Sábado, un suplemento acorazado

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El editor recuerda su llegada al suplemento sábado, y la tensa relación que el periodista Manuel Becerra Acosta tuvo con Carlos Salinas de Gortari y Luis Donaldo Colosio

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POR HUBERTO BATIS

El sismo del 19 de septiembre de este año me sorprendió trabajando. Se repitió la misma fecha que el terremoto de 1985. Acabábamos de comentar la entrevista que Gerardo Lammers le hizo al escritor argentino César Aira, publicada hace un par de semanas en Confabulario, y comenzaba a dictarle mi colaboración a Gerardo Martínez, secretario de redacción del suplemento, cuando empezó el temblor. Yo estaba sentado en un sillón. Él se levantó de su asiento y me cubrió. Quedamos muy asustados de cómo se movió la casa, que no resultó con daños. Tuvimos un apagón que duró varias horas. Gerardo, antes de irse, llevó en mi auto a mi previsora esposa Patricia González a conseguirme más oxígeno, mientras yo me quedé al cuidado de mi enfermera Linda Gabriela González. Al poco tiempo llegaron generosamente los fundadores de Cirko de Mente, Andrea Peláez González y Leonardo Costantini, con la planta de luz que ellos usan en sus espectáculos, para que pudiera funcionar mi concentrador.

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En mi colaboración pasada aparecen en una fotografía Manuel Becerra Acosta con Porfirio Muñoz Ledo, muy jovencito, y Carlos Tello Macías. A Porfirio lo conocí cuando ambos éramos estudiantes. Él en la Facultad de Derecho y yo en Filosofía y Letras. Becerra Acosta sólo era un año más grande que yo, pero lo veía mucho mayor. Después vendría su destierro a España durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Roberto Vallarino lo fue a visitar a Madrid. Me contó que se fueron a practicar montañismo en la Sierra de Guadarrama. Ahí, discutieron y Becerra lo golpeó muy fuerte en una pierna con un bastón. Se quejaba.

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El hijo de Becerra Acosta, Juan Pablo, estaba en el equipo de campaña de Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI que asesinaron en marzo de 1994. En una de sus giras proselitistas por Aguascalientes en donde, acompañado de Salinas bajó a visitar a un gobernador, Juan Pablo se quedó en el avión. Colosio le preguntó por qué no se bajaba. Le dijo que ahí Carlos Salinas era el dueño y por eso no se iba a bajar. Entonces Colosio le preguntó en dónde estaba su padre. Juan Pablo le respondió que estaba en España porque lo desterró Salinas. “Dile que ya se venga. Yo lo protejo”, le dijo Colosio. El mismo Becerra Acosta me contó que tiempo después fue a visitar a Colosio y le preguntó si iba a protegerlo. La respuesta de Colosio fue abrir un cajón de su escritorio y sacar una pistola. Se la dio y le dijo: “Protéjase usted mismo”. Era un tiempo de pistolas. Muy pronto, Becerra se regresó a España, donde murió en el año 2000 de un paro cardiaco.

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En la época en que Fernando Benítez me invitó a trabajar en el suplemento sábado, yo era director de la Revista de Bellas Artes. Inicialmente me había llamado Arturo Azuela, a quien Carlos Payán le había ofrecido la dirección del suplemento del nuevo periódico, que todavía no tenía nombre. Estábamos los dos con Payán cuando entró Manuel Becerra Acosta. Ahí lo vi por primera vez. Nos dio la noticia de que Benítez por fin había aceptado dirigir el suplemento. Fernando estaba retirado del periodismo desde hacía varios años, cuando dejó La Cultura en México, de Siempre!, en manos de Carlos Monsiváis. Desde entonces se dedicó a sus investigaciones sobre los indios y a sus clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Entonces, Arturo Azuela se fue porque su padre, Salvador Azuela, había tenido roces con Benítez cuando Gustavo Díaz Ordaz echó del Fondo de Cultura Económica a Arnaldo Orfila.

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A los pocos días nos reunimos en la redacción de sábado Fernando Benítez, José de la Colina y yo. Ya habían formado el primer número. En el segundo inauguré una sección con una crítica mía a la Revista de Bellas Artes, que empezó a dirigir Gustavo Sainz. Me convertí en un crítico combativo, que cada semana se dedicaba a un tema. Mis reseñas fueron creciendo hasta ocupar dos planas. Vicente Rojo diseñó parte del unomásuno y sábado, pero nos dejó a su ayudante, Pablo Rulfo –hijo de Juan– como diseñador, que a su vez era auxiliado por la chilena Rosa Echeverría. Al principio no teníamos con qué nutrir el suplemento, así que incluimos grandes fotografías y dibujos, abundantes caricaturas. Los antiguos colaboradores de Benítez estaban dispersos. José de la Colina fue el contacto con la gente de Vuelta, empezando por Octavio Paz. Poco a poco, Benítez fue recuperando a su antigua “mafia”. Yo publicaba a los de la UNAM.

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El suplemento se convirtió desde el principio en una especie de arena en la que se enfrentaban Enrique Krauze, Gabriel Zaid y Octavio Paz contra Enrique Florescano, Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín y Adolfo Gilly. Eran discusiones de alto nivel, cargadas de dinamita política. Era el tiempo de las revoluciones de Nicaragua y El Salvador, y de la guerrilla en Guatemala. Todo el Cono Sur era un polvorín de dictaduras. En sábado se comenzó a ventilar esa problemática.

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En un momento, el director del periódico nos comentó: “El suplemento sale muy caro. Tienen que conseguir anuncios pagados”. Benítez me dijo: “Tenemos que salir con la charola a pedir subsidios”. Conseguimos muchos: El rector de la UNAM, Guillermo Soberón, autorizó el anuncio de una plana semanal; Juan José Bremer –gran amigo de Benítez–, del INBA, también nos dio una plana semanal; Jorge Díaz Serrano autorizó que Pemex nos comprará un robaplana. El suplemento llegó a tener 36 páginas con ensayos, fotografías y buenas ilustraciones. Fue la época de oro de sábado. Benítez aseguraba que era un suplemento que como un gran acorazado era incapaz de hundirse.

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Tiempo después, antes de salir de unomásuno, Fernando Benítez duró más de un año en discusiones con Becerra Acosta. El motivo eran los coqueteos de Fernando con los disidentes que estaban planeando La Jornada. Benítez siempre tuvo la esperanza de que Becerra Acosta bajara la guardia y llamara a los disidentes para “rehacer” el unomásuno. Fui testigo de la visita de Carlos Payán hizo a casa de Benítez el día anterior a que saliera el primer número de La Jornada. Benítez ya tenía decidido irse y yo quedarme.

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FOTO: En la Redacción de sábado: Guillermo Schavelzon, Fernando Benítez, Gustavo García, Huberto Batis, Cristina Pacheco, Margarita Pinto y Alberto Ruy Sánchez, 1980. /EKO

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