Rodrigo Sorogoyen y la hostilidad bestial
Una empresa de energía eólica irrumpe la serenidad de los habitantes de un pueblo de Galicia, España, tras ofrecer comprar los terrenos; Las bestias examina la brutalidad del ser humano en su afán de cumplir sus sueños
POR JORGE AYALA BLANCO
En Las bestias (As bestas, España-Francia, 2022), intenso film 6 del prolífico TVserialista madrileño de 42 años Rodrigo Sorogoyen (Estocolmo 13, Que Dios me perdone 16, Madre 19), con guion suyo y de Isabel Peña, ganadora óptima de todos los Goyas quizá merced al inesperado retrato nacional inconscientemente deseable, la hipercivilizada pareja de esforzados horticultores franceses de edad madura aunque al extremo de la ingenuidad que forman el reservado ciudadano redondo huyendo de sus errores Antoine (Denis Ménochet) y la magra dama con restos de lozanía Olga (Marina Foïs) se ha instalado desde hace dos años en una región montaraz e ignorante de la Galicia profunda dedicada mayormente al pastoreo de cabras y la cría de caballos, ambos bajan a mercar sus cosechas de tomates y puerros en el pueblo cercano, pero mientras ella vive y sobretrabaja a la sombra de su marido, él pasea feliz por las landas a su perro Titán, aunque de súbito debe enfrentar el repudio de los contertulios de la única taberna próxima, por votar contra la venta de sus tierras a una empresa generadora de nuevas energías (“No firmaste”/ “Porque ésta es mi casa”), despertando un especial rechazo por parte de sus peligrosos vecinos contiguos, los frustradazos hermanos solterones superagresivos Anta que todavía habitan con su anciana madre (Luisa Merelas), el enjuto cincuentón Xan (Luis Zahera atrozmente odioso) y el boquiabierto calvo Lorenzo (Diego Anido patético), quienes de pronto le declaran la xenofóbica guerra subrepticia a los migrantes, inutilizando su inestimable vehículo, jugándoles bromitas humillantes con el pretexto de dar un aventón, envenenando su pozo con baterías de plomo, amenazándolos mediante un retorcido funcionario empresarial-impersonal y sembrando el terror en esa pareja inerme que sólo cuenta con la lealtad del viejo Papiño (José Manuel Fernández Blanco) y el abstinente apoyo de dos cabos de la omisa Guardia Civil (Federico Pérez Roy, David Menéndez), pese a que el buen Antoine suele grabar con una videocamarita disimulada todas las embestidas, hasta que el francesito sea acosado, muerto y desaparecido en el bosque, dejando a su frágil esposa la dura tarea de proseguir con sus afanes resistentes, labrando su huerta por la mañana y buscando el cuerpo amado por la tarde, y para colmo, contrarrestando la violencia emocional que ejerce sobre ella su hija parisina visitante Marie (Marie Colomb) con el objeto de que abandone su forma de existir elegida incluso frente a la incontrolable hostilidad bestial.
La hostilidad bestial se divide en tres partes narrativas bien diferenciadas: el acoso, la ejecución y la búsqueda, un acoso de brutal thriller psicológico rural al ser intelectualizado luchando por subsistir ante el embate corporal de criaturas abestiadas con obvias referencias en obbligato a los Perros de paja (del peor Peckinpah 71) y a las inmer siones excursionistas en la Amarga pesadilla/Deliverance (del mejor Boorman 72), una ejecución que remite en desventaja a la opresión de visceralidad de un inframundo que cierra sus tenazas exterminadoras con el estatus irremediable de una tragedia antigua, y una búsqueda insensata (pero justificada vía inconsciente) de la no-aceptación de la realidad y no-asunción de la desgracia, conviviendo prácticamente puerta con puerta con los asesinos del marido, hasta el ilusorio hallazgo de la camarita que todo lo grabó.
La hostilidad bestial permite no obstante que domine en general, un tanto a contracorriente y a semejanza de la amorosa encerrona ligadora-disolvente de Estocolmo del mismo director, cierto lirismo realista duro que no se atreve a decir su nombre, caracterizado por un vigoroso naturalismo pragmático y una delicada sensibilidad, si bien seco y casi prosaico, enconado, pero sugestivo y eficaz en sus momentos más candentes, con una fluida edición elíptica o demasiado ávida de Alberto de Campo en molto legato permanente, una agreste fotografía de Álex de Pablo que pasa de los deslizamientos paseantes del travelling lateral (amo con perro por el camino virtual) a los planos petrificados (esa tentativa de razonamiento con las bestias ante vasos de aguardiente en temerario plano fijo eterno) y al virtuosismo de los backgrounds acechantes en la genial secuencia del homicidio), en sádica ausencia de música o con atonales efluvios del compositor postserial Olivier Arson más distanciantes que anímicos o ambientales.
La hostilidad bestial se sitúa así dramáticamente a medio camino entre la moderna parábola novelística El informe de Brodeck de Philippe Claudel y la cinta Temporada de huracanes de Fernanda Melchor/Elisa Miller (23), las dos volcadas a desentrañar el mal absoluto vuelto colectivo y los oscuros mecanismos inevitables que obran en la liquidación de un ser diferente, esta vez dejando sentir la temible furia española siempre a punto de estallar, hurgando en los aspectos más sombríos del ente humano y sus insondables abismos interiores, magnificando esa autojustificación de las bestias para resolver sus envidias por “una mujer como la tuya” y sus deseos aplazados por cinco décadas.
La hostilidad bestial está definida, sobre todo en su conclusiva tercera parte, por un determinante feminismo solidario e inteligente más allá de alianzas y complicidades banales, ante ese terco émulo hispano sólo en apariencia frágil y escuálido de la antisedentaria Frances McDormand de Nomadland (Zhao 20) al fin arraigada, porque en el fondo se halla desmembrada entre una paraTVnovelera discusión prolongada con la hija Marie y un insólito impulso homologador de hermandad e infortunio con la madre de los asesinos.
Y la hostilidad bestial culmina con la heroína a bordo de una patrulla rumbo a rendir testimonio sobre los culpables al fin capturados y el sostenido primerísimo plano de su irreprimible sonrisa de satisfacción porque, como en el cuento del inefable De Amicis genialmente glosado por Eco, la muy infame sonrió.
FOTO: La cinta arrasó en los Premios Goya, con nueve galardones, entre ellos “Mejor película” y “Dirección”. /Especial
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