“La izquierda dentro de la 4T es marginal”, Roger Bartra
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En entrevista, el antropólogo Roger Bartra habla de su libro Regreso a la jaula, una radiografía ideológica de la 4T, a la que considera parte de una restauración del anterior régimen autoritario priista de los años 70 y 80
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POR ARIEL GONZÁLEZ
En el campo de la reflexión social y necesariamente política, Roger Bartra ha destacado como una de las voces más lúcidas y penetrantes de nuestro tiempo. Su formación como sociólogo y etnólogo se ha visto enriquecida por su capacidad para entrelazar inteligencia e imaginación al momento de examinar diferentes temas y fenómenos de la realidad nacional y mundial. En la base del reconocimiento de su trayectoria teórica y académica, dentro y fuera del país, se hallan diversas obras que son ya sólidos referentes: El mito del salvaje, La jaula de la melancolía, Las redes imaginarias del poder político o Chamanes y robots, entre otras muchas.
Ha sido un intelectual renuente a las lecturas lineales —pero sobre todo verticales— que han practicado las diferentes ortodoxias de la izquierda mexicana. Consecuentemente, su tránsito del comunismo a la socialdemocracia ha estado acompañado por importantes reflexiones sobre la libertad y el pluralismo en el contexto de la transición democrática. No es extraño, pues, que hoy sea uno de los críticos más incómodos para un gobierno que se ostenta como de izquierda, pero que impulsa políticas que en opinión de Bartra resultan proverbialmente de derecha, como lo demuestra en su más reciente libro, Regreso a la jaula.
Su libro es el abordaje de un proyecto imposible, pero deseado por la actual administración, que es volver de algún modo a las principales reglas y señales del nacionalismo autoritario que vivimos en los años 60 y 70. ¿En qué momento le quedó claro a usted que este era el proyecto que personificaba Andrés Manuel López Obrador?
Para mí no fue ninguna sorpresa lo que empezó a ocurrir una vez que López Obrador ganó la elección del 2018, porque ya desde el 2006 por lo menos yo había seguido con cuidado su evolución dentro del PRD. Me di cuenta que estábamos ante lo que califiqué claramente como un fenómeno populista conservador, esa es la expresión que usé en aquella época y escribí un ensayo titulado Fango sobre la democracia que después se convirtió en un libro acompañado de otros textos; es un análisis de la propuesta de López Obrador en aquel momento tan tenso, cuando pierde las elecciones y se lanza a una descabellada protesta tomando las calles del centro de la ciudad de México, una cosa verdaderamente alucinante.
Lo seguí después en su campaña cuando volvió a perder la elección ante Peña Nieto, así que para mí estaba claro ya desde entonces que lo que él planteaba era la restauración del régimen autoritario anterior. Ese fue mi análisis y eso es lo que escribí y desarrollé en mi libro con más detenimiento y tomando en cuenta toda la información de dos años y pico de su gobierno.
En La jaula de la melancolía usted había explorado los mitos que rodean “lo mexicano” y entre ellos desde luego destacaba aquellos que permean al nacionalismo revolucionario. Ahora tenemos un presidente que destaca aspectos míticos de nuestra historia, un mandatario que come “antojitos”, que tiene un rancho que se llama La chingada… Todo esto ¿es una casualidad, una expresión folclórica, un estilo de gobernar o es un guión que intenta explotar los mitos que “representan” supuestamente lo mexicano?
No hay un guion que López Obrador o la gente que lo rodea hayan elaborado para digamos controlar y explotar conscientemente los mitos de lo mexicano, de la mexicanidad, de toda esa tradición tan profundamente arraigada a lo largo del siglo XX sobre la identidad nacional. Tampoco creo que sea exactamente una casualidad. Es una emanación espontánea de sus profundas creencias nacionalistas revolucionarias, de ahí esa verdadera obsesión que tiene el presidente por la historia. Él ha inventado un pasado que lo ve todo en términos de la expresión de una grandeza del mexicano proyectada en las diferentes etapas, sólo que a esa visión grandilocuente nacionalista revolucionaria, él le ha agregado una moralina cristiana que es un añadido peculiar de López Orador en la tradición nacionalista revolucionaria mexicana, que es profundamente laica. Esa parte de la tradición él la abandona y le imprime una dimensión cristianoide no muy precisa, un halo religioso a su nacionalismo revolucionario.
En su libro queda claro que desde luego López Obrador no es el único responsable de la merma democrática que está viviendo México en este momento, pero entonces ¿qué fue lo que le abrió paso?
Como lo expreso de alguna manera en mi libro, aunque no se desarrolle exactamente el tema, desde luego López Obrador no es el único responsable de toda esta deriva que amenaza con una condición que llamo posdemocrática. El triunfo de López Obrador es el fruto de una tendencia restauradora que se inició en la época del presidente Peña Nieto, una tendencia restauradora como respuesta a 12 años de gobiernos de la derecha del PAN. Eso generó en muchos estratos de la sociedad mexicana y en muchos sectores políticos ese anhelo de restaurar el pasado previo a la transición democrática. Esa restauración, hay que decirlo, tiene una base social importante: los agraviados por una intensa y rápida modernización capitalista, no solamente las capas pobres de la población, también las capas medias y los políticos que quedan resentidos. Es un ansia de restauración que surge de esos resabios, de sectores como esa masa rural que tiende a urbanizarse y a desaparecer. Toda esa dislocación que produce la modernización capitalista genera sin duda tensiones muy grandes, esa es la fuerza social, el entorno político, que impulsa esa amenaza a la democracia que ha surgido con el presidente López Obrador.
Lee la reseña de Regreso a la jaula.
¿Qué es Morena? ¿Es un movimiento, un partido o una suerte de escenografía política alrededor de un solo personaje, un supremo personaje?
Tiene mucho de escenografía política sin duda. No me parece que sea un movimiento y no se ha acabado de constituir plenamente como un partido, pero reproduce la estructura del partido del que surgió, el PRD: un conjunto de pandillas con diferentes aspiraciones en torno a diferentes personajes como Monreal, Ebrard o Sheinbaum. Es también un partido que aspira a ser como el PRI de los años 60 o 70, un partido controlado básicamente por el presidente de la república a través del secretario de gobernación que era el operador político principal de ese partido durante las elecciones, que eran esencialmente fraudulentas. Así que es una mezcla, un ramillete de tribus peleoneras y de intento de generar un partido oficial. Pero no está funcionando, no está cuajando.
¿Cómo la izquierda mexicana partidista o lo que quedaba de ella terminó concediendo la “franquicia” ideológica de la izquierda a un político que claramente tiene entraña priista? ¿Qué terminó uniendo a muchos excomunistas con un personaje tan alejado de Marx?
Es todo un misterio. Hay que decir que no son demasiados los antiguos comunistas que están dentro de la 4T, son principalmente excomunistas (miembros del PC) y exmaoístas, habrá algún extrotskista pero son una minoría. Yo creo que en parte se explica por que quienes hemos militado en la izquierda durante muchos años sabemos muy bien que dentro de ella se expandió una veta autoritaria muy fuerte y muy peligrosa…
Eso que José Revueltas decía que era el estalinismo chichimeca…
Aunque yo creo que hoy más bien habría que hablar de una especie de nacionalismo chichimeca, nómada, atrasado, primitivo. Pero la izquierda dentro de la 4T es verdaderamente marginal. Lo que realmente domina en el espacio gubernamental de López Obrador es la derecha. Es una derecha populista, pero es una derecha, no es la izquierda.
Al comenzar el sexenio, por decreto quedó “superada” la era neoliberal. ¿Qué la sustituye? ¿Es un capitalismo de estado a la mexicana, es decir, de compadres y cuates, o sigue siendo un neoliberalismo embozado?
Algo parecido a esto último. La era neoliberal desde luego no terminó, pero sí le pusieron una zancadilla. Esa era terminó en realidad a escala mundial no porque López Obrador haya llegado y haya decretado que se acabó. Esa era está terminando porque cayó Trump y por los efectos tremendos de la pandemia que han propiciado una especie peculiar de retorno al estado orientado por la socialdemocracia, es decir, al estado de bienestar. Es cierto que con Peña Nieto hubo una contradicción entre tecnócratas y políticos nacionalistas, esa contradicción fue resuelta con el triunfo de López Obrador. Lo que este ha hecho más bien es tratar de impulsar un capitalismo de trapiche, un capitalismo atrasado, tropical, bananero. En ese sentido digamos que los impulsos neoliberales y el propio capitalismo están siendo averiados, están tropezando con la política, la errática política económica de López Obrador, que no sabe a dónde va pero sí sabe contra que va. Por eso la cancelación espectacular de la construcción del aeropuerto en Texcoco, que no tuvo ningún sentido, sabía que estaba contra eso, pero realmente no sabía con qué sustituirlo. Porque ese ridículo aeropuerto que están construyendo los militares desde luego no va a sustituir aquel proyecto, no hay un verdadero proyecto nuevo.
Su libro fue escrito antes del proceso electoral. Ahora que conocemos los resultados, ¿qué lectura hace usted de ellos? ¿Se han reforzado los candados de la jaula, o cabe aún algo de esperanza para la vida democrática y las libertades?
Yo creo que ha habido una situación paradójica en donde una gran parte de la ciudadanía, de hecho la mayoría, más de la mitad, se ha manifestado en contra del partido Morena. En ese sentido hay un cierto triunfo de la oposición. Sin embargo, Morena ha arrasado en muchos gobiernos de los estados; es cierto que ha perdido buena parte de las alcaldías de la Ciudad de México, pero yo creo que hay una situación difícil porque se mantiene el peligro de una deriva autoritaria. Aunque tal vez se ha aminorado, pero quién sabe. De repente las cosas se le ponen difíciles al gobierno. Puede empezar a dar patadas de ahogado y esas son patadas muy peligrosas. Aparentemente, uno de los peligros grandes que había que era la desaparición del sistema de partidos, no ha ocurrido; no están muertos, estaban debilitados, habían sufrido una derrota pero han logrado sobrevivir y eso es una esperanza en que se puede mantener la vida democrática y las libertades, y que López Obrador no va a lograr imponer esa deriva autoritaria que se observa en muchas de sus acciones.
¿Qué es lo que hace que millones de mexicanos no vean o no tomen nota del fracaso rotundo que ha tenido el gobierno en casi todas las áreas?
Yo creo que hay un fenómeno político muy complejo y muy interesante que es la gestación de lo que he llamado redes imaginarias del poder político, que permiten legitimar un sistema y eso es lo que está ocurriendo ahora. Implican entre muchas otras cosas la creación imaginaria, o en buena parte imaginaria, de un enemigo cuya imagen ha sido construida con un relativo éxito por López Obrador en sus discursos. Es la existencia de un enemigo corrupto, conservador, neoliberal, etcétera; eso genera en muchos capas de la sociedad un efecto de cohesión ante la amenaza de ese enemigo. Y como hay elementos reales, no todo es imaginario en ese enemigo, efectivamente hay una oligarquía, hay una burguesía atrasada, hay un capitalismo predador, el capitalismo por su propia naturaleza genera desigualdad, genera explotación, está en su naturaleza, entonces el discurso prende y se genera esta imagen de un enemigo contra el que hay que combatir.
Hemos visto a lo largo de lo que va del sexenio cómo van apareciendo diversas amenazas a las instituciones democráticas. Todo eso de pronto nos hace pensar que vamos camino de la venezolanización , por rudo que suene. ¿Esto es así o ve usted limites internos y externos para que esto pueda contenerse, para que esta deriva autoritaria no prospere?
Desde luego que hay límites internos claros que son la existencia de un sistema democrático. Estamos en plena transición democrática todavía, es decir, está operando la democracia. Y hay factores externos, desde luego, que pueden ser principalmente el poderío de Washington. Pero sobre todo yo creo que las tendencias autoritarias dentro del gobierno de López Obrador no van hacia un modelo como el venezolano, el cubano, o ni siquiera el boliviano. No hay nada de eso por lo que yo explicaba hace rato: el hecho de que en realidad no hay una izquierda autoritaria dentro del gobierno, poderosa e influyente, no hay un ala chavista. Habrá uno que otro loco por ahí que sí ve con muy buenos ojos la opción venezolana o cubana, pero no tienen ninguna fuerza dentro del gobierno. Yo creo que el peligro es más bien el intento de regresar al autoritarismo mexicano de la época de Díaz Ordaz, de Echeverría, de López Portillo. Ese es el peligro. No que pueda ocurrir una restauración, pero el simple intento de regresar ya es peligroso y genera desorden, tensiones y caos.
La violencia se ha incrementado notablemente. Por lo que vimos en el proceso electoral pasado, los grupos criminales sí votaron y votaron a favor, en algunos lugares, de Morena. ¿A dónde nos puede llevar este panorama?
López Obrador ha querido regresar a un supuesto viejo equilibrio —que en alguna de sus formas posiblemente existió— con los grupos narcotraficantes y cree, instalado en esa política de “abrazos y no balazos”, que con ella se podría regresar al viejo status quo. Eso fracasó, se equivocó completamente: los narcos se han estado expandiendo, invaden la política, invaden otras áreas de la delincuencia, se han infiltrado en todos lados y se han convertido desgraciadamente en una fuerza que influye en las elecciones. Es el fracaso total de la política de López Obrador, que con la militarización no ha logrado ningún avance en temas de seguridad.
Usted tiene un ensayo muy atractivo que se llama La sombra del futuro. Pensando en esa línea, ¿qué sigue, qué otea usted en el horizonte inmediato hacia el final de este sexenio, qué puede suceder después de esto?
Eso fue escrito en la época del sexenio de Peña Nieto. En La sombra del futuro me refería principalmente a las tendencias restauradoras que aparecían en aquel momento. Esas tendencias, como es evidente, han regresado. El problema de los sociólogos o antropólogos o el científico social que quiere explorar el futuro es que lo más probable es que se equivoque, como me equivoqué yo al predecir que López Obrador en 2018 iba a perder. Y me equivoqué totalmente porque no fui capaz de ver o no estaban claras esas tendencias profundas que le dieron el triunfo a López Obrador. ¿Cómo veo el futuro? Yo soy muy pesimista, creo que el resto del sexenio va a ser muy accidentado, la lucha dentro de los espacios de la 4T por la sucesión va a ser muy fuerte, va a generar un gran desorden, el propio López Obrador al ver que las cosas no caminan como él quiere puede adoptar actitudes desesperadas, como decía, patadas de ahogado que pueden ser muy peligrosas. Veo un futuro muy difícil y muy peligroso. Diría que lo veo negro.
¿Qué significa ser de izquierda hoy?
En México estamos ante una situación de gran retroceso de la izquierda, aunque algunos piensan que la izquierda ha llegado al poder. En realidad, como yo explicaba, dentro de las filas de la 4T prácticamente no hay izquierda, y fuera de la 4T la izquierda habita si acaso en algún rincón del PRD y sobre todo dispersa en la sociedad. La situación es muy complicada por el hecho de que el gobierno de la 4T se ha presentado como un gobierno de izquierda, ha ocupado su espacio e incluso ha atraído a muchas personas de izquierda (que ahora están descubriendo que se equivocaron al apoyarlo) con ese mito de que impulsaba una revolución cultural contra los conservadores. Es una cosa en la que ha sido muy insistente. Y de ahí, empezó una lucha cultural contra los intelectuales, contra las esferas del periodismo que no le gustaban. El grupo político en el poder en este momento carece de ideas fuertes, ha manejado una identidad nacional teñida de moral reaccionaria. Entonces no hay muchos espacios para la izquierda, la izquierda está desmoralizada. Yo, que me considero de izquierda y que he ido desde la extrema izquierda (fui jaramillista a comienzos de los años 60) hasta lo que fue el partido comunista, y después me volví lo que se llamaba burlonamente en una época un “eurocomunista mexicano”, evolucioné hacia la socialdemocracia. El problema es que la socialdemocracia no tiene una historia muy larga en México, es muy débil y ha sido tradicionalmente marginal. Así que yo siento que los pocos intelectuales socialdemócratas que existimos vivimos en una gran soledad.
FOTO: Roger Bartra también es autor de La jaula de la Melancolía /Crédito: Diego Simón Sánchez
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