Rubem Fonseca y el joven estudiante

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A lo largo de su vida, las apariciones públicas del escritor brasileño Rubem Fonseca, recientemente fallecido, fueron contadas. Una de ellas ocurrió en diciembre de 2003 en Guadalajara, un par de días después de recibir de manos de Gabriel García Márquez el premio de literatura Juan Rulfo

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POR GERARDO LAMMERS

Rubem Fonseca, el autor de El caso Morel, El cobrador, El gran arte y Pasado negro, un hombre elegante de baja estatura y cabeza rapada, se baja del estrado donde recién lo han presentado y comienza a caminar, micrófono en mano, entre los pasillos del salón, el de más aforo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Es lunes primero de diciembre de 2003 y mil jóvenes están ansiosos por escucharlo. Llevo mi ejemplar de Vastas emociones y pensamientos imperfectos por si acaso.

 

“Hoy por la mañana un joven estudiante se acercó a mí”, dice Fonseca en portuñol, con una voz gruesa y pausada que va perfecta con el personaje. “¿Cuáles son los requisitos necesarios para ser escritor?” No le pude responder, pero noté que ese joven está aquí y ahora voy a responder su pregunta.

 

“El escritor inglés Bertrand Rusell dijo que las dos virtudes más importantes de un ser humano son inteligencia y bondad. ¿Quiere decir que un escritor tiene que ser inteligente? No. No necesita ser inteligente para ser un escritor. Otro autor inglés, William Somerset Maugham, dijo que en su larga existencia conoció muchos escritores famosos y que apenas algunos eran inteligentes.

 

“Y bueno, ¿un escritor debe ser una buena persona? No. Horacio, el gran poeta latino dijo que ‘la literatura debe ser edificante y dulce’. Pero no, la verdad es que los grandes escritores deben ser creadores de asombros, como Rulfo. ¿Cuáles son entonces los requisitos?”, dice Fonseca, vestido con un traje oscuro, deteniéndose un momento para mirar a la gente.

 

“El primero es que la persona sepa leer”, dice, mencionando a Santa Catalina de Siena. “Una persona necesita saber leer y gustar de leer. Pero eso no basta. Es necesario también saber ver”.

 

Menciona a Joseph Conrad y su novela Lord Jim.

 

Desde el principio a Fonseca, cuyas apariciones públicas a lo largo de su vida fueron contadísimas y muy breves, se le ve cómodo entre esta multitud, en su mayoría estudiantes de secundaria y preparatoria. Entre los asistentes también están algunos escritores como Daniel Sada y Elena Poniatowska.

 

“El siguiente requisito es motivación. Para convertirse en escritor la persona necesita estar motivada. En 1985 el periódico francés Libération hizo una encuesta. Preguntó a cuatrocientos escritores de ochenta países ‘¿por qué escribe usted?’, obteniendo las más extrañas respuestas”, continúa Fonseca.

 

“Salman Rushdie, el autor de los Versos satánicos, respondió: ‘Escribo porque me agrada mentir’. Wole Soyinka, otro premio Nobel, dijo: ‘Escribo porque soy masoquista’. A Anthony Burguess, autor de La naranja mecánica le dijeron que le quedaban seis meses de vida. ‘Si voy a morir en seis meses, ¿qué voy a hacer? Voy a escribir un libro’. Por lo tanto él escribió, esto ha sucedido muchas veces, porque quería vencer a la muerte. Felizmente no murió y escribió muchos libros muy buenos. Joseph Brodsky dijo: ‘Un escritor de verdad aspira a la santidad’. La misma cosa de Rulfo, ¿no? Aspirar a la santidad. Más interesante fue Vázquez Montalbán. Él respondió: ‘Escribo porque yo quería ser alto, bonito y rico’. Pero la mejor respuesta fue la Lawrence Durrell, autor de El cuarteto de Alejandría: ‘A pregunta idiota, respuesta idiota: para vigilarme’”.

 

“Lo siguiente es paciencia. El escritor tiene que ser paciente porque escribir es una cosa muy aburrida”. Rubem Fonseca dice que el escritor tiene que tener paciencia también para leer. “Flaubert se demoró cinco años escribiendo Madame Bovary, buscando le mot juste. Rulfo se demoró diez con Pedro Páramo. El emperador Augusto tenía, según el historiador Suetonio, un lema: Festina lente, que quiere decir ‘apresúrate despacio’.

 

“El cuarto requisito es imaginación”, dice. Distingue entre el trabajo de periodistas, ensayistas e historiadores que precisan de observar la realidad y verla de cerca, y el trabajo de un escritor de ficción que requiere de aprender a usar su imaginación. Cita al obispo Berkeley, el filósofo irlandés que discurrió sobre la realidad de la imaginación.

 

“Estos son los requisitos”, prosigue Fonseca que de cuando en cuando se detiene para preguntar por alguna palabra en español. “Pero hay otro, igual de importante, que es el coraje, el valor, la valentía. Valor de decir aquello que no puede ser dicho, que está prohibido por los feligreses, por el gobierno. Lo que no puede ser dicho. Más todavía que eso: el valor de decir lo que nadie quiere oír”.

 

“La vida es muy corta y el oficio, muy largo de aprender” (Ars longa, vita brevis) concluye citando a Hipócrates y recibiendo un rabioso aplauso.

 

 

***

Zé Rubem, como le decían sus amigos, o el Flaco, como lo llamaba García Márquez, improvisa un sketch, mientras le hacen llegar el micrófono a alguien del público.

 

“Esto me recuerda al escritor que habló como yo durante veinte minutos y después preguntó si alguien quería hacer una pregunta. Como nadie levantaba la mano, insistió: ‘por favor, alguien quiere hacer una pregunta’. Entonces una persona se levantó y dijo: ‘¿cómo se llama?’”

 

Un joven que dice que quiere ser escritor, micrófono en mano, le menciona los bajos índices de lectura en México.
—En primer lugar —contesta Fonseca— ese no es un problema de México. En el mundo entero existen personas que no leen, es un fenómeno universal. No importa. No te lamentes —y agrega, detonando las carcajadas—… mi nombre es Rubem Fonseca.

 

—Quería preguntarle cuáles son las lecturas que más le han agradado —dice una mujer.

 

—Yo soy un lector compulsivo —responde el autor de El gran arte—. Empecé a leer muy temprano y leo todo. Todo. Pero a mí me gusta la poesía. Mayormente me gusta leer poesía. Pero me gusta la prosa, la historia, el ensayo. Pero básicamente poesía.

 

—Buenas tardes —dice Daniel Sada, el autor de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, sentado a unos pasos de donde me encuentro—. En la novela Pasado negro se dice que el escritor debe ser subversivo. ¿Qué es ser un escritor subversivo?

 

—Un escritor subversivo es aquel que no acepta las imposiciones, que no acepta las convenciones. Mi libro Secreciones, excreciones y desatinos es un libro asqueroso, pero lo escribí porque tuve la voluntad de hacerlo.

 

—Me gustaría saber por qué decidió escribir usted narrativa, siendo usted un lector tan bueno de poesía como dice —le pregunto yo—. ¿Cómo descubrió que quería escribir cuentos y novelas, en lugar de poesía?

 

—Esta es una buena pregunta —dice Fonseca—. Yo escribí prosa, cuentos y novelas —hace una pausa para crear expectación—… porque no sabía escribir poesía.

 

Risas y aplausos del público. “¡Bravo!”, grita alguien.

 

—En un libro suyo escribe que es “un hombre consumido por el presente”, ¿a qué se refiere con eso? Porque yo en cierta forma me siento identificada con esa frase —dice una chica.

 

Un coro de jóvenes aúlla con sus hormonas a tope.

 

—Ella me pregunta que por qué escribí esta frase: “Soy un hombre consumido por el presente” —vuelve a hacer una pausa—. No sé.

 

—¿En qué cree que se basa el carácter universal de la obra de un escritor? ¬—pregunta un hombre.

 

—Una obra prima tiene que ser eterna. Lo segundo, tiene que ser ubicua. Y la tercera cosa, tiene que haber un consenso de todos los países y de todas las personas. Cuando Rulfo escribió Pedro Páramo no quería ser universal. Quería contar su historia, la de los vivos dialogando con los muertos y los muertos con los muertos, pero no quería ser universal. Sólo quería escribir un texto. Un escritor no debe tener esa preocupación. Debe contar su historia de la mejor manera, buscar su propia excelencia. Si se torna universal, muy bien. No sabemos quién ni cuándo ni por qué un escritor se convierte en universal.

 

—¿Qué es lo más deslumbrante qué ha visto y qué lo conmueve? —pregunta una mujer de acento colombiano.
—Lo más deslumbrante… —piensa Fonseca— lo más deslumbrante… ¡Caramba!… creo que lo más deslumbrante es la belleza…

 

El público vuelve a aullar y en esta ocasión Fonseca se une a sus aullidos. “Beauty is a joy forever”, complementa el escritor.

 

—¿Cuáles serían las características para que un cuento moderno sea bueno? —pregunta un joven.

 

—Lea a Rubem Fonseca.

 

Risas.

 

Desde el estrado, el presentador Julio Ortega pide el micrófono. Recuerda que Fonseca publicó Los prisioneros (1963), su primer libro, cuando se acercaba a los cuarenta años de edad. “Eso me hace pensar que o descubriste tu vocación un poco tarde o tuviste mucho cuidado de hacerla pública, quizá eras un poco tímido o demasiado cauteloso”.

 

—Mi primer libro —cuenta Fonseca— lo escribí cuando tenía dieciocho años. Cuando fui a entregárselo al editor, él me dijo: “muy bien, de aquí a dos meses le tendré una respuesta”. Dos meses después regresé a la editorial a preguntar por mi libro. “Ah, sí, sí”, dijo el editor. “Ve a buscar el libro de Rubem Fonseca”, le dijo a su secretaria. La chica salió de la oficina y cuando volvió le dijo algo al oído al editor. “Mi secretaria dice que no encontró su libro, pero aquí debe de estar… ¿no es su libro sobre un personajes que manda a otro —Fonseca hace una pausa para asegurarse, preguntándole a una persona cercana del público, que la expresión que va a usar es la correcta— a la chingada?”. “Tal vez, tal vez”, le respondí. “¿Cuáles son los cuentistas que te gustan?”, me dice. “Maupassant, Chéjov”. “¿Y leíste en Maupassant a alguien decir: ‘a la chingada’?”. “No, no”, le respondí. “La literatura es una cosa bella, no es para decir groserías”, me dijo. “Ah, sí”. “No hemos hallado su libro, vuelva en dos meses”, me dijo el editor. Bien, ese libro desapareció. “Ya escribiré otro y otro”, me dije. Pero durante veinte años hice una cosa mucho mejor que escribir, que fue leer. Me la pasé leyendo. Es la única manera de aprender a escribir: leyendo y leyendo y leyendo.

 

—Quería saber en qué momento de su vida sintió la necesidad de escribir —le pregunta un hombre.

 

—¿Que cuál fue mi motivación? Yo también quería hacer arte bonito —se ríe—. En la encuesta que publicó Libération había otro escritor que dijo que no veía la literatura de manera mágica y sacrosanta. Veo al escritor como si fuera un buen carpintero. Un buen carpintero tiene el cuidado de hacer una bella silla. El escritor es también una especie de carpintero —dice Fonseca, añadiendo algo que, por su portuñol, se me escapa— ¿Qué tipo de miedos, de sueños, de pesadillas, me lleva a escribir?… Como dije antes, tienes que estar motivado…

 

—Buenas tardes —dice una mujer —, quería saber por qué cuando usted escribe no le pone un final a sus cuentos. Siempre los deja como que falta algo.

 

—¡Porque falta algo realmente! —responde Fonseca.

 

—No —replica la mujer—. Siempre como te dejan con esa duda, como que quieres saber más: ¿por qué pasó?, ¿por qué lo hizo?

 

—Qué bueno, qué bueno —dice Fonseca, complacido por la intervención de la mujer—. Hay ocasiones en que dices: “no me interesa esta cosa”. Pero hay otras en que lees y quieres saber más. ¿Cuál es la gran virtud de la literatura? ¿Por qué la literatura es más importante que la música? Y que los músicos me perdonen. ¿Por qué la literatura es más importante que la escultura, que la pintura y que las artes culinarias? Por un simple motivo: porque el lector participa cuando lee un libro. Se le llama el carácter polisémico de la literatura. La riqueza de significar la literatura. Cuando lees un cuento en que falta algo está bien porque cuando lees algo es tuyo. Tú lo reescribes en la medida en que lo lees.

 

Un hombre le hace una pregunta rebuscada sobre la fórmula del éxito, la perseverancia, el corazón.

 

—Lo importante —le dice Fonseca— es que el escritor tenga lucidez, que sepa lo que está haciendo. Si tú eres un joven escritor y escribes un poema de amor, no basta. Es necesario también tener lucidez.

 

—En su novela Vastas emociones y pensamientos imperfectos —le pregunta un hombre—no se conoce el nombre del protagonista. Se me hace que es como usted.

 

—En Vastas emociones y pensamientos imperfectos yo no digo el nombre del personaje porque el libro está escrito en primera persona. Hay gente que cree que el personaje de una novela es el alter ego del escritor. Pero esto no es verdad. Aunque te haya parecido que el personaje de Vastas emociones y pensamientos imperfectos tiene parecido conmigo, no soy yo. Tiene algunas cosas de mí, sí. André Gide dijo una cosa muy importante: “el autor mediocre habla sobre su propia vida. El buen autor habla sobre su vida imaginaria”.

 

Otro le pregunta que con cuál aforismo le gustaría ser recordado.

 

Fonseca lo piensa un momento, recuerda aquella frase de “un hombre consumido por el presente” y termina, hábil, eludiendo la respuesta.

 

“Tenemos aquí a la señora Elena Poniatowska”, dice una edecán a manera de preámbulo.

 

—Eliot —le pregunta la periodista y novelista— dijo que el hombre no aguanta demasiada realidad. Para ti, ¿cuál es tu realidad ahora? ¿Cuál es la realidad que vive Brasil con Lula, que ya lo quisiéramos nosotros aquí en México para un día de fiesta?

 

—Yo soporto la realidad, no le temo —dice Fonseca, aduciendo que no está de acuerdo con esa frase de T. S. Eliot, escritor demasiado pesimista para su gusto—. Soportar la realidad es la mejor manera de enfrentar las adversidades y las injusticias.

 

Rubem Fonseca se despide de la escritora enviándole un beso. Y no, el autor de Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro y Diario de un libertino, prefiere no hablar de política.

 

FOTO: Rubem Fonseca y Gabriel García Márquez en la entrega del Premio Juan Rulfo 2003 al escritor brasileño./ Aurelio López/FIL Guadalajara

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