Sam de Jong y la rudeza adolescente
POR JORGE AYALA BLANCO
En Príncipe (Prins, Holanda, 2015), confinado debut como autor total del responsable holandés de numerosos TVvideos musicales cosmopolitas además de relevante cortometrajista de 29 años Sam de Jong (cortos más destacados: Magnesium 12 y Malaguti Phantom 14, aparte del muy significativo TVdocumental Juventud de hoy 12), el prognata chavo pobre pero aventadazo de 17 años pese a su deleznable origen mitad marroquí Ayoub (Ayoub Elasri) vive en la periferia violenta de Amsterdam al edipizante lado de su arrugadaenteca madre ligadora desesperada hasta en citas online Saskia (Elsie de Brauw), pasa largas jornadas en el ocioso desmadre con 3 cuates mestizos de su semidesértica unidad habitacional siempre enfrentados al golpeador abuso constante de otros mayores, frecuenta todavía con mucho cariño a su jodido padre yonqui árabe Mo (Chaib Massaoudi) a quien visita a escondidas nocturnas en el refugio de una abandonada piscina seca para regalarle algunos humildes billetes destinados a su vicio y, sobre todo, está perdidamente enamorado de una amiga de su traumatizada media hermana mayorcita Demi (Olivia Lonsdale), cierta facilona Laura de su edad (Sigrid Ten Napel) que a él le resulta inabordable por ser la bella-bella del barrio y propiedad privada sensual del apabullante cabecilla pandillero Ronnie (Peter Douma), por lo que el infeliz chico subsumido, harto de tolerar madriza tras humillación tras escupida en la cara tras madriza y verse relegado y aplastado en sus impulsos sensuales nacientes, riñe a puñetazos con su queridísimo mejor amigo Franky (Jorik Scholten), pretendiente de la codiciada Demi más sobreprotegido hermano menor del feroz Ronnie, y ya en un acto extremo vengativo-reivindicador va a buscar en su garage-guarida al temible capo narcote criminal del condado Kalpa (Freddy Tratlehner), para convertirse en su selecto asistente privilegiado, servirlo en sus fechorías, sacar ahora sí buenos billetes e intimidar al conjunto de sus enemigos, pero todo saldrá muchísimo mejor de lo que, desde la establecida rudeza adolescente, nadie podría jamás imaginarse, cuando el padre auténtico fallezca de una sobredosis y nuestro imprevisible sicarito Ayoub, en lugar de disparar contra sus odiados vecinos, termine haciéndolo contra su flamante padre putativo.
La rudeza adolescente se despliega en los intersticios entre un mundo naturalista cercado por todas partes y un mundo semionírico al ras de la banqueta con rincones secretos a la intemperie aunque profundamente habitados, gracias a que su anécdota abarca a un tiempo el corte sociológico, la crónica familiar, el thriller urbano, el drama romántico, el cuento de hadas, el alucine juvenil y la fábula, a saber: el corte sociológico de los nuevos infiernitos para desposeídos y sus hijos en las deshumanizadoras unidades habitacionales con dinamitables buzones de correo sólo por juego, la crónica familiar más salvajemente disfuncional a fuerza de (c)rudeza impositiva e insatisfechas necesidades espirituales si bien bailoteantes, el thriller urbano en el extremo de la abstracción anárquica y malsana, el drama romántico del galancillo que por el amor de una guapa inaccesible le vendió su alma a un tentador diablito cuya índole semifantástica fílmicamente se remonta a más de un siglo (El estudiante de Praga de Stellan Rye, 1913), el extravagante cuento de hadas con intocable Lamborghini púrpura reluciente y monárquica corona de picos dorados sobre la testa, el derrotista-triunfalista alucine juvenil ultraparanoico, y la fábula veladamente cruenta del chavo-zorrito que encimó un nuevo padre (admirable, vil) sobre el otro (afectuoso, degradado) para mejor destruirlos a ambos y así liberarse de ellos e imponer la conquista de la identidad propia, por encima del extravío autista en el laberinto de la búsqueda perpetua de una identidad irreconocible y por encima del mundo entero, cual auténtico neofeérico Príncipe.
La rudeza adolescente cobra gran eficacia de filme-objeto, pese a su congestionada multidimensionalidad genérica ya descrita, merced a una escritura consciente, muy consciente, en el límite de lo deliberado y lo consciente, autoconsciente e hiperconsciente a la vez, que nunca repite sus efectos burdos ni sus sorprendentes hallazgos formales, pero cuáles son unos y cuáles los otros, con ese estallido en off del buzón-emblema de domesticación, ese cruce galante a callados planos cortísimos, ese flashback de la corrupción de menores por el fascinante Mal absoluto, esos sugerentes top-shots del padre acabado o del apapacho consolador-omniperdonador entre madre e hijo, en virtud de una maleable fotografía muy fluida del camarógrafo de ascendencia turca Paul Ösgür y cruciales intervenciones roqueras de la banda electroacústica superpesada Palbomen (irónicamente apoyada por melosas baladitas italianas de época) como espejismo música-imagen de quién ilustra a quién.
Y la rudeza adolescente horada no obstante su propia tosquedad a través de una esperanza encandilada y cegadora, gracias a la cual la decisión personal del héroe en situación límite puede convertir el oprobio en maravilla pacificada, por arte de encantamiento y de pensamiento mágico diecisieteañero, en las antípodas de una acrimonia implacable como la del cineasta estadounidense de culto Larry Clark (de Kids-vidas perdidas 95 a El olor de nosotros 14) o del acerbo filme serbio sobre muchachos patinetos entregados a masoquistas juegos extremos Tilva Rosh (Nikola Lezaic 10), en pos de un agradecido/agradecible pésame hasta de los chavos más malditos, una reafirmación de la amistad con Franky, una burlona aceptación de los amores libérrimos de madre y hermana, una declaración amorosa a Laura de inmediata respuesta, otra explosión de otro buzón en el fuera de campo y una marcha victoriosa de la reconciliación global, más allá de los temas duros, y más acá de la violencia criminal sistémica y de esa tensión que nunca decae ni se banaliza ni se solemniza.
*FOTO: Príncipe se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 23 de junio de 2016/Especial.
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