El arte al servicio del arte, 30 años sin Rufino Tamayo
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Rufino Tamayo fue uno de los grandes exponentes del arte mexicano, maestro del muralismo, además de haber mantenido siempre el interés en las causas sociales.
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POR ADRIANA MALVIDO
El silencio dentro de su estudio es imponente. Sentado, más bien reclinado sobre un banquito Rufino Tamayo apenas parpadea, apenas se mueve, su robusto cuerpo queda iluminado por la luz artificial, y él, sin decir palabra, mira a las cámaras. Su serenidad, su fortaleza, su quietud provocan un gran silencio respetuoso. Los fotógrafos le piden cambios de postura y de vez en cuando él propone alguna otra. Se encuentra frente a dos cuadros de grandes dimensiones aún inconclusos: Tres personajes en gris y un retrato de familia sin título que dan otro tipo de luz, la luz de la poesía visual, al estudio. Su inseparable delantal de mezclilla, sus sandalias manchadas de pintura, y sus lentes, lo acompañan. Una hora de sesión fotográfica y el maestro, entero, invita a la salita de junto para empezar la entrevista. A sus 88 años, Rufino Tamayo comenta alegremente que hace bicicleta y natación para mantenerse en forma.
Maestro, ha cumplido usted 70 años dentro del arte mexicano, lo que le mereció en diciembre un Homenaje Nacional con exposiciones en la Ciudad de México y en varias ciudades del interior, usted ¿cómo se ve a sí mismo ahora?
Bueno, pues claro que la edad lo cambia a uno, pero por lo que respecta a mi trabajo sigo como en un principio, trabajando ocho horas diarias en mi estudio con el propósito, no de evaluar el pasado, sino de seguir adelante. La sensación frente a la tela en blanco sigue siendo la misma que cuando empecé, es ahí donde están todos los
problemas por resolver. Me mueve la insatisfacción. Uno siempre ambiciona más de lo que en realidad hace, en mi caso siempre estoy descontento, deseando hacer mejor las cosas, por eso siempre que me llaman “maestro” yo les digo que no, que soy estudiante de pintura.
¿Qué presencia tiene el espectador en su estudio?
Mire usted, con el espectador se trata de dialogar, y ese diálogo no es como se podría pensar, a través del intelecto, no, es a través de los sentidos. Las artes plásticas entran, definitivamente, por los sentidos y por eso para entender hay que educar al ojo.
En ese sentido, ¿cómo ha sido su diálogo con el público mexicano?
Pues nada difícil porque afortunadamente el pueblo de México tiene mucha sensibilidad para las artes plásticas, lo que está de manifiesto en las artesanías. Cuando hice el Museo Tamayo, incluso gente del gobierno me decía que no iba a funcionar y mírelo, el pueblo está satisfecho con el museo, no ha habido una protesta. Y no con eso quiero decir que el pueblo entiende todo lo que ahí se ve, posiblemente no, pero si al ver un cuadro algo encuentra de su interés, eso ya es un buen principio para la educación visual. Lo que el pueblo no puede ir a ver fuera yo se lo traje con ese museo para que eduque sus ojos.
Además, la influencia del arte popular en su obra facilita el diálogo, ¿no?
Esa misma base, el arte prehispánico, el arte popular, yo lo que pretendo en la pintura es continuar esa tradición plástica que tenemos desde la época prehispánica, no copiándola, no, haciéndola avanzar hasta el momento que estamos viviendo, es decir, actualizándola. Las artes populares son, a su vez, continuación del arte prehispánico.
Y casi todas están hechas por indígenas así que continúa a través de ellos aquella magnífica tradición y, por lo tanto, su presencia en mi pintura es muy fuerte. Los pintores anteriores a mí decían “hay que hacer pintura mexicana” y lo que pintaban era sólo la superficie, mucho contenido histórico y social. Y yo pensaba ¡pero si aquí tenemos una gran tradición plástica! ¡Hay que meterse a las raíces que son las que de verdad permanecen! Y ya ve usted, ¿quién se acuerda ya de la Revolución? Toda está mistificada y chueca. Y mi pintura fue a las raíces y así se hizo internacional, porque partiendo de ellas a la vez abrió ese camino hacia afuera que tan cerrado estaba por los muralistas. Y ahí están los jóvenes ya hablando con un lenguaje internacional. Lo repito ahora: mi pintura no está al servicio de nadie sino del arte, es libre y por eso lo han entendido bien los jóvenes y por ello hacen lo que les da la gana. Y por eso el futuro de la pintura está en ellos. Está en Francisco Toledo, está en los Castro Leñero, está en todas esas capacidades repartidas por el país que trabajan con libertad sin ningún compromiso más que con la pintura misma.
Maestro, ¿para quién considera que debe pintar el pintor Rufino Tamayo?, ¿para quién ha pintado?
El artista debe pintar para comunicarse porque la pintura es comunicación, así que yo no pinto para mí mismo sino para comunicarme con la gente que tiene sensibilidad, sí, ya sé que todos tenemos sensibilidad, pero para cosas distintas. Hay gente con sensibilidad para los negocios y no sienten el arte. Nosotros pintamos para gente en general pero dentro de ésta hay distintas capacidades, algunas para la música, otras para el teatro, otras para la pintura, pues estos últimos son los que reciben nuestro mensaje, quisiéramos que lo recibiera todo el mundo, pero eso es imposible porque la calidad de sensibilidad es diferente y hay gente que no la tiene desarrollada.
Alguna vez usted dijo que el artista es como una antena que recibe signos y significados del mundo actual y los transmite en su obra.
El artista tiene que ser actual, vivir su momento, estar enterado de todo lo que está pasando y luego reflejarlo en su obra, es decir, recoge toda la información para que su arte sea actual, para que responda a su tiempo.
¿Qué es lo que recibe la antena de Tamayo ahora?
Todas esas inquietudes que pasan en el mundo, incluso los desquiciamientos tienen que ver con uno, la situación económica tan terrible. Y esto interviene porque es lo que uno vive. Hay pintores que viven en el pasado tratando de copiar a los maestros clásicos y no viven el momento. Eso ya no puede ser.
¿Cree usted que el arte es más importante en ciertos momentos históricos que en otros?
No, el arte es importante siempre. La manera en que se ve el arte es cambiante porque el tiempo así lo es, porque las cosas así lo son. Actualmente vemos diferente porque así lo exige nuestro tiempo.
A usted, en múltiples ocasiones se le ha llamado un artista solitario, ¿está de acuerdo?
Bueno, pues soy solitario quizás en el campo de la pintura, porque fuera tengo muchos amigos, llevo una vida social muy intensa. Yo creo que la soledad es indispensable para el creador, hay pintores de café pero que no hacen arte. Yo trabajo ocho horas al día. Y sólo salgo de noche.
Fuera de su estudio, ¿qué estímulos visuales recibe Tamayo?
Tenemos muchos amigos Olga y yo, estamos al tanto de lo que pasa en el campo del arte y la tecnología, somos activos y por lo tanto si no estoy pintando, estoy pensando, conversando o leyendo. Y eso me enriquece. Ahora estoy releyendo toda la obra, y principalmente los ensayos, de Octavio Paz. Fíjese bien y verá que Paz y yo nos parecemos mucho, tratamos de hacer lo mismo en diferentes campos, él mismo lo ha dicho.
El teatro, el cine y la música no es que me influyan, me gustan. De niño creí que iba a ser músico, era acólito de una iglesia y así es como entré a la música a través de la religión, después era famoso cantando canciones mexicanas, siempre me ha fascinado la música, sin embargo, cuando llegué de Oaxaca a la capital con la religión también se me salió la música y decidí ser pintor.
¿Se puede decir que en estos 70 años Rufino Tamayo tenga alguna frustración?
No, de ninguna manera; ni he tenido frustraciones ni he tenido envidias, yo no envidio a nadie. Y aquí en México la envidia es algo feroz que mantiene desunidos a los pintores. Somos muy apasionados.
¿Cuáles son los miedos de Rufino Tamayo?, ¿a qué le teme maestro?
Miedos no tengo. Fíjese que quizá ninguno de los pintores de México ha pasado tiempos como yo. He pasado hambres, terribles épocas, pero siempre he creído en lo que hago, jamás me he traicionado. Conozco muchos pintores que empezaron con mucho talento, consiguieron un empleo y si bien comieron bien, artísticamente están frustrados. A mí nadie me ayudó, todo absolutamente lo he logrado solo.
Frente al caballete ¿nunca ha sentido miedo?
Si se le tiene miedo uno está perdido, hay que afrontarlo.
Decía usted que lo mueve la permanente insatisfacción y el deseo de hacer siempre una pintura mejor. ¿Es ese su compromiso único?
Mire, fuera del compromiso con la pintura yo tengo un gran compromiso con mi país. Por un lado, he pintado mucho fuera de México, cerca de 40 años, y eso para situar al país en un nivel elevado dentro del arte internacional, es decir, que se conozca a mi país a través de la obra, pero por otro lado, el producto de mi pintura está destinado a la labor social: he entregado a México dos museos, he hecho una casa de ancianos en Cuernavaca y próximamente abriré otra en Oaxaca; le he dado agua a varias colonias de obreros. En fin, estoy trabajando de las dos formas por mi país.
Hay obras de Tamayo que se han vendido o subastado en más de 350 mil dólares. ¿Qué siente usted cuando eso sucede?
Eso, ya le digo, me permite hacer una mayor labor social.
Sin embargo, la obra se hace totalmente inaccesible para la mayoría de la gente de México.
Sí, desgraciadamente ese es el problema, pero por eso los pintores estamos tratando de encontrar alternativas para esa gente y una de ellas es la gráfica. En un régimen burgués como el nuestro, la pintura cuesta mucho y por eso en México ha florecido tanto la gráfica, ediciones de 100 que siguen siendo caras, pero con mayores posibilidades.
¿Es honesto el mercado de arte mexicano?
No, pero el problema no es sólo de México, quizá fuera sea peor, ya sea porque hay valores establecidos o porque hay gentes con mucho dinero que apoyan a un artista para su beneficio propio. Hay galerías que hacen esto: compran toda la obra de un autor, pero sólo exhiben un cuadro y le hacen creer al público que ya todo se vendió, que aquél es el único que queda, así inflan al artista cuando el resto de su obra está en bodega. Hacen trampas de ese tipo o bien se quedan con las placas y sacan nuevas ediciones, o bien obligan al pintor a producir lo que consideran vendible, lo presionan hasta que termina por venderse. Y eso no es honesto.
Realmente y permítame aclarar todos esos cuadros que se están subastando altísimo, son cuadros que yo vendía a 50 o 100 pesos, son los primeros, así que quien gana es quien me los compró, a mí no me toca nada. En México realmente el artista está desprotegido legalmente frente al mercado. De mi obra, por ejemplo, hay gran cantidad de falsificaciones y no sólo en México sino en Estados Unidos y en Sudamérica. Me han traído a enseñar cuadros y los he retenido, y ¿sabe lo que me ha dicho el abogado? ‘Está usted cometiendo un delito porque eso es propiedad ajena, no lo puede retener’. Y no he logrado pescar a ninguno de los falsificadores.
¿Qué propondría usted para evitar ese desorden en el mercado artístico?
Pues mire, mientras vivamos dentro de un régimen burgués es difícil. El socialismo indiscutiblemente sería mejor. Que nos gobernara un régimen que nos permitiera vivir decentemente y dentro de la justa distribución de la riqueza incluyera el arte. Yo siento que he ganado más de lo que requiero y por eso necesito hacer partícipe al pueblo de eso.
Picasso fue un gran pintor y militó en el Partido Comunista.
Picasso nunca militó, sólo apoyaba al partido económicamente. Cuál no sería su fuerza que no haciendo pintura política lo aceptaban. Y es que fue un innovador, es decir, la pintura moderna se da gracias a él, que decidió romper totalmente con los moldes y modelos tradicionales. Picasso para mí es el genio del siglo, un verdadero revolucionario del arte.
En México ¿el artista tiene voz?
Sí, sí, poco a poco la ha ido ganando.
En su caso, ¿cuál ha sido su relación con el gobierno?
Es algo muy curioso, yo nunca he buscado nada, es por el reconocimiento que se me ha dado que soy amigo de políticos muy importantes, pero yo no los he buscado, ellos me han buscado a mí, yo nunca les he pedido nada y tengo grandes amigos dentro del gobierno.
Si pudiera conversar con el próximo presidente, ¿qué le sugeriría?
Mire, el ser artista no tiene por qué significar que tenga uno privilegios. Es una actividad como cualquier otra, a mí me tocó ser pintor, a otro carpintero y a otro zapatero, la cuestión es ejercer tu oficio lo mejor posible. Ahora, yo pediría mayor justicia económica: que todos tengan derecho a un techo, a una vida más decente, que la riqueza se distribuya. Es de todos.
¿Cómo vislumbra Tamayo la llegada del siglo XXI?
A mí ya no me va a tocar.
Pues quién sabe…
No, a mí no me va a tocar; pero es evidente que el siglo que viene será todavía más sensacional que el actual. Los descubrimientos y sobre todo la tecnología van a ser fantásticos. Incluso yo creo que en el siglo XXI se encontrará que hay vida fuera de nuestro planeta. ¡Qué maravilla!
El cosmos, el universo, son temas que están muy presentes en su obra, ¿y la tecnología?
Bueno, la tecnología es una maravilla siempre y cuando esté al servicio de la gente y no de la guerra. Es estúpido el gasto en armamento que jamás se utilizará cuando eso sobraría para dar de comer a todos los países en desgracia. El arte, por eso, es indispensable, sensibiliza.
Usted ¿está abierto a utilizar en su obra tecnología moderna como la computación?
Hay un hecho importante. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el arte estaba en la cúspide dentro de los valores humanos, pero después, los avances tecnológicos hicieron tambalear esa jerarquía, por eso es que se dio tanta inquietud entre los artistas después de la guerra, porque tratamos de estar al nivel de lo que se hace en tecnología, los viajes a la luna, etcétera. De ahí que se hayan dado tantos movimientos de posguerra, muchos de los cuales han fracasado; pero surgieron por la necesidad de que el arte recupere de nuevo la cúspide. Y se han hecho experimentos que me parecen maravillosos como el arte cinético que ya no es pincel, ni escultura y donde ya entra la electrónica, los colores se mueven y las cosas se mueven, ya no son pintura, son objetos con un valor estético nuevo, que están cambiando. Incluso el arte conceptual que a mí no me gusta, tiene un sentido en la plástica y es importante que exista.
Ahora —dice el pintor— yo estoy abierto al uso de toda esa nueva tecnología e incluso a la computación, pero no sé nada de eso y me temo que algunos artistas empiezan a confiar en que la maquinita va a resolver todos los problemas y entonces, ¿dónde queda la creatividad?
¿Usted cree que la pintura seguirá siendo pincel y óleo?
Yo creo que tiene su lugar como la arquitectura y la escultura. Le digo, la tecnología puede crear nuevas formas de expresión que conforman un arte nuevo, pero la pintura no puede morirse porque es una visión sobre un plano, y eso es permanente, eso es incambiable como lo son la arquitectura o la música. Es algo establecido en el mundo, aunque se siga transformando, la prueba es que la pintura del siglo pasado nada tiene que ver con la actual, ni la del próximo siglo tendrá relación con la de hoy. Pero sigue siendo pintura: es el uso de los materiales colorísticos sobre un plano. Y eso es insustituible, invariable.
¿Está usted haciendo escultura?
La última que hice está en e1 Aeropuerto de San Francisco, es La Conquista del Espacio, se trata de una pieza muy grande. Sí, me gustaría hacer más escultura; pero prefiero dedicar mi tiempo a la pintura.
¿Cuándo dejará de pintar Tamayo?
Nunca, yo me voy a morir con el pincel en la mano.
Y díganos, ¿cuál es la etapa de su trabajo que más le gusta?
La próxima.
(Esta entrevista se llevó a cabo en la casa-estudio del pintor en San Ángel el 29 de octubre de 1987 y se publicó en la revista Vértigo No.16 Feb-Mar 1988. Tamayo murió tres años después, el 24 de junio de 1991).
FOTO: El muralista Rufino Tamayo fotografiado en su estudio de San Ángel/ Crédito: Archivo EL UNIVERSAL
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