Runciman o aunque no importe, la política importa
POR GERARDO OCHOA SANDY
En Política, David Runciman es concluyente: la política aún importa. El profesor de ciencias políticas de la Universidad de Cambridge alude, por supuesto, al desdén de los ciudadanos por los asuntos públicos. Las causas son diversas: sea porque han alcanzado una zona de confort que amaina su interés, por el descrédito de la profesión, porque parece una latitud en la que participan solo sus iniciados. La llamada de atención, no obstante, va más allá. Nos importe o no, hay asuntos en la vida de una sociedad que no se resuelven solamente por la voluntad del poder individual, por la sapiencia de una élite de especialistas, por los beneficios de los avances tecnológicos.
Runciman no es un optimista de la política. Expone sus motivaciones y sus prácticas, las consecuencias que acarrean sus decisiones, los costos que pagan los gobernados. Las ventajas de unos sistemas políticos sobre otros no bastan para ocultar sus peligros y limitaciones y con seguridad en otras partes del mundo se paga el costo de sus bondades. Es cierto que cuestiones geográficas, culturales y religiosas facilitan o complican la obtención de los logros básicos a los que aspira una sociedad: la incierta paz, niveles mínimos de justicia y de oportunidad, mecanismos relativamente funcionales que resuelvan o al menos encaucen diferencias y problemas. Lamentablemente, el sistema político que le viene bien a unos no le funciona a otros pues el de cada quien y cada cual es consecuencia de largos procesos históricos, acicateados por crisis políticas, catástrofes sociales, y caudales de baños de sangre.
El contraste entre Siria y Dinamarca, que arranca la reflexión, establece la función inicial de la política: que las controversias sobre lo que debe hacerse y las contiendas de poder se resuelvan sin violencia y, aunque lo aceptemos a regañadientes, solo la política ha podido hacerlo, a costa sin duda de otras cosas. La tecnología, esa cosa inédita propia de nuestra época, es esencial para la lectura de los sucesos políticos de la actualidad, construye espacios de crecimiento individual y social y altera la dinámica de la vida política tradicional, pero no necesariamente la cancela, y su ausencia eventualmente anularía sus aportaciones. A la fecha, la democracia liberal ha demostrado ser más eficaz o menos incapaz, pero todavía no ha comprobado su facultad para acotar los excesos de los gobernantes ni colectivizar las satisfacciones básicas entre los gobernados, y no parece todavía que sea apta para hacerlo.
Tal vez Runciman se contradice. Si bien acepta que la moral no es cosa seria para los políticos, o que lacónica o cínicamente la política cuente con su propia moral, su detallada lectura de las distintas teorías políticas lo orientan a explorar no soluciones pero si alternativas complementarias en Benjamin Constant, Amartya Sen y Martha Nussbaum, Peter Singer, Toby Ord: en el compromiso ciudadano, en los filósofos de la ética, en los altruistas pragmáticos, en los teóricos de las capacidades potenciales. En buena hora, pues encomendaría una tarea fundamental, a quien la retome: ¿cómo incorporamos valores individuales y sociales en la práctica política, en los comportamientos ciudadanos, en las decisiones cotidianas?, aunque solo sean bocetos en ocasiones borrosos en su reflexión.
De lo que no se ocupa, o lo que ignora, son de otros protagonistas cruciales: las organizaciones criminales, la industria armamentista, la omnipresente dictadura de los mercados financieros, el neocolonialismo todavía industrial y post-industrial, los poliédricos poderes fácticos vigentes en cada Estado. Sin estas perspectivas, es dudoso aventurar que la democracia liberal sea el menos malo de los mundos políticos posibles, cuando acaso esté volviéndose en la escenografía cosmética de una nueva etapa, más descarnada y desesperanzada, de la política, o una variante del crimen institucional de cuello blanco.
La Política de Runciman es ensayo de teoría política, re-lectura de Hobbes, Maquiavelo y Weber desde las circunstancias de la actualidad, repaso histórico del tránsito de las estructuras de gobierno de la pre-modernidad a la modernidad, evaluación de las revoluciones inglesa y francesa y de sus herencias vigentes, balance de la praxis política bajo la tutela de los soberanos, los políticos, los financieros y los tecnócratas, clarificación de sus alcances y jerarquización de sus prioridades públicas, sustentado en el análisis coyuntural de casos emblemáticos de la época: Dinamarca y Siria, Estados Unidos y China, Bélgica y la República Democrática del Congo, Venezuela, India, Corea del Sur, entre otros.
Política facilita al ciudadano la comprensión de lo que no podemos esperar de ella, lo que debemos exigirle dentro de lo que cabe, las nefastas consecuencias de no ocuparnos de los asuntos públicos, la parte de nuestra corresponsabilidad, lo que razonablemente constituiría nuestra esfera de participación. Runciman expone su escrutinio con claridad matizada con sentido del humor, con sentencias casi axiomáticas que de inmediato pone en cuestión, un diapasón de pros y contras en un constante vaivén, en algunas ocasiones esquemático y en varias ocasiones deslumbrante, que anota asuntos a la espera de reflexiones más hondas.
No hay de otra: sin política nos iría peor. Por lo que, en lo que descubrimos qué política nos es útil y qué clase política y qué ciudadanos necesitamos, votemos, pues derecho que nos ejerce, derecho que se acaba por perder.
*FOTO: En su libro Política, Runciman contrasta las bondades y los excesos de la democracia liberal, y hace un puntual repaso por los autores clásicos de la Ciencia Política/Especial
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