Ruben Östlund y el absurdo estético

Nov 25 • Miradas, Pantallas • 4921 Views • No hay comentarios en Ruben Östlund y el absurdo estético

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POR JORGE AYALA BLANCO

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The Square: la farsa del arte (The Square, Suecia-Alemania-Francia-Dinamarca, 2017), extravagante aunque supercalculado opus 5 del autor total minimalista sueco de 43 años Ruben Östlund (de Involuntario 08 a Fuerza mayor 14), inesperada Palma de Oro en Cannes 17, el curador en jefe del X-Royal Museum de arte Christian (Claus Bang) personifica al perfecto hombre sueco próspero y moderno, con inigualable status profesional, dos encantadoras chiquitinas preadolescentes y un avanzadísimo automóvil eléctrico despertador de envidias, pero basta un hábil robo callejero de su celular, su cartera y sus mancuernillas patrimoniales, para que se revele como un simple ídolo de barro culto y el caos de la realidad exterior penetre en la suya interior y la haga derrumbarse aparatosamente, pues de pronto cede a consejos de su afroasistente Michael (Christopher Laesso) repartiendo recados de amenaza por el edificio de los ladrones (localizado por el GPS de inernet) y logrando la devolución de sus objetos robados en la servicial caja de un SevenEleven pero llevándose entre las patas la reputación de todos los acusados en falso, entre ellos un furioso niño castigado por ello que exige reparación del daño moral con más iracunda energía sagrada que la de cualquier probable adulto decente, por otro lado el curador tiene una ridícula aventura sexual con la reverente/irreverente periodista güereja vuelta inextirpable Anne (Elisabeth Moss) y el genio del marketing inventivo del museo Julian (Dominic West) tiene una brillante idea racista-infanticida para promover la nueva exposición-instalación inviablemente ultrasnob del museo que presuntamente promovería los valores humanos y acaba provocando un mayúsculo escándalo mediático (al hacer estallar a una niña rubia dentro de la obra de arte prometida) que le costará la cabeza laboral al buen Chris, de súbito acosado por varios campos del más franco e implacable absurdo estético.

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El absurdo estético propone una desmitificadora, intelectualizadamente divertida, satírica mordaz e irónicamente amarga diatriba-burla contra los excesos del arte contemporáneo, su fraude inherente y su millonaria farsa inocultable, expuestos y denunciados con más agudeza el anillo con las cenizas de Barragán, al centrarse en la pieza impresentable pero de mil maneras justificada e interpretable, merced al impostado e impostor lenguaje curatorial: cierto titular Cuadrado, que es un mero contorno luminoso moderadamente gigantesco, creado por una supuesta artista-socióloga argentina Lola Arias sobre ideas de un teórico Smithson acerca de la estética relacional y que ha recibido el pomposo apoyo-bendición-invento significante de rigor por parte del inefable e irreductible Chris (“The Square es un santuario de confianza y afecto. Dentro de sus límites compartimos derechos y obligaciones iguales”), aguardando en el patio del museo su turno para ser exhibida como una alegoría del Poder a secas en el universo de la inmediatez.

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El absurdo estético presenta una novedosa aunque quizá desconcertante estructura dramático-discursiva que bien podría denominarse fragmentaria y radiada, fragmentaria por su naturaleza nietzscheano-blanchotiana en cincuenta sketches-rapsodias quasi autónomas, y radiada por hallarse estos disparados hacia las más diversas direcciones, mediante anotaciones gozosamente insólitas como la siesta entre entrevistas rutinarias, la frase-bumerang que deshace al abusivo rollo conceptual del curador (“¿Qué quiso decir con eso de cuál es el sentido de lo expuesto/no-expuesto en el momento de lo megaexpuesto?”), el anciano museógrafo con bebé en brazos, o el orangután asediante en casa de Anne la repelente.

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El absurdo estético enfila sus baterías y sus saetas más afiladas contra la pasividad producto de la domesticación hipercivilizada a la escandinava y su consecuente exclusión imposible del instinto, de la bestia que nos habita, querámoslo o no, ambas dimensiones enfocadas con un humor a lo posIonesco con arrebatos del depredador Harpo Marx o del primer Mel Brooks (Con un fracaso… millonarios 68), para lo cual son indispensables la elegante fotografía superequilibrada de Fredrik Wenzel (esa cadena de top shots a lo Orson Welles del hurgamiento en el océano de basura por un mugre papelito con la dirección del niño reclamador) permitiendo de pronto abruptos cortes de planos breves gracias a la edición de Jacob Sacher Schulsinger y el realizador, pero sobre todo un uso inquietante del sonido en off (el asalto en la plaza pública al interior de cruzados bombardeos auditivos, los inmostrables atacantes sólo acusmáticos del temeroso auto estacionado, las anónimas interrupciones obscenas del asistente incallable de una saboteada rueda de prensa), que tiene como contrapartida la irrupción en vivo y en directo de la bestia en sí, el animal salvaje de todos tan temido que se corporeiza en el presunto acosador callejero de su novia aterrada, o en el grito paralizante del autoritario chef gastrónomo, y sobre todo en el desatado actor del feroz show cabaretero (Terry Notary) que al llevar hasta sus últimas consecuencias rabiosas su espectacular ataque sólo podrá detenerlo una turbamulta linchadora de bípedos domésticos de frac en regresivo preantropológico pie de lucha cavernaria, sin mediación humana posible.

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Y el absurdo estético culmina en el máximo ridículo moral de los ridículos ético-estéticos imaginables, con ese excurador humillándose a pedir noble perdón casa por casa a ciudadanos indiferentes que ni siquiera lo pelan, como traslaciones de la red de mendigos que vegetaban a las puertas del Museo, y ante las hijitas vueltas furias que aún en sustancia nada comprenden, dos desconciertos que hallan su enésima plasmación-equivalencia sonora en una música percutiva diríase neolítica que se convierte una vez más en el Ave María de Schubert en cadenciosa versión-mofa cadenciosamente meliflua, cual ecos de un vacío itinerante, lastimero y final.

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The Square, con Claes Bang, Elisabeth Moss y Dominic West, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 30 de noviembre. / Especial.

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