Sam Mendes y el recomenzar espléndido

May 20 • destacamos, Miradas, Pantallas • 3044 Views • No hay comentarios en Sam Mendes y el recomenzar espléndido

 

A través de una pareja de amantes, El imperio de la luz propone una reflexión sobre los migrantes de las antiguas colonias británicas y en contra del racismo durante la época de Margaret Thatcher

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En El imperio de la luz (Empire of Light, RU-EU, 2022), centelleante aunque en deliberado tono menor film 9 con virtuosística autoría total del exdirector escénico inglés shakespeariano de 57 años Sam Mendes (Belleza americana 99, 1917 19), la solitaria cuarentona gerenta de una elegante sala cinematográfica en la Costa Sur inglesa a principios de los 80 y bipolar tránsfuga de psiquiátrico apenas sostenida a base de litio Hilary (Olivia Colman sensacionalmente púdica) sólo consigue romper con el jefe abusivo sexual que solía llamarla a su capricho para fornicar contra el escritorio de la oficina Ellis (Colin Firth), gracias a su apasionamiento y enredo en un oculto romance desigual con el nuevo joven empleado del lugar y discriminado afrotrinitario aspirante a estudiar arquitectura Stephen (Micheal Ward), pero la mujer suspende felizaza su tratamiento médico y, cuando su intenso nexo sea descubierto, va a iniciar un proceso de conflictos y deterioro que catastróficamente la orillan al agrio intento de ruptura, al voluntario confinamiento casero, al sabotaje de una importantísima gala de los rompetaquillas Carros de fuego (Hudson 81) en su excepcional centro de trabajo, a la denuncia escandalosa de la infidelidad del jefe ante la atónita esposa, al desempleo, al retorno voluntario al sanatorio, a la disolución en el anonimato social, al reencuentro desgraciado con un Stephen ya involucrado en una relación más igualitaria con la joven afrobelleza coqueta Ruby (Crystal Clarke), a la ocasional recuperación eufórica de su puesto de trabajo y, tangencialmente, a la devota atención hospitalaria del examante mediomuerto por unos skinheads neonazis que habían irrumpido en la sala de cine, hasta la tranquila aunque dolorosa separación de ambos, no obstante estar insertos en un edificante recomenzar espléndido.

 

El recomenzar espléndido logra con gran vigor y soltura que su discurso geopolítico de avanzada contra el racismo británico y a favor de los migrantes de las antiguas colonias británicas, se solidarice a fondo con la homologación ejemplar de dos personajes extremos durante la nefanda retrogradante era Thatcher, por la pasión física y la música de reggae unidos en la ignominia: ese afrobritánico marginado y perseguido por su origen y color de su piel, y esa fémina perturbada y limítrofe en todo, incluyendo en la bajísima autoestima, que un traumático día fue violada por su padre para determinar conductas abstinentes y mórbidamente grises o desquiciadas y estridentemente libertarias, los dos envueltos en una relación tan trágica cuan positiva como cualquier auténtica lección de vida asfixiada.

 

El recomenzar espléndido atestigua el gusto del estilista cinematográfico Mendes por tratar con formas y estructuras extremas, para moverse en apariencia sin el menor esfuerzo dentro de ellas valiéndose de la fotografía en deliquio contemplativo amoroso/desamoroso constante del virtuosístico Roger Deakins (insuperable tras la colosal asfixia futurista de Blade Runner 2049) para relevar y sustituir el plano secuencia imposible de 1917 por hiperrealistas planos fijos, distantes y muy abiertos, creando una suerte de continuum de oquedades visuales y psicológicas como del término límite de una era irrecuperable, una quasi cruel suma de honduras insondables que los percutivos puntos musicales de la dupla vanguardista Trent Reznor-Atticus Ross no pueden llenar, sino más bien exacerbar, deprimir y abstraer mucho más.

 

El recomenzar espléndido sostiene como trasfondo, contexto histórico y cielo conceptual un discurso paralelo y cómplice sobre el cine mismo como espectáculo monumental de época, casi en secreto pero omnipresente y esencial, viajando de continuo a través de las entrañas de una magnífica sala cinematográfica de antaño emblemáticamente llamada Imperio, con anfiteatro para anacrónico baile de pareja y un piso superior en desuso y prohibido que ya sólo funciona como palomar donde se logra rehabilitar amorosamente a un pichón con ala rota que simboliza a la pareja protagónica misma, una regia sala donde la cabina del sabio proyeccionista Norman (Toby Jones) viene a ser un rutilante mundo aparte retacado de fotos icónicas cual camarote surrealista de L’Atalante (Vigo 34), pero también a través de las películas-objeto de nostalgia futura que se exhiben (Los hermanos Caradura/El show debe seguir/Carros de fuego/Toro salvaje/Locos de remate), para culminar en el descubrimiento del cine en sí por la heroína que había permanecido ajena a su disfrute, pleno, parcial o clandestino, porque ha reprimido toda ilusión soñadora y fundamental para la existencia, pero que al fin acepta hacerse proyectar una película para ella sola e identificarse con el perfecto héroe ajeno al mundo Peter Sellers de Desde el jardín (Ashby 79, sobre Kosinski), o sea, asumirse cual significante vacío en busca de sentido y de ser llenado con sus propios deseos y sus afinidades más profundas, al tiempo que las dudosas glorias del extinto Imperio Británico son sustituidas con creces por las restallantes e inextinguibles bienaventuranzas del Imperio de Luz del cine.

 

Y el recomenzar espléndido tiene todavía cuerda y fuerza, cual película que nunca acaba de acabar, para introducir un remate con base en cierto supradiscursivo tributo subrepticio que ha venido manteniendo a la poesía inglesa, siempre en los puntos culminantes y clave del relato: cita Tennyson en el primer acercamiento erótico de los amantes interraciales, Auden en el contrarrollo aspiracionista de la gala, una parodia delatora del monólogo del Hamlet shakespeariano en la agria denuncia adultera, y finalmente un aprendizaje de vida semejante al eterno empezar de “Los árboles” tomado del libro del poeta salvador del olvido Philip Larkin (Ventanas altas) que ha obsequiado Hilary a su examante para ser leído dentro del tren que lo aleja para siempre (“El último año ha muerto, parecen decir/ comienza tú de nuevo, de nuevo, de nuevo”).

 

 

FOTO: Protagonizada por Olivia Colman, la cinta fue nominada a “Mejor fotografía” en los Oscar. Crédito de imagen: Especial

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