Rutas: el triunfo de Tamayo
POR: ANTONIO ESPINOZA
Concluida la Segunda Guerra Mundial, el interés de los coleccionistas y mecenas neoyorquinos en adquirir y fomentar el arte mexicano, desapareció abruptamente. Ellos empezaron a promover y comprar un nuevo tipo de pintura: la expresionista abstracta, considerando que era la única alternativa posible de un arte auténticamente “americano”…y moderno. Ante la derrota comercial de los pintores mexicanos en Estados Unidos, David Alfaro Siqueiros llamó a sus colegas a cerrar filas para asegurar el único mecenazgo que parecía seguro después de la debacle: el mecenazgo estatal que les favorecía de tiempo atrás. Pero el maestro fue más allá y en su famoso panfleto: No hay más ruta que la nuestra (México, Talleres Gráficos de la Nación, 1945) asumió una postura doctrinaria, que revela su cerrazón dogmática, a favor de un arte político e ideológico como el único válido y legítimo.
Siqueiros se pregunta en su librito por el futuro del arte. Afirma que el fin del Renacimiento inició un largo período de decadencia para el arte y aunque hubo períodos que lo intentaron salvar (el “proclasismo” de David a Ingres o el de Cézanne a Picasso), no fueron exitosos; se quedaron en capítulos de brillantez individual que no tocaron el tema nodal del arte: su papel dentro de la sociedad. Así, sólo queda: “el movimiento pictórico mexicano, que ha tomado la ruta adecuada, la ruta objetiva, aquella que busca el nuevo clasicismo, el nuevo realismo, desiderátum teórico del artista moderno, a través de la reconquista de las formas públicas […] es sin duda alguna la única y posible ruta universal para el próximo futuro”.
Bien sabido es que Rufino Tamayo (1899-1991) no estuvo de acuerdo con la idea de un arte público nacionalista, de filiación político-ideológica, y propugnó por un arte más abierto e internacionalista. Sobre la polémica entre el nacionalismo artístico y el vanguardismo tardío (figurativo y abstracto), que tuvo su punto climático en 1965 (Salón Esso, Museo de Arte Moderno), se ha escrito mucho y no viene al caso retomar el tema en este momento. Sí debe señalarse que cuando fue inaugurado el Museo Rufino Tamayo en 1981, la pugna había sido superada y el escenario artístico nacional se distinguía por su pluralidad; abstraccionismo, geometrismo, informalismo y las más diversas corrientes figurativas, eran practicadas por numerosos creadores, dentro del circuito establecido de producción y circulación del arte. El nuevo museo (subsidiado por la iniciativa privada) fue una expresión arquitectónica que celebraba el triunfo de Tamayo y su visión universal del arte.
Rutas múltiples
Treinta y dos años después de su fundación, el Museo Tamayo Arte Contemporáneo presenta una exposición que celebra el triunfo tamayesco: Hay más rutas que la nuestra. Las colecciones de Tamayo después de la modernidad. Curada por Willy Kautz, con la colaboración de Eduardo Abaroa y Daniel Garza Usabiaga, la muestra nos ofrece una lectura en tres tiempos de la colección de Tamayo: obras prehispánicas, modernas y contemporáneas. Concebida como un “campo de tensiones estéticas” entre las obras del Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo (Oaxaca) y las obras modernas y contemporáneas del museo ubicado en Chapultepec, la muestra cumple puntualmente con la idea curatorial, cuyo discurso es deliberadamente anárquico. Hay más rutas…no es una muestra para “arte puristas”.
La obra de Jonathan Monk que está a la entrada de la sala de exposición sale sobrando, pues la mirada del espectador se dirige hacia el Mural Sol (2000) de Gabriel Orozco. Y aquí comienza la anarquía, ya que en el espacio siguiente, “dividido” por el Muro Baleado (2009) de Teresa Margolles, lo mismo se exhiben las bellas fotos de Tamayo junto a obras prehispánicas de la autoría de Juan Guzmán, que el Manifiesto de la “ruta única” de Siqueiros, una foto de Bill Brandt, una escultura de Louis Nevelson, una pieza prehispánica, las fotos de Carlos Amorales y cuadros de Víctor Brauner, Max Ernst, Joaquín Torres García, Gunther Gerzso, Carlos Mérida, Joan Miró, Vicente Rojo, Francisco Toledo y Francys Alÿs. Este último participa con una de sus obras más conocidas: El mentiroso, la copia del mentiroso (1994), en la que cuestiona a la pintura como una forma de expresión sublime.
En el siguiente espacio de exhibición, el más amplio, se encuentra la interesante pieza de Eduardo Abaroa: Tres ejemplos de reproducción cultural (2013), que cuestiona la manipulación institucional de las culturas prehispánicas. Ahí mismo está la escultura megalómana de Josep Grau-Garriga: Henequén rojo y negro (1980-81), cercano a la estética povera y que rinde homenaje al muralismo mexicano. En frente, textos periodísticos con declaraciones de Tamayo en contra de los muralistas, junto a cuadros del mismo Tamayo y Toledo. Más allá otro cuadro de Tamayo, uno de Mathias Goeritz, una escultura de Isamu Noguchi y una foto de Wolfgang Tillmans.
Concluido el recorrido por una exposición que incluye obras prehispánicas, modernas y contemporáneas, más revueltas que juntas, puede uno cuestionar el discurso curatorial y museográfico. Pero mejor sería darle a la exposición su justo valor, no como una muestra de los “gustos” artísticos de un pintor tan prestigiado como lo fue Rufino Tamayo, sino como una reflexión en torno a tres distintos tipos de arte. Si las obras exhibidas no “dialogan” entre sí, sino más bien se confrontan, es porque obedecen a contextos históricos diferentes. El arte ha cambiado, tanto que el Mural Sol de Gabriel Orozco bien puede ser considerada la obra más significativa de la muestra. Si el maestro Siqueiros resucitara y la viera, se volvería a morir…y de puro susto. Tamayo triunfó.
FOTOGRAFÍA: Josep Grau-Garriga “Henequén rojo y negro” 1980-1981/ Cortesía Museo Tamayo Arte Contemporáneo.
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