Ruiz Armengol: la elocuencia de la arpa
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La obra que el músico compuso para este instrumento muestra en este disco doble, que además cuenta con sensibilidad artesanal en la ejecución, por qué es uno de los favoritos de los círculos musicales mexicanos
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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De los discos mexicanos que se han dado a conocer y que he tenido oportunidad de escuchar en los meses recientes, el que menos reacción ha provocado, pero que quizá sea el más profesional y cuidado, tanto en su resultado auditivo como en su presentación como objeto, es el que registra la Obra completa para arpa de Mario Ruiz Armengol (2017) que bajo el cobijo del cada vez más presente sello Tempus Clásico y el apoyo del FONCA, ha presentado el arpista Emmanuel Padilla Holguín (1993).
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Se trata de un logro desde varios ángulos, comenzando con lo que significa para el joven arpista en una trayectoria incipiente que ha cosechado muchos éxitos: éste es su segundo disco y la presencia de la que se ha ido apropiando en circuitos tanto de Estados Unidos como de México le auguran una carrera de grandes vuelos como solista, lo que no es muy común en su instrumento; y para lo que es muy útil el interés que ha venido mostrando por el repertorio mexicano: es artífice, así sin más, del otro ángulo del logro que significa este disco doble, la garantía de tener todo este repertorio recopilado y difundido en un solo álbum.
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El toque de Padilla Holguín es fino, cualidad que siempre se espera de este instrumento. Y hay en él una sensibilidad muy especial, individual, que refleja una voz personal que uno esperaría no va a perderse cuando le escuchemos repertorios más demandantes (me gustaría conocerlo en una faceta que requiera otro tipo de fuerza, por decir los conciertos de Haendel o Ginastera). Tanto técnica como artísticamente hay claridad en lo que se quiere decir y cómo ese mensaje debe transmitirse. Hace cantar a su instrumento y se nota un interés genuino por sacarle jugo musical a estas piezas.
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Lo anterior, que puede sonar vago o genérico, no lo es. Basta poner atención a las articulaciones, casi siempre bruscas, de la mayoría de los arpistas que tienen nuestras orquestas, que reflejan desinterés y desapego en su repertorio tradicional (Ravel, Debussy, o algunos paisajistas mexicanos), y que requerirían el trabajo justamente de delicadeza artesanal que suena del arpa de Padilla Holguín. No es un poeta todavía, pero la fineza de sus manos auguran, como dije sobre su carrera, resultados artísticos de altos vuelos.
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Este disco (como unidad, aunque se trate de dos por la extensión de la obra) comienza muy lindo, tierno. Quizá no sea necesaria aquí una mayor introducción a la música de Mario Ruiz Armengol (1914-2002), quien, como se explica en las notas de programa del librillo, es uno de los compositores más conocidos entre el público mexicano, tanto del jazz como de la música clásica. Sabemos a qué suena y quizá ése comience siendo el problema del disco: el resultado, tras escuchar dos horas del mismo contenido, con mínimas variaciones de ritmo, puede ser el tedio.
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Es el mismo problema que podría tener una integral de Vivaldi, Philip Glas o Stephen Sondheim. Dos horas de lo mismo. En este caso, del mismo sentimentalismo light del que, por cierto, creo en el equipo de producción fueron conscientes: en las notas que firma el crítico Juan Arturo Brennan, se huele un tufo condescendiente, insistente en su intención de validar esta ausencia de variedad que se manifiesta tras escuchar los primeros minutos, y que se puede leer como una especie de apología.
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De pronto hay entre las veintiséis piezas alguna intención más audible de búsqueda armónica y de pronto hay alguna pieza con más sustancia que las otras; pero no creo tampoco que necesitara de esa apología, pues finalmente es una música para nada ambigua. Todo lo contrario: es elocuente, natural. Y muy bella, pero en la que prevalece el mismo contenido sonoro y discursivo.
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En palabras del mismo Brennan, se ve a esta obra escrita entre 1953 y 1979 como un ciclo por su unidad de estilo. No estoy seguro que rebasar el cuarto de siglo en el mismo estilo sea un comentario halagador, aunque la prosa del anotador así lo crea: yo entiendo esa “unidad” como eufemismo para hablar precisamente de vacío o de falta de desarrollo: sin información acerca de la fecha de cada una, todas pueden pertenecer al mismo año, al mismo espíritu, a la misma inspiración.
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En algún pasaje de la explicación se da cuenta del entendimiento del arpa como instrumento del impresionismo, obviando que, para el caso, Ravel escribió su Introducción y Allegro con flauta, clarinete y cuarteto o Debussy su Sonata con flauta y viola cincuenta años antes pero varios cientos de años luz adelante en contenido armónico, colorístico, rítmico, de lenguaje. En audacia; sin miedo a salir de la sutileza que distingue a la música aquí presentada.
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Teniendo en cuenta ello, y aunque se piense lo contrario, soy fiel creyente de la utilidad de este disco: la pertinencia de grabar la obra de un compositor querido por muchos círculos musicales y de tener un ensayo incipiente que servirá dentro de varias décadas para aquilatar el desarrollo de la promesa que hoy es Padilla Holguín. Y finalmente, quizá haya una utilidad práctica en quien necesite de música en su elevador, pero advertido está el lector: no se busque aquí contenido, una música profunda o un arte relevante.
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FOTO: La interpretación de Ruiz Armengol aquilatará la trayectoria de Padilla Holguín.
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