Ruben Östlund y el resentimiento coral: crítica de Ayala Blanco

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El Triángulo de la tristeza despliega una sátira moderna y cruel que exalta los paradigmas de pareja, lujos, desastres y la supervivencia regresiva

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En El Triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, plurinacional, 2022), explosivo sexto largometraje del autor total sueco vuelto habitual arrasador de Palmas de Oro cannesas de 48 años Ruben Östlund (Involuntario 08, Fuerza mayor 14, The Square: la farsa del arte 17), el bello modelo insípido de pasarela malpagada Carl (Harris Dickinson) y la sensual modelo-influencer muy bien pagada Yaya (Charlbi Dean) discuten circularmente en un restaurante por el dinero de la cuenta y por su rechazo a los estereotipados roles de género, aunque se aceptan como avanzadaza pareja provisional, pues ella confiesa que aspira a devenir esposa trofeo de algún viejo adinerado, y ambos se embarcan como jóvenes invitados en un crucero de superlujo donde se codean con una excéntrica fauna de ancianos millonarios, como el cínico ruso rubicundo Dimitri (Zlatko Burić) que se enriqueció importando fertilizantes (por lo cual se autonombra Rey de la Mierda), el vetarro dilapidador Jarmo (Henrik Dorsin) que corteja a la irresistible Yaya con regalos de escándalo, la solitaria dañada del habla Therese (Iris Berben), una amorosa pareja decrépita de proveedores británicos de mortíferos explosivos internacionales (Amanda Walker y Oliver Ford Davies), entre muchos otros viajeros inabordables, a quienes la despótica peloncilla canosa jefa de servicio Paula (Vicki Berlin) intenta complacer hasta en sus más descabellados deseos, como obligar a la tripulación completa a lanzarse por el tobogán marítimo que tenían ferozmente prohibido, pero exacto la noche de la ritual cena de gala que ofrece el enclaustrado capitán comunista y alcohólico Thomas (Woody Harrelson), sobreviene una devastadora tormenta que provoca generalizados mareos, vómitos, diarreas y un caos colosal que el desatado perverso Dimitri, tras embriagar al capitán (que no es sólo su rival ideológico), utiliza para usurpar el control de la embarcación y anunciar al micrófono su hundimiento, circunstancia que será fatalmente aprovechada por piratas comandados por un emboscado Nelson (Jean-Christophe Folly) para asaltar ese buque que acabará explotando por la fuerza de una granada de mano, zozobrando, y horas después la joven pareja más algunos pasajeros náufragos logran refugiarse en una playa desierta, donde la odiadora friegapisos enroscada del pueblo bueno asiático Abigail (Dolly De Leon), que es el único ser capacitado para pescar y encender fuegos, no tarda en instalar un matriarcado primitivo, tomando al hermoso Carl como pareja sexual dentro de una cabina salvavidas con agua y comida chatarra, durante semanas, provocando los celos impotentes de Yaya, y sin embargo en una excursión la tiranuela y su rival van a descubrir un elevador, porque siempre habían estado en la cercanía de un resort turístico subterráneo, para maldito remedio casi paradójicamente homicida del virulento establecido resentimiento coral.

 

El resentimiento coral se solaza al sostener y expandir una sátira moderna de humor relampagueante jamás definitivamente negro, con una ironía cruel nunca amarga aunque socavadora, sin miramiento alguno en su miríada de episodios extendidos a lo largo de 150 sobrecargados minutos, con un título enigmático que invoca al ceño fruncido o no, ridiculizando y sublimando a la vez los clásicos paradigmas fílmicos sobre problemas de pareja (El eclipse de Antonioni 62), sobre desastres (Titanic de Cameron 87) y sobre la supervivencia regresiva (Náufrago de Zemeckis 00 o de plano El señor de las moscas de Brook 63), exhibiendo situaciones de nerviosa carcajada loca o culpable y vergonzante tan incómodas como el intercambio de prejuicios y malentendidos que agrian la velada erótica de los héroes impolutos al celebrar la Semana de la Moda, los enjoyados cuerpos frágiles resbalando por el suelo sobre aguas negras para azotar contra las paredes, el encarnizado duelo de citas pro o antimarxistas-leninistas entre el sádico ricachón burlesco y el capitán dipsómano, el lanzamiento de trozos de comida a la boca de los náufragos condicionados a su aceptación sumisa de su erección como nueva capitana o la desesperación de la dama semimuda tratando en vano de comunicarse con el vendedor de baratijas playeras considerado como un providencial aunque efímero salvador.

 

El resentimiento coral se acoge formalmente al régimen draconiano de elegantes planos de conjunto grupal o llanamente abiertos que impone la fotografía equilibrada de Fredrik Wenzel (en la Parte 1: “Carl y Yaya”), de pronto oscilando con salvajes efectos mareantes (en la Parte 2: “El yate”), para acabar barriéndolo todo al ras de las estrechas pero distantes o contingentes arenas baldías (en la Parte 3: “La isla”), y una música multigenerada siempre acezante, sólo interrumpidos por diálogos escuetos y tajantes de pronto vehículos de un absurdo razonado y racionado.
El resentimiento coral va mucho más allá de cualquier rencor vivo sociológico, para abarcar todas las dimensiones humanas relacionales instituidas y probables o posibles, conectando con los principales temas y los trasuntos constantes de las películas mayores de Östlund: la catástrofe como dispositivo dramático y revelador eje de la ficción (tipo la avalancha arrasante de Fuerza mayor o el falso arte museístico en The Square), la hipertrofia realista que exacerba las diferencias de clase para incidir en ellas, la insultante opulencia que coexiste con la escatología y la destrucción/autodestrucción (esa desechada oferta de un Rolex a cambio de un espacio en el confortable bote salvavidas), la irrisión de cualquier insostenible autoridad o ideal sociopolítico, y esos frágiles bípedos que en el fondo y en la superficie dorada son parásitos y parias y náufragos sociales desde antes de volverse lo que realmente son.

 

Y el resentimiento coral culmina con Yaya a punto de ser ultimada por una piedra cual burro silvestre demasiado humano, mientras el desajustado Carl huye despavorido de su propio rescate indeseado.

 

FOTO: La cinta de Östlund arrasó con Palmas de Oro en el Festival de Cannes. Crédito de foto: ESPECIAL

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