén carretero al que coquetea descaradamente con los soldaditos machistas (“Que te la metan bien”), advertirle a la terrorista el riesgo de fumar cerca de los explosivos ocultos (“No vayan a estallar con el puche”), o ejecutar ante el derrumbado guerrillero ebrio su musicalizada e impecable ronda seductora como regalo de cumpleaños en explícito homenaje a La Manuela proxeneta de Cobo/Rip/Donoso pero sosteniendo un clavel rojo en la boca que a su vez ostenta el cándido-subversivo dibujo desafiante de una hoz y un martillo encarnados.

 

El amor impracticable concede rango explicativo casi protagónico a un verdadero arsenal de canciones pasionales, cual asumida y superada caricatura almodovariana posmoderna ultraincitadora, formando desde el trabajo del sonido fuera de campo algo más que un ronroneante tejido o enjambre de melodías con función vehicular, sino un genuino, largo y episódico monólogo interior del personaje central que ha hecho suyo el relato, y no al revés, porque la desazón primordial es “Libre” con Paloma San Basilio, la botella-pene sucedáneo en la boca es “La pollera colorá” con Charlie Zaa, la placidez del ilusorio repos d’amour dormitando en el auto es “Llorona” con Chavela Vargas, y la balada tema, con Lola Flores, más el título mismo del film, son un juego que se arrima al toro del sentido para convertirse (“Tengo miedo, torero”) tanto en expresión del temor corporal a los militares sabuesos como del pánico a enamorarse con todas sus removedoras e inanes consecuencias, en suma, he ahí un florilegio de canciones entre la ilustración auditiva, la idea, la íntima percepción intransferible y el lenguaje.

 

Y el amor impracticable puede entonces abordar sin falla el tema psicológico posfreudiano-posreichiano de la miseria sexual, a un nivel excelso y feraz, donde La Doña por fin descubre el mar, mientras acepta la separación de Carlos de regreso a Cuba, caminado en planos alejadísimos por la playa en un rasgo sublime y entre rasgueos de guitarra, hacia el abandono/autoabandono y la soledad irremediable.

 

FOTO: Tengo miedo, torero está basada en el libro homónimo del escritor chileno Pedro Lemebel (1952-2015). / Especial

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