Roma

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Capital del extinto y poderoso imperio de Europa que legó el andamiaje de la República y una vasta cultura

 

POR LEANDRO ARELLANO
¿Qué hay más dulce que la ciudad?, le cantaba Tibulo, el poeta elegiaco, en momentos álgidos del Imperio. La historia y la leyenda se entreveran en los albores de su nacimiento. La de Roma es una cultura donde la frontera entre historia y mito se torna casi invisible. Rómulo y Remo prolongan la leyenda secular, y la tragedia de Eneas le fija fecha y circunstancia.

 

El legado y la herencia de los griegos —arquetipos y modelos, concibieron e inventaron qué no en arte, ciencia y cultura a más de que debatían todo, lo dialogaban y votaban— lo recibieron y adoptaron los romanos.

 

Roma estableció los principios y estructura de la política republicana y de las libertades. Las legiones y los emperadores, el senado y los pretores (la gente en el terreno) fueron los ejecutores de la aplicación de la ley y de poner en marcha no pocas instituciones del andamiaje civilizatorio.

 

Cuántas instituciones se forjaron en esa urbe, capital de la República y del Imperio. En torno a ella se formó una patria, en torno a ella se constituyó la nación italiana. Se concibió allí la res publica y la institución del César, el título y la cosa misma.

 

Roma edificó los muros de “la ley” que se propagaron luego por casi todo el mundo. También fue la constructora de las carreteras de Europa. Metrópoli ecuménica, la arquitectura fue asunto de la vida comunal y es hoy testimonio supremo de cómo las ciudades dan forma a las naciones.

 

El cosmopolitismo verdadero se generó entre los organizados romanos. “Mi ciudad y mi patria, como Antonino es Roma, pero como hombre es el mundo”, escribió el austero Marco Aurelio.

 

Su desarrollo se arropó —desde los albores— de arte, cultura, arquitectura, derecho, ingeniería, de valor y monumentalidad sencilla y natural, de estatuas que transitan por la calle.

Palabras del tiempo y sus designios, son estos algunos testimonios y vivencias:

 

Polibio, el historiador griego, admiraba la reverencia y el respeto que el Estado romano inspiraba a sus aliados.

 

Asdrúbal, general cartaginés, señaló que los generales romanos eran de tal calidad que apenas si se les podía hacer frente en situación de igualdad.

 

La grandeza del pueblo romano se mostraba más admirable en la adversidad que en la prosperidad, escribió Tito Livio, historiador romano.

 

Y Edward Gibbon, el magno historiador inglés, observó al comienzo de su obra que en el siglo dos de la era cristiana el Imperio de Roma abarcaba la mayor parte de la tierra y la porción más civilizada de la humanidad.

 

Roma volvió a brillar con el Renacimiento. Dante encabezó el camino y lo emularon los artistas de la pintura, la escultura, la ingeniería, y otras artes y oficios.

 

El adeudo universal con Roma es ineludible. El muestrario de su voluntad edificadora y de su esplendidez marcha así un siglo tras otro, sin prisa y sin reposo.

 

 

 

FOTO: Vista del Foro Romano, en su época fue considerado el centro comercial, religioso y político de la ciudad. Crédito de imagen: Gonzalo Sánchez /EFE

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